artículo por Héctor M. Magaña

A uguste Comte no creía en la durabilidad del período metafísico, esto se ve claramente en toda su filosofía. El período metafísico era solo un período de transición entre el teológico y el positivo. Es muy fácil distinguir el período teológico y el positivo, ya que el primero remite a una época de deidades, paganismo, magia y superstición, etc.; el positivo, por otro lado remite a la ciencia, la revolución industrial. La ciencia se vuelve casi una religión por completo: ¿su dios? La humanidad entera.

Pero el período metafísico es más difícil de distinguir: ¿Qué elemento resalta en el período metafísico? ¿En llamar al universo como un dios? ¿El regreso al monismo, al hinduismo, al orientalismo, a la combinación de todas las anteriores? ¿Qué producto original ha tenido este período? ¿Piedras mágicas, terapias emocionales new age, terapias suaves, acupuntura, cuarzos? El período metafísico inicia cuando el hombre cambia a los dioses por demiurgos, por «fuerzas», por abstracciones. Con el nacimiento de la filosofía romántica de Fitche, Hegel y Schopenhauer, nace también (y se extiende) el interés por la mente, específicamente por las regiones oscuras de la mente humana (ya Goethe había sido un notable predecesor de esos asuntos).

Los románticos del siglo XIX estaban empezando a ser remplazados por los realistas, y ellos se guiaron por Comte. A finales del siglo XIX y a inicios del XX dos fuerzas del pensamiento coexisten: la positiva (Comte) y la romántica (Goethe), ¿quién terminará por fusionarlas? Sigmund Freud.

Sigmund Freud tratará de investigar lo irracional, lo oscuro, lo escondido y bajo que yace en el hombre en pos del racionalismo, la mente, la realidad. Se puede decir que el período metafísico tiene como hijo al psicoanálisis, que ha remplazado a Dios por el inconsciente, la Santísima Trinidad por la suya propia (el Yo, el Ello y el Superyó) —recordemos que dentro de la trinidad positiva de Comte es: Gran Ser, Gran Medio y Gran Fetiche—. El período metafísico inicia con el psicoanálisis.

El psicoanálisis tuvo un impacto importante en el campo de la psiquiatría y en el de las humanidades o artes. Ambos sectores desarrollaron, contribuyeron y mejoraron el psicoanálisis a tal grado que las bases freudianas has sido «superadas» (tanto así, que se ha vuelto un lugar común criticar el psicoanálisis freudiano). Esto ha sucedido a tal grado que muchos «psicoanalistas serios» tienen ínfulas de artistas, escritores y filósofos, y a su vez vemos a «psiquiatras fracasados» usando el psicoanálisis para sus trabajos literarios o pictóricos. Ambos se apoyan mutuamente: por un lado tenemos a Carl Jung que se ha vuelto el favorito de los artistas, a André Bretón que estuvo conviviendo con psiquiatras antes de crear el surrealismo, y a Lacan, la nueva star intelectual del momento. No podemos culpar a nadie por este interés en el psicoanálisis que creció durante todo el siglo XX. Los teóricos del psicoanálisis al igual que los judíos y los cristianos que redactaron los textos bíblicos más importantes tienen algo en común: seducen por su capacidad literaria. No hay nadie que se haya resistido (por muy ateo que sea) al libro de Job, o los libros de san Juan Evangelista —quien con la primera oración ya tiene atrapado al lector—, y Pablo de Tarso; del mismo modo Freud seduce por los temas tan universales que toma: el mal inherente en el hombre (pulsión de muerte), el deseo mismo (pulsión de placer), los sueños, los miedos, la relación entre hijos y padres. En la moral incluso, Freud crea la suya propia: una moral basada en el superyó, en la represión Yo-Otro.

Sigmund Freud

El psicoanálisis, en fin, es superior, literariamente, que cualquier campo de estudio. Una herencia de los románticos. El positivismo que quedó dentro del psicoanálisis es más bien una estructura elegante, que se autojustifica, que funciona por la creación de una verborrea elegantemente cientificista. Un barroquismo de corte positivista, y ¿quiénes son los máximos exponentes? Jacques Lacan, Julia Kristeva, Michel Foucault (de cierto modo), etc. Todos ellos expertos en redactar, en seducir, en atraer, en poner en jaque nuestras propias ideas para redefinirlas, pero todos ellos, más allá de esta seducción son ignorantes en conocimientos científicos, esto ha sido señalado por autores como Michel Onfray, Michel Houellebecq, Karl Popper, Mario Bunge y Noam Chomsky. No obstante hay autores que salvan al psicoanálisis de ese barroquismo moderno, como Clara Thompson, quien incluso es capaz de señalar los numerosos callejones sin salida en que se ha encontrado el psicoanálisis. Nos muestra sus progresos y sus dudas.

