artículo por
Nicole Schuster

Resumen

En este artículo, la autora ahonda en el contexto político-cultural del que emergió el movimiento surrealista a principios del siglo XX. También se analiza la ruptura que provocó la posición polémica que Louis Aragon, uno de los fundadores del surrealismo, adoptó frente a la Revolución rusa y al régimen que nació de ella. La evolución del surrealismo salió herida del dilema existencial frente al cual el régimen soviético había colocado al mundo de la creación artística en general, siendo la cuestión dilemática: ¿se debe defender el arte por el arte o la vocación del arte es la de asumir un compromiso político?

A

partir de 1850, en Francia, se independizó la literatura para constituir un campo que adoptaría una posición distante para con los órganos del poder y de la sociedad. Como consecuencia de lo expresado anteriormente, se formó una clase aristocrática literaria, que, en mi opinión, encontró su máxima expresión en la literatura de la «anarquía de derecha», conocida igualmente como «anarquismo libertario». Esta corriente se oponía a las normas rígidas que regían el pensamiento y el comportamiento sociopolíticos y tiene raíces en la clase aristócrata del Antiguo Régimen (Ancien Régime). Uno de sus máximos representantes fue François Ferdinand Céline [1], el escritor francés (1894-1961), al que se culpa hasta ahora de haber sido fascista. Vale indicar que muchos discrepan con esta acusación, alegando que, en su alocución «Homenaje a Zola» [2], Céline fustigó el fascismo, así como las sociedades burguesas y marxistas [3].

Aparte del surgimiento de la aristocracia literaria, la segunda parte del siglo XIX fue testigo del nacimiento de una nueva clase de profesionales, los «intelectuales», que se colocó al margen de la literatura y de la universidad y que nació del debate surgido a partir del famoso artículo de Zola, J’accuse [4], (Yo acuso), publicado en respuesta a la condenación injusta de la que fue víctima el capitán Alfred Dreyfus. Con ello, el campo sociopolítico se estaba volviendo el área de intervención del intelectual, pero el escritor quedaba excluido de este proceso de interpelación [5]. A esos dos elementos se unió otro de suma importancia que impactaría en el devenir de la literatura y en su rol en la sociedad: la Revolución rusa de 1917, que apenas consumada ocasionó una polémica alrededor de la autonomía del arte frente a la revolución y se convirtió en la punta de lanza del debate sobre el compromiso de la literatura para con la política.

Al igual que muchos otros campos, la literatura se encontró arrastrada por los eventos políticos en un dilema simbolizado por la dicotomía derecha/izquierda o compromiso/no compromiso que generó la posición radical de los comunistas rusos en esa época de transición hacia el socialismo. La Revolución rusa ejercía una cierta fascinación sobre los franceses que veían en ella la continuación de la Revolución francesa de 1789 y equiparaban las figuras de Lenin y Trotsky a Robespierre, Saint Just o Danton [6]. Lo anterior se debe a que Europa carecía de ideales: en el albor del siglo XX, países como Francia y Alemania enfrentaban una crisis moral e intelectual, una desilusión sin precedentes frente a la guerra que se tradujo en la muerte de millones de civiles, artistas… Por lo tanto, el fenómeno ruso resultó oportuno para muchos al brindar la esperanza de un mundo sin clases y un afán de libertad.

Originado por la conjunción de los factores antes mencionados, se creó el movimiento surrealista francés encabezado por André Breton y Louis Aragon [7]. Al inicio, fue intermediado por la corriente Dada, fundada en Zúrich por un grupo liderado por el rumano Tristan Tzara y que agrupaba jóvenes anhelosos de un mundo nuevo y no obstante nihilistas a la vez («Dada contra … Dada» era su lema). El dadaísmo no perduró, por cuanto no supo dar el salto cualitativo que le hubiera permitido superar la fase de provocaciones a la que había recurrido inicialmente a fin de atraer la atención sobre su causa. Su incapacidad de instaurar un proyecto revolucionario concreto lo llevó prontamente a la disolución.

André Breton

El espíritu de desengaño que reinaba en esos años se caracterizaba en los círculos artísticos e intelectuales por una tendencia al universalismo y al internacionalismo. Un sentimiento de rebeldía contra la sociedad burguesa y el racionalismo animaba a numerosos grupos. Es en ese marco que los surrealistas, y particularmente Breton, se interesaban por el inconsciente, que iba contra la razón y el espíritu cientista, que tanto castraban la creación artística. Breton fue notablemente influenciado por la teoría de Freud sobre los sueños, y el campo onírico devino en un tema recurrente en las obras surrealistas.

Es conforme a este «espíritu del tiempo» que, en su obra Manifiestos del surrealismo [8], Breton presenta a la literatura como antinstitucional y antiliteraria. A pesar de su actitud revolucionaria, pues los surrealistas hablaban de hacer «explotar la escritura», el surrealismo literario, en una primera etapa, no estaba abierto a la dimensión política. Si bien los vanguardistas consideraban que la literatura surrealista contenía en sí un grado de «revolucionalidad» [9], o sea, una cierta potencialidad revolucionaria caracterizada por su ruptura con las formas artísticas anteriores, no aceptaban que se transformara en una literatura del compromiso. Paradójicamente, el concepto de «revolucionalidad» inherente al surrealismo inducía al establecimiento de un paralelismo entre la revolución rusa y la literatura surrealista. Ello dio paso a una segunda etapa que se tradujo por el hecho de que el movimiento surrealista tomara partido por la revolución y los comunistas en nombre de: la homología de estructura, que une la posición de ruptura estética del artista vanguardia con la del revolucionario en política [10].

