artículo por Julio Carmona
0. Introducción
En esta fecha, 15 de abril de 2024, se cumple el 86.º aniversario de la desaparición física de César Vallejo (1938). Sea oportuna la rememoración, para publicar este texto que busca ser una interpretación (una más de las muchas habidas) del poema que a continuación menciono y transcribo.
1. El poema
PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA
Me moriré en París con aguacero un día del cual tengo ya el recuerdo. Me moriré en París —y no me corro— tal vez un jueves, como es hoy, de otoño. 5 Jueves será, porque hoy, jueves, que proso estos versos, los húmeros me he puesto a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo. César Vallejo ha muerto, le pegaban 10 todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro también con una soga; son testigos los días jueves y los huesos húmeros, la soledad, la lluvia, los caminos...
Se supone que, luego de una lectura comprehensiva del poema aludido, ya hemos podido vislumbrar que nuestro poeta no tiene la intención de hacer una precognición de su muerte —intención que suelen atribuirle, ya hemos dicho, interpretaciones simplistas—. Y lo afirmado por nosotros se percibe desde los dos primeros versos. Veamos:
Me moriré en París con aguacero
un día del cual tengo ya el recuerdo.
2. Lo particular en lo universal
En estos versos podemos ver que el poeta está «jugando» con una idea de dominio común: el hombre sabe que morirá. Y si lo sabe el «hombre», en general, también lo sabe el hombre en particular (en este caso el «yo» del locutor poético). Y esta idea de lo particular integrado en lo universal, lo individual en lo genérico, también se hace extensiva de manera paralela al mundo particular, París, dentro del «mundo general», el universo, lo que se hace más definitorio si no perdemos de vista que París —por la época en que vivió nuestro poeta— era considerada todavía como la «ciudad luz» y, como tal, el centro del mundo cultural, es decir tenía el atributo de ser representativa del universo.
Por lo que se refiere a la elección optada por Vallejo del lugar de su muerte, existe el testimonio de Georgette Vallejo respecto a esa decisión asumida por el poeta de permanecer en París hasta lo último; hecho que es refrendado por el mismo Vallejo en sus cartas a Pablo Abril de Vivero (en la edición de Mejía Baca), las que —dígase de paso— son una descarnada y patética alegación de su circunstancia europea. En estas cartas se nota la preocupación de Vallejo para elegir un lugar de Europa, definitivo, dónde vivir (y morir). Y oscila entre: París, Madrid y Rusia; al final optará por el primero; pero veamos su percepción. Sobre Rusia, cuando parte por primera vez, dice: «De Rusia le escribiré continuamente. No sé si podré quedarme allí definitivamente, que sería mi ideal. (…) Lo único que me da miedo es el terrible frío de Rusia» (p. 103).
Y sobre Madrid su opinión es mucho más concluyente, dice: «Usted sabe lo que es Madrid. (…) Los españoles y sus ambientes son invulnerables. Ya los tenemos bien conocidos. Y usted los conoce más que yo, porque ha sentido usted de cerca esa soporífera sensibilidad a la vizcaína. Mi miseria fuera de Madrid es posiblemente menos pesada que en esa villa y corte» (p. 83).
Será, entonces, definitivamente París el elegido (porque el Perú tampoco está entre sus alternativas, máxime si, como dice Georgette, acá lo esperaba una requisitoria del juicio por el que padeció prisión de varios meses); pero veamos lo que dice Vallejo sobre París: «Cómo es posible que yo siga en París, contra viento y marea, y que siga fuera del Perú contra marea y viento, toda probabilidad de miseria queda descontada, y toda adversidad de la vida. No conozco los caminos que llevan a la comodidad y a la dicha; y nunca los he recorrido. Así pues, todo está muy bien como está, y, sobre todo, como es» (p. 30.).
