relato por
Luis Amézaga
E
s un triunfador de los que salen en la lista Forbes. Se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad de Stanford y cursó Economía en el Instituto de Tecnología de Massachusetts. Domina tres idiomas: español, inglés y alemán.
Sus primeros años de vida transcurrieron en Pamplona, en una vivienda del paseo Sarasate. Su madre era maestra y su padre era dueño de una empresa dedicada a la fabricación de barras de acero inoxidable que exportaban al mundo entero. Mateo, desde niño, tuvo las puertas del mundo abiertas para soltar amarras y buscar territorios inexplorados. No se contentaba con cursar sus estudios académicos reglados, investigaba mil temas por su cuenta, dedicaba su paga adolescente a invertir en Bolsa y a comprar pequeñas obras de arte que encontraba en el mercadillo de la plaza y en tiendas de segunda mano. Mateo no iba al cine, no tomaba cervezas con los amigos, no mataba las horas con videojuegos, no perdía el tiempo flirteando o navegando estúpidamente por Internet. A Mateo le gustaba dar largas caminatas por el campo, aprendía sobre pintura en los museos, anhelaba comprender la trayectoria de la humanidad leyendo a los más prestigiosos historiadores y filósofos. Mateo, ya desde muchacho, quería destacar para que la corriente que arrastra a las masas no se lo llevara por delante sin haber aportado algo de valor al mundo.
Con el transcurrir de los años, con la zancadilla de la desilusión que ofrece el amor romántico, con las ambiciones profesionales satisfechas —pero insatisfactorias—, con un regusto amargo por experiencias sin un sentido claro, dejó de caer en la trampa del tiempo: esa que te cuenta que en el mañana está esperando la felicidad, que el asunto fundamental trata de un lento proceso para encontrarse a uno mismo en medio del confuso paisaje.
Se rebeló. Lo que era ya lo era, siempre lo había sido, siempre lo sería. No necesitaba agregar más conocimientos, más riqueza, más poder e influencia social. Su madurez era rebeldía. Demorar las decisiones es una excusa para no tomarlas. Conocía personas que se subían al carro de los pensamientos y no se bajaban de él. Les iba la vida en defender unas ideas, identificados con su proyección hacia el futuro o su historia mil veces recitada del pasado. Conocía también quienes conectaban con su presencia no catalogada por ideas de manera intermitente, dependiendo de las circunstancias y de los problemas. Mateo aspiraba a pertenecer al grupo de individuos que por experiencia, o por gracia, han quedado vacunados contra la autoimportancia y están en el aquí y ahora, sin ideas a las que presentar sus respetos. Esa presencia mueve tal flujo de energía que hace de cada momento, el momento; de cada instante, una eternidad. Esos individuos actúan como un imán sin darse cuenta.
Mateo hizo carrera en Estados Unidos hasta que el hartazgo le llegó de manera fulminante. Ahora toma —ajeno al mundo que lo rodea— una cerveza, sentado en el sofá de su casa en la parte antigua y señorial de Boston, en la calle Boylston Street. Curiosea un libro que ha tomado prestado de la biblioteca pública que abrieron en un edificio del siglo XIX que se halla frente al Hotel Charlesmark. En el libro que hojea se habla de la puerta misteriosa del antiguo templo de Padmanabhaswamy. Protegida por dos cobras hábilmente esculpidas, la puerta carece de pernos, cerrojos, pasadores o cualquier otro sistema para ser abierta. La leyenda cuenta que tras ella se esconden riquezas inimaginables, y solo puede ser franqueada por «Sadhus» de alto nivel, familiarizados con el conocimiento del cantar del Garuda Mantra, ya que se cree que fue sellada por las ondas sonoras de un canto secreto perdido en el tiempo. Un sonido debe seducir su apertura pues otro sonido fue el que la precintó. Hasta ahora nadie ha sabido dar con la entonación que la torne accesible.
