relato por
Elisa Enrech
S
oy un adicto. Y sé que no lo parezco, pero lo soy. Creo que soy muchas cosas que no parezco. Vivo cada día con un miedo que no es mío, con una horrible presión en el pecho que a duras penas me permite respirar. La gente me mira y piensa que lo tengo todo, nadie se para a pensar en lo duro que he trabajado para seguir vivo, para seguir hoy aquí. Mi familia me quiere, pero creo que, en general, todas las familias habituales aman en cierto punto a sus hijos. Estos últimos meses me han hecho ver que da igual cuánto quieras a alguien, eso no les librará necesariamente de la desgracia. Si el amor fuera suficiente para evitar cualquier tipo de dolor, el mundo sería un lugar muy distinto. Se traficaría con cariño en lugar de con meta; y tu peor destino sería amar demasiado (como en una sobredosis de afecto), no sentirte completamente desesperado y falto de comprensión. Ayer mangué de la nevera una lata y un botellín de cerveza. Quería bebérmelos. Nada me apetecía más que aquello. Puede parecer poca cosa, pero llevo tres meses sobrio, tres de los meses más reales y maravillosos de mi vida. No llevaba sobrio tanto tiempo desde los dieciséis. Así que allí estaba yo, ayer, delante de mi mayor demonio, dispuesto a volver a invocarlo. Autoconvenciéndome de que la recaída es parte del proceso, para sentirme mejor. Menos culpable. Leí una de las frases motivacionales que tanto me ayudaron en otros momentos oscuros: «Sea lo que sea a lo que te estás enfrentando, tal vez acabe convirtiéndose en tu mayor regalo». Aquello carecía de sentido para mí, en el momento de delirio en el que me encontraba. Recuerdo dudar, dudar mucho, pensando en todo lo que había avanzado aquellos meses. Pensando en lo que era y lo que deseaba ser. Lo puse en una balanza y me di cuenta de que me odiaba a mí mismo. De que tan solo quería ser otra persona, desaparecer. No entiendo por qué me siento así. Nadie lo entiende. Como he dicho al abrir estas líneas, hay muchas cosas que sufro a diario que la gente no ve de mí. Supongo que todos tenemos nuestros propios demonios, esa condena personal que nos martiriza día a día en secreto. Tan solo es que, algunas personas, lo saben ocultar mejor que otras. Yo soy tan bueno en eso que apenas puedes oler mi locura. No sé a quién o a qué atribuirle el milagro, pero al final me decidí a no abrir las cervezas. En medio del pánico que sentía las agarré y me las puse en el cuello. Sentí el frío sudor de los recipientes contra mi piel y algo en mí despertó. Respiré profundamente, como si llevara horas sin hacerlo, o como cuando despiertas después de un coma etílico. Aquella bocanada de aire me puso los pies en el suelo, y sentí un pequeño resquicio de alivio. Me aferré a él. Devolví las cervezas a su lugar, y pensé aliviado que ya no tendría que inventarme excusas para su ausencia. Me hice un té, y me senté a escribir cartas a algunas de las personas que me ayudaron en el pasado; lírica de gratitud. Y así sobreviví una semana más lejos del infierno, una semana más sobrio. Me sentí bendecido en mi desesperación. Y entonces entendí la frase. Y acepté el regalo.
Elisa Enrech es una joven autora que está deseando iniciarse publicando algunos trabajos. Trabaja en una novela mientras estudia un Máster de Teoría Literaria en la universidad.
📩 elisaenrechhernandez [en] gmail [punto] com
Ilustración relato: Jar, Bottle and Glass, Juan Gris, Public domain, via Wikimedia Commons
TRES RELATOS SORPRESA (traídos aquí desde nuestra biblioteca)
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Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 135 · 👨💻 PmmC · julio-agosto de 2024
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