artículo por
Jesús Greus
L
as llaves tienen su intríngulis. Con independencia de aquellos llavones antiguos decorados, de llamativas formas góticas o barrocas, de hierro forjado o de madera, me atrae lo que el objeto representa en sí. Porque las llaves cierran o abren puertas, mundos, espacios. Se dice que las primeras llaves y cerraduras, de madera, se inventaron en el antiguo Egipto. Eran a modo de ingeniosos candados de madera. Muy similares siguen aún en uso en los graneros de los bereberes norteafricanos. También se usaron en Nínive, cerca de la cual se halló la cerradura más antigua que se conoce, de hace 6000 años. Cuentan que la primera llave propiamente dicha, es decir, similar a las nuestras, con un ojo o asa, una tira larga y un paletón, nació en la antigua Grecia en el siglo VI a. de C. la inventó Teodoro de Samos, padre asimismo de la regla, el cartabón y un tipo de desodorante. Los romanos pudientes insertaban en sus dedos, a modo de anillos, los llavines de sus cajas fuertes, lo cual evitaba perderlas y demostraba poderío.
Las llaves sellan estancias desconocidas, opulentos dormitorios con camas de baldaquino donde antaño se abrazó, besó y durmió gente feliz, o bien cancelas de centenarias cavas de vino. También, aposentos que acaso fueron testigos de asesinatos, confinamientos, vidas tristes, silencios y soledades. Recias llaves clausuraron mazmorras, defendieron palacios, ocultaron a la vista suntuosos salones o bibliotecas repletas de ediciones príncipe, incunables y rarezas de bibliófilo.
En las casas nobles existió siempre el ama de llaves, imprescindible celadora, entre otras cosas, de la alhacena, que despedía ricos olores y atesoraba suculentos jamones, embutidos y cecinas, quesos, encurtidos y conservas. Del refajo de aquella orgullosa señora colgaba un manojo de llaves, entre otras la que resguardaba los armarios de la ropa blanca, con su característico olor a limpio.
Grandes llaves de hierro forjado aprisionaron antaño ocultos y prohibidos harenes habitados por bellas doncellas recluidas entre estucos, azulejos de filigrana, pebeteros y alfombras persas. Enormes llavones atrancaron hace siglos, de noche, los altos y gruesos portones de ciudades amuralladas, así como los barrios estancos de centenarias medinas árabes, a fin de evitar la libre circulación, en la nocturnidad, de aviesos ladrones, de intrigantes políticos o de amantes ilegítimos.
Llaves de seguridad defienden cajas fuertes repletas del vil metal, hoy más bien convertido en tarjetas de crédito. Otras cierran bellos estuches de piel teñida que celan refulgentes alhajas. Me fascinan esos cofres, cerrados con llave, donde se guardan reliquias familiares: descoloridas fotos antiguas, de provectos parientes decimonónicos, o bien flores marchitas, mechones de pelo, escarapelas, cartas escritas con tinta hoy desvaída, que hablan de incipientes cortejos, de amores ilícitos, de rencillas fraternales o de reconciliaciones.
En casas muy antiguas, raras formas de llaves encerraban rincones anónimos, desapercibidos, donde se escondían tesoros, monedas de oro y de plata, pistolas y objetos de precio. En las viejas alcazabas de adobe del sur de Marruecos, similares a fantasiosos castillos encantados, esos escondrijos solían estar camuflados sobre el marco de algunas puertas.
Existen humildes arcas cerradas que, abandonadas en un rincón, suelen pasar desapercibidas, pero que ocultan una inusitada sorpresa al destaparlas merced a un ínfimo llavín. Éste mantiene en silencio una caja de música que, al liberarla con un clic y darle cuerda mediante una palomilla, reproduce una tonadilla alegre y cristalina. Seguramente, hace cien años, a su son danzaron niños risueños, vestidos de imberbes marineros.
En sostres y desvanes yacen esos grandes baúles con los que viajaban nuestros abuelos, las iniciales marcadas en un costado. Dentro se disponía la ropa plegada en bandejas de tela.
