minificciones por Adán Echeverría

 

Crecer

 

H

ubo una vez una niña que con el paso de los años seguía siendo infantil. Pensó: ¿Qué se sentirá al jugar a ser adulta? Y caminó hacia el cuarto de su madre para hablar con ella, y su madre era solo una muñeca, que caminaba con su cuerpo de muñeca, y se subía y bajaba de la cama, una y otra vez, absorta en sus cavilaciones. La niña de nuestra historia la atrapó y se la acercó al rostro. La muñeca se quejó: ¿Cómo te atreves a molestarme, mocosa?, gruñó enojada y fea. La niña le dijo… «Ya no puedes molestarme más, mamá». Pero la muñeca le mordió los dedos. La niña la soltó y la muñeca cayó sobre la cama. Antes de que la niña reaccionara, la muñeca había descendido y se había ocultado debajo del colchón. «Voy a decirle a tu padre y a todos que eres una ingrata. Que no tienes conciencia de las cosas, niña mala». No lo harás. Papá no es más que otro muñeco igual a ti. Se han convertido en plástico con el paso de los años. Y créelo madre, te voy a encontrar, y te lanzaré al fuego para que termines derretida, junto con todos esos pensamientos que metiste en mi cabeza.

 

El placer es bloqueado por la culpa

 

T

omen dos globos, llénenlos de agua. Cada quien sabrá dejar el tamaño suficiente. Intenten no romperlos. Frótense los testículos y el pene con ellos. Imaginen los senos de una mujer; piensen en alguna joven que conozcan y les parezca atractiva.

―¿Puede ser Norma? ―gritó Fernando y la risa en el salón de clase, no se hizo esperar.

―Agarra tus cosas y vete a la dirección… Ya están grandes; aprendan a respetarse ―nuestra compañera Norma se puso colorada, masticando su rabia.

Desde esa mañana en clase de biología la masturbación fue tema recurrente en cada conversación; donde hay dos personas reunidas, parecía decir, ahí estaré; el placer había hablado.

Ulises siempre se quedaba solo en casa. Sus hermanos en la calle, los padres trabajando. Una mujer semidesnuda en una peli, le hizo pensar en la clase de biología. Cogió dos globos de la bolsa de dulces que había guardado de la fiesta de una de sus primas, y se metió al baño. Se desnudó y sentó en la pileta. Llenó los globos con agua, no mucho, no mucho, chin, me pasé, están disparejas. Mejor así, medianitas, como las tetas de I.., no tan grandes, que se vean duritas. ¿Así se sentirán los senos de verdad? Pensó en el rostro de la niña que le gustaba. Era de primer año y él de segundo. Ella estaba inscrita en el curso de taqui, y a él le encantaba pasearse por los talleres y mirarla presumir. Lo que más le gustaba eran sus piernas. Con la mirada intentaba levantarle la falda rosada de pliegues o bajarle los calcetines blancos hasta los tobillos, ¿comenzaba a picarle el amor?

Pensó en la maestra de biología y se dio cuenta de su erección. Juntó los globos sobre su miembro y comenzó a frotar. Esto es una pendejada. Decidió tomar la barra de jabón, mojarla y untársela en los testículos. El frote con sus delgados vellos hacía crecer la espuma; se soltó la regadera encima, se sentía más y más excitado. Dijo el nombre de la chica como una plegaria y cerró los ojos. El rostro de la maestra vino a entrometerse; las sensaciones de las gotas golpeando sus testículos le agradaban. Pensó en las piernas de la maestra bajo el escritorio, imaginó sus tetas de hembra madura y su amarga boca tomándole el miembro mientras se deshacía en súplicas, y en ese instante, endureciendo nalgas y muslos, Ulises terminó. El semen le había embarrado el vientre, las manos y los mulsos. Junto a él uno de los globos había estallado, y el niño de secundaria comenzó a llorar. Esa noche tenía que servir en misa como acólito, y se dio cuenta de que ya no podría comulgar.

 

Sin ventaja alguna

 