Ubicado en Thiruvananthapuram (Kerala, India), este antiguo templo cuenta con ocho bóvedas subterráneas, de las cuales cinco han sido abiertas y exploradas. No hay registros sobre la fecha de fundación de este templo del Cielo que mantiene aún algunas estancias inaccesibles para los hombres. Entre ellas, esta cámara oculta que nos ocupa, custodiada por la puerta sellada, es la atracción más importante: se ha convertido en el árbol del Paraíso que tenemos vedado probar, el sello de la tentación. Las leyendas cuentan que cualquiera que ose intentar abrirla, violentándola, provocará resultados desastrosos para sí mismo y para el mundo entero. El templo de Sri Padmanabhaswamy es uno de los lugares más protegidos del planeta, vigilado por detectores de metales, cámaras de seguridad y más de doscientos guardias, algunos de los cuales están equipados con armas pesadas.
Mateo echa un trago generoso a su cerveza Samuel Adams. Esa historia que acaba de leer pone en alerta sus sentidos. No identifica el porqué, pero así es. Cree que cualquier contenido intelectual que se añada al ego lo fortalece y se convertirá más tarde en obstáculo. Se diría que esa puerta del templo guarda algo importante tras ella. Su inexpugnable postura no parece ceder a súplicas ni violencias.
Lo llaman por teléfono, le vienen a casa unos amigos para extraerlo del sofá, pero ha decidido no moverse hasta que la presencia sin localización fija deje de ser algo anecdótico en su vida, hasta que sea una constante, no una experiencia discontinua. Ha abandonado sus obligaciones académicas, laborales y sociales. Pero no tiene la impresión de haber abandonado nada. —Sin salir de su patio trasero la persona sabia llega a conocer el mundo — responde a quien le anima a salir de aquel enfermizo retiro, simulando la postura de la puerta sellada del templo de Sri Padmanabhaswamy. —En el corazón iluminado se encuentra todo lo que se necesita. Sin él, nada sirve de consuelo—. Frases…, suelta frases que los demás reciben como las palabras de un hombre febril. Parece un alma en pena, un pobre de espíritu; y como tal, los éxitos del mundo no le suponen riqueza alguna ni serenidad de ánimo. Se esforzó de verdad por llegar a la cima del mundo, por dejar un legado importante a las generaciones futuras, y ahora todo eso no significa nada para él.
Abre otro botellín Samuel Adams. No le importa perecer en el intento de comparecer ante la verdad. Su casa en Boylston Street es un buen lugar para abrir la puerta que une las aparentes estancias estancas de su existencia humana. Es una actitud la suya que podría calificarse por un observador ajeno, de tozuda, de arrogante incluso. Pero no, solo es desesperación. Cuando oyes que te llaman debes dar un paso adelante, ofrecer un gesto que sirva de acuse de recibo. Y eso ha hecho. No le gusta pronunciar su nombre: Mateo. No hace falta. Un nombre excluye otros nombres.
El alcohol suave es un analgésico de lo cotidiano, permite a la zona alta de su cerebro conectar con las honduras del corazón. Cambia el botellín vacío por otro lleno. Vuelta a empezar el rito de una ebriedad dormida antes del despertar. Le asalta la idea de que la irrealidad es ruidosa, basta, que no atiende a la multitud de matices y que te arrastra por la fuerza, mientras que la verdad es silenciosa, no muestra resistencia a lo irreal, está plagada de gradaciones, de formas, de veredas. Si sé diferenciarlas es que conozco ambas —piensa. Pero el pensamiento no es real.
Se levanta del sofá. Sigue impregnado de la lectura reciente. Se acerca, sin saber muy bien qué está buscando, a una despensa que hay al final del pasillo. Al fondo de esa despensa se halla una puerta cerrada que nunca le ha llamado la atención hasta hoy. Ahora sí la observa, intentando verla en todos sus detalles por primera vez. La puerta presenta en su centro un pomo saliente, pero carece de bisagras y de cerraduras. Es como el dibujo de una puerta con un bulto en la pared. Se da cuenta al instante de que esa puerta ha vivido lactante en su subconsciente. Esa puerta escondida en su memoria es la que ha provocado la atracción hacia la historia de la bóveda oculta del Templo Padmanabhaswamy en Thiruvananthapuram. A él no le interesan los tesoros ni los misterios. Le atrae la verdad. Observa y se deja observar por la puerta al fondo de su despensa. No sabe cantar el Garuda Mantra. ¿Y si la puerta solo se abre desde el otro lado? ¿Qué habrá al otro lado? En su despensa no hay espacio para otro lado. Pero ahí está esa puerta reclamando la posibilidad.
