relato por
Andrés Serrano

 

I

magina un baño blanco, completamente blanco y reluciente con unos cuantos azulejos rotos manchados de sangre. Ahora imagina un hilo de sangre que se va por el sifón mientras la ducha sigue con lo suyo, arrojando agua caliente. Bien, pues ahí estaba yo, tirado luego de resbalarme estúpidamente con el jabón que estaba en el suelo como esperando pacientemente desde la eternidad a que mi pie arrugado lo pisara. Mi cabeza chocó violentamente contra uno de los azulejos que en el acto se rompió como mi cabeza de chorlito o como una cascara de huevo. Al contacto vi un millar de pequeños puntos luminosos en la parte de atrás de los párpados antes de que un torbellino de oscuridad me devorara. Luego mi mente me vomitó completamente desnudo en un mundo colorido del que salían al vuelo corazones rotos con alas de moscas y picos de colibríes. Me levanté sacudiendo de mis hombros un finísimo polvo de estrellas, como si fuera caspa, y con asombro absoluto o una pizca del síndrome de Stendhal me puse a contemplar con la boca muy abierta lo que mis ojos veían. Las montañas eran unos senos enormes de las que brotaba leche como lava tibia. Arriba en el cielo dos gigantes extremadamente flacos con pantallas en sus cabezas jugaban una partida de naipes. Uno de los gigantes proyectaba en su pantalla un vídeo de YouTube; era un tutorial bastante aburrido sobre la forma correcta de cortar rosas. El otro tenía en su pantalla un Tinder de diosas enormes y flacas de formas sumamente extravagantes y casi todas estiraban los labios de sus bocas como mandando un beso de pato. El dios que tenía la cabeza de YouTube deslizaba con su dedo huesudo, a veces a la izquierda a veces a la derecha, en la cara de su amigo y no conseguía satisfacción. El otro aprovechando la ocasión le hacía trampa en la partida de naipes. Le quise gritar al de la cabeza de YouTube que el de la cabeza de Tinder le estaba haciendo trampa, que se espabilara, pero el gigante estaba demasiado alto entre las nubes y no oía mi voz. Decidí largarme de allí cuanto antes pues la trampa es algo que me enferma hasta la médula. Entonces me sorprendió que aun con mis ochenta y siete años pudiera dar cabriolas en el aire como una de esas bailarinas de ballet de la Ópera de París. Hice un elegante Croisé Devant y me fui dando pequeños saltos del tipo Battu Batteries y Glissade Battu hasta una fuente dorada donde sacié mi sed tanto como me fue posible. ¿Eres nuevo en la ciudad?, me preguntó una rana con nariz de cerdo y ojos de gorila macho alfa espalda plateada que allí estaba descansando. Le respondí que no sabía que contestar a eso pero que estaba seguro de que toda mi correspondencia llegaba a mi domicilio en Chapinero, Bogotá. Ya veo, me dijo la rana con nariz de cerdo y ojos de gorila macho alfa espalda plateada. Me encogí de hombros y la rana se encogió de hombros también pues no nos teníamos mucho más para decir. Yo seguí con lo mío, bebiendo de esa agüita amarilla como si no hubiera un mañana y la rana con el ceño fruncido comenzó a saltar enfrente de mi nariz. No deberías beber de esta agua, me dijo y su voz más que una sugerencia parecía una orden que no admitía discusión. ¿Por qué no?, le pregunté algo cabreado luego de beberme el equivalente a una jarra de cerveza noruega. Porque es mi pis lo que te estas bebiendo. Me levanté abruptamente limpiándome la comisura de los labios con el dorso de la mano. ¡Caray, pensé, su pis sabe a jugo de naranja! Sí, bueno, pues lárgate de aquí antes de que me ponga verdaderamente violenta, dijo la rana entrometiéndose en mis pensamientos con su voz altiva de macho alfa y fue su voz lo que realmente me enfureció. No me iré, declaré fuerte y claro, no me iré hasta que me digas dónde puedo ver una película de la Metro-Goldwyn-Mayer. Realmente no sé por que le dije tal cosa a la rana, supongo que por calmar las ganas tremendas que me entraron de ver a Greta Garbo en ese papel magistral que hizo en Flesh and the Devil o quizás solo quería ver al león de la Metro-Goldwyn-Mayer rugir; llámame romántico pero desde niño siempre he sentido una especial fascinación por las cintas de la Metro con ese león que no bien comienza la película ya te esta rugiendo para que te pongas las pilas, en estado de alerta, tu me entiendes, ¿estas preparado?, parece que dice cuando ruge, pellizcarte y apaga de una vez por todas ese maldito celular. La rana con nariz de cerdo y ojos de gorila macho alfa espalda plateada me señaló groseramente el camino hacia el teatro con su pequeña y graciosa tranca. Hice un arabesque más que perfecto y me fui de allí sin darle las gracias dando pequeños saltos que ya comenzaban a agotar mis delicadas pantorrillas. Por suerte el teatro estaba justo en frente de la fuente dorada lo que hizo que el viaje fuera muy corto.

