Jamás debió echarse por la borda…

artículo por
Beatriz Celina Gutiérrez

A

l conocer que José Ignacio Rivero Hernández, el último de los directores del Diario de la Marina, había fallecido en Miami no pude dejar de pensar en mi querido abuelo gallego, él, como otros tantos españoles en la isla, despertaban, cada día, con las reseñas de aquel diario cubano cuyo primer número vio la luz un domingo 16 de septiembre de 1832, en La Habana y no pararon sus máquinas hasta el 10 de mayo de 1960, en que fue clausurado por el naciente gobierno revolucionario de la República de Cuba, que lo consideró un periódico de extrema derecha y anticomunista. Ciertamente ese era su perfil por aquella época e incluso mucho antes, pero no podemos negar, que en sus páginas, se publicaban crónicas y artículos relacionados con la cultura, la economía del país, los deportes y otros tantos aspectos de interés nacional. Por tal razón, El Diario de la Marina sobresalía en calidad, tirada e impresión. De eso no cabe la menor duda y nadie puede cuestionarlo.

Ese diario tuvo un padre, el Noticioso y Lucero de La Habana, publicación de la época que lo precedió. El naciente diario, debe su nombre, a su vinculación con la Comandancia del Apostadero, instancia de la administración colonial asociada con embarcaciones que recalaban o salían de la bahía habanera con cargas y pasajeros. De ahí su bautismo como Diario de la Marina, nombre que mantuvo y defendió a lo largo de su existencia, circulando por toda la Isla durante más de cien años, ganándose el título de decano de la prensa cubana siendo calificado como uno de los rotativos más influyentes de la República de Cuba entre 1902 y 1959.

No es posible hablar de éste diario sin mencionar a su primer director, el escritor y periodista gallego Isidoro Araujo de Lira, y sus sucesores Dionisio Alcalá Galiano, José Ruiz de León, Fernando Fragoso y Luciano Pérez Acevedo, ellos estaban sujetos, con su publicación, a los intereses de la administración colonial, al comercio peninsular y a los gobernantes del momento. Por esa razón, encontraban criticas por el naciente instinto criollo de independentismo, o por otros sectores, que deseaban ciertas reformas.

Como hija legítima de Cuba, al igual que a otros muchos cubanos, nos resultan reprochables los artículos publicados, por ese diario, sobre las muertes de Ignacio Agramonte, Carlos Manuel de Céspedes y Antonio Maceo. Además, en sus páginas, ponderaron la prisión y asesinato de los estudiantes de medicina en 1873 y ni la iniciativa autonomista fue bien vista por ellos, haciéndose voceros del partido integrista Unión Constitucional y dando la aprobación a tan lamentable suceso, que enfureció a cubanos dignos y a no pocos peninsulares, que consideraron esos hechos una crueldad.

Sus artículos y crónicas, hicieron, que el diario, no fuera bien visto por los cubanos de ideas independentistas y por otros muchos afiliados a diferentes corrientes no tan radicales.

Les haré un poco de historia: A partir de 1919 y hasta 1944, el hijo del director continuó la labor de su padre. Se dice que el nuevo regente sentía gran simpatía por la monarquía española y que arrimó su hombro a Don Juan de Borbón cuando el General Franco lo desterró a Portugal. Con la nueva dirección, el Diario de la Marina, se adosó al modelo periodístico norteamericano y puso a disposición sus páginas a sectores de la intelectualidad  vanguardista de la época. Fue así, que en los años veinte del pasado siglo, germinó el «Suplemento Literario del Diario de la Marina», donde se encontraban secciones de humor, cartelera cinematográfica, anuncios clasificados y artículos dedicado a la literatura. Consiguió ser uno de los suplementos culturales  más importantes aparecidos en la Cuba del siglo XX. Entre sus colaboradores se encontraban rúbricas de valiosos escritores cubanos de esa época y se unieron escritores  extranjeros que  pusieron su pluma al servicio de este suplemento, que incluía una página titulada «Ideales de una Raza» dedicada a ventilar las trabas que confrontaba la población negra, y aunque el director de esta columna no ponía sus manos sobre el fuego y era muy moderado, en ocasiones colocaba el punto sobre las íes. Ejemplo de ello fue cuando publicó, el 20 de abril de 1930, la primera edición de los Motivos de son de Nicolás Guillén, en plena dictadura Machadista. Algo digno de destacar para ser publicado en un diario de ese perfil.

