artículo por César Bisso
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eterminadas peculiaridades distinguieron con el tiempo la personalidad de Pablo Neruda, como por ejemplo su apasionada actividad política y diplomática, que lo acompañó en casi toda la trayectoria literaria. Quizás pudieron ser los puntos de apoyo más fuertes que ayudaron al poeta chileno a encontrar un camino viable hacia la obtención del Premio Nobel Literatura en 1971, en una época de plenas confrontaciones ideológicas. No obstante, esas dudas se disipan ante el alto voltaje lírico y social que se encuentra presente en la extensa y avasallante obra poética de Neruda, que ha servido para gravitar entre sus contemporáneos y, sobre todo, en las nuevas generaciones de escritores. En aquellos tiempos muchos jóvenes trataban de emular la entereza de aquel hombre infinito, desde sus poemas de amor hasta su canto general.
Por entonces, se discutía el verdadero lugar que ocupaba Neruda en la literatura de su país, en América y en el mundo, al proclamárselo el poeta que pudo señalar desde sus versos el destino de un pueblo. Muchos colegas de otros rincones del planeta anhelaban tener un poeta que marcara el rumbo de la patria, el poeta que dijera «para allá vamos» y todos pudieran subir al carro de la libertad y la esperanza. Eso sucedió en Chile con Neruda y su pueblo. ¿Realmente fue así?
Si hacemos un poco de historia, se podría conjeturar que, más allá del Premio Nobel y de tantas otras distinciones nacionales e internacionales, Neruda no tuvo a todo el pueblo chileno a favor. Menos aún, a la cofradía literaria de su país. Y no fue solo cuestionado por su ideología política, sino por la virulencia con que otros grandes escritores maltrataron su obra y sus formas de actuar en sociedad. El vate, que escribía sus poemas con tinta verde, encontró muy pronto demasiado reconocimiento institucional (el gobierno de Chile lo impulsó tempranamente en la carrera diplomática), pero también una fuerte resistencia en el complejo y azaroso campo cultural.
Ya en sus primeras apariciones públicas por los diferentes ámbitos de la sociedad transandina, debió luchar de una manera frenética contra fuertes adversarios de la época. Sufrió la dura estocada de un gran poeta de reconocimiento internacional, como Vicente Huidobro. Admirado en los ámbitos literarios europeos, el padre del creacionismo nunca aceptó la estética nerudiana. Huidobro era el abanderado de la nueva poesía, pero Neruda surgía en el escenario cultural como el poeta de moda. Sus ardorosos poemarios juveniles (Crepusculario, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Los versos del capitán) conmovían al mundo y, sobre todo, a España, donde talentosos poetas locales comenzaban a admirar sus poemas. Mientras tanto, aquel adversario chileno tenía reservado el primer disparo al centro del corazón. En 1934, el diario capitalino La Opinión publica un artículo firmado bajo el seudónimo de «Justiciero», que la tribu literaria atribuyó al autor de Altazor. Según la investigadora chilena Faride Zeran, en su libro La guerrilla literaria, aquella nota referida a Neruda expresaba párrafos incendiarios como éstos: ¿Es un poeta estimable? ¿Es un imitador de los primeros creacionistas chilenos y españoles? ¿Se es justo al proclamarlo poeta de primer plano o se es justo al declararle un poeta secundario y como tantos? Y continuaba el «Justiciero»: Mientras en Chile el joven Volodia Teitelboim descubre plagios de Neruda a Tagore, a Huidobro, a Díaz Casanueva, etc., en España, García Lorca lo proclama el mejor poeta de América después de Rubén Darío. No cabe duda, que Huidobro despreciaba el auténtico valor poético de la obra de Neruda y, sobre todo, al círculo internacional de amigos poderosos que estimulaban el consagrado crecimiento del joven autor.
Pero Huidobro no fue el único adversario. También Pablo de Rokha, otro de los notables poetas chilenos del siglo pasado, atacó duramente al futuro Premio Nobel por el mismo motivo, publicando una semana después en ese mismo diario, un furioso artículo en su contra: …para ser un plagiario, menester es poseer un oportunismo desenfrenado, una vanidad sucia y enormemente objetiva, como de histrión o de bufón fracasado, una gran capacidad de engaño y de mentira, una noción miserable y egolátrica y deleznable, a la vez, según el párrafo extraído del libro que Zeran publicó en 1992.
