ensayo por
Ruth Murphy
C
uando quería aprender español europeo, comencé explorando RTVE, ese tesoro de la televisión pública de España. A mí me gustan las series históricas y la primera cosa de la que me di cuenta fue de cuántas series tenían como tema principal o como escenario la Guerra Civil. Como muchos estadounidenses, era algo sobre lo cual no sabía absolutamente nada. Conocía el nombre de Franco pero no sabía todo lo que significaba. Había visto un cuadro de Picasso llamado Guernica; para mí era solo otro cuadro enigmático de ese pintor. Aprendí un poco con El tiempo entre costuras y por supuesto con el episodio de El ministerio del tiempo cuando Julián y Alonso, disfrazados como miembros de la Guardia Civil, llevaban los sombreros militares más extravagantes que he visto en la vida.
A raíz de circunstancias mucho más graves, en estos últimos años el tema de esta contienda ha surgido en mi trabajo como traductora de yiddish. Más del 10% de los voluntarios socialistas que peleaban al lado de los republicanos eran judíos, procedentes de los Estados Unidos, Palestina, la URSS y Europa. En la primera página de su libro In tsvey revolutsies («En dos revoluciones») el célebre escritor y socialista ruso Refoyl Abramovitsh publicó una fotografía y una dedicatoria a su hijo Mark, secuestrado y asesinado por la policía secreta rusa, en la que lo describía como: «… [U]n fiel socialista y revolucionario, que el 4 de marzo de 1937 se fue de París a Barcelona a luchar por la democracia y el socialismo en España, fue allí el 9 de abril donde fue secuestrado a traición por agentes del Comintern y la GPU» [i].
De manera fortuita llegó a mis manos el libro de Manuel Chaves Nogales, A sangre y fuego. Por suerte, he comprado la edición de 2013 que contenía además de nueve cuentos, los dos relatos nuevos descubiertos por la Dra. María Isabel Cintas Guillén, experta en la obra de este autor la cual ha investigado por más de veinte años.
Ya con la curiosidad despierta, quise aprender un poco más sobre este período y entender tal y como lo había vivido el pueblo; por eso tenía la intención de leer estos cuentos de Chaves Nogales. No sabía mucho del autor, pero había leído que tenía una reputación de ser un periodista imparcial empeñado en informar sobre la realidad de forma veraz. De ninguna manera pensé que encontraría un cuento que me fuera a afectar de manera tan personal y que cobraría tanta relevancia con un acontecimiento de mi época. Eso es lo que pasó con El refugio, una narración tan bien escrita que, como afirma Cintas: «El dramatismo de la situación no ha sido superado por otros relatos de Chaves Nogales». [ii]
El refugio nos sitúa en la ciudad de Bilbao a junio de 1937. Durante la guerra, Bilbao fue sede del Gobierno Autónomo Vasco, establecido en 1936. Ya habían transcurrido dos meses desde la masacre infame en la plaza del mercado de Guernica, paso obligatorio para las tropas franquistas en su avance hacia Bilbao, que no tardarían en bombardear. El general Emilio Mola y Vidal, conocido como el Director, estaba al mando de las tropas nacionales del norte. Contaba con el apoyo aéreo alemán de la Legión Cóndor, comandado por el teniente coronel Wolfram Von Richthofen. Richthofen, quien «más tarde sería el cerebro de la invasión nazi de Polonia, y utilizó la Legión Cóndor para practicar las técnicas de ataques coordinados por tierra y aire, que consistían en bombardeos en picado y de saturación, los cuales se incorporarían más tarde al Blitzkrieg de la Segunda Guerra Mundial» [iii].