Pero cabe agregar, en torno a esa visión integradora (dialéctica: del hombre y su entorno particulares, en el Hombre y su entorno generales), que ella lleva incluida la relación, fusionadora también, de la vida y la muerte en oposición dialéctica, es decir con presencia sincrónica, cumpliéndose así —según el poeta español Jorge Guillén— el «requisito de la gran poesía: todo se relaciona con todo». Por eso no es ilógico, poéticamente (aunque para el sentido común sí lo sea), que el locutor poético estando en vida hable de su muerte como de algo que ya conoce. Lo que no viene a ser otra cosa que el juego dialéctico de la contradicción.
Y, por eso, una lectura comprehensiva de la expresión «un día», del verso 2, debe percibir que la indeterminación del artículo «un» —que modifica la tajante afirmación del hecho futuro: «me moriré»— corrobora la idea de que el locutor poético está «jugando» con esa lógica, presentándola como ilógica: sabe que ocurrirá su muerte futura, como lo sabe todo el mundo; pero no sabe cuándo. Para, finalmente, en el mismo verso (2), volver a «jugar» con la paradoja de conocer ya —o tener el recuerdo de— algo que se dará en el futuro. Y es pertinente traer aquí a colación los dos últimos versos de un soneto de Francisco de Quevedo: «Y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte».
Es la muerte cotidiana (visión cara a Quevedo) que permite conocer el futuro en tanto no será distinto al pasado ni al presente que son recuerdo de la muerte. Y, por otro lado, si no negligimos la acepción de «aguacero» que el diccionario le asigna a este término, no solo con el significado denotativo de «agua de lluvia», sino como una imagen de «sucesos y cosas molestas, como golpes, improperios, etc., que en gran cantidad caen en una persona» (acepción que se hará explícita en los versos del 9 al 12), veremos que tanto en el presente en que es enunciado el poema como en el pasado —e igual será en el futuro— el hombre (individual o universal) padece golpes e improperios, es decir que son mayores las agresiones que las gratificaciones en la pasión humana.
Y, por eso, el locutor poético conoce —como todos los hombres— que morirá con aguacero en el mundo o en el lugar que represente a ese mundo, en este caso el lugar representativo del mundo cultural: París. Y obsérvese que coincide con el lugar de residencia del autor; pero esto no debe apresurarnos a confundir al locutor poético con el autor, aunque el enunciado en primera persona así lo sugiera. «El yo es más profundo y poético», dirá Vallejo, y agregará: «tomado naturalmente como símbolo de todos». (Contra el Secreto Profesional). Por eso, en el caso que nos ocupa, no se debe suponer que sea el autor quien se esté proponiendo hablar de su muerte (aunque posteriormente la coincidencia llegara a sugerirlo así) puesto que siendo un «absurdo» poético y como tal aceptable, como razonamiento ideológico no lo es. Máxime si el mismo Vallejo se encargó de refutar esa interpretación, en tanto él expresamente, en su libro El Arte y la Revolución, dijo que: «la anticipación expresa y rotunda de hechos concretos, no pasa de un candoroso expediente de brujería barata y es cosa muy fácil. Basta ser un inconsciente con manía de alucinado. Así hacen las sibilas vulgares. No importa que se realice o no lo que anuncian».
Huelga todo comentario. Lo importante a destacar en esos dos primeros versos es la idea clave que sugiere la intención temática a desarrollarse en el poema: la integración —por oposición dialéctica— de lo particular dentro de lo general, de lo individual dentro de lo universal, y que está sugerida en el título mismo: el elemento particular lo negro cobra relieve sobre el elemento general lo blanco, es decir, «piedra negra» (el hombre particular) «sobre una» (artículo indefinido, genérico) «piedra blanca» (el mundo, lo general).
3. Vida y muerte: la lógica de los contrarios
Esta relación de vida y muerte —ya enunciada— empieza a hacerse explícita desde los dos versos siguientes, 3 y 4: «Me moriré en París —y no me corro— / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño».
