artículo por
Fuensanta Martín Quero
C
orría el curso 1981/1982 cuando un profesor de Derecho Político, de sesgo ideológico progresista, ya nos hablaba al alumnado del primer curso de carrera de la Facultad de Derecho de Málaga de la crisis de los partidos políticos, apenas recién instaurada la democracia en España. Como parte de una generación de jóvenes que nos habíamos educado dentro del sistema de enseñanza de la dictadura franquista, me resultaba cuanto menos novedoso escuchar, leer y estudiar conceptos cuya pretensión no era sino desenmascarar una realidad oculta tras las apariencias y enseñarnos el camino del análisis crítico de todo cuanto aconteciera, incluidas organizaciones políticas cuyo debut en nuestro país era reciente tras un largo paréntesis de cuarenta años de exclusión. Tengo que decir que para mí no fue nada difícil aprehender ese revelador discurso. Ya desde la adolescencia y de forma natural, la actitud crítica y el cuestionamiento de lo instalado en «la normalidad» ha sido una constante en mi forma de pensar, pero la clarividencia y los razonamientos de aquel profesor que desmenuzaba la realidad política y social para, acto seguido y apoyándose en ensayos de autores de prestigio, elaborar un discurso coherente, me produjo verdadera sorpresa a la vez que admiración. Juan José Ruiz-Rico López-Lendínez, Catedrático de Derecho Constitucional y Magistrado, perteneciente a una saga familiar de juristas y fallecido tempranamente en el año 1993, «…No era una persona que pasara por la vida de la gente sin dejar huella. Tenía un discurso brillante que impresionaba por la profundidad de los planteamientos y la riqueza de los matices», [1] en palabras de uno de sus colaboradores más próximos y también Catedrático de la misma disciplina de la Universidad de Granada, Francisco Balaguer Callejón.
En la exposición que Juan José Ruiz-Rico hacía en su libro de ensayo Política y vida cotidiana. Un estudio en la ocultación social del poder, en relación con la articulación de la crisis de los partidos políticos, mencionaba la existencia de una cultura política que ha dado paso a lo que él denominaba “el/los partido/s de vocación hegemónica” [2]. Y explicaba que:
Con «vocación hegemónica» quiero significar que desde tales formaciones (partidos o no, el nombre importa poco) no se conciba como problema único —que automáticamente resuelve los demás— el de la toma de poder político. Esta operación es simultánea —y se condicionan mutuamente— a la de implantación de su dirección ideológica; esto es, al establecimiento de sus patrones (patterns) como dominantes. [3]
Esa vocación hegemónica que persigue la consecución del poder político junto a la implantación de una determinada ideología se está proyectando en el desarrollo de las políticas actuales de nuestro país (al igual que en la mayoría de países) con gran vehemencia. La lucha de poder encarnizada que protagonizan y escenifican diariamente las distintas formaciones políticas pretende fundamentalmente la imposición de postulados que se alejan cada vez más de las vías del consenso que permitan la gobernabilidad en las comunidades autónomas y en el conjunto del país, al tiempo que produce un distanciamiento entre sociedad civil e instituciones. Bajo promesas electorales que, por ser de imposible implementación o por constituir un fraude encubierto en sí mismas al no haber intención real de llevarlas a cabo, los integrantes de las formaciones políticas (con sus honrosas excepciones) se obcecan ansiosamente por llegar a la cúspide, despreciando continuamente posibilidades de consenso con sus adversarios y llegando incluso a la indeseable pérdida de respeto basada en la crispación y en el insulto.
Ese ambiente de mediocridad que domina la política actual (con sus honrosas excepciones, insisto), esa pérdida del respeto hacia el otro, esa ausencia de diálogo y esa incapacidad para llegar a un terreno de postulados próximos en el que prime, no la hegemonía de unos frente a los demás, sino la puesta en común de posiciones que prioritariamente busquen el beneficio de la población en su conjunto de forma mayoritaria y el desarrollo de políticas con visión de Estado, no es más que el reflejo de una lucha obsesiva por el poder, por los privilegios que este otorga a los que lo alcanzan y por la culminación de un ego necesitado de admiración colectiva. Si el horizonte real de las organizaciones políticas fuera la consecución del estado del bienestar y las mejoras de la población, habría voluntad de diálogo en los diferentes frentes que se producen entre los gobernantes y los futuribles gobernantes u oposición. En cambio, los discursos, tanto dentro de las instituciones públicas de gobierno y legislativas como en otros foros públicos, adolecen la mayor parte de las veces de falta de rigor para justificar el ataque al adversario, se asientan en afirmaciones ambiguas, en la falsedad que producen las generalizaciones maquilladas, son mediocres y persiguen intereses concretos y partidistas.