Llegue allí a la velocidad de la luz y le compré un boleto de entrada a un tipo alto que parecía un ataúd con unos alegres mostachos enroscados hacia arriba de los cuales en las puntas colgaban un par de petunias atadas con delicados moños rosados. Ya una vez sentado y acomodado en mi silla, la G49, me puse a aplaudir cuando las luces se apagaron y el proyector comenzó la función. El león comenzó rugiendo con esta canción de Sonny Boy Williamson, Keep it to Yourself y la cámara fue haciendo un paneo desde el cielo hasta el infierno en mi cuarto de baño, lo reconocí de inmediato por los azulejos, era mi baño, extremadamente blanco chispeado de sangre y por las tablas de la cruz que me sorprendió mucho verme a mí mismo tirado en un rincón de la ducha con mi cuerpo arrugado como una uva pasa, con las verrugas que me habían salido con la edad y las pecas en mis manos que tapaban mi miembro viril pero lo que más me sorprendió fue ver a esta horrible cucaracha junto a mi cuerpo inconsciente que con las antenas me hacía cosquillas en la planta del pie. Esto que te cuento no tendría la mayor relevancia si no les tuviera como les tengo un pavor sobrehumano a esos pequeños animales de caparazón marrón que te saltan a la cara como me decía mi abuela si les despegas el ojo de encima. Entonces me retorcí en el fondo de mi silla y me acurruqué en posición fetal viendo cómo el bicho le hacía cosquillas a los átomos de mi pie con esas antenas microscópicas. Me llevé ambas manos a la cara ocultando una mueca de terror horrible que ahora me apena y los dedos los abría a intervalos de diez segundos y cada vez que los abría la cámara hacía más zoom sobre la feúcha cucaracha y sus delgadas antenas. Por suerte para mí y para el protagonista de la película en la siguiente escena se vio entrar por la puerta del baño a mi gato Bautista que con su pata de algodón aplastó al bicho como si no fuera nada. La canción de Sonny Boy Williamson hacía rato se había acabado y solo se oía el agua caliente que salía de la regadera y el ronroneo constante de Bautista que se puso a jugar con mis pelotas como si fueran bolas de estambre y mi gato negro hasta se veía lo más tierno pero yo me levante de mi silla y le grité con todas mis fuerzas al gato en la pantalla «¡Bautista cierra la llave que el recibo del agua este mes me va a costar un ojo de la cara!». Entonces la gente se puso a abuchearme lo que me pareció curioso ya que la sala estaba completamente vacía. Luego la cámara siguió al gato hasta mi escritorio y en un primer plano muy detallado me mostró cómo el gato se colocaba mis lentes de aumento sin los cuales no veo un carajo y entonces oh, horror de horrores, Bautista se puso a llenar mis libros de contabilidad con sus limitados conocimientos matemáticos. Me levanté de mi silla una vez más y grité totalmente fuera de mis cabales «¡Bautista no puedes llenar la casilla de los pasivos con los valores de los activos gato estúpido!». Y la gente me abucheaba y me tiraba palomitas de maíz que se me metían por las fosas nasales. Entonces llegó el acomodador diciéndome con una voz muy seria y grave que debía acompañarlo a la salida y acto seguido me iluminó de lleno en el rostro con su linterna y de la linterna o de la pantalla (ahora no lo recuerdo bien) salió un tren a toda velocidad que me arrolló sin la menor misericordia.

Desperté pues en mi baño blanco manchado de sangre y suspiré aliviado al ver a la cucaracha machacada en el suelo pero mi alivio duró poco ya que estaba completamente inmovilizado del cuello para abajo lo que hacía imposible que cerrara el agua caliente de la ducha que caía y caía. ¡Bautista!, grité tres veces con todas mis fuerzas y mi gato negro apareció por el umbral de la puerta con su cara somnolienta diciéndome que era un desconsiderado por llamarlo a la hora de la siesta. Déjate de tonterías Bautista, ¿no ves el estado en que me encuentro? Lo veo, respondió como si tal cosa Bautista. Bueno pues necesito que por favor escales hasta el espejo que está encima del lavamanos, lo abras y me alcances cualquiera de estos medicamentos: Baclofeno, Dantroleno, Diazepam, Tizanidina. El gato bostezó, subió por el lavamanos, abrió el espejo no sin antes echarse una buena acicalada y me tiró lo primero que encontró. ¡Esto no, gato del infierno, esto son caramelos de cianuro! Vale, vale, qué humor de perros tienes esta mañana, déjame me pongo tus gafas que mi vista no es lo que solía ser. Y Bautista salió y regresó con mis gafas puestas luego de un tiempo muy largo que pareció una pequeña eternidad. Volvió a subir por el lavamanos y esta vez tomó del tarro correcto las medicinas que necesitaba. Me arrojó unas veinte a mi boca abierta de las cuales la mitad cayeron en mis ojos provocándome un escozor terrible y podría jurar que a Bautista todo aquello le divertía; luego salió elegantemente del cuarto de baño y mientras se alejaba ese gato que parecía que me odiaba y que yo tanto quería un sentimiento de gratitud y de amor indescriptible me inflamó el corazón. Gracias Bautista, te debo una le dije a lo que mi gato simplemente respondió «ya lo creo imbécil». Ahora me encuentro tirado en un rincón del baño esperando a que estas malditas medicinas hagan efecto y estoy un poco preocupado, tú que crees… ¿debería llamar a un doctor?

 


 

🌐 Web del autor: https://perrosserrano.blogspot.com/

Ilustración: Fotografía por HannahJoe7 / Pixabay [Public domain]

 

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Relatos en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 114 · enero-febrero de 2021

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