artículo por Héctor M. Magaña
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ace poco se volvió viral la intención de Elon Musk de comprar Twitter. La noticia creó la polémica sobre los límites en que el sector empresarial podía influir en la libertad de los usuarios o la influencia política que ellos tengan. No es la primera vez que las redes sociales se ven envueltas en temas polémicos.
Durante las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016, la empresa Cambridge Analytica jugó un papel importante a la hora de influir en las votaciones de diversos usuarios de Facebook, Twitter, etc. No era la primera vez que la empresa informática se veía envuelta en escándalos de índole similar. La cantidad de información personal que se obtiene a través de los algoritmos de la Big Data pone a prueba la ética misma de la informática. Tal como lo resalta Gilles Lipovetsky, los nuevos tiempos han creado una nueva cultura de la ética. La ética no había sido nunca tan importante, y de ello se desprende el crepúsculo del deber y la moral:
La moral de los negocios no prescribe la abdicación de uno mismo, afirma la adecuación de intereses particulares y de competitividad. Con las constituciones de las empresas, la ética logra unirse, al menos en principio, con las inclinaciones humanas a la responsabilidad, con el desarrollo personal, con el progreso social. (G. Lipovetsky, 2000, El crepúsculo del deber. Barcelona: Anagrama, p. 251).
Es importante señalar que la preocupación ética ya no se dirige exclusivamente a los gobiernos, a la política y el sector legal, sino que el sector empresarial ha estado en el ojo de la ética hipermoderna. A inicios de los ‘90 muchas empresas fueron noticia debido a diversos escándalos tales como la calidad de sus productos o la cantidad de problemas legales y económicos que padecían. Nestlé, por ejemplo, fue una de las compañías más odiadas por su excesivo consumo de agua en el continente africano; la línea de ropa Abercrombie & Fitch fue ampliamente criticada por sus políticas claramente racistas, sexistas y por las exigencias poco éticas que se le imponían a sus empleados para ser contratados; Zara, la cadena de moda española, ha sido foco de diversos reportajes y documentales donde se revela que sus diseños son de poca vida útil lo que hace que la ropa de la marca sea altamente desechable lo que contribuye al aumento de tiraderos de ropa en Chile; las diversas granjas chinas que tienen consorcios en Brasil contribuyen al aumento de la deforestación del Amazonas, etc.
No cabe duda, las noticias donde se pone en duda la ética de la gestión empresarial y la calidad de sus productos son más abundantes. Es más, en los primeros años del siglo XXI ha quedado claro que las empresas son incluso fuente de problemas de derechos humanos importantes que anteriormente eran atribuidos al Estado. Un caso obvio es la cantidad de mano de obra barata que tienen las empresas de moda, empleados que se encargan de toda la mano de obra textil y cuyo salario es inferior al salario minino de sus respectivos países y cuyas horas de trabajo superan por mucho la de cualquier empleado promedio. Se habla de esclavitud en el siglo XXI, de una nueva dictadura del capitalismo, de un desenfreno y vicio de la sociedad moderna.
¿Cuáles son las consecuencias de ello?
Antes de contestar debemos de ver que el nuevo siglo, el siglo XXI, ha producido uno de los cambios más importantes en relación con el conocimiento. La universidad, antiguamente productora y protectora de conocimiento ha cambiado drásticamente. Sigue siendo la gran productora de conocimiento científico y cultural, no obstante la aplicación de este conocimiento ha sido apropiada por el sector privado. Esto parece iniciarse en el siglo XX. Tal parece que Roberto Arlt en la novela Los siete locos logró una descripción precisa del mundo dominado por el sector empresarial y privado:
Ahora bien, cuando llegué a la conclusión de que Morgan, Rockfeller y Ford era el poder que les confería el dinero algo así como dioses, me di cuenta de que la revolución social sería imposible sobre la tierra porque un Rockefeller o un Morgan podían destruir con un solo gesto una raza, como usted en su jardín un nido de hormigas (R. Arlt, 2017, Los siete locos. Buenos Aires: Clásicos B, pp. 148).
Es incluso bien sabido que en los años iniciales del fascismo, Henry Ford era admirador de Adolf Hitler, y él de Henry Ford. No cabe de duda de que el sector empresarial empezaba con el pie izquierdo en el mundo político. No obstante, es el sector empresarial el que inicia con la aplicación del conocimiento científico. Internet nació como proyecto militar-gubernamental llamado DARPA, pero pronto los sectores privados se apoderaron de él. El sector tecnológico en el siglo XXI es casi exclusivamente privado. El sector de salud no se queda atrás, pues incluso el año pasado en Estados Unidos hubo un gran revuelo por la aparición de Elizabeth Holmes y el fraude en que se vio envuelta su empresa de equipo médico. Así pues llegamos al 2022, año del Gran Confinamiento, la COVID-19.
No es coincidencia que las teorías de conspiración que circularan en Internet involucraran empresas. Se acusaba a Bill Gates de colocar chips en los pacientes contagiados, de la extracción de «liquido de las rodillas», de que la enfermedad fue creada en algún laboratorio de China, o Estados Unidos o por alguna organización independiente, de que la COVID fue creada para eliminar a los pobres y marginales, etc. Cuando salió la vacuna las teorías fueron igualmente de descabelladas: una empresa que hace vacunas con fetos, que se colocan chips, que el contenido de la vacuna provoca autismo en niños, etc.
La creación de teorías de conspiración en momentos de crisis mundial es una clara reacción de que el sector privado es claramente cuestionable en sus procedimientos, productos y contratación. La ciencia se pone en duda hasta en las verdades esenciales y esto es una clara señal de que uno de los problemas que aquejan a nuestro tiempo es que el capital cultural, científico y tecnológico no puede cederse exclusivamente al sector empresarial, pues su incompetencia al momento de presentarla al público es claramente obvia ya que sus intereses económicos y privados nublan el juicio ético que se debe tener al usar estas tecnologías. La pandemia nos enseñó eso, y es una de las lecciones de las descabelladas teorías de conspiración. Las teorías QAnon, por ejemplo, ¿no es acaso Donald Trump el arquetipo de este sector agresivo económicamente y sin escrúpulos el que está detrás de toda la falta de confianza en la ética tecnológica y científica? Y de ser así, ¿por qué se le reverencia? ¿Por qué seguimos creyendo ciegamente que el capitalismo neoliberal será el futuro de la ciencia y de la tecnología? La pandemia nos enseñó que nuestros modelos económicos necesitan un urgente cambio.
Héctor M. Magaña (Xalapa, Veracruz, 1998). Es escritor de varios cuentos, traducciones, ensayos y reseñas. Algunos de sus textos han aparecido en medios y revistas como Los no letrados, Monolito y Nocturnario, entre otros. Participó en el taller de novela impartido por Fernanda Melchor en la Universidad Veracruzana. Estudia Literatura y actualmente está a la espera de la publicación de un libro de cuentos titulado El hombre que veía a Bob Esponja y otros relatos.
🖥️ Contactar con el autor: hmm271527 [en] gmail.com
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Ilustración artículo: Fotografía por Brett Jordan [en Pexels]
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 129 · julio-agosto de 2023
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