No declaro el psicoanálisis inservible, pero cuestiono su capacidad de entender realmente la mente humana, cuestiono ese psicoanálisis de escuela: ¿cómo justifica el autismo, el síndrome de Asperger, la epilepsia, la esquizofrenia, la depresión, etc.? El psicoanálisis mostró algo oculto en nosotros y es el poder del lenguaje, de cómo se puede jugar con las abstracciones para crear nuevas. Cuando uno va al analista, le ofrece diferentes terapias para que el paciente ponga en duda sus propias palabras. El verbo es Dios, sí, pero también la realidad. ¿El analista destruye la realidad, para poder recrearla?

El psicoanálisis ofrece la oportunidad de poner en duda nuestro propio discurso, de reflexionar y de meditar sobre el peso de cada palabra. No es de extrañar que sus ideas hayan potenciado a escritores y artistas, (como por ejemplo, Ernesto Sábato, quien usó el psicoanálisis para entender las capacidades del individuo) pero cuando uno necesita ser reconfortado y escuchado, ¿no es el psicoanálisis un arma mortífera? No es de extrañar que Virgina Woolf saliera más afectada después de buscar ayuda en él, o que Alice Miller notara que los traumas se «sublimaran— más escurridizamente después de recibir terapia de un analista. Tal como lo ejemplifica en la novela Ampliación del campo de batalla de Michel Houellebecq el psicoanálisis nos deshumaniza de poco a poco. Aunque ponga en duda nuestras propias ideas, en gran parte el psicoanálisis encaja perfectamente en esta cultura del narcisismo, como lo ilustra notablemente Gilles Lipovetsky en sus ensayos.

Las escuelas de psicoanálisis, las academias, los gremios, las cofradías, las sectas e iglesias del psicoanálisis si bien sirven como una biblioteca que consigue perfeccionar y difundir  la «verdad» del psicoanálisis es también un arma de doble filo, pues al ser también preservadora, un sistema que se autoreproduce, también se vuelve juez y verdugo. Un analista es un traductor, un intérprete de la voz de nuestra mente, pero ¿en verdad conocen al autor? ¿No sería mejor que el psicoanálisis fuese una actividad de autotraducción? ¿De autointerpretación y entendimiento?

Hay que cuidarse del culto al psicoanálisis, pues su cacería de brujas es más insidiosa y perversa si no la sabemos estudiar: tuerce nuestras palabras, nuestras mentes, nuestra realidad. Nos hace enemigos de nuestros semejantes, convirtiéndonos en seres ensimismados en nuestros propios laberintos mentales. Sí, el período metafísico tiene una iglesia y una fe (una entre varias): la iglesia del psicoanálisis se yergue atractiva en su literatura, en su aire de paz y escucha, pero es deber de quienes interactuamos con ella de expulsar el «mal» que conlleva inherentemente, pues el analista puede ser sacerdote y diablo si nos descuidamos.

 


 

Héctor M. Magaña (Xalapa, Veracruz, 1998). Es escritor de varios cuentos, traducciones, ensayos y reseñas. Algunos de sus textos han aparecido en medios y revistas como Los no letrados, Monolito y Nocturnario, entre otros. Participó en el taller de novela impartido por Fernanda Melchor en la Universidad Veracruzana. Estudia Literatura y está a la espera de la publicación de un libro de cuentos titulado El hombre que veía a Bob Esponja y otros relatos.


🖥️ Contactar con el autor: hmm271527 [en] gmail.com

👀 Lee otros artículos de este autor: Una teoría de conspiración sobre las teorías de conspiración ▫ Tetraktis: el dios que vendráDeleuze – Rousseau: una educación de límites y situaciones

Ilustración artículo: (portada) Foto por Peter Herrmann en Unsplash ▫ (en el texto) Sigmund Freud, Ferdinand Schmutzer, Public domain, via Wikimedia Commons

Artículo El positivismo y el psicoanálisis

Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 131 · noviembre-diciembre de 2023

Lecturas de esta página: 205

Siguiente publicación
La ceniza es lo que queda tras el fuego, ceniza…