relato por
Manuel Moreno Bellosillo
A
quella noche iba a ser un desfase. Habíamos terminado los exámenes y la banda iba a salir a saco. Por la tarde quedé con mis bros para hacer botellón en el parque, nos mamamos a gusto y la liamos petarda hasta que se personó la azul para disolvernos. Salimos pitando de allí y nos fuimos mangaos a la disco, a petarlo to´.
En la puerta nos habíamos citado con el Sr. Notario que nos repartió unos formularios en papel timbrado de consentimiento informado. Lo habían pagado a pachas nuestros viejos para que pudiera dar fe pública del consentimiento por si alguno pillaba. No era en plan postureo ni de darse pisto, nuestros viejos nos lo habían impuesto porque no querían después líos y, al fin y al cabo, esos carcamales tienen dinero por castigo. Cortaba un poco el rollo, pero íbamos a piñón y no era cuestión de rayarse por una tontería.
Después de esperar cola una eternidad por fin el puerta nos dejó entrar. Estaba a full y a codazos nos abrimos paso hasta la barra para seguir privando. Más pedos que Alfredo (porque Alberto ya se ha muerto) nos fuimos a dar un voltio. La disco estaba petada, llena de jennys muy maqueadas que lo estaban dando todo. El Sr. Notario nos seguía como podía, siempre con los formularios listos por si surgía la ocasión. Pero no hubo suerte, la putivuelta de reconocimiento fue un fracaso y volvimos a la barra a pedirnos unos Jägerbombs bien cargados para que no decayeran los ánimos.
A las once empezaba la sesión de DJ Simpático y cuando lo escuchamos pinchar nos lanzamos en tropel a la pista de baile. Íbamos como motos y un poquito de reguetón y trap nos vino bien para templar el cuerpo. El Sr. Notario nos seguía, levantando acta de todo. Era un brasas, pero qué le íbamos a hacer. Un colega muy risas empezó a imitar a Young Beef, lanzándole billés rollo croupier, con una palma sosteniendo la pasta y con la otra haciéndola volar a ráfagas. De repente, detrás de mi colega, la vislumbré.
Estaba bailando con sus amigas, haciendo el tonto como nosotros. Tenía flow, una melena rubia rutilante y unos ojos azules mazo de bonitos. Llevaba un top de lentejuelas doradas y un pantalón ajustadísimo. Parecía un ángel. Me dio un crush tremendo y no podía dejar de mirarla. Ella también me miraba disimuladamente mientras bailaba y creo que los dos hacíamos match.
Como el que no quiere la cosa, poco a poco me fui acercando y acabamos bailando juntos. Llevábamos perreando cinco o seis temas, frotando mi entrepierna con su trasero con tal fruición que saltaban chispas de las costuras. El Sr. Notario estaba pendiente, por si la ocasión lo precisaba. Las luces giraban enloquecidas mientras Bad Gyal cantaba: «Él me llama santa, Santa María, porque mi coño está apretao como el primer día. Este coño se hace bajar down low, él es jamaicano, pero se lo come to».
Quizá los versos de Bad Gyal me inspiraron y sin pensarlo mucho me acerqué a la rubia retrechera que me estaba volviendo loco y le susurré al oído: «¿Qué es poesía? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía… eres tú».
En ese momento la rubia rutilante empezó a chillar a mazo de potencia, la música dejó de sonar y se encendieron todas las luces de la discoteca. Un corro de peña se formó a mi alrededor, la rubia sollozaba en brazos de una de sus amigas y toda la discoteca me miraba y cuchicheaba. Seguidamente, diez antidisturbios entraron al trote en la pista con sus escudos y porras en ristre. DJ Simpático me señaló con el dedo y dijo «es ese». Sin miramientos, me tiraron al suelo, me esposaron y me sacaron a rastras de la discoteca entre abucheos e insultos.
Me llevaron en furgón hasta una comisaría y allí me metieron en una celda, solo, pues al parecer me consideraban un tipo subversivo y peligroso. Me tuvieron allí esperando toda la noche hasta que llegó el abogado de oficio para asistirme en la declaración.
El detective que me tomó declaración era un tipo de unos 40 años, malencarado y displicente. Le conté lo ocurrido sin ocultar nada, tal como hasta aquí he referido.
—Para, para, para… ¡¿Qué fue exactamente lo que le dijiste?! —me interrumpió el detective que transcribía la declaración tecleando con dos dedos en su ordenador.
—Le dije: «¿Qué es poesía? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía… eres tú».
—Qué piquito de oro, querubín, pero qué piquito de oro. Vejaciones de libro… —dijo el detective aporreando el teclado con los dos dedos, súbitamente alegre y dicharachero.
Miré a mi abogado que fruncía los labios y meneaba la cabeza de un lado al otro con gesto de contrariedad.
—Pero eso no es mío, lo escribió Bécquer hace mucho tiempo… —dije, tratando de justificarme.
—¿Qué Bécquer, el tenista??? — Preguntó el detective.
—No sé… Gustavo Adolfo Bécquer.
El detective buscó en Google y leyó la Wikipedia.
—Poeta romántico sevillano del siglo XIX… Esto huele a apropiación cultural que apesta. Menuda nochecita, muchacho.