La sociedad civil que asiste a este continuo espectáculo se siente engañada con asiduidad. Mientras la crispación política bloquea la posible implementación de medidas que contribuyan al bienestar social y al desarrollo del país, cada día escuchamos historias de contratos basuras, de precariedad laboral, de paro, de jóvenes treintañeros que aún no pueden independizarse de sus familias o que lo hacen en condiciones difíciles, de universitarios(as) que se buscan la vida en el extranjero, de horarios de trabajo que no se reflejan en las nóminas, de estrés laboral, de una Sanidad colapsada, de un sistema educativo público excesivamente burocratizado que resta tiempo para la formación integral del alumnado, de pensiones de jubilación que no llegan a mínimos dignos o que ven peligrar su futuro desde discursos tendenciosos con intereses puestos en planes de pensiones privados (este sería objeto de otro análisis), de mujeres maltratadas o asesinadas, de machismos y micromachismos que vejan a las mujeres, de gente que vive mal y que soporta más o menos su malvivir esperando la culminación de un sueño que no llega a cumplirse… Y esta sociedad civil que desea un mundo mejor, desengañada, desalentada y asustada, quiere matar al miedo y no sabe cómo. Y es entonces cuando una parte de ella, confundiendo el camino, busca culpables y va contra ellos arropándose (votando) en los extremismos, del signo que sea, llámese independentismo intransigente o ultraderecha asentada en anacronismos, cuyos idearios exacerbados no son compatibles con los principios en los que se sustenta nuestra Carta Magna.
Una sociedad descontenta es una sociedad fracasada. El desarrollo de políticas que se mueven en el terreno de la confrontación y no de la búsqueda de soluciones ahonda en ese descontento y contagia a la sociedad civil de esa actitud egocéntrica y beligerante. Es por ello que se hace necesaria una verdadera reflexión, una autocrítica honesta por parte de los integrantes de las organizaciones que integran el espectro político español actual, que los conduzcan a la consecución de una política de altura, de rigor, de puesta en común, constructiva, con visión de Estado y con el horizonte puesto en los principios inspiradores de nuestra Constitución y en los Derechos Humanos.
Es curioso que en 1980, hace treinta y ocho años, Juan José Ruiz-Rico escribiera acerca de la crisis de los partidos políticos en unos términos que, en ciertos aspectos, hoy en día son perfectamente extrapolables: «Los partidos en función de su inscripción, consciente o no, deseada o no, en el viejo mundo político comienzan a enajenarse a sectores de la población importantes». [4] A colación de lo cual, transcribía las siguientes afirmaciones de Luciano Rincón:
El individuo convocado a militar, o a seguir el cortejo de quienes militan, es valorado en poco más que su capacidad de votar, aplaudir, adherir, aceptar, responder y aclarar. Mandamientos que se encierran en dos: banalizar la experiencia cotidiana y negar tercamente respuestas globales a esa banalidad fragmentada (…) Sería necesario un estudio psicosociológico de los funcionarios de los partidos. [5]
El empleo del término «funcionarios» hay que entenderlo aquí en el contexto en el que se escribió y no en su acepción actual. Especificaba Luciano Rincón que tales cargos son:
cuadros que realizan una función y aseguran el funcionamiento. El funcionario de partido como toda profesión, crea un argot, la jerga propia que le da seguridad y le permite la distancia; crea y cierra el núcleo. En el funcionario político, la osmosis con su propio partido llega en ocasiones a producir la identificación y surge la tendencia a considerarlo como propiedad. Función y propiedad se confunden. La habitual duración de los funcionarios dirigentes de los partidos confirma la pegajosa obstinación en considerarse imprescindibles y resistirse al regreso. [6]
Cita igualmente Ruiz-Rico a Julliard, que se pronunciará en los siguientes términos:
En las democracias modernas se llama «partidos» a los instrumentos colectivos de confiscación de poder de los mandantes en beneficio de los mandatarios; o, si se prefiere este vocabulario, de confiscación del poder popular en beneficio de la clase política (…). Y es esto lo que es preciso cambiar. La pretensión insensata de los partidos políticos a comportarse como órdenes espirituales atenta contra la libertad del ciudadano. [7]
Existe un distanciamiento entre los partidos políticos y la sociedad civil que para Ruiz-Rico quedaría solventado si se concibiera a la sociedad como la suma de sociedad civil más sociedad política y no como sociedad civil más Estado. [8] Esta última formulación, que es la que predomina en la actualidad, da lugar a un alejamiento de las organizaciones políticas respecto a los movimientos sociales mediante los que la ciudadanía expresa sus necesidades y reivindicaciones.