Al inicio del relato, se retoman los bombardeos. Desde la primera línea, Chaves Nogales nos hace saber que estos bombardeos ya han tenido lugar bastantes veces, por lo que los niños ya conocen el camino al refugio sin la ayuda de sus padres: Como los chicos corrían más llegaron antes al refugio. Estos ataques constantes y la reacción por parte primero de los niños y después de los padres, cuyos apellidos no llegamos a saber, determinan de manera imprevista su destino, quién va a morir y quién va a sobrevivir:
Los aviones fascistas bombardeaban la villa de hora en hora y en ocasiones los cuatro toques de sirena que anunciaban el cese del peligro eran seguidos de una nueva señal de alarma, porque otra escuadrilla facciosa venía a relevar a la que en aquellos momentos se alejaba después de derramar su carga mortífera sobre las viviendas hacinadas […]. [iv]
A pesar del enorme peligro que suponen los bombardeos, los primeros párrafos del cuento recrean un ambiente desenfadado, casi lúdico. En ellos se describe cómo solían comportarse los miembros de esta familia cuando sonaba la alarma. Para los niños, es una carrera: Aquello de esconderse de los aviones no pasaba de ser para ellos un juego divertido. Después de cruzar la calle dando saltos, encuentran en el refugio a todos los amigos del barrio. Para los niños, el refugio no es un sótano, sino un lugar misterioso de algún palacio encantado. [v]
Para los padres, es un fastidio, ya están hartos de tanto ajetreo. Aquello era insoportable. Al leer esta descripción tan vívida de Chaves Nogales, casi podemos ver a los chicos corriendo por las calles al refugio, quizá riéndose un poco y llegando siempre antes que sus padres. La madre se encuentra en medio de los preparativos de la cena, tiene que recoger primero sus pucheros y, por su parte, el padre arrastra los pies frente a un proceso que encuentra humillante. Vemos cómo los padres salen de la casa gruñendo, a regañadientes y solo llegan al refugio después de la primera explosión.
Como ha ocurrido varias veces, los hijos ya están en el interior del refugio y los padres están a punto de entrar, pero en este preciso momento todo cambia:
Una bomba de ciento cincuenta kilos, lanzada por un avión fascista, fue a caer sobre el tejado del refugio, traspasó como si fuesen de papel los pisos del caserón y explotó sobre las cabezas del medio millar de seres hacinados en los sótanos. [vi]
Cuando se disipa la gran nube de polvo provocada por la explosión, nada queda del caserón salvo el cascote y las retorcidas vigas de hierro. El padre se lanza a encontrar a sus hijos, muy pronto lo acompañan su mujer, vecinos, bomberos y cuadrillas de obreros de rescate en la búsqueda de sobrevivientes. Encuentra a sus tres hijos sin vida, uno de ellos sacado del cascote a puñados. La madre, cuando ve a dos de sus pequeñitos abrazados al morirse como siempre lo hacían en la cuna, se desmaya. Los vecinos la alejan de allí y no sabemos nada más de ella. El padre sigue buscando a su hija, Carmenchu.
Por fin la encuentra, atrapada debajo de enormes bloques de cemento. Todavía está con vida, pero muy débil. Un equipo de salvamento trabaja frenéticamente para liberarla y, con un esfuerzo casi sobrehumano, despejan el cascote y levantan el inmenso bloque que la retiene. El padre cuidadosamente la libera de su prisión y se sienta un poco lejos con ella estrechada a su pecho, pero ya es demasiado tarde.
En este momento suenan las alarmas y todos se apresuran a encontrar un refugio a excepción del padre, que se queda sentado entre las ruinas con el cuerpo de su hija en brazos. Nos encontramos ante el desenlace inolvidable de esta historia y la cuestión central de este ensayo. Todos los demás ya han huido; vemos solo la figura del padre agotado, todavía sentado inmóvil con su hija muerta. Llegan los aviones y le ametrallan, pero él ni siquiera levanta la cabeza para reaccionar. Explica la última línea:
El dolor le había hecho invulnerable e invencible.
En su introducción al libro, Cintas describe cómo «la conclusión transciende el momento y la víctima. Una vez pasada la situación de mero testimonio documental informativo, el hecho permanece en la conciencia de los ciudadanos y de la sociedad como un alegato, en este caso contra la miseria y la crueldad humana» [vii]. Sin duda es así, era un alegato muy claro y contundente contra lo horrible que es la guerra. De hecho, el relato atestigua la experiencia que vivió de cerca Chaves Nogales, ya que había sobrevivido a los bombardeos de Madrid.