El paralelismo anafórico habido entre los inicios del v. 3 y el v. 1, «me moriré en París», refuerza nuestra propuesta del «juego lógico» (de saber que uno se va a morir, y no de que se esté haciendo una «adivinanza» o una precognición), además de subrayar con la reiteración la sensación de me moriré como todos los días, es decir que el hombre particular muere como siempre, en su lugar particular (París, en este caso), como le ocurre al hombre en general que muere en el mundo, en general. Y, si continuamos con la propuesta de «absoluta lógica», reforzada en el verso 3, el elemento subsiguiente «—y no me corro—», vendría a ser asimismo un pleonasmo (y hasta una perogrullada), en tanto nadie puede correrse de la muerte; pero que, en el lenguaje coloquial elegido por el poeta, cobra un sentido de decisión vital, o sea: soy fiel a la vida y no me asusta la muerte, no me voy (‘de París’) del mundo, antes de tiempo, no me suicido, a pesar del aguacero de desgracias.
Pero también en estos dos versos vemos que esa pasión futura (padecer la muerte), que ha sido establecida con absoluta seguridad desde el primer verso, por ser lógica no es —o no puede ser— predicha con exactitud respecto al día de su acaecimiento, por eso es que se nos dijo que será un día (v. 2), y por eso, también (en el verso 4) se resuelve en una suposición «tal vez un jueves» y ya no con la forma de una afirmación tajante, «Me moriré» (vv. 1 y 3). Pero, cabe preguntar, ¿por qué, precisamente, jueves? Y la respuesta es una explicación por comparación: será un jueves como hoy. Pero es una comparación que reafirma eso que hemos llamado la decisión vital del poeta: no escapar de su realidad, de su presente, aunque este sea comparable a la muerte: el morir de todos los días. Un presente que es, asimismo, como el otoño, gris, marchito, triste y que —continuando con la comparación— en relación con la vida es el período entre la plenitud vital y la vejez, que es el caso de la edad del poeta. Como si dijéramos que ese jueves es la antevíspera del fin de semana, pero es también la etapa de la vida que no ha llegado a la vejez. Nuestro poeta sabe que el hombre —promedio— muere antes de la vejez, entonces su yo es un símbolo de todos. Insistimos: el individuo integrado al universo.
Sin embargo, no podemos dejar de subrayar la tendencia del poeta a pasar de afirmaciones rotundas a enunciados imprecisos (me moriré – un día / que ya conozco – tal vez un jueves), constituyendo ello una muestra palmaria del estilo dialéctico de Vallejo: avanzar por contradicciones, contraponiendo contrarios para ir formando una unidad con ellos. Y, por eso, creemos que la afirmación rotunda con que se inicia el segundo cuarteto:
5 Jueves será, porque hoy, jueves, que proso estos versos, los húmeros me he puesto a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto, con todo mi camino, a verme solo.
confirma el aserto, en tanto con el verso precedente (v. 4) nos había quedado la sensación de la duda: «tal vez un jueves», y vemos que con el verso 5 se empieza recusando esa suposición. Surgiendo otra vez la intriga de ¿por qué será jueves? Y la explicación sigue siendo el hoy, el presente, «porque hoy jueves que proso/ estos versos», es decir la misma razón que hemos visto en la suposición anterior: «jueves como es hoy» (v. 4); pero nótese que no es una razón superficial: el presente a que alude con el día jueves —decíamos— es el mismo que el de todos los días de su pasado. Pero, además, el locutor poético nos informa que en ese día jueves ‘él prosa/ esos versos’, resaltando un quehacer caro al poeta. Y aquí hay que destacar el encabalgamiento, pues con él queda en suspenso el significado del neologismo: «proso», con el que el sustantivo prosa ha pasado a cumplir la función de verbo, pero —preguntemos—: ¿en el sentido de ostentar —andar con prosa—, escribir prosa o vivir prosaicamente? Y nosotros creemos que son las dos últimas opciones: escribir, hacer prosa con los versos (contradictoriamente, porque prosa y verso son antitéticos ), o sea que ese hacer prosa con los versos no es alusivo a una deficiencia poética —porque Vallejo es consciente del dominio de su oficio y, por ende, tampoco hay que tomar la expresión como un signo de modestia, aunque no sea descartable— sino porque escribir poesía —y más aun lírica— es un ejercicio difícil, con el prosaísmo de la vida presente y atosigante que todo lo contamina (hasta los versos).