Al fallecer en 1944 el director del diario, la dirección del mismo pasa a su hijo, el cual cursó estudios con los jesuitas en el Colegio de Belén y más tarde se gradúa de periodismo en la Universidad de Marquette, en Wisconsin, Estados Unidos. Como nuevo director del diario, continuó la labor de modernización emprendida por su padre. El Diario de la Marina, llegó a tener las rotativas más modernas de Cuba y América Latina. Eran excelente sus reproducciones fotográficas y daba a conocer, con mínimas cantidades de texto, los acontecimientos principales de la Isla y el resto del mundo. El auge, eficacia y dividendos del periódico hizo que el viejo edificio de Prado y Teniente Rey, donde tenía su sede, fuera sustituido por otro más moderno, solido y funcional. En este edificio, que se construyó para el Diario de la Marina, radica hoy el Tribunal Provincial Popular de La Habana así como otras entidades del estado cubano, que instalaron allí cuando el diario fue clausurado por el gobierno revolucionario de la isla. La gran mayoría de los trabajadores de ese diario eran empleados y obreros humildes que vivían en La Habana Vieja. Todos los que trabajaban en las oficinas iban uniformados con guayaberas de hilo, además en sacos y camisas de cuello; las oficinas estaban climatizadas para mejorar las condiciones laborales.

El 28 de enero de 1953, al celebrarse el centenario del apóstol José Martí, el diario realizó una edición especial y a cada trabajador le regalaron un ejemplar encuadernado de unas cien páginas, en ellas, se insertó una sección de arte y literatura de excelente factura. Ya para esa época, La Sociedad Anónima Diario de la Marina estaba sustentada en un próspero negocio familiar, donde la viuda de su director lo presidia desde el año 1957 y sus dos hijos sustentaba la dirección y la administración del diario. En el salón de su Junta Consultiva se podía observar una butaca para el Cardenal de La Habana y algunos políticos, hombres de negocios e intelectuales influyentes de la época. El ingeniero y jefe de la publicación del diario, era de origen muy humilde, pero con luces para la literatura y el arte, brindó su ayuda, experiencia y relaciones, logrando, que el director del diario accediera a que José Lezama Lima publicara, de forma sistemática, desde septiembre de 1949 a marzo de 1950 su sección, «La Habana», la cual salía en la página tres del periódico y que, más tarde, todos esos artículos formaran parte de la sección, «Sucesiva o las Coordenadas Habaneras del libro, Tratados en La Habana». A la par, colaborarían con sus artículos de arte y literatura Medardo y Cintio Vitier, que se mantuvieron escribiendo y colaborando para la página cuarta del Diario de la Marina hasta noviembre de 1958. Tampoco podemos borrar de un plumazo, las críticas de arte del asturiano Rafael Suárez Solís, así como las estampas costumbristas de Eladio Secades y de periodistas de la talla de Juan Emilio Friguls y Walfredo Piñera y otros colaboradores.

La naciente revolución cubana del año 1959 no debió echar por la borda ninguna de estas publicaciones de suma importancia para la cultura cubana, tristemente, no fuimos capaces de recuperar esas colecciones de artículos y crónicas del Diario de la Marina, que serian un caudal de referencia y enseñanza para estudiantes de periodismo, historiadores e investigadores de la cultura cubana y del Mundo. En una ocasión leí un artículo, en un periódico de Miami, que expresaba: «Alguna vez habrá que rescatar tanta página notable perdida entre la hojarasca muerta. Mientras tanto, quede al menos la inquietud de saber que el Diario de la Marina fue mucho más que el imperio perdido de los Rivero…».