El escritor vivía allí con su familia al estallar la Guerra Civil, donde permaneció trabajando para el régimen democrático. Fue testigo de la crueldad de ambos bandos y cuando la Segunda República huyó de Madrid a Valencia, se dio por vencido y se exilió a París. No quería ir, «Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España». Como era su costumbre y, a pesar de ser republicano, Chaves Nogales informó sobre las atrocidades cometidas por ambas partes. En el prólogo de este libro, nos explica que «mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad». [viii]
No sabía Chaves Nogales, no podía saber, que su descripción tan precisa del momento en el que se derrumbó el caserón, que mató y atrapó a tantos en sus sótanos, llegaría relevante a otra época y a otro país, en una guerra que todavía no había comenzado. Tal descripción me evocaría un recuerdo tan fuerte que, al leer sus palabras, sentía como si viera caer otra vez los edificios hace diecinueve años.
Porque esta escena yo la he visto, la he visto con mis propios ojos, sentada en una abarrotada sala de descanso con mis compañeros, donde presenciamos con conmoción y horror cómo caían las Torres Gemelas, primero la Torre Sur y después la Torre Norte. Veíamos con ojos incrédulos cómo se alzó esa misma gran nube blanca, en la que desapareció todo: los edificios, la gente que miraba desde la calle, incluso la propia calle y después sentimos ese dolor, ese pesar tan grande al ver la silueta tan reconocida de la ciudad de New York con ese sitio vacío tan cruel.
Chaves Nogales cuenta cómo: El caserón se había desplomado y no quedaba de él más que un montón ingente de cascote, vigas de hierro retorcidas… Debajo había medio millar de seres humanos. Eso también lo habíamos visto ese día terrible después de que cayera la primera torre. Está fijado en mi memoria para siempre lo que se descubrió al despejarse esa nube de polvo: quedó reducida a un montón de cascote y a unos esqueletos de hierro. Allí, debajo, había millares de seres humanos, quizá decenas de millares; en ese momento, nadie sabía nada, solo sabíamos que iría mal, muy mal. Estábamos otra vez conmocionados sin poder creer lo que acabábamos de ver. A mí me dolía el pecho físicamente, dolor que permaneció conmigo todo el día. Veintinueve minutos más tarde, cayó la otra, la escena se repitió, golpe a golpe, en una agonía atroz. De manera similar a los padres de El refugio, estábamos abrumados por la tristeza, por la impotencia. Solo podíamos mirar las imágenes, sin hacer nada.
Lo que no entiendo de este cuento, lo que me desconcierta, es esta última oración, hablando del infeliz padre: El dolor le había hecho invulnerable e invencible. ¿Qué quería decir Chaves Nogales con estas palabras? La cuestión central sería, ¿por qué estas palabras de victoria?
Me resulta complejo interpretar esta frase. Aunque su mujer todavía estaba viva, se presenta al protagonista como si hubiera perdido todo. El padre no levantó la cabeza, no huyó de las balas, porque no le importaba vivir o morirse. Esto no significa que fuera invulnerable e invencible; tampoco implica que estuviera derrotado, que se hubiera rendido a sus enemigos, al destino. Simplemente supone que no le importaba nada. Estaba vacío por dentro.
Chaves Nogales escribió El refugio en 1937, cuando ya estaba exiliado en París. No pudo publicar el cuento en España, de hecho, no se publicó allí hasta 2013. Entonces, ¿a quién quería llegar con esta narración, con este testimonio? ¿A sus expatriados en Sudamérica y los Estados Unidos? ¿Pretendía animarlos con las palabras «invulnerable e invencible»?
Chaves Nogales no sería el primero en recurrir al «hábito de utilizar el asesinato en masa como texto para promover fines personales con el objetivo de abordar la capacidad humana de ejercer la bondad o su habilidad para resistir ante la opresión». [ix] ¿Cuántos de nosotros hemos oído a algún político tratar de explicar una tragedia nacional así? Es un fenómeno muy común representar el Holocausto centrándose en los pocos que de un modo u otro pudieron quedar con vida y no en los millones de almas inocentes que perecieron; o en los pocos que hicieron lo correcto, ignorando a los millares que eligieron hacer el mal. Langer escribe sobre «quien usa el Holocausto para enseñar la tolerancia» de todas las cosas; sobre los que reescriben el Holocausto como si fuera una tragedia del escenario, buscando entre las víctimas «parangones de la dignidad heroica para rescatar gestos individuales de autoafirmación del anonimato de la matanza masiva».[x] Es una tergiversación, «La dignidad de la una no nos cuenta nada de la indignidad de la otra» [xi].