Una visión interna recoge sus sentidos en un puño: ¿Y si no existe en realidad ninguna puerta, si resulta que es un engaño óptico, una impresión alucinatoria? Si no hay puertas, no hay saltos ni cambios de escenario, solo continuo. Es la mente la que necesita idear mojones para escenificar avances, separaciones, límites, otros espacios. Y en realidad el espacio de dentro de una caja es el mismo que el de fuera de la caja. Cierra los ojos para empaparse de esa idea. Cuando los vuelve a abrir, la puerta ya no está ahí, nada hay al fondo de la despensa. De hecho, no está tampoco la pared. Es espacio abierto, un océano de cerveza con sus millones de parroquianos habituales acodados en la barra brindando por el novedoso descubrimiento.
No sabe con qué propósito, pero ha de tomar un avión rumbo a la India, a Kerala, a visitar el templo Padmanabhaswamy. Y eso es lo que hizo al cabo de unos días, una vez solucionados los asuntos de logística. Era el primer movimiento fuera de su casa en semanas, lejos de su sofá. Ignoraba cuál sería el siguiente paso una vez en Kerala, pero ya lo descubriría llegado el momento. Esa seguridad se la daba el hecho de que por fin se sentía real, no un ser vaporoso. Quizá, quién sabe, una vez plantado ante la puerta sellada, le daba por entonar el Asturias, patria querida… No tenía prisa, ahora tenía la llave que abría todas las puertas, la llave que no es llave porque las puertas no son puertas.
Luis Amézaga. Nacido en el año 1965 en la ciudad de Vitoria (España) donde vive actualmente. Entre lecturas y escritos concibe la medida del tiempo. Mantiene habitualmente el blog El búnker travestido: http://bunkertravestido.blogspot.com.
Ha escrito artículos y colaborado en diferentes revistas literarias: Bolsa de Pipas, Letralia, Ariadna, Narrativas, Almiar-Margen Cero, Groenlandia, Agitadoras… Ha participado en antologías de relatos y poesías como La Casa del Poeta (Noche Polar), Doble en las Rocas y Escribir en Crisis (Editorial Letralia), o Antología de poesía Viejoven (Versátiles Editorial). Es autor de varios libros de poemas: El Caos de la Impresión, A Pesar de Todo… Adelante, o Los Alrededores del Idiota. Con el poemario Bolsa de Canicas obtuvo el premio en el certamen convocado por la revista literaria Katharsis y se publicó revisado en segunda edición en el año 2012. Ofreció a los lectores el libro de máximas y aforismos El Gotero en la revista Groenlandia. Con el poeta Adolfo Marchena publica el libro de crónica poética La Mitad de los Cristales. También compartió proyecto en su libro dietario El Reloj de Arena junto al escritor hondureño David Morán. Destacar la publicación del libro de sentencias, crítica y pensamiento, que ha recogido bajo el título Una semana de arresto domiciliario. Cuenta con un librito de relatos titulado Tarde de Moscas, y su flamante trabajo publicado con la editorial Amarante bajo el título: Vuelos rasantes, un ejercicio narrativo que cuenta con nueve historias perturbadoras. Su última entrega a los lectores es Los ladrones de ideas, que obtuvo el segundo premio del IV Concurso Literario de Relatos «Letras Cascabeleras». El relato aquí publicado está incluido en el libro inédito La silueta interior.
📩 Contactar con el autor: luisamezaga43 [at] gmail [dot] com
Ilustración relato: Imagen realizada mediante técnicas IA.
TRES RELATOS SORPRESA (traídos aquí desde nuestra biblioteca)
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Revista Almiar · n.º 135 · julio-agosto de 2024 · 👨💻 PmmC · MARGEN CERO™
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