relato por
Cristina Lorenzo
L
a bóveda celeste dibuja un cálido lienzo al fusionarse con el fuego del sol en pleno descenso. El cielo ha tintado sus cristales de hielo en brasas rojas, naranjas y magentas. Este último tono, a juego con los campos cubiertos de camelias que ha abandonado en el horizonte. De repente, los pequeños gorriones se apartan a los lados, al escuchar un chillido en la lejanía. Se trata de un águila —de plumaje marrón oscuro y grandes garras ganchudas— que viene de conquistar otros territorios. Las demás aves rinden homenaje ante su llegada y le facilitan el paso hacia el otro lado.
Vuela sobre el inmenso océano en compañía de un pequeño velero que se encuentra en medio, perdido entre las olas, y que al igual que el águila, viaja sin rumbo en busca de surcar otros mares y descubrir un nuevo mundo. El sol ya se ha escondido. Tan solo se percibe un pequeño haz de luz de entre las nubes, que vislumbra con el agua y sirve de guía al oscuro firmamento. De improvisto, la atmósfera comienza a cubrirse con un manto gris muy denso. La estampa deja el blanco velero en una mancha insignificante y abandonada, sometida al abismo y sin esperanza de volver a ver su resplandor al día siguiente. Las aguas están demasiado agitadas esa noche, y aunque su capitán está acostumbrado a navegar durante el temporal, el vórtice de su espíritu le impide mantener una actitud positiva y vencedora.
Ese día su experiencia no sirve de nada frente al potencial de las olas; no puede hacer frente a la fuerza mareomotriz, que balancea el velero vorazmente hasta dejar ver su orza. La corriente lo arrastra de un lado para otro del casco. Aunque intenta mantenerlo erguido, finalmente se rinde ante su adversaria. La tormenta procedente del norte se ha apoderado de todo el perímetro. Los tronidos retumban en el horizonte hasta que las lágrimas de furia se descargan de los cúmulos geométricos. Un soplido lleno de bravío parte en dos el mastín. La popa se cubre de agua y se hace demasiado tarde para impedir su hundimiento. La única opción que le queda es: arroparse con el chaleco salvavidas y embarcar en la pequeña barca auxiliar para intentar sobrevivir.
El transcurrir de las horas se hace cada vez más difícil de llevar; sin abrigo ni cobijo, y con su cuerpo expuesto a la radiación en medio del oleaje, tan solo un milagro consiguiera su salvamento. La temperatura de su cuerpo desciende con rapidez los límites normales, su respiración cada vez se percibe más fatigada, la esperanza se difumina por segundos… Se despide del firmamento cada vez que cierra los ojos, especialmente cuando un nuevo resplandor cargado de energía le sorprende por su espalda. Desde luego, se acerca el final.
Se denomina la noche eterna, donde las ánimas perdidas descargan su rabia hasta desahogarse por completo. Al poco tiempo, entre el relincho de la tempestad, se escucha una voz aguda y celestial que armoniza el bravío de la tormenta. Es el sonido del viento transmutado en paz. Un silencio que solo él percibe. Tumbado, quieto, paciente… En la incómoda barca auxiliar, busca la posición más cómoda y no tarda en acurrucarse en posición fetal. Aprieta sus rodillas contra su abdomen e intenta parar la tiritona de su templo. Gira un poco la cabeza para orientar la mirada hacia las estrellas, pero se han difuminado. Están ocultas tras las masas de vapor suspendidas en la atmósfera. Cada vez percibe más silencio. Se da por vencido. Decide cerrar los ojos y dejar su vida al sino.
Al poco tiempo, la oscuridad se vuelve más clara. El temporal da una tregua, o más bien el sol le ha ganado la batalla. En el horizonte, poco a poco la negrura palidece hacia un azul marino que, a su vez, se tiñe de amarillo al descubrir el astro bajo el agua, como si despegara desde las profundidades hasta el cénit celeste. De una manera lenta, pero con un impecable ascenso. Sus rayos penetran en las córneas del capitán, ahora náufrago. Abre los ojos lentamente y mira hacia arriba. Contempla un lienzo liso, azul celeste. Las densas nubes de hace unas horas se han disipado. El bravo bramido de la tempestad nocturna queda en suspenso. Sus manos buscan apoyo y mediante el cordón de agarre incorpora su cuerpo. El sol, por fin, sale de su madriguera en su totalidad, después de hundirse toda la noche en el fondo de las aguas tan frías. El capitán estira sus brazos para dejar que su cuerpo eleve la temperatura. Una débil sonrisa se dibuja en su cara. Está siendo testigo de que sí puede ser. El sol vuelve a brillar y, además, parece que le hable. ¡El brillo, el silencio y su significado! Hasta las gaviotas han pausado su graznido ante la poderosa esfera; capaz de cambiar los colores de cuanto toca, y de transmutar las emociones de quien lo observa.
El sol, diamantino, ocupa casi todo el cielo ahora. Su resplandor hace romper el mutismo al compás del cántico de los pájaros. El náufrago gira su cabeza para mirar hacia el otro lado, con torpeza y dificultad debido a su debilitamiento. Se frota los ojos y su boca se abre de una cuarta. No puede creer lo que está viendo: una playa. Es diminuta y está algo descuidada por el acopio de algas, pero para él se trata de un paraíso. Ver tierra firme, después de perder la esperanza de volver a poner sus pies sobre ella, es como volver a nacer. La arena y el mobiliario urbano cobran un nuevo sentido, más bien un milagro. Mira hacia el astro y da las gracias. Después cierra los ojos y se lame los labios salados. Su olfato ya huele a café recién molido, y a tostadas cubiertas de mermelada para el desayuno.
Cristina Lorenzo es una autora vallisoletana afincada en Pontevedra desde el año 2003. Su trayectoria laboral ha sido protagonizada por la contabilidad, administración de fincas y dirección de equipos. Independientemente de su profesión, en los últimos años se ha estado formando en el ámbito psicológico. Se inició en la literatura de manera profesional en el año 2019, al publicar su primera novela, ¡Mírame! No soy invisible, con la editorial Restart. Al año siguiente publicó, junto a otros autores, un libro solidario de poesía titulado Entre Todos cuyos fondos fueron destinados a la Asociación Cruz Roja. A principios de este año 2021, salió a la venta su segunda novela en solitario La Gitanilla de Oriente publicada con la editorial Indie Libros. Además de escribir novela, colabora de forma habitual con un periódico digital de Vigo muy popular donde comparte artículos relacionados con la salud y, de manera esporádica, relatos para otros periódicos y revistas. Sus obras se encuentran disponibles en su blog www.cristinalorenzo.com.
Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar (Margen Cero™) • n.º 122 • mayo-junio de 2022
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