Por otra parte, y no menos importante, hay que tener en cuenta además que en la crisis actual de los partidos políticos en nuestro país no solo es determinante la falta de credibilidad que ellos mismos provocan por las razones antes expuestas, sino que la suma casi interminable de casos muy graves de corrupción que han ido emergiendo en los últimos lustros han erosionado profundamente la confianza depositada por la ciudadanía en dichos entes como legítimos representantes de sus intereses. Lo que inexorablemente nos lleva a situar el foco de atención en la conveniencia de revisar el actual modelo de financiación de los partidos políticos y en el reforzamiento de los sistemas de control interno de las instituciones públicas en materia económica.
Como afirmé anteriormente, una sociedad descontenta, es una sociedad fracasada. En buena medida, los actores políticos parecen ajenos a la gran responsabilidad que sus actos y actitudes provocan en esta realidad; sin embargo, no es menos cierto que ellos mismos proceden del seno de esa sociedad frustrada. Se trata de un círculo pernicioso de raíces profundas que convendría cercenar. Y en esta tarea resulta imprescindible abordar el eslabón crucial de la formación integral de la persona, no mediante el adoctrinamiento, sino a través de un sistema educativo que desde la infancia hasta la universidad oriente al alumnado hacia caminos en los que, mediante la reflexión y el sentido crítico, le otorgue la capacidad de ser libre en la elección de ideas y principios, como antídoto ante la posible manipulación ideológica, y siempre bajo el respeto primordial de los derechos de la comunidad social. Una educación que prioriza por encima de todo la cantidad de conocimientos y que no ofrece las herramientas al profesorado para que el análisis crítico esté presente en las aulas, es una educación desvirtuada en su esencia. Esa «inflación» de conocimientos que se exige en la actualidad para superar las diferentes etapas formativas pretende una excelencia de aptitudes, pero al mismo tiempo provoca una carencia de actitudes humanas que nacen de la empatía y del análisis crítico. A los poderes establecidos nunca les ha interesado formar a personas para que piensen por sí mismas, por la obvia consecuencia de que puedan poner en cuestionamiento su status quo y sus privilegios. Sin embargo, esta estrategia histórica del poder es susceptible de volverse contra él mismo (y ya existen indicios de ello) si la excesiva infravaloración de las herramientas analíticas en el sistema educativo da lugar (como de hecho está ocurriendo) a que parte de los titulados(as) de las facultades o de los institutos (parte, digo, pero no indiferente) salgan sin capacidades que les permitan reconocer los entramados que rigen nuestros destinos. Se les exige una ingente cantidad de contenidos (muchos de ellos estériles) o, desde ciertos ámbitos privados, se inculcan a los alumnos(as) valores predeterminados que perpetúan una estructura de poder concreta, y se les desvía de la libre reflexión en sustitución de la cual el paradigma se encuentra en la aceptación sin más de lo que se les presenta como dado, como «natural», lo que provoca que este sector de la juventud, titulados o no, sea susceptible de ser manipulado por astutos promotores de intereses concretos, cuyas raíces se encuentran en otras vertientes del poder menos legítimas.
Construir una sociedad fructífera y de progreso implica, en primer lugar, dar ejemplo por parte de la clase política y propiciar el diálogo, el consenso, el respeto por la diversidad en todas sus formas, la ausencia de confrontación, la búsqueda de soluciones conjuntas a problemas colectivos, la autocrítica, la defensa del pluralismo, de la paz social, de los Derechos Humanos, en suma. Ejemplo que debe ser seguido sin titubeos por parte de otros agentes sociales como son los medios de comunicación, los docentes en su conjunto o las personas del mundo de la escritura y de la cultura. Ejemplo, en definitiva, que sirva de espejo al conjunto de la ciudadanía que debe involucrarse igualmente en la consecución de esos objetivos. Pero, además, implica que por parte de los gobiernos se faciliten las herramientas educativas y formativas que propicien el desarrollo integral de la persona en todos esos valores, desde la libertad de pensamiento que procede del análisis crítico de la realidad.
