relato por
Mariano Ruiz Montani

A

horas tardes del día, el combate estaba perdido. Habían caído ya en manos de los indios del Paraná las provisiones, y los guerreros vikingos, reducidos casi en su totalidad, se apiñaban junto a los querandíes moribundos de rostros descompuestos por el terror. Detrás, la barranca ascendía  con ceibos y chañares. En la cumbre escasa se erguía un tala, entre cuyo ramaje diminutos monos se hostigaban con gritos destemplados.

Dungrun contemplaba absorto los cuerpos de sus guerreros: el estado era particularmente lamentable. Se hallaban ya liberados de sus  violentos accesos de desesperación, pero su malestar, relegado al interior, les atormentaba lo mismo. ¿Cuál había sido el objeto de todo esto? ¿Qué drama se representaba en este nuevo mundo? La mayoría de ellos estaban desfigurados con las mejillas y las narices machacadas, y casi todos tenían los ojos enrojecidos, hinchados, purulentos.

Algunos caranchos enormes, de cabeza negruzca y pico afilado, con las alas extendidas y casi inmóviles, empezaban a poca altura sus giros en el espacio, lanzando un graznido de ansia lúbrica como una nota funeral.

Cerca de la orilla, donde el knarr había encallado, se arrimaba  ahora un puma con el hocico y el pecho ensangrentados. Tenía propiamente patas rojas, pues parecía haber hundido los remos delanteros en el vientre de un cadáver.

Dungrun alargó el brazo, y lo amenazó con un seax. El puma gruñó, enseñó el colmillo, el pelaje se le erizó en el lomo y bajando la cabeza se preparó a acometer, viendo sin duda que su enemigo se encontraba ya sin fuerzas.

—¡Ven, Bygul! —gritó Dungrun colérico, como si llamara a un viejo rival—. ¡Ven por mí! —y se tendió desfallecido.

Lentamente, deslizándose entre un montón de cuerpos polvorientos atravesados por las moharras, el felino de piel leonada acabó por echarse sin demostrar el menor asombro, como haciendo la guardia a su presa; parecía postrado y dolorido.

Más lo estaba Dungrun, tendido de espaldas con los brazos sobre el pecho; en sus pupilas dilatadas vagaba todavía una lumbre de vida. La barba rubia, recia y dura, que sus pares escandinavos comparaban con el borbón de un toro, aparecía teñida de barro y sangre. Tenía una costilla rota, y los dos fragmentos del hueso le habían saltado hacia afuera, entre carnes trituradas.

—¡Oh, sombra terrible de Aesir, voy a evocarte para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre estas tierras, acudas a explicarnos esta masacre! Tú posees el secreto, las convulsiones internas que desgarran las entrañas de este suelo. Revélanoslo. ¡Aún después de mi muerte sé  que viviré! La revelación vendrá. Pero todavía no ha llegado mi hora, estoy vivo en estas tierras lejanas al Valhalla como su heredero, su complemento, mi alma ha pasado a este otro molde más perfecto, más acabado, el del héroe. Lo que en otros ha sido sólo instinto, iniciación, superstición, se ha convertido en mí en creencia, efecto y fin.

En el dorso de Dungrun latía aún la herida. Al pasarle la lanza el tronco, le había destrozado la espina dorsal. Agonizaba, pues, aquel vikingo poderoso.

Al grito de ¡ut!, el puma pareció salir de su sopor, levantándose trémulo, como  entumecido. Dio algunos pasos inseguros atravesando una arrollada, giró e irguió la cabeza. A lo largo del recorrido paseó la mirada, unas veces por los juncos, verdes y espesos; otras por los cuerpos apiñados. Luego bajó la cola y se alejó relamiéndose los bigotes, a paso lento, importándole más el festín que la lucha. Merodeador de las breñas, compañero del carancho, vendría más tarde  a hozar en las entrañas frescas, no  a medirse en la pelea.

Poco después de que el puma hubo vuelto  a su sitio cercano  a la ribera, Dungrun llegó, arrastrándose con esfuerzo, hasta el pie de la barranca. Desde ahí dominaba el lúgubre paisaje a orillas del río. Una brisa tibia esparcía el hedor  de los  cadáveres. Bárbaro, valiente, audaz, nadie hubiera podido jamás reemplazarlo en la historia. Su corazón helado, el espíritu calculador que emprendía toda contienda lleno de pasión, había organizado  el combate defensivo con la inteligencia de un jarl. Contrincante ya sin rival hoy en esta tierra donde la reverberación de las barrancas  y la vegetación salvaje prolongaban la tortura, y herido de muerte, se retorcía como endemoniado, ¿por qué habían querido estos indios disputarle el título de elegido de los dioses que le prodigaban sus comandados?

Y arrastrándose un poco más, llegó a un pajonal, se acostó sobre una piedra, tomó alientos, y se volvió a incorporar con un quejido. Poniendo las manos sobre su pecho, se cubrió las heridas y quedó contemplando desde lejos las aguas. Observaba  así cómo se le escapaba la vida, tal como le había ocurrido a los demás. El río Pará moría sobre los juncos, a los que imprimía un soñoliento vaivén de finales de verano.

Se le nublaban ahora las pupilas, y sentía que dentro de él aumentaba el estrago de las entrañas.

Giró en derredor la vista quebrada ya, casi exangüe, y pudo distinguir a pocos pasos la cabeza desgreñada de un querandí que tenía los sesos volcados sobre los párpados a manera de horrible cabellera. El cuerpo esta hundido en las breñas.

—¡Oh… Aesir! —exclamó con un gemido violento.

En seguida extendió los brazos, y rodó ligero sobre el descuartizado. Quedaron formando un lábaro, acostados sobre la misma charca de sangre, que el puma olfateaba arrimándose ahora de vez en cuando entre hondos lamentos.

 


 

Mariano Ruiz Montani. Nació en Buenos Aires en 1968. Cursó estudios universitarios en la UCA y en el Laboratorio de Idiomas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es abogado, docente y escritor. Es también miembro de la SADE y del Círculo de Escritores Sanfernandinos «Atilio Betti». El relato aquí publicado forma parte de una serie intitulada Miralrío (historias de una quinta de San Fernando).
📧 marianoruizmontani[at]gmail [dot] com

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🖼️ Ilustración relato: Imagen realizada mediante técnicas de IA (redacción).

TRES RELATOS SORPRESA (traídos aquí desde nuestra biblioteca)

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La mar tenebrosa (en El elegido de los dioses) La mar tenebrosa, por Raúl Roldán García. En Margen Cero (Taller literario de El Comercial – 2002)
Si el Capitán Trueno (en El elegido de los dioses) Si el Capitán Trueno, por Martín Piedra. En Margen Cero (Biblioteca de relatos – 2004)

La escapada (Ruiz Montani)

Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 134 · 👨‍💻 PmmC · mayo-junio de 2024

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