Los surrealistas esperaban que los comunistas les concedieran un rol de representación de la revolución en la literatura sin que ésta perdiera su autonomía. Pero para los comunistas, tal posición era inaceptable dado que la visión totalizadora que tenían del mundo les hacía percibir a la literatura como otro medio al servicio de la revolución y no como un fin en sí. Por lo tanto, no aceptaron otorgar la facultad de representación a un grupo que no fuera enteramente entregado a la causa revolucionaria.

Desde entonces, los comunistas consideraron a los surrealistas como diletantes burgueses, representantes del arte por el arte, mientras que los surrealistas no concebían una participación en la revolución que inmolara la independencia de la literatura en el altar del partido. Breton se separó del partido en 1935 a causa de esas posiciones incompatibles. Aborrecía la idea de un arte para «las masas» y de una literatura oficialmente sometida al partido. Esas disputas generaron fuertes cuestionamientos en cuanto al principio de «revolucionalidad» de la literatura surrealista. Es Trotsky quien dará una salida a la crisis existencial del movimiento surrealista. Su teoría de la «revolución permanente» [11], el papel que adjudicaba a la actividad poética, al arte y a los sueños y su crítica a Stalin fueron decisivos en el giro que dio Breton para con el comunismo. Trotsky aseveró que:

El partido no puede tener, en las cuestiones artísticas, un rol dirigente como en la política: lo máximo que se le puede exigir es seguir el desarrollo de las diferentes disciplinas artísticas, velar por sus posibilidades de expresión, alentar a través de su crítica las corrientes que le parecen «progresistas». El arte debe forjar su propio camino. Sus métodos no son los métodos del marxismo [12].

Trotsky ambicionaba originar un arte «abierto» que fuese «exento de las querellas de los círculos» [13] cerrados, lo que incitó a Breton a adherirse a la ideología trotskista y no aparecer como un traidor a la causa comunista. Pero la insistencia de Breton en guardar «la línea pura» del surrealismo llevaría sus amigos a rechazar su intolerancia doctrinal y a apartarse progresivamente de él. La separación más notaria fue la provocada por Aragon, que simbolizaría el dilema entre la línea surrealista, como la que quería perpetuar Breton, y la de los comunistas.

El compromiso hacia la Revolución rusa de Aragon fue tal que éste se convirtió en uno de los representantes de la literatura oficial del partido comunista [14], una opción que el partido consideraba ventajosa puesto que Aragon era un personaje bastante apreciado en los círculos intelectuales. En la ola de deserción que sufrió la línea «pura» de Breton estaba comprendido Paul Eluard, aunque, en su caso, ser miembro del Partido Comunista no significara que sometiese su escritura a la causa del comunismo, como sucedió con Aragon. Siendo un poeta del mundo y de los hombres, en los cuales creía a pesar de la política belicista y de la carnicería que esta última generó en la primera parte del siglo veinte, Eluard se realizaba más en su poesía cuando se hacía el portavoz de la mujer, objeto de adoración entre los surrealistas [15], y de la vida, cuyos horizontes le eran revelados por la mujer [16].

A diferencia de Eluard, Aragon permanecerá, con todo su talento y la admiración que suscitaba, como una persona muy controvertida por su entrega incondicional al Partido Comunista. Su enfrentamiento con Breton no pudo tampoco llevarlo a zanjar la cuestión del sentido de la literatura y a definir el grado de compromiso al cual ésta podía acceder sin tener que sacrificar su autonomía. Pero sí demostró que la poesía, como se expresó en la literatura de resistencia con Eluard, Ponce y otros, podía comprometerse.

El movimiento surrealista, cuya existencia fue amenazada cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, desapareció oficialmente en los años sesenta. Sin embargo, su influencia todavía se hace sentir en el campo de las artes.

NOTAS:

[1] Ver François Richard, Les anarchistes de droite, Editions Que sais-je? PUF, Paris, 1991, pp. 5-11.
[2] https://es.scribd.com/document/69923601/6806862-Hommage-a-Zola-Louis- Ferdinand-Celine.
[3] Ver https://fr.wikipedia.org/wiki/Louis-Ferdinand_C%C3%A9line
[4] Émile Zola, J’accuse, Editions Mille et une Nuits, 2003.
[5] Ver Benoît Denis, Littérature et engagement, Éditions Seuil, Paris, 2000.
[6] Ibid.
[7] Ver Henri Béhar, Le surréalisme, Editions LFG, 1992.
[8] Ver André Breton, Manifestes du Surréalisme, Editions Folio, Paris, 1985.
[9]En francés, révolucionalité.
[10] Ver Benoît Denis, Littérature et engagement, op.cit.
[11] Ver Léon Trotsky, La Révolution Permanente, Editions de Minuit, Paris, 1963.
[12] Ver Pierre Broué, Trotsky, Editions Fayard, 1988. En la misma obra puesta en Internet se puede leer esta declaración en la página 258.
[13] Ibid., p.259.
[14] Ver Les engagements d’Aragon. Itinéraires et Conta, Editions L’Harmattan, Paris, 2000.
[15] Ver, por ejemplo, Louis Aragon, Les yeux d’Elsa, Editions Seghers, Paris, 1996.
[16] Ver Paul Éluard, Poésies, Editions Hatier, 1996.

 


 

Nicole Schuster. Escritora francesa residente en Perú. Otros trabajos de ella se encuentran en los siguientes enlaces: https://independent.academia.edu/schusternicole ▫ https://schusternicole.academia.edu/research#papers

🖼️ Ilustraciones artículo: (portada) امنية حمورابي · حميدة السنان, (CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons) ▫ (en el texto) André Breton 1924, André Breton (1869-1966), Public domain, via Wikimedia Commons

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