—Pero…
—¡Mi cliente se acoge al derecho de no declarar! —terció mi abogado, amordazándome con la mano.
—Sí, sí, mejor haz caso a tu abogado y no sigas muchacho, que te estás cubriendo de gloria.
Firmé la declaración y me metieron de nuevo en el furgón para llevarme a los juzgados. Estuve varias horas en los calabozos y luego me subieron para la celebración de un juicio rápido.
—Se le acusa de un delito de vejaciones en concurso ideal con un delito contra la propiedad intelectual con el agravante de apropiación cultural ¿Cómo se declara el acusado? —me preguntó Su Señoría, levantando los ojos por encima de sus gafas metálicas.
—Inocente…
—Culpable, Señoría, quiere decir culpable —intervino mi abogado, interrumpiéndome.
—¿En qué quedamos? —preguntó Su Señoría, armándose de paciencia y despojándose de sus gafas.
—Yo soy inocente —dije con aplomo, convencido de mi inocencia.
—Señoría, mi cliente tiene perturbadas sus facultades mentales, no discurre bien.
—Pero soy inocente —insistí.
El abogado se encogió de hombros e hizo el gesto de lavarse las manos.
—En este juzgado todo el mundo es culpable hasta que demuestra su inocencia, lo que, en la mayoría de los casos, no suele ocurrir —afirmó rotundamente Su Señoría—. Tiene la palabra el Ministerio Fiscal.
—Este muchacho, con pinta de no haber roto un plato en su vida, es, en realidad, un monstruo, un monstruo horrible que va por el mundo destrozando vidas inocentes —empezó su discurso el Ministerio Fiscal—. ¿Qué es poesía? Dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía… eres tú… ¿Se puede hacer más daño con menos palabras? ¿Se puede vejar, intimidar y cosificar más con tan poco?
—La poesía no es una cosa… —protesté.
—No interrumpa al Ministerio Fiscal —me amonestó Su Señoría—, especialmente cuando está tan inspirado. Si lo vuelve a hacer, añadiré a su lista de delitos el de desacato. No estropee aún más las cosas, se lo advierto, ya están bastante mal como están.
—No, la poesía no es una cosa — continuó el Ministerio Fiscal—, es algo muchísimo peor, es una cochinada que no le puede ir diciendo por ahí a personas decentes… o indecentes, que tanto da. La conducta de este joven se asemeja a la de esos rudos albañiles que desde el andamio acosan a los viandantes que pasan con palabras que, en principio, pueden parecer amables o divertidas, gracejos sin maldad, pero que en realidad causan un dolor psicológico a la víctima muchas veces irreparable. Este chico ha destrozado una vida inocente, posiblemente para siempre. Y no satisfecho con acosar a sus inocentes víctimas, plagia un texto sin autorización del autor y se apropia de una cultura que no es la suya, sino la de los románticos del siglo XIX, que no es precisamente un ejemplo de lo políticamente correcto. Esta bestia no es sevillana, no es del siglo XIX, ni tiene el cabello ensortijado, ni bigotillo y perilla románticos; es un usurpador. Dada la gravedad de los delitos, Señoría, solicito un escarmiento ejemplar contra este joven y que se le condene a la pena máxima.
—Brillante, brillante… —dijo Su Señoría cuando terminó el Ministerio Fiscal, aplaudiendo su discurso—. Por la gravedad de los delitos cometidos debo condenarle y le condeno a arder en la hoguera hasta morir… Sin embargo, como la pena capital fue abolida en este país hace algunos años, un gravísimo error en mi opinión, debo reducir la pena y condenarle a escribir 100 veces lo siguiente: No volveré a decir lisuras a las chicas. Con buena letra y sin tachaduras. Hágase justicia: que le den lápiz y papel a este chico para que cumpla su condena. Las copias serán colgadas en el tablón de edictos para que le sirva de escarmiento y de advertencia a poetastros, versificadores y demás gente de mal vivir.
Toda la mañana me la pasé escribiendo en el cuaderno la dichosa frasecita, pero al mediodía, una vez confirmado en ejecutorias el cumplimiento de la condena, me pude marchar a mi casa. ¡Qué nochecita!
Manuel Moreno Bellosillo. Nacido en Madrid en 1973. Estudió Humanidades en la Universidad Autónoma de dicha ciudad. Tiene un puñado de poemas y cuentos dispersos en diversas publicaciones. Del género mixto negro esperpéntico y ciencia ficción ha publicado en Internet, bajo el seudónimo de Horacio Hellpop, una novela titulada El Hombre orquesta sobre un mundo preapocalíptico como el actual. De ciencia ficción ha publicado en la antología Visiones 2012 un cuento titulado La sonrisa de Mickey Mouse y en la antología Distopía de Cryptshow el titulado Moonwalkers, así como varios otros cuentos y numerosos microrrelatos.
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Contactar con el autor: mmbellosillo [at] hotmail [dot] com
🖼️ Ilustración relato: Imagen realizada mediante IA
Revista Almiar (Margen Cero™) • n.º 131 • noviembre-diciembre de 2023 • 👨💻 PmmC
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