relato por
Luis Amézaga
E
l tiempo no le cunde. Son tantas las cosas por hacer, tantas las que aprender, que el simple trabajo de mantenimiento que exige la vida, le imposibilita llegar a un diez por ciento de sus propósitos. Es obligado atender los asuntos de higiene y sustento, las faenas de la casa, los recados y trámites administrativos, rendir en la empresa para recibir la soldada, compartir horas con las personas del ámbito social y familiar. Además, están los imprevistos: esas malditas bofetadas que son los acontecimientos súbitos, las perentorias llamadas, los desajustes que has de normalizar para que la gente no pierda los nervios no se sabe dónde.
Pensó que debía exigirse más, subir el ritmo, exprimirse con disciplina espartana (la agogé). El resultado es que enfermó al cabo de ocho meses de someterse a ese plan. Le diagnosticaron estrés oxidativo por forzar la máquina sin engrasarla adecuadamente. Estaba envejeciendo a ojos vista, padecía aumento de tensión arterial, debilidad muscular, alteraciones de la memoria y dolores articulares. Le obligaron a comer más, a dormir más, a trabajar menos. Pero seguía muy cansado, cada vez le cundía menos la jornada. El alimentar en exceso la máquina corporal y hacerla descansar durante diez horas diarias no estaba solucionando el problema, más bien al contrario. Fracasó en su proyecto paralelo de escribir textos poéticos que le llegaban del inconsciente con fugas que el seguro no cubría. Tampoco le fue mejor pintando cuadros que su mirada interior calculaba como obras de arte. Carecía de talento musical, así que esa rama artística ni la probó. Se encontraba estresado o adormilado, dependiendo del día. El tiempo parecía estar hecho para oprimir y no para liberar.
Probó el sistema de vida tradicional y no funcionó, experimentó el flagelo sadomaso, el autosabotaje, y tampoco. No obtuvo mejores resultados con la vida del sibarita consentido alentada por los doctores.
El cambio radical se produjo en él cuando decidió dejar de sufrir. Así de sencillo. No estaba dispuesto a hacer más el idiota, porque no tiene otro nombre el prestarse a sufrir. Desactivar el sufrimiento, su poder de alienación, su fama expiatoria, es tan sencillo como decir basta, como entender la trampa que nos ponemos a nosotros mismos, una correa restrictiva y esclavizante. Se acabó, no iba a sufrir ni un segundo más, daba igual lo que ocurriera en su cuerpo, los pensamientos que navegaran por su mente, las emociones que pretendieran desequilibrarle, daba igual qué sucediera en el mundo cercano o en la galaxia más lejana. Él había dejado de sufrir y punto. Esa postura decidida al estilo de Scarlett O´hara, le proporcionó una nueva perspectiva. Los efectos resultaron ser prodigiosos desde el primer momento. Del hombre común que era, pasó a ser distinguido y distinguible en medio de la multitud. Las circunstancias, por una dejación de causa-efecto inmediata, le dieron acceso directo a la grandeza de lo sencillo. Ya no provocaban en él las consabidas reacciones del individuo constreñido.
Se movía más despacio por la vida, consciente de su identidad, libre respecto a los cambios del pensamiento que antes solían convertirlo en una borracha hoja al viento. Ahora se sentía libre del terremoto voluble de las emociones, sin dios ni demonio trastornando su moral. Ese ir más despacio estiró el tiempo y le cundió como nunca. Tuvo posibilidad de cumplir con proyectos que tenía aparcados desde hacía años. Dormía apenas cuatro horas diarias sin notar cansancio durante la vigilia. El permanecer en sí mismo evitaba el desgaste que antes llegaba aun sin levantarse de la cama. Comía dos veces al día de manera frugal. Su cuerpo, que ahorraba energía y la producía desde la serenidad consciente, no necesitaba más ingesta de alimentos que la de un gorrión.
Solo los hombres más excepcionales dan a lo largo de su vida con una idea original. El resto, apenas repetimos como loros lo que nos parece interesante. Así que es de sentido común reconocer que tus pensamientos son provocados por dinámicas e influencias externas, unas veces dirigidas y otras por azar. Un hombre que piensa no debe identificarse con sus pensamientos si es que ha entendido algo. Lo que a veces consideras un descubrimiento es la mayor de las veces un plato ya cocinado por otros. Lo único original a lo que llegas es a reconocerte como una copia. Es desde ese principio aceptado que buscas tu identidad en estancias más impermeables y menos volátiles. La convivencia social funciona cuando los individuos se atienen a normas en vez de dejarse llevar por criterios personales que nos arrastrarían al caos. Hay que protegerse de uno mismo y de los demás. Es así como se puede detectar una idea original entre tanta morralla. El hombre que da con un hallazgo significativo cambiará la norma o lo decapitarán, que todo puede ser. En la intimidad de su habitáculo el siervo puede comportarse como rey si así lo estima oportuno. Nada se lo impide. En público no pasará de ser un bufón. Eres único, pero no descubrirás esa excelencia creyendo que piensas por ti mismo cuando solo repites de forma compulsa mensajes manidos. No te humilles presentándote voluntario para formar parte del rebaño de ovejas. No tengas miedo a caminar como un león solitario y desterrado. El león no busca solucionar problemas. El león genera fascinación y desconcierto a partes iguales. El resto de animales consideran su pose altiva y lo vilipendian. El león se pasea con su melena y su rostro grandioso en dirección a la muerte solitaria con ausencia de homenajes. El león reflexiona sobre la inactividad y los demás chismorrean mientras se desplazan de pasto en pasto. El león es un extraño.