Quiero comentar sobre una crónica publicada en épocas lejanas; es una glosa escrita por el ilustre Don Nicolás Rivero que decía así: «¡Cuántas veces yerran los hombres que pasan por sabios y qué pocas veces se equivoca el sentimiento popular!».

Nicolás Rivero Muñiz fue periodista y escritor. Nació en España, en Santa Eulalia de Carda. En 1872 se unió a los carlistas en el alzamiento antigubernamental lo que le costó seis meses de cárcel en su etapa de lucha; después fue deportado a Islas Canarias y de allí, en 1873, a Cuba, donde permaneció varios meses. Volvió clandestinamente a España y de nuevo se unió a las tropas carlistas, con las que participó en varios combates y alcanzó el grado de comandante; derrotadas esas fuerzas tuvo que escapar a Francia, donde permaneció hasta 1876. Retornó entonces a Oviedo, en cuya universidad estudió Notaría Pública, sin llegar a graduarse. En 1880 desembarcó por segunda vez en La Habana y al poco tiempo comenzó a trabajar como secretario del Ayuntamiento de Bauta. Su iniciación de periodista fue en el semanario El Relámpago, en 1881, donde ocupó la jefatura de redacción, pero a los pocos números, por sus ataques al Capitán General, fue deportado de nuevo a España, de donde regresó a Cuba en 1882. Rivero apoyó al autonomismo, combatió los excesos y despotismos del general Weyler y al ser instaurado el gobierno autónomo de Cuba en enero de 1898 ocupó el cargo de presidente de la Diputación Provincial. Por su apoyo al autonomismo, una multitud intentó, en una ocasión, asaltar la redacción del Diario de la Marina y agredirlo físicamente. Al terminar la contienda decidió permanecer en Cuba, aunque en 1901 realizó una visita a España. En los años siguientes logró convertir al Diario de la Marina en el periódico de mayor circulación en la isla y uno de los más importantes de Hispanoamérica. En 1902 fundó, sin mucho éxito, la Asociación de la Prensa de Cuba. Viajó a Francia, México, los Estados Unidos y otros países y publicó sus impresiones de los mismos. Para entonces, fundó el periódico El Rayo, que combatió los errores de los gobernantes españoles en la isla. Por esto, fue encarcelado en varias ocasiones y llegó a permanecer algunos meses en un calabozo del Castillo de El Morro. Tiempo después dio vida a La Centella, otra publicación con igual carácter, que duraría poco tiempo y al que le sucedieron El General Tacón 1884-1885, El Español, 1869 y El Pensamiento Español, 1889. Algunos años después resultó electo Diputado Provincial por el distrito de Güines. En 1894 ingresó como redactor en el Diario de la Marina y comenzó a escribir la sección «Actualidades», que mantuvo hasta su muerte; en junio de 1895 fue nombrado director de este importante periódico, que atravesaba entonces por un momento difícil tras el inicio de la Guerra de Independencia. Recibió condecoraciones y mantuvo posiciones hispanófilas, clericales y conservadoras. Ya en la República se mostró respetuoso ante las autoridades cubanas y los sentimientos nacionales. Dirigió hasta su muerte el Diario de la Marina. Poco antes de fallecer el rey Alfonso XIII le dio el título de Conde del Rivero y el Sumo Pontífice la encomienda de San Gregorio Magno. Perteneció a la Sociedad Económica de Amigos del País. Empleaba como seudónimo: «Un Pasajero», pero en realidad se nombraba Nicolás Lino del Rivero Fernández y Muñiz Cueli. Falleció en La Habana, el 3 de junio de 1919. Ya desde el año 1848, José Severino Boloña, dueño de la imprenta Del Comercio donde se imprimía a la sazón El Noticioso, apoyado por el Comandante General del Apostadero, consiguió que se autorizara por la Regencia Provisional del Reino, el 13 de diciembre, redactar un periódico titulado Diario de la Marina de La Habana, bajo la protección e inspección del Comandante General del Apostadero por lo que los editores del Noticioso se le acercaron para que les traspasase su concesión mediante un precio convenido, a lo que Boloña no se hizo de rogar y vendió la licencia por la suma de quinientos pesos y apareció el primer número del Diario de la Marina el 1.º de abril de 1844 como órgano oficial de la Autoridad Superior de la Marina, impreso en la imprenta establecida en la calle Lamparilla n.º 4, esquina a Oficios, conocida por Oficina de Boloña, impresor de la Marina por S. M. con Isidoro Araujo de Lira como su primer director hasta el 7 de mayo de 1861 cuando por polémicas en el terreno del honor, por ofensas con la pluma de evidente procacidad, se batió en duelo a muerte con Benjamín Fernández Vallín y Don Fructuoso García Muñoz, jefe de policía de La Habana como testigo de Araujo y el Brigadier Ramón Sánchez, de Vallín, se colocarían a veinte pasos de distancia y pistola en mano, debían hacerse tres disparos mientras avanzaban, cayendo Araujo de Lira con el tercero.