Puede ser que Chaves Nogales quisiese presentar a un hombre que después de recibir esos golpes tan severos no tenía ningún miedo a enfrentarse a ese enemigo anónimo que sobrevuela la escena, como si eso fuera de hecho algún tipo de triunfo. Tal vez pretendió con su final ofrecer a su patria una visión de la fortaleza interna «que permitiera a la especia humana superar tal desastre universal sin mermarla y con el tejido de la esperanza intacto». [xii] Y tal vez lo logró con sus lectores contemporáneos.
No obstante yo, al analizar esta línea tan enigmática, la leo de otra manera. Propongo que, en lugar de escribir un final inspirador, Chaves Nogales pretendió que esas palabras reflejaran ironía, que quería teñirlas de toda su decepción, toda la amargura que sentía por su país del cual «ya no había nada que salvar» [xiii]. Esta escena final no era ninguna escena de exaltación, sino el espejo de la desilusión y la consternación del autor. El refugio es una ventana a través de la cual podemos llegar a ver la frustración que debía sentir él y también la pérdida de su amada patria.
Interpretándola según el prisma del Holocausto y del 11-S, lo entiendo así: sí, la oración dice lo correcto en el sentido de que cualquier cadáver es invulnerable e invencible, pero efectivamente, el padre no es ‘invulnerable e invencible’ ni ‘vulnerable y vencido’. Ya no tienen ningún sentido estas palabras. Físicamente está vivo, pero su espíritu ya falleció. No se inmuta con las balas y bombas que caen cerca de él, porque le resulta indiferente. Hasta la muerte de Carmenchu había esperanza, pero cuando ella murió, su razón de ser se fue con ella. No hay necesidad de huir, de intentar salvarse; el enemigo ya le había robado todo el despojo.
En esta última escena, Chaves Nogales no pretende inspirarnos, ni alabar el triunfo del espíritu humano. Ni siquiera el hecho de que el padre haya sobrevivido nos sirve de consuelo, no se trató por un acto de heroísmo o una demostración de honra o dignidad. La verdad triste es que los padres estaban vivos mientras que sus hijos muertos porque eran tercos y tardaron en llegar al refugio. Sobrevivieron por casualidad, por un capricho del destino. De manera similar a la experiencia de muchos sobrevivientes del Holocausto, salvaron sus vidas no por estar en el momento justo en el lugar indicado, sino por no estar en el lugar equivocado en el momento equivocado y no hay motivo para el consuelo. El padre entendería a Hannah F., que al explicar cómo sobrevivió de dos deportaciones a Auschwitz, con paradas en los campos de concentración de Majdanek y Kraków-Płaszów, dijo «No era la suerte, era la estupidez» [xiv].
Cuando Chaves Nogales escribió estos cuentos en 1937, su vida había empeorado considerablemente. Después de haber huido con su familia de España a París con un precio en su cabeza, ya entendía que «a los españoles les espera una larga dictadura, sea quien sea el vencedor» [xv]. Los fascistas ya estaban en París y la situación se volvió aún más peligrosa para él. Para eludir la Gestapo, Chaves Nogales llegó a Inglaterra en 1940. Su familia regresó a España. En Londres reanudó su vocación de periodista y como había hecho toda su vida profesional, se dedicó a contar la verdad. Se murió de peritonitis el 8 de mayo de 1944. Se dice que sus últimas palabras fueron «Al final no voy a llegar a ver la victoria». [xvi]
Qué pena entonces que las barbaridades de la Guerra Civil fueran solo el principio de una nueva oleada de la inhumanidad del hombre contra el hombre, que serían de inmediato ensombrecidas por las atrocidades del Holocausto, «un fenómeno cuya magnitud ha desafiado todos los intentos de comprensión y de definición» [xvii]. Ni siquiera la imaginación fértil de Chaves Nogales pudo inventar lo atroz del Holocausto porque era inconcebible.