Le sobra el tiempo, todo el tiempo. Las cosas siguen igual aunque él las ve diferentes y las hace diferentes. Los otros le miran con recelo tachándolo de vago, de vividor, de caradura, de cuentista, porque vive sin sufrir, porque no se deja arrastrar por el sufrimiento tan apegado a la piel de los seres humanos.
«Si no es de los nuestros nada puede hacer que nos interese».
No sufrir tiene una consecuencia inmediata: la falta de compulsión hacia el placer y la felicidad. Se allana el camino, sin cuestas hacia arriba ni hacia abajo. Podría parecer aburrido, pero él no se aburre, se adentra en la inmensidad detallista de lo más menudo. Lo real está plagado de matices. Lo irreal no es y sin embargo, parece ser a grandes y burdos rasgos.
El resto de animales critica la inutilidad aparente del león, su fachenda, y murmuran que tiene mala cara, que está perdiendo peso, que ve titanes en la maleza y fantasmas en las nubes. Los animales no intentan escapar porque no creen que haya vida más allá del rebaño, y hasta sienten compasión por el destino sin encanto del león solitario.
Él no se siente un león, no se siente solo. Lo que sí ve es a los rebaños, tan sumisos con el sufrimiento, dando lecciones de moral y costumbres. Descorre la cortina. Ha terminado de escribir su libro de silencios. En las aceras se acumula nieve aún sin pisar. Algunas personas corren como fugitivos. No desea permanecer ni irse. Está y se va, atento a la hermosura de la quietud y el movimiento. Una particular combinación química del cerebro no es la causa de la percepción de la vida, es su consecuencia. Tú eres el químico. Adentrarte en la muerte estando vivo es fácil. Pero si estás muerto, no hay forma de adentrarte en lo real. El muerto es oveja que no se concibe fuera del rebaño y lejos de los pastos. Balidos desesperados a los que el león ruge sin miramientos.
Su pene no señala lo que desconoce. Antes se venía arriba a cualquier estímulo o aburrimiento. Ahora interpreta su papel y administra su vigor hacia la verdad de un cuerpo subestimado.
Nota la quemazón del radiador a la altura de sus testículos. La vanidad desapareció de su horizonte cuando la producción de semen dejó de tener un sentido sexual. Cómo podría tenerlo si su objetivo no era seguir procreando el sufrimiento. En su mente se perfilan estos pensamientos sin que los considere de creación propia: el verdadero visionario es aquel que mira sin prejuicios ni deseos. Lo más opuesto a la muerte es estar muriendo.
Se está acumulando la condensación en las ventanas. Cuando sus testículos corren el peligro de ser abrasados, se aparta y cierra los ojos. Qué fineza han adquirido sus diagnósticos. Da igual dónde vaya, qué haga, con quién y cómo. Se mantiene siempre en el mismo lugar. Qué gran engaño es sacar a un hombre de su sitio haciéndole creer que es la única forma de conquistar nuevos territorios. Esos mundos nuevos son diferentes formas de hacer sufrir a la criatura que está fuera de sitio. Los soliloquios del hombre desubicado son febriles. Puede que atractivos por su elocuencia fantasiosa, pero fuente segura de padecimientos.
Vienen a visitarle, a aprovechar su compañía personas a las que no conoce. Los que piensan que le conocen, hace tiempo que le evitan. Ya no cumple con la idea que tenían de él y no se lo perdonan. Muchos animales cuchichean del león cuando éste pasa desinhibido por delante de la manada.
Por mucho que aciertes en tus definiciones y pronósticos, eso no asegura que sepas de qué hablas. Recibe en su casa a quienes quieren consultarle asuntos de todo tipo. El boca a boca llega a oídos del que sufre y vienen a verlo de todos los rincones de la selva. Está dotado para el cara a cara. Ahí es muy eficaz. Se diluye su magnetismo cuando su público es numeroso. Nunca ha tenido capacidad de hablar a mucha gente a un tiempo. Eso no ha cambiado, tampoco es más alto, ni ha mejorado su miopía. Su realidad presente de no sufrir ha aceptado las circunstancias sin ocuparse en cambiarlas.