Fue en 1895 que toma la dirección del diario la saga de los Rivero con el periodista Nicolás Rivero Muñiz, Primer Conde del Rivero, al frente hasta su muerte el 3 de junio de 1919 precediéndole su hijo el Dr. José Ignacio Rivero («Pepín») hasta su muerte cuyo cadáver fue exhibido al público en la recepción del diario. Le sucedió su hijo y nieto de Nicolás, José Ignacio Rivero («Pepinillo»). El Diario de la Marina, que durante toda la etapa de la colonia representó de modo intenso los intereses de la Corona y fiel servidor de la aristocracia habanera durante la república fue clausurado y silenciaron sus máquinas al triunfo de la Revolución cubana. El edificio del Diario de la Marina, de arquitectura art déco, contaba con numerosas oficinas, talleres, almacenes de papel y hasta una planta de radio. Lo que sí, nadie puede negar, es que ese rotativo, por muchas décadas, se aferró a raíces sólidas y por él pasaron ilustres reporteros y sagaces directores, algunos más connotados que otros.

Rivero, su último regente, trató de conservar vivo ese diario en Miami, pero solo pudo sobrevivir unos meses. Ya no tenía la pujanza que logró en la bella Habana. Se dice, y se repite, que fue una publicación rancia, en extremo reaccionaria y dada a perderse en el olvido,  sin puntos de encuentros para los historiadores. No coincido con tales afirmaciones, sin negar todo lo expuesto anteriormente, en sus páginas vieron la luz  crónicas y artículos de altos quilates, que debieron tenerse en cuenta para lograr un equilibro y veracidad histórica. Tuve la suerte, que en mi hogar, se atesorara un compendio publicada entre 1903 al 1919 del pasado siglo. Guardado como el gran tesoro de mi abuelo. Siempre vi ese volumen en el librero de la casa, y no pocas noches, era sacado de su escondite para dar lectura a algunas de esas crónicas. Acceder a ellas, fue para mí un gran privilegio y siempre estuve muy apegada a ese libro, tal es así, que fue lo primero que guardé en mi equipaje al ausentarme de Cuba. No podía dejarlo atrás, como dejé  tantas otras cosas…

Conmigo cruzó el Atlántico y llegó a la Madre Patria. Ahora, lo atesoro y me decidí a desempolvarlo en espera de una próxima tirada…

Diario de la Marina

 


 

Beatriz Celina Gutiérrez Gómez. Escritora y compositora. Tiene diferentes libros publicados en España y otros países. Actualmente vive en La Torre de Esteban Hambrán, Toledo, Castilla la Mancha.

🖥️ Web de la autora: http://www.vozquejo.es

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🖼️ Ilustraciones del artículo: (Portada) Habana. Avda. de Zulueta. Public domain, via Wikimedia Commons | (En el artículo) Página del Diario de la Marina, imagen remitida por la autora.

 

Índice reseña Eduardo Herrera Baullosa

Reseñas en Margen Cero

Revista Almiar (Margen Cero™ · 👨‍💻 PmmC) · n.º 125 · noviembre-diciembre de 2022

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