Y esa sensación del presente opresor se reafirma con el elemento siguiente: «los húmeros» (v. 6), en el que con otra paradoja se nos dice que —en ese presente, cuyo prosaísmo todo lo contamina, hasta los versos— los huesos duelen (los húmeros no vienen a ser otra cosa que una metonimia: mencionar la parte por el todo, los húmeros por los huesos). Y lo lógico es pensar que sobre los húmeros se ponen las mangas de la camisa, acción que en este caso se transmuta en ponerse los húmeros, pero que lleva aparejada la connotación de vestirse, implicando el disgusto de hacerlo, porque —por ejemplo— el frío ambiente invita más bien a permanecer en cama, así que a disgusto —«a la mala»— ha tenido que vestirse, destacando el dolor de los huesos (los húmeros que la humedad del aguacero maltrata con toda la connotación de golpes que le hemos descubierto a aguacero).
Pero todas estas razones para reafirmar el porqué será en jueves que acaecerá la futura y ya prevista muerte, va a ser reforzada en los versos: «… y jamás como hoy (jueves) me he vuelto (v. 7)/ con todo mi camino a verme solo» (v. 8). Analicémoslos detenidamente. Y, en principio, debe destacarse la palabra jamás, pues implica que ya ha habido antes algo (la soledad) que con ese jamás se exacerba: o sea que el presente de ese individuo solo en una ciudad, es la diagnosis del ser humano en la soledad mundial; como si «tradujéramos»: El hoy, en que conozco ya más la vida, en comparación con el pasado, es mucho más insufrible, y no solo para mí, individuo, sino para el Hombre: o sea que ese jueves es —para decirlo con la expresión de Quevedo— «imagen de la muerte».
4. Una paradoja gramatical
Hay en el verso 7 una aparente irregularidad gramatical que explicar, en tanto la expresión me he vuelto debería cumplir la función de enlazarse con la última del verso siguiente: a verme solo (ya que la expresión «con todo mi camino» viene a ser explicativa y, gramaticalmente, pasible de quedar en suspenso sin menoscabo del sentido de la frase), debiendo leer a aquélla, comprehensivamente, así: «y, jamás como hoy, me he vuelto// a verme solo», observándose una repetición «viciosa» del pronombre; pero como dice Juan Ferraté: «El poeta no es nunca un alucinado, pero tiene que parecerlo cuando violenta el lenguaje común para expresar en él su interpretación de la realidad».
Entonces se debe llegar a la conclusión de que la frase ‘me he vuelto’ adquiere una doble función:
a) la que la une con la frase inmediata: «me he vuelto / con todo mi camino», asignándole el significado —espacial— de voltearse para mirar hacia el pasado con toda la carga de su vida, de su camino; como si se dijera que cumple la función del verbo «voltear»: he volteado a ver mi camino; y
b) la que la relaciona con la frase mediata: «(…) he vuelto// a verme solo», con el significado —interior— de verse hoy, desde la proyección introspectiva, en una soledad mayor que nunca, es decir, adoptando la acepción de «volver», es decir, haciéndolo equivalente a repetir la acción: ‘jamás he vuelto a verme solo’, o sea, jamás he repetido esta acción de verme tan solo.
Precisemos, primero, antes de continuar, que ese trabajo de síntesis poética, aun transgrediendo el rigor gramatical, le sirve a nuestro poeta para acceder mejor a las profundidades de la vida. Y, en segundo término, debemos decir que el resumen conclusivo de los dos cuartetos vendría a ser un planteamiento de lucha de contrarios, la vida y la muerte en contradicción permanente: el ser humano que está en la vida pero que ha de morir en el mundo, constituyendo ambos (ser humano y mundo) la totalidad, es graficado en el individuo que morirá en París (siendo, ambos, la parte), es decir el «yo» que representa a «todos», y, en ambos casos, golpeados por una lluvia inmisericorde y prosaica, ajena a la poesía (a la creación) que es la razón de ser del ser humano.