Otras llaves abren los cepillos de las iglesias para desvelar algunas escuálidas monedas depositadas por enguantadas manos de irredentas beatas.
En las casas viejas es común hallar puñados de llaves herrumbrosas e inservibles. Algo impresiona en esos objetos ya ineficaces. ¿Quién sabe qué encerraron en su día? ¡Si supiera uno a qué rincones secretos dieron acceso! A veces portan una etiqueta que alude a lugares desparecidos. Cajones, cofres y carcomidos arcones preservaron en su día inauditos secretos de familia, apolilladas casacas de héroes de guerras olvidadas, testamentarías que dividieron a hermanos y que ya no importan a nadie, codicilos amarillentos, ejecutorias miniadas, condecoraciones oxidadas, legajos y mamotretos sellados, una pistola de avancarga que acaso mató a un rival en un duelo durante una álgida madrugada, o una espada roma que a saber en qué remotos campos batalló.
Otras llaves sirven para cerrar esas maletas gastadas y arrumbadas que huelen a viajes, a travesías marítimas y a polvo distante. Los equipajes siempre son prometedores: auguran un nuevo éxodo, otras andanzas y extrañamientos.
Hoy, por desgracia, esas evocadoras y misteriosas llaves oxidadas han sido sustituidas por contraseñas digitales que pretenden proteger los impalpables tesoros de una era informatizada: datos e informaciones personales que, a pesar de tanta precaución, se venden y compran por Internet a cada instante.
Las antiguas llaves de hierro forjado cerraban puertas y ocultaban vidas privadas. Las actuales claves digitales apenas nos amparan del Gran Ojo avizor.
Jesús Greus. Nacido en Madrid, es escritor, licenciado en lengua inglesa por el Institute of Linguists de Londres. Ha sido colaborador de los diarios ABC, El Día del Mundo, Diario 16 de Baleares, Libération du Maroc, de la revista digital española Narrativas y, actualmente, de la inglesa LSD Magazine. Ha trabajado como traductor para diversas editoriales españolas. Como conferenciante, ha sido invitado por el Institut du Monde Arabe en París; la Universidad de la Sorbona; la fundación Le Monde autour du Livre, en Burdeos; el Centro de Estudios Luso-Árabes de Silves, Portugal; la Fundación Arte y Cultura de Madrid; la Universidad de Marrakech, etc.
Ha sido gestor cultural del Instituto Cervantes de Marrakech, ciudad donde reside actualmente. Es, asimismo, autor de los guiones cinematográficos Snapshots from Marrakech y The City of Flowers, ambos en proceso de preproducción. Es autor de:
–Ziryab (Editorial Swan 1988). Novela ambientada en Córdoba en el s. IX. Éditions Phébus, Francia 1993. Editorial Entrelibros, 2006.
–Junto al mar amargo, Hakeldama Editor, 1992. Novela.
–Así vivían en Al-Andalus, Ediciones Anaya, 1988. 13 reimpresiones. Nueva edición revisada bajo el título Así vivieron en Al-Andalus, Anaya 2009.
–Claro de luna. Obra poética.
–De soledades y desiertos, Ediciones La Avispa, 2001. Teatro.
–Laberinto de aljarafes. Editorial Sirpus, 2008. Relatos.
–Rebuscar entre las nubes. Anécdotas, tormentos y manías de los grandes escritores. Ensayo. Huerga & Fierro, mayo 2015.
–Aquella noche en el mar de las Indias. Novela. Editorial Stella Maris. Mayo 2015.
🖲️ Web del autor: Espejismos (https://librocircular.wordpress.com/)
👀 Leer otros textos de este autor (en Almiar):
Los jimaguas (cuento cubano) ⋅ Ad Camorritensis Epistola ⋅ Calle Soledad · Amor precoz
Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 136 · septiembre-octubre de 2024
Lecturas de esta página: 75
Estupendo escritor!! Me encanta como redacta.
Muchas gracias por el elogio, Ester.