Y

a sonaba la música que lo introducía a la Arena. Brincaba en puntas de pie y lanzaba los puños, hacia adelante, derecha, izquierda, gancho, upper, recto, derecha, izquierda. Seguía con los ejercicios de la mandíbula, abrir al máximo, cerrar, mascar al aire, porque era necesario no descuidar la concentración, una quijada fuerte para sostener el protector bucal. Para esta ocasión era él quien subiría primero al cuadrilátero. Todo era distinto. Su nombre ocupó el segundo lugar en las marquesinas, y la bolsa de los premios, ganara o perdiera igual era dos tercios menor. Ellos piensan que no se dio cuenta de que las letras de su nombre eran hasta un punto más pequeño en toda la publicidad que había circulado, y cómo no. La oportunidad de pelear con Money había llegado quizá demasiado pronto. Era cierto que él también se mantenía invicto, y que no se jugaba nada en esta ocasión, porque Money no había querido arriesgar la corona con él. ¡Vaya!, no se trataba de arriesgar nada más que su propia integridad. ¿Callarás voces? Si ganas tus críticos ya nada tendrán que objetar, le decían todos, desde su agente, hasta aquellos periodistas de la televisora que llevaba varios años haciéndose cargo de impulsar su carrera. No podía saber si la Arena estaba llena para verlo ganar de nuevo, o para alegrarse si caía derrotado. La gente gritaba, pero no como otras veces. Todo era diferente. El alarido de aquel México, México, se escuchaba pero… como si los miles de asistentes se hubieran puesto de acuerdo, nadie gritaba su apodo como en otras ocasiones. Voy a morirme en el cuadrilátero, había dicho una y otra vez durante los meses de preparación, en cada entrevista. Me he matado entrenando. Estoy concentrado. Hemos planeado una verdadera estrategia para ganar. Pero ellos quieren que pierda. Todos quieren que pierda, pero sé que algunos aún tienen esa ligera esperanza de que yo salga adelante en esta pelea. Era esta la pelea que estaba esperando. Seguía brincando en puntas y comenzaron a caminar hacia el cuadrilátero, puso sus manos en el hombro de uno de sus asistentes que caminaba delante de él. La gente brincó de sus asientos. El público era un alarido continuo, y como era su costumbre había podido aislar los sonidos y concentrarse solo en su respiración, con la vista hacia el frente, y la cara levantada; pudo cerrar los oídos para escuchar apenas un monótono beeeeeeeeep que se alargaba cuan largo era el camino a recorrer hacia el cuadrilátero. A su paso las personas lo iban tocando, como si intentaran tocar al Cristo que atravesaba muchedumbres, pero mientras aquel dejaba en cada roce a su piel, un poco de su paz y milagrería, él, en cambio, lograba que en cada toque el miedo fuera desapareciendo de su cuerpo. Cada contacto de aquellas manos que se alargaban para tocarlo e intentaban saludarlo, lo iban deteniendo, y él dejaba que todos los temores y los nervios fueran cayendo con cada roce, para que, al subir al cuadrilátero, y pasar entre la primera y la segunda cuerda, se hallase vacío de cualquier debilidad. Su concentración era plena. Siguió dando brinquitos sobre el entarimado, abría y cerraba la mandíbula, movía cintura y cuello. Todo se hizo una oscuridad azul, los flashes saltaban por todos lados. Mantuvo la vista en un punto fijo, para evitar ver a su contrincante caminar hacia el cuadrilátero. No sería él quien validara cada uno de sus pasos. Nadie cree en mí. Todos esperan que caiga ante el campeón invicto. Esperan mi derrota. El silencio entró hacia sus oídos, se había cerrado por completo, y ya lo tenía de frente. Money estaba parado junto a él, como una estatua de ébano, tantas veces repetida en las leyendas, como un oscuro dios de la guerra, respirándole en la cara. Esta era su oportunidad, y no pensaba dejarla pasar. El réferi daba las instrucciones de siempre, levantó los puños hacia adelante, Money los golpeó hacia abajo con sus propios puños, y se dio la espalda para ir hacia su esquina dando más brinquitos como bailarín de tap. Miró una vez más la multitud. Ellos lo odiaban, y podía sentir su odio mascándole la piel; endureció los músculos. Escuchó algunas palabras de su entrenador que abandonaba el cuadrilátero. Lanzó una última mirada hacia la oscuridad de su memoria; sonó la campana, y miró a Money venir hacia él, con el brazo izquierdo doblado y pegado a su torso, como un guerrero que carga un escudo, y lo supo… esta sería su primera derrota y solo deseaba no terminar noqueado.

 

¿Quién encerró al Minotauro?

 

E

l día de muertos la feria amaneció instalada en el parque sin que nadie escuchara algo. Los más trasnochadores dijeron que se fueron a dormir, abandonando el parque, a eso de las tres de la mañana y aún no había nada. Solo la mujer que acostumbraba alimentar a las gallinas de madrugada, vio pasar las camionetas, escuchó voces y algunos martillazos, pero nada tan escandaloso que previera todo el trabajo nocturno para levantar las atracciones.

Ahí estaban los futbolitos, las sillas voladoras, la rueda de la fortuna, esas tablas para tirar canicas, y la zona de rifles de aire para cazar patos de aluminio. En el centro de la feria se encontraba la casa de los sustos y a un costado, la entrada al laberinto con la leyenda: «¿Quién encerró al Minotauro?», entre dibujos de cuernos, colas de reses, pezuñas, y el torso de un hombre corpulento con la cara de un buey.

Al atardecer, los encargados de la feria vociferaban atrayendo a los clientes. La gente del pueblo salió de misa de difuntos y, contrario a las costumbres, quisieron gozar el esparcimiento, contra las indicaciones del párroco, de algunas de las señoras piadosas y de los hombres que apoyaban en la comunión.

Desde la entrada al laberinto, un hombre gritaba:

―¡Llega a ustedes Eeeel Laberintooo! ―y abriendo los ojos como un poseso decía a los que se le acercaban―: Acérquense y atrévanse a entrar —la gente sonreía y temblaba al mismo tiempo, ante la desorbitada mirada del hombre; y el palurdo entonces levantaba la vista y continuaba invitando con sus ademanes:— ¡Miren al monstruo: Mitad toro, mitad hombre!