5. Cambio en el tiempo: que es el morir
Si hemos visto que en los cuartetos se presenta la lucha de la vida (tesis) y la muerte (antítesis) en eterna contradicción, en los tercetos veremos resolverse el conflicto dialéctico en una síntesis magistral.
César Vallejo ha muerto, le pegaban 10 todos sin que él les haga nada; le daban duro con un palo y duro también con una soga; (…)
Observemos primero que los tiempos —de los cuartetos y tercetos— sufren una transmutación muy singular: tanto el presente como el futuro de los cuartetos, se convierten en pasado y presente, respectivamente —es decir, en ese orden—, en los tercetos. Y, por otro lado, el «yo» poético (yo moriré) de los cuartetos (que era, dijimos, integrador de todos) se convierte en él (él ha muerto) en los tercetos. O sea que el locutor poético pasa de la primera a la tercera persona, lo que es también paradójico, si desde el primer contacto de lectura se piensa que es la «voz directa del poeta», corroborándose así la prevención de no confundir al locutor poético con el autor. Y, por el otro lado, se descarta también la interpretación de que el poeta esté refiriéndose a su propia muerte. Aunque, sí, está individualizando con mayor precisión el acontecimiento poético; pero, asimismo, está formalizando en la práctica artística la concepción dialéctica de unir los contrarios: lo particular en lo universal, en este caso. Ese autonombrarse particulariza el hecho, como si se nos dijera: Este hombre, con estos documentos de identidad en los que además del nombre: César Vallejo, está —de manera connotativa— la nacionalidad: peruano; este hombre particular ha muerto.
6. Oprimidos y opresores
Sin embargo, y no obstante esa individualización, el locutor poético, además, nos dice que antes de morir y durante toda su vida (en todo su camino: en ese jueves eterno) le pegaban «todos sin que él les haga nada; / le daban duro con un palo y duro/ también con una soga». Y, entonces, el padecer esos golpes de todos lo hace trascender su particularidad, porque esos golpes los sufre como hombre, como ser humano, y no solo como individuo, y menos porque le hayan caído en el cuerpo, literalmente, sino en su humanidad, pues él es parte de la Humanidad: de toda la Humanidad, la que sufre (los oprimidos) y la que hace sufrir (los opresores); ambos grupos humanos —oprimidos y opresores— constituyen ese todos, agresor denunciado. Todos le pegan: los opresores, por no dejar de golpear con el palo que es su símbolo represor, a los oprimidos con cuya soga, que es su símbolo de esclavos (los esclavos modernos del capitalismo), también le pegan al no rebelarse definitivamente contra esa opresión.
Pero no dejemos pasar por alto, el uso —otra vez— de los verbos: le pegaban (sin que) les haga nada. El primer verbo está en tiempo pasado y el segundo en tiempo presente (subjuntivo). Esto que, para un lector ingenuo, podría pasar como un yerro gramatical (exigiendo, probablemente, para que exista la concordancia, la siguiente forma: sin que él les hiciera nada), viene a confirmar lo hasta aquí aseverado de la «lógica» inflexible con que se está manejando nuestro poeta: le pegaban en un pasado que ha sido y sigue siendo presente, pues el hombre vive muriendo. Y por eso hemos leído en el segundo verso que ya tenía el recuerdo de su muerte, que es lo que le pasa a todo ser humano, como se confirmará con los versos siguientes:
son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos…
Como se ha visto en el terceto precedente, la constatación y aseveración de la muerte cotidiana del ser humano, para el poeta no es solo una hipótesis o una elucubración, sino un aserto definitivo; por eso, asegura tener testigos, como suele hacerse en el uso coloquial de la lengua y por eso creemos hallar cierto parentesco entre la expresión «son testigos» y las que se pueden constatar con estas expresiones: «no me corro/ a la mala/ le daban duro», así como en los diálogos cotidianos se suele jurar por algo o poner de testigo a alguien para dar mayor veracidad a lo aseverado. Pero contra lo que, lógicamente, se espera, luego del encabalgamiento («… son testigos//»), esos testigos no serán otros seres humanos, sino algunos «elementos» que desde una lógica gramatical (o racional) están incapacitados para testificar, pero que poéticamente sí cumplen esa función de testigos, en tanto demuestran palmariamente la figuración dialéctico-poética planteada por el poeta (qué mejores testigos que las cosas que nos acompañan durante toda la vida) y que, por otro lado, son elementos que ya se han venido mostrando desde los cuartetos, siendo necesario analizarlos con precisión pues no constituyen una mera repetición.
