Prejuicio vs. Verdad

artículo por
Juan M. Sánchez Martín

Donde quiera que se encuentre el prejuicio, siempre nubla la verdad.
Doce hombres sin piedad (1957).

 

A

ludimos a una película dirigida por Sidney Lumet que se erige como obra maestra en la historia del cine. Ganadora de diversos premios internacionales y con tres nominaciones al Oscar, es todo un clásico del drama judicial, protagonizado por Henry Fonda. Aunque más bien, podría considerarse que es la palabra la que adquiere el auténtico protagonismo. La capacidad de argumentación de los doce personajes que constituyen un jurado popular y su confrontación de ideas y opiniones sobre un caso hipotéticamente sencillo configuran la trama principal, la cual da fruto a una interesante reflexión sintetizada en la anterior cita. La acusación se cierne sobre un adolescente como único sospechoso del asesinato de su padre.

La enseñanza extraída de esta obra, su jugo en sí, es aplicable hoy en día, pues el prejuicio abunda por doquier en nuestra sociedad, más si cabe teniendo en cuenta que vivimos en la era de la desinformación. Es aquí donde la intervención y manipulación en la comunicación se convierten en herramientas para desinformar, en relación con cuestiones de distinta índole (política, religión, salud, etc.) y valiéndose de herramientas tan poderosas como los medios de comunicación.

Dejando a un lado el análisis de las causas de la desinformación, de lo cual y paradójicamente, uno mismo se puede informar, especial atención merece una de sus consecuencias: el prejuicio. Es decir, cuando se conjetura sin fuente verídica, lo cual es una tesitura que podremos entrever en Doce hombres sin piedad. Pareciera sencillo pronunciar una sentencia de culpabilidad ante un simple caso con un único sospechoso del parricidio. Pero «simple» (de pocos elementos) no es lo mismo que «sencillo» (sin dificultad) y la complejidad del lance, que queda enmascarada de primeras, irá haciéndose notar gracias a los razonamientos del protagonista que rebate las conjeturas, asechanzas y encerronas del resto del insidioso jurado, condicionado cada miembro por particulares prejuicios y barreras, sean de orden lógico, moral, educativo, etc. Desde luego, la razón para deliberar conforme a Derecho deja de ser inherente en el debate cuando se pasa por alto el (controvertido según qué casos) principio jurídico in dubio pro reo, popularmente conocido como presunción de inocencia.

Y sin entrar en cuestiones complejas como las planteadas en la película, el prejuicio sucede incluso en típicos asuntos banales: catalogar a una persona musculosa como un «cerebro de mosquito», cuando quizás es un «coco»; a alguien delgado como débil, cuando a lo mejor es muy resistente y trabaja en el campo; o a una persona con obesidad como glotona cuando lo mismo padece una enfermedad metabólica. En realidad se está tomando como base una primera imagen obtenida visualmente en los referidos casos para sacar una conclusión, quizás sumado a una idea estereotipada previamente concebida. Se da entonces el llamado efecto halo. Esto es, definir la imagen de una persona considerando únicamente alguno de sus rasgos o atributos. Se olvida a veces (o muchas) que «apariencia» deriva de «parecer» y no de «ser»; que «imagen» no es lo mismo que «identidad». Traigamos a colación una de las tantas citas que nos brindó Maquiavelo: «Los hombres en general juzgan más por las apariencias que por la realidad». No obstante, es cierto que se puede acertar de lleno en la hipótesis inicial sustentada en el prejuicio y verificarse el dicho de «cuando el río suena, agua lleva», aunque la coincidencia la determinará el azar. Eso sí, tirar preferentemente del factor azaroso es renunciar a la aptitud cognoscitiva de emitir juicios que dispone el ser humano.

También es habitual en nuestra sociedad la creencia en un bulo camuflado como aparente información veraz. Y por estimarlo, se acaba prejuzgando. Pero hay más, puesto que prejuzgar también es considerar las opiniones de los demás como si fueran hechos ciertos, olvidando que constituyen una visión particular de la realidad, y no la realidad. Es el caso de los programas televisivos de cotilleos o los reality shows, algunos de los cuales lógicamente se podrían denominar fiction shows, ya que en vez de mostrar situaciones ajustadas a la realidad, su contenido se asemeja más al de una película, no basada en hechos reales precisamente, sino en una de fantasía. Y en el filme referido todo indica que para once de los doce miembros del jurado no deberíamos hablar de un juicio de la realidad, sino de un juicio de sus realidades. Es más, contraponerse a las mismas generará malestares entre los presentes, pues no todo el mundo acepta con buena disposición que su opinión sea rebatida y los hay quienes hasta lo consideran una afrenta. A veces también pasa que lo que debería ser un juicio objetivo acaba por ampararse más en la subjetividad que en el sentido común y la racionalidad que debería aunar la verdadera justicia. Por no decir ya el caso de que el interés particular se subleve a una actuación ecuánime y empática digna de calidad humana.

«Había once votos de culpable. No resulta fácil levantar la mano y enviar a un chico a la muerte sin  hablarlo antes» ~ Jurado número 8 (Henry Fonda).

Prejuzgar puede abocar a creencias total o parcialmente equivocadas, las cuales implican consecuencias positivas o negativas para las personas. La desinformación, por consiguiente, puede convertirse en un poderoso aliado para unos y en un enemigo para otros. Por algo afirmaba Sun Tzu que el arte de la guerra está basado en el engaño (Sun Tzu, El Arte de la Guerra). Al final, resulta que el mito de la caverna, de Platón, cobra más sentido que nunca hoy en día.

Tomar conciencia de la diferencia entre la verdad y el prejuicio puede ayudar a poner en cuestión los hechos e información aparentes que se nos presenten, con objeto al menos de intentar discernir si es un caso de realidad o de falsedad, tal y como obra el personaje encarnado por Henry Fonda al sembrar la duda razonable. También se puede elegir directamente lo último si se asumen sus consecuencias, claro que el jurado de la trama no es quién acabará condenado a muerte.

Después de todo, una obra como Doce hombres sin piedad puede resultar o no atractiva tras su visionado, y también puede ser descartada de antemano en base al prejuicio de que es aburrida, por ser una película antigua en blanco y negro.

 


 

Juan Manuel Sánchez Martín

Juan Manuel Sánchez Martín. Nacido en Málaga, es graduado en Administración y Dirección de Empresas por la Universidad de Málaga. Lector y cinéfilo, escribe comentarios y reflexiones sobre películas.

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