Las personas dudaban porque, además, el párroco había bajado de la iglesia para agredir verbalmente a los encargados de la feria, junto con los feligreses:

―Es noche de día de muertos. Vayan a sus casas. Hagan oración.

Con todo y la confusión que se había armado, muchos se percataron de que Raúl, uno de los acólitos de tan sólo trece años, como un desafío hacia sí mismo, decidió entrar al laberinto. No había oscurecido cuando el muchacho preguntó al encargado: ―¿Cuánto cuesta la entrada?

―Para ti es gratis.

A las dos de la mañana cuando la gente decidió que era tiempo de refugiarse en su casa, porque el frío comenzaba a picarles la piel, y los ojos les ardían por esas ventiscas heladas que circulaban en el descampado, la feria comenzó a cerrar sus atracciones. Pero nadie vio salir a Raúl del laberinto.

Sus padres quisieron hablar con los encargados de la feria, pero ellos solo argumentaban: Es imposible que haya entrado solo, no se permite. Los niños tienen que entrar acompañados de un adulto.

Los padres y otras muchas personas del pueblo, enfurecidas, despertaron al alcalde, quien, con los policías, los que vieron entrar al muchacho, y hasta el mismo sacerdote obligaron a los encargados a desmontar el laberinto. Estaba oscuro y una densa neblina había caído sobre el pueblo. Nada pudieron hallar entre los retorcidos fierros y láminas.

Los hombres de la feria fueron llevados a la cárcel pública. Los policías recorrieron las calles, interrogaron a los amigos de Raúl, dieron rondines por las carreteras aledañas, las entradas y las salidas del pueblo, se internaron por el monte, sin encontrar nada.

Cansados vieron salir el sol del amanecer, y ante la luz dulce de la mañana, con el terror en los ojos, se percataron de que el parque se encontraba abandonado, limpio y silencioso: ningún juego mecánico ni carpa se encontraban instalados. Todas las atracciones que habían disfrutado por la noche, ante la luz brillante del sol, habían desaparecido; la feria había sido levantada y nadie supo cómo ni en qué momento. Corrieron hacia la cárcel pública a pedir explicación a los detenidos, pero no hallaron a nadie tras las rejas, solo algunos huesos humanos y unos cráneos relucientes y pequeños como de niños, cenizas y las colillas de cigarros que presumían haber sido fumados hacía poco tiempo aún desprendían su picante aroma.

Apareció entre ellos la mujer que solía alimentar a las gallinas muy de madrugada y les dijo: ―A las tres de la mañana se fueron en sus camionetas.

 


 

ADÁN ECHEVERRÍA GARCÍA. Mérida, Yucatán (1975).
Integrante del Centro Yucateco de Escritores, A.C. Realiza el Doctorado en Ciencias Marinas en el Cinvestav del Instituto Politécnico Nacional – Unidad Mérida con una beca del Conacyt. Biólogo con Maestría en Producción Animal Tropical por la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Ha cursado además el Diplomado en Periodismo, Protocolo y Literatura (ICY, CONACULTA-INBA y Editorial Santillana, 2005). Por su obra literaria ha sido considerado en el Diccionario Biobibliográfico de Escritores de México que realiza la Coordinación Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA). Ha publicado los poemarios El ropero del suicida (Editorial Dante, 2002), Delirios de hombre ave (Ediciones de la UADY, 2004), Xenankó (Ediciones Zur-PACMYC, 2005), La sonrisa del insecto (Tintanueva ediciones, 2008), y Tremévolo (Ed. Praxis – Ayuntamiento de Mérida, 2009); así como el libro de cuentos Fuga de memorias (Ayuntamiento de Mérida, 2006). Compiló junto con Ivi May el libro Nuevas voces en el laberinto: Novísimos escritores yucatecos nacidos a partir de 1975 (ICY, 2007), y con Armando Pacheco la compilación electrónica en Disco Compacto Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México. Autores nacidos en el período 1960-1989 (Ediciones Zur y Catarsis Literaria El Drenaje, 2008). Es Premio Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos, convocado por la UADY (2007). Ganador del X Premio Nacional de Poesía Tintanueva 2008 (convocado en 2007). Premio Estatal de Poesía Joven Jorge Lara (2002). Mención de honor en el Premio Nacional de Cuento José Amaro Gamboa, convocado por la UADY (2004); Mención de honor en el Premio Estatal de Poesía José Díaz Bolio (2004) y Mención de honor en el Concurso Nacional de Cuento Carmen Báez (2005), de Morelia, Michoacán.

 

👁‍🗨 Leer otros textos de este autor (en Almiar):
La verdadera musa de Manuel AcuñaLetrad(eros) Como la neblina ▫ Pequeña historia de la danza en Yucatán

Contactar con el autor: adanizante [at] yahoo.com.mx

 

Ilustración artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

índice Minificciones Adán Echeverría

Artículos y reportajes en Margen Cero


Revista Almiarn.º 118septiembre-octubre de 2021MARGEN CERO

Lecturas de esta página: 209

Siguiente publicación
Hace treinta años se llevó a cabo el «Primer Encuentro…