7. La síntesis poética
Obsérvese, en primer término, que en el elemento «los días jueves» (del segundo terceto) la palabra jueves cumple la función de adjetivo (además pluralizado) y no de sustantivo (y en singular) como se ve que tiene en los cuartetos («un jueves/ jueves será/ hoy jueves»), lo que hace que su significado también cambie y contribuya a cambiar el sentido del elemento todo, debiendo entenderlo como que se hace referencia a todos los días en que ‘se vive muriendo’ (bajo el sistema opresor del capitalismo), tomando el sentido que le estamos atribuyendo al poema de integrar lo particular en lo universal, fusionándolos en una unidad dialéctica de contrarios, siendo esta la fundamentación del quehacer poético de nuestro autor.
Y similar mecanismo poético —de transmutación— se puede observar con el elemento «los húmeros» del segundo cuarteto, en el que tiene la función de sustantivo para, en el segundo terceto, cumplir la función de adjetivo, calificando —con su connotación aliterativa— a todos los huesos de estar padeciendo humedad (la humedad del aguacero), y que, por eso, duelen, y por eso uno siente que los está usando —que se los está poniendo— a la mala.
Y, finalmente, el verso catorce (en el que —ley del soneto— debe concentrarse o condensarse la carga expresiva del texto total) está compuesto por otros tres elementos que ya han sido aludidos de manera singular en los cuartetos. Recordemos: lo solo (del v. 8) es la cualidad del individuo, lo particular dentro de lo genérico que es la soledad (v. 14) y que es común al ser humano; del mismo modo la lluvia (v. 14) viene a ser la generalidad del aguacero (v. 1), e igualmente el elemento los caminos (v, 14) es la generalidad de mi camino (v. 8): las vidas de todos en relación con la vida del locutor poético. Es así entonces cómo el ciudadano Vallejo (en representación de cada individuo) se funde con el humano Vallejo (en representación de la humanidad) para universalizar lo particular o, a la inversa, para particularizar lo universal.
Pero, asimismo, en el verso 14 se desestima cualquier interpretación apresurada que pueda atribuir al poema una tonalidad pesimista, en tanto en él en efecto se presenta una imagen del hombre en soledad, pero sólo en cuanto esa es una realidad inherente a la sociedad moderna. Sin embargo, no debe dejarse pasar de largo el elemento solidario la lluvia (pues no olvidemos que “cuando llueve todos se mojan”) que significa también una integración clasista de todos los que padecen ese «aguacero» de golpes o improperios, y el elemento los caminos que permite vislumbrar salidas colectivas para romper precisamente con esa soledad, estos elementos, pues, dejan entrever más bien una apertura hacia el optimismo de un futuro siempre perfectible.
En conclusión
En este poema vemos puesto de manifiesto el esperanzado humanismo vallejiano, el mismo que —genéricamente— es graficado por su famoso verso: «Hay, hermanos, muchísimo que hacer». Podemos concluir diciendo que la crítica de la sociedad burguesa no obnubiló nunca la esperanza humanísima de nuestro poeta.
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🖼️ Ilustraciones: (Portada) César Vallejo, Anonymous Unknown author, Public domain, via Wikimedia Commons ▫ (En el texto) Vallejo en París, Anonymous Unknown author, Public domain, via Wikimedia Commons .
Revista Almiar – n.º 133 / marzo-abril de 2024 – MARGEN CERO™ – 👨💻 PmmC
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Excelente, gracias
Excelente maestro, como para leerlo muchas veces.
Gracias, Freundt Rodolfo, por tu comentario. Es un estímulo para seguir escribiendo.