Neruda, que ya viajaba por todo el mundo y era recibido en las principales capitales con el alto honor de ser considerado el gran poeta de Chile, salió a defenderse bastante tiempo después. En 1937, en plena guerra civil española, Neruda envía desde Madrid una nota a la revista literaria Zig Zag, con el intento de lavar el mote de plagiario ante la opinión pública santiaguina. En un fragmento testifica: …el poema 16 es, en parte principal, paráfrasis de uno de Rabindranath Tagore, de El jardinero. Eso ha sido siempre públicamente conocido. A los resentidos que intentaron aprovechar, en mi ausencia, esta circunstancia, les ha caído el olvido que les corresponde a la dura vitalidad de este libro adolescente.
La batalla estaba en su hora más candente. Según los chismes literarios de entonces, Vicente Huidobro jamás toleró que Federico García Lorca lo hubiese nombrado a Rubén Darío como el mayor poeta de América. Tal vez, si el comentario del poeta andaluz hubiera sido «Neruda es el mejor de América después de Huidobro», éste no habría creado tanta discordia en la vida cultural chilena, desquiciando de tan mal modo a su coterráneo. Pero esto es pura ironía.
El otro Pablo, el célebre creador de Los Gemidos, tampoco lo dejaría en paz. Si bien fueron amigos desde un principio, cuando Neruda lo reconocía como un fuerte referente poético, la incursión de ambos en el combativo escenario político chileno abruptamente los enemistó, porque el Partido Comunista aceptó a Neruda como su poeta oficial y dejó a de Rokha —de raíz anarquista— un escalón más abajo. Así fue como el viejo Pablo se enfureció, sobre todo porque nunca estuvo convencido de las ideas de Neruda y solo vio en él a un oportunista que se aprovechó de los burócratas políticos del partido, usufructuando la cadena de relaciones culturales que tenía el comunismo internacionalista de entonces.
Distanciados entre sí, nunca desapareció la áspera disputa entre ellos. Pero cada uno, a su manera, alcanzó un protagonismo que trascendió todas las fronteras, opacando aquella guerrilla literaria que supieron librar desde sus altos egoísmos. Para distinguirlos poéticamente, se podría decir que Huidobro fue la elevación; de Rokha, la intensidad; Neruda, la inmensidad.
Vicente Huidobro murió en 1948. Pablo de Rokha se suicidó veinte años después. Ninguno vio a Neruda consagrarse Premio Nobel de Literatura. Tampoco vieron su país desangrado. Neruda buscó reconciliarse con Huidobro, pero éste jamás le concedió la oportunidad de hacerlo. De Rokha quiso hacer lo propio con Neruda, pero éste rechazó el intento. Nadie discute hoy, en los ámbitos literarios de Chile y del mundo, si Neruda fue un plagiario o un mediocre. Solo existe una coincidencia generalizada de señalarlo como un poeta universal, mayúsculo, creador de uno de los libros más bellos e inobjetables: Residencia en la tierra.
Neruda falleció en 1973. Ya no estaban aquellos enemigos literarios, pero otro enemigo lo aterraba en sus últimos días. Tal vez, anticipándose al golpe certero de una feroz dictadura el poeta de Temuco haya recordado estos versos: Aquí estoy / echando hasta morirme poemas por los dientes.
César Bisso. Nació el 8 de junio de 1952 en Santa Fe, República Argentina. Es Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Ha recibido la Faja de Honor de la Asociación Santafesina de Escritores y obtuvo, entre otros, en el género poesía, el Premio Regional «José Cibils» y el Premio Provincial «José Pedroni». Coordinó los talleres de escritura del Rectorado de la Universidad Tecnológica Nacional y fue coorganizador del Primer Festival Internacional de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires (1999).
🖼️ Ilustraciones: (portada) Pablo Neruda 1963, Unknown (Mondadori Publishers) / Public domain ▪ (en el artículo) Vicente huidobro, Unknown author / Public domain ▪ Pablo de Rokha, circa 1944, Desconocido / CC0.
👁🗨 Leer una entrevista a este autor (en Almiar) ▪ Un artículo: El lenguaje sigue siendo el arma más temida
Revista Almiar (Margen Cero™) · n.º 112 · septiembre-octubre de 2020 · PmmC
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