El país sufre una convulsión de odio que hace inviable los proyectos individuales. El rencor de algunos políticos lunáticos se ha socializado. Toda la población es víctima de la psicopatía jaleada por unos pocos. El no sufre, ya no; pero sí siente compasión por la historia sembrada de minas del hombre. Tiemblan los cristales, se va la luz, se detiene la caldera de gas, dejan de funcionar Internet y los teléfonos. Desde el cielo están bombardeando, matando células sanas porque los lideres visionarios afirman que existe un cáncer social. Sale a la calle. No teme al odio. Nada nuevo, todo nuevo. Su cuerpo será aparcado cuando cumpla con la labor prevista, que aún no sabe cuál es. Nunca se sabe, y es lógico, es la única forma de asegurarse de que la vas a cumplimentar sin echarte atrás.
El coraje es el combustible del espíritu. La pereza cala el motor. La quietud es lo opuesto a la pereza. El movimiento alocado del trompo se muestra ineficiente. Las bombas están destruyendo los edificios, los sueños y la inocencia. El hombre construye y destruye sin criterio; por impulso. El hombre torturado es capaz de afrontar cualquier decisión hacia afuera con tal de no enfrentarse a su árido interior. La gente, al principio, grita desesperada; luego un espeso silencio se posa en la vida de los escombros. Volver a empezar para repetir el mismo patrón es desolador. Hacen falta profetas que alicaten el futuro con sus propias manos. Hacen falta hombres con coraje que miren por encima de los bombarderos y sepan lidiar con sus destructores efectos. Cuando acabe la guerra, seguirá el odio, quizá cansado, pero seguirá. Hacen falta hombres que sepan cómo funciona el cerebro humano para que sea una herramienta no criminal.
Camina por la calle abierta, escucha a lo lejos el berrido de un niño desconsolado. Los bombardeos han cesado. Sus vecinos sacan la cabeza de sus escondrijos y buscan la mirada reconocible de sus familiares y amigos, algo a lo que agarrarse. Él no sufre, comprende demasiado bien lo que sucede. Él camina mientras permanece quieto en un mundo que se rasga las vestiduras. Huele a fritanga. Un muchacho ha abierto la ventana del primer piso. Estaba preparándose unos calamares rebozados. Pronto los supermercados quedarán desabastecidos, por eso sonríe con tristeza mientras espanta el humo del aceite hirviendo. Un socavón en la calle anuncia futuros hundimientos. Huele a fritanga y a cuerpos calcinados.
(Este relato pertenece al libro inédito La silueta interior)
Luis Amézaga. Nacido en el año 1965 en la ciudad de Vitoria (España) donde vive actualmente. Entre lecturas y escritos concibe la medida del tiempo. Mantiene habitualmente el blog El búnker travestido: http://bunkertravestido.blogspot.com.
Ha escrito artículos y colaborado en diferentes revistas literarias: Bolsa de Pipas, Letralia, Ariadna, Narrativas, Almiar-Margen Cero, Groenlandia, Agitadoras… Ha participado en antologías de relatos y poesías como La Casa del Poeta (Noche Polar), Doble en las Rocas y Escribir en Crisis (Editorial Letralia), o Antología de poesía Viejoven (Versátiles Editorial). Es autor de varios libros de poemas: El Caos de la Impresión, A Pesar de Todo… Adelante, o Los Alrededores del Idiota. Con el poemario Bolsa de Canicas obtuvo el premio en el certamen convocado por la revista literaria Katharsis y se publicó revisado en segunda edición en el año 2012. Ofreció a los lectores el libro de máximas y aforismos El Gotero en la revista Groenlandia. Con el poeta Adolfo Marchena publica el libro de crónica poética La Mitad de los Cristales. También compartió proyecto en su libro dietario El Reloj de Arena junto al escritor hondureño David Morán. Destacar la publicación del libro de sentencias, crítica y pensamiento, que ha recogido bajo el título Una semana de arresto domiciliario. Cuenta con un librito de relatos titulado Tarde de Moscas, y su flamante trabajo publicado con la editorial Amarante bajo el título: Vuelos rasantes, un ejercicio narrativo que cuenta con nueve historias perturbadoras. Su última entrega a los lectores es Los ladrones de ideas, que obtuvo el segundo premio del IV Concurso Literario de Relatos «Letras Cascabeleras». El relato aquí publicado está incluido en el libro inédito La silueta interior.
📩 Contactar con el autor: luisamezaga43 [at] gmail [dot] com
Ilustración relato: Horizonte (Belchite viejo, 2001), por Pedro M. Martínez ©
TRES RELATOS SORPRESA (traídos aquí desde nuestra biblioteca)
Hilo de oro, por Pedro M. Martínez Corada. En Margen Cero (Magazine – 2000) |
Impresiones del frente, por Miguel Vaquero. En Margen Cero (Biblioteca de relatos – 2002) |
El revólver, por Víctor Montoya. En Margen Cero (Cuentalia – 2002) |
Revista Almiar · n.º 131 · noviembre-diciembre de 2023 · 👨💻 PmmC · MARGEN CERO™
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