Enlazando con esta última idea, sostenía Juan José Ruiz-Rico que:
Las masas conocen el poder político por sus efectos. Si acaso llegan remotamente a localizar sus orígenes en espacios políticos más o menos ornamentales, galantes y lejanos: El Parlamento, El Consejo de Ministros. En algunos casos se llegará a descubrir las fuerzas sociales verdaderas que se disfrazan tras el aparato ornamental. Pero no basta con ello. Hay que descubrir sus articulaciones capilares, los mecanismos minúsculos e imperceptibles mediante los cuales se dota de eficacia, mecanismos que para nosotros no sólo tienen el valor de descubrirnos el utillaje del poder sino que además lo reflejan, nos enseñan su verdadera naturaleza, aquello en que las dimensiones «macro» se hacen menos palpable. [9]
Se trata, pues, de pensar lo socialmente impensado y probar que la ausencia de pensamiento no es trivial. [10] Sin embargo, todo ello se encuentra como obstáculo con «la “excesiva proximidad” de la vida cotidiana, nuestra irrebatible familiaridad con ella y, al mismo tiempo, con la falta de reflexión y de conciencia que sobre la misma existe». [11] Y en este sentido, Ruiz-Rico cita a Lefebvre cuando dice:
La sociedad sobrerepresiva modifica las modalidades de la represión sus procedimientos, sus medios y sus soportes. Orienta la apropiación de forma aparentemente inofensiva mediante el juego de las coacciones hacia la vida «puramente» privada, la familia y lo que toca a cada uno; concibe la libertad de tal manera (espiritual, ideal) que la represión no se ve estorbada(…) La diferencia entre la conciencia dirigida desde fuera (…) y la que se dirige a sí misma (…) desaparece, puesto que lo que parece como el interior no es más que el exterior investido y disfrazado, interiorizado y legitimado. [12]
Si se pretende una sociedad avanzada, el pensamiento crítico debe fomentarse en los sistemas educativos, siempre bajo las premisas del respeto y del consenso. Pensamiento crítico que redundará en la construcción de una sociedad más consciente, tolerante y justa, y en el surgimiento de una clase política más honesta, más consecuente y más implicada en los problemas reales que conciernen a toda la sociedad civil. Concluía Juan José Ruiz-Rico que «es preciso constituir como objeto propio de la teoría del poder político en la vida cotidiana las facetas ocultas de la dominación. Aquellas disposiciones del tiempo y las cosas que a duro de parecernos normales ya no se disciernen y que sin embargo nos condicionan». [13] Y este es el camino.
NOTAS:
[1] BALAGUER CALLEJÓN, Francisco (2018): Semblanza de Juan José Ruiz-Rico López-Lendínez, en Revista de Derecho Constitucional Europeo, número 29, enero-junio 2018 [consultado el 8/12/2018]. Disponible en Internet:
https://www.ugr.es/~redce/REDCE29/articulos/ 07_semblanza_JUAN_JOSE.htm
[2] RUIZ-RICO, Juan José (1980, Barcelona, Ámbito Literario, págs. 175-176)
[3] Ob. cit., pág. 176.
[4] Ob. cit., pág. 172.
[5] RINCÓN, Luciano, Entre la izquierda trivial y la izquierda cerril, El Viejo Topo. Extra n.º 4 (s.f.), págs.. 50-51. Apud RUIZ-RICO, Juan José (1980): Política y vida cotidiana. Un estudio en la ocultación social del poder, Barcelona, Ámbito Literario, págs. 172-173.
[6] Ibídem, pág. 173.
[7] JULLIARD, J., Contre la politique professionnelle, pág. 134. Apud RUIZ-RICO, Juan José (1980): Política y vida cotidiana. Un estudio en la ocultación social del poder, Barcelona, Ámbito Literario, pág.. 173.
[8] Ob. cit., pág. 177.
[9] Ob. cit., pág. 73.
[10] Ibídem, págs. 189-190.
[11] Ibídem, pág. 202.
[12] LEFEBVRE, H., La vida cotidiana en…, pág. 180-183. Apud RUIZ-RICO, Juan José (1980): Política y vida cotidiana. Un estudio en la ocultación social del poder, Barcelona, Ámbito Literario, págs.. 206-207.
[13] Ob. cit., pág. 208.
Fuensanta Martín Quero. Poeta y articulista. Pertenece a la Asociación Colegial de Escritores – Sección de Andalucía (ACE-A), a la Asociación Internacional Humanismo Solidario (movimiento crítico integrado por intelectuales y creadores del ámbito de la cultura) y al Grupo de Autoras por la Literatura y las Artes (Grupo ALAS). Ha publicado cuatro libros de poesía, tres plaquettes (editadas por la Asoc. ALAS) y poemas en numerosos libros colectivos. Colabora con artículos, críticas literarias y poemas en revistas digitales especializadas, como Almiar (Margen Cero); Sur, Revista de Literatura y Luz Cultural, entre otras. Ha participado en diferentes eventos culturales como en el Proyecto Dar Tika: Poesía y Música Solidarias (desarrollado por la Asociación Intl. Humanismo Solidario y la ONG Aid Children of the World en el año 2015) y, más recientemente, en el II Encuentro de Escritores de ACE-A (Córdoba, noviembre 2018), entre otros muchos. Sus poemas han formado parte de diversas exposiciones de pintura y fotografía realizadas en la provincia de Málaga. Ha sido incluida en el Catálogo de Mujeres en el Arte en Málaga, elaborado por el Ayuntamiento de dicha ciudad.
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Ilustración artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar (Margen Cero™) • n.º 102 • enero-febrero de 2019
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