También hasta el año 2001 era inconcebible que en nuestra época tuviéramos gente que creía que la mejor manera de resolver sus problemas era estrellar aviones llenos de pasajeros contra las Torres Gemelas, el Pentágono y otro objetivo desconocido. Nunca sabremos el blanco del United Vuelo 93, gracias al valor de sus pasajeros que eligieron morir luchando. Aunque su avión se estrelló en un campo de Pennsylvania, ellos murieron literalmente invulnerables e invencibles. Todos los que vieron los acontecimientos de ese día recuerdan a las personas colgadas de las ventanas rotas de las Torres Gemelas, intentando respirar. No puedo olvidarme de las más de doscientas almas que o saltaron o se cayeron, una después de la otra, intentando escapar de los incendios a más de 1.100 ⁰C. [xviii] Las que decidieron saltar después de tomar esa decisión a la que absolutamente nadie tendría que enfrentarse, ¿eran ellos también invulnerables e invencibles?
Sigue, para toda la eternidad, la batalla entra la bondad y la maldad. Y persistiremos también eternamente intentando enmendar el daño que ha causado el hombre, hombres como los de Chaves Nogales, El refugio, hombres que se afanaban por salvar unas vidas que otros hombres se obstinaban en destruir. [xix]
NOTAS:
[i] Abramovitsh, R. In tsvey revolutsies: di geshikhte fun a dor. Ershter band. Farlag “Arbeter-ring,” 1944. New York, NY. [traducción propia]
[ii] Chaves Nogales. A sangre y fuego: Héroes, bestias y mártires de España. Introducción de María Isabel Cintas. Libros del Asteroide, 2013. Barcelona, España. p. xvii.
[iii] Preston, Paul. The Spanish Civil War: Reaction, Revolution, and Revenge (Revised and Expanded Edition). W. W. Norton & Co., Inc., 2007. New York, NY. pp. 266 – 267. [traducción propia]
[iv] Chaves Nogales. p. 287.
[v] Chaves Nogales. p. 288
[vi] Chaves Nogales. p. 288.
[vii] Chaves Nogales. p. xviii.
[viii] Chaves Nogales. p. 5.
[ix] Langer, Lawrence L. Preempting the Holocaust. Yale University, 1998. New Haven and London. P. xvii [traducción propia]
[x] Langer, Lawrence L. Preempting the Holocaust. Yale University, 1998. New Haven and London. P. xvi [traducción propia]
[xi] Langer, Lawrence L. Preempting the Holocaust. Yale University, 1998. New Haven and London. P. xvii [traducción propia]
[xii] Langer, Lawrence L. pp. xvi-xvii.
[xiii] Chaves Nogales. p. 6.
[xiv] Langer, Lawrence L. Holocaust Testimonies: the Ruins of Memory. Yale University, 1991. New Haven and London. P. 64 [traducción propia]
[xv] Narbona, Rafael. “Manuel Chaves Nogales: los desastres de la guerra”. El Cultural. 18/01/20. elcultural.com/manuel-chaves-nogales-los-desastres-de-la-guerra 21/09/20.
[xvi] Casero, Christina. “Cuando Chaves Nogales recuperó la libertad en Londres”. Público. Londres, 24/02/2019. www.publico.es/internacional/chaves-nogales-recupero-libertad-londres.html 21/09/20.
[xvii] Girelli-Carasi, Fabio. “The Anti-linguistic Nature of the Lager in the Language of Primo Levi’s Se questo è un uomo.” Reason and Light: Essays on Primo Levi by Susan Tarrow. Cornell University Press, 1990. P. 41. [traducción mía] http://academic.brooklyn.cuny.edu/modlang/carasi/publications/Levi1.html 20/9/2020
[xviii] Jones, Steven et al. Extremely High Temperatures during the World Trade Center Destruction. ResearchGate, 15 Years Later: On the Physics of High-Rise Building Collapses, enero 2008 (fecha original 2001). P. 11. https://www.researchgate.net/publication/233943572_Extremely_high_temperatures_during_the_WTC_destruction_Extremely_high_temperatures_during_the_World_Trade_Center_destruction, 20/09/2020.
[xix] Chaves Nogales. p. 298
🔗 Web de la autora: http://www.ruthmurphytranslations.com/
🖼 Ilustraciones (en orden descendente): Guernica ruinen, Bundesarchiv, Bild 183-H25224 / Unknown authorUnknown author / CC-BY-SA 3.0, CC BY-SA 3.0 DE, via Wikimedia Commons ▫ Twin Towers, por Pedro Martínez © ▫ Chaves Nogales, Unknown author, Public domain, via Wikimedia Commons
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