relatos breves por
Sergio Borao Llop

C

uando subía la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina. Conté lo que llevaba en mis bolsillos: Dos euros y algunos céntimos. Se lo di todo. Ella protestó. Yo insistí. Ustedes, malpensados, creerán que lo hice porque era joven y rubia. Porque a pesar del pelo enredado me resultaba atractiva. Ante eso me encojo de hombros y, si aún pudiera sonreír, sonreiría. Durante unos instantes, contemplé cómo se alejaba. Luego terminé de subir la cuesta, llegué al puente, me aseguré de que nadie estuviera mirando —actitud ésta un poco ridícula, si se piensa en ello—. Después, lentamente me asomé por encima del pretil de piedra. Respiré hondo. La corriente, imparcial, discurría allá abajo, como un firmamento líquido.

 

Antes del fin 2.0

 

Cuando subía por última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina. Conté lo que llevaba en mis bolsillos: Dos euros y algunos céntimos. Se lo di todo. Ella protestó. Yo insistí. Finalmente aceptó y se fue cuesta abajo, balanceando un pequeño bidón de plástico y canturreando algo que no supe identificar. La miré mientras se alejaba. Un par de veces se volvió, agitando la mano libre en señal de despedida. Parecía feliz. Su horizonte era el lugar donde su moto la pudiese llevar con ese euro de gasolina. Sentí que el escenario había cambiado, que ya no podía hacer aquello para lo que había venido hasta el río. Que no tenía derecho mientras esa mujer siguiese caminando por el mundo con su bidoncito para gasolina y esa tonta canción germinando obstinada entre sus labios.

 

Antes del fin 3.0

 

Cuando subía por última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina. Conté lo que llevaba en mis bolsillos: Dos euros y algunos céntimos. Entonces oí una voz a mi derecha: No le des nada. Es para drogas. Miré hacia esa voz. Provenía de un banco cercano, donde se amontonaban algunos esqueletos sentados. Sus cuencas vacías nos contemplaban. Uno de ellos hablaba y gesticulaba en dirección a mí, pero yo ya no le escuchaba. Había vuelto a concentrarme en el recuento del dinero. Por debajo de las monedas vi mi mano: Estaba empezando a descarnarse. Entonces miré de nuevo los ojos de la chica. No hubo necesidad de decir nada. Ella asintió y, juntos, echamos a andar hacia la gasolinera más cercana.

 

Antes del fin 4.0

 

Cuando subía por última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina. Conté lo que llevaba en mis bolsillos: Dos euros y algunos céntimos. Se lo di todo. Ella protestó. Yo insistí. Finalmente aceptó pero se quedó allí quieta, mirándome, como si aún hubiese algo por decir o no supiese muy bien qué hacer. Miré hacia el río. Vi al otro lado las torres, las antenas, la ciudad extendiéndose infinita, asfixiante. Igual que ayer, igual que mañana. Pero esos ojos curiosos, expectantes, representaban un cambio, una suerte de túnel secreto por donde escapar a ese marasmo. Me ofrecí a llevar el bidoncito, a acompañarla en la búsqueda de una estación de servicio, a ser una mínima etapa en su camino y aceptar su presencia en medio de mi nada. La corriente lo entenderá, sabrá esperarme; a lo largo del tiempo diríase que no ha hecho otra cosa.

 

Antes del fin 5.0

 

Cuando subía por última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina.

Inútilmente registré mis bolsillos. Negué con la cabeza, pero ella no se movió: Un cansancio infinito se insinuaba en su mirada.

Deduje que también su camino estaba cortado. Como el mío. Que ambos estábamos al borde.

Fue entonces cuando oí los pájaros. En ese canto anárquico creí adivinar que la matemática es sabia, que menos por menos a veces es más, que dos finales pueden representar un principio.

Extendí mi mano, que ella tomó con algún recelo, y bajamos hasta el río. Nada más. Nos sentamos en la hierba y nos pusimos a contemplar la corriente, a sentir la música del agua, sacudida de cuando en cuando por el chapoteo de algún pez extraviado, a impregnarnos de ese perfume milenario cuyo nombre no figura en los catálogos profanos de los hipermercados. Luego vino la noche. Y su silencio. Pero nosotros seguíamos allí, escuchando.

 

Antes del fin 6.0

 

Cuando subía por última vez la cuesta en dirección al Puente de Piedra, me abordó una jovencita. Explicó que su moto la había dejado tirada y necesitaba un euro para gasolina. Conté lo que llevaba en mis bolsillos: Dos euros y algunos céntimos. Se lo di todo. Mientras guardaba el dinero en el bolsillo de sus vaqueros, me miró. Noté que ahogaba sus palabras de agradecimiento. Su mirada escrutaba mis ojos. Fueron diez o doce segundos. Veía algo. Tal vez leía en ellos todo lo que yo no podía contar. Me dijo: «Te acompaño». «Donde yo voy no puedo llevar compañía», respondí en voz baja. «Lo veremos», dijo ella sin moverse del sitio. Pensé que era un farol y reanudé mi camino. El puente estaba a menos de cincuenta metros. Dejó la moto allí aparcada, sin molestarse en echar el candado de seguridad y me siguió. Luego se puso a mi lado. «Iré donde vayas», insistió. Así, llegamos al puente, nos asomamos simultáneamente a la baranda. El río parecía llamarnos. Un cuarto de hora antes yo estaba firmemente decidido, pero supe que no podía hacerlo. No si ella pretendía imitarme.

Cuando pasó una pierna al otro lado de la baranda, la agarré con fuerza. En sus ojos estaban todo el dolor y toda la tristeza del mundo. Comprendí dos cosas: No podía condenarla y tampoco podía abandonarla. Nuestros destinos, fueran cuales fuesen de ahora en adelante, habían quedado unidos con la fuerza de la desesperación.

 

Sergio Borao Llop. Narrador y poeta. Nacido en Mallén (Zaragoza, España) en 1960. Miembro de Poetas del Mundo, del directorio REMES, del movimiento internacional Los Puños de la Paloma y del Club de Cronopios. Colaborador habitual o esporádico en varias revistas y boletines electrónicos (Inventiva social, IslaNegra, Gaceta Virtual, Con voz propia…). Presente en diversas web de contenido literario (Letralia, EOM, Almiar Margen Cero, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes…) así como en algunos programas radiofónicos. Fue finalista en los certámenes de poesía y relatos Ciudad de Zaragoza (1990) y durante un tiempo administró el blog Al_Andar, homenaje a las voces clásicas y muestra de algunas de las voces de hoy. Obra publicada: El alba sin espejos (relatos) (Literatúrame, 2013). La mano en la palabra (selección y prólogo) (MediaIsla, 2015). Desde las profundidades (prólogo) (Black Diamond Ed., 2013).

🖥️ Web: https://sergioboraollop.neocities.org/

Ilustración relato: Imagen realizada por la redacción mediante técnicas de IA
N. de R.: Estas seis versiones de un relato se publican juntas por primera vez. La ‘6.0’ era inédita hasta el momento.

🔖 Otras obras de este autor (en Almiar): El parque abstracto ▪ Una conversaciónComo si fuésemos inmunes

 

Relato de Sergio Borao

Revista Almiar (Margen Cero™ · 👨‍💻 PmmC) · n.º 139 · marzo-abril de 2025

Lecturas de esta página: 46

Siguiente publicación
Dominique Gómez Zepf, autor del relato Ruptura, refiere de esta…