relato por
Amalia Álvarez San Pedro

 

E

stábamos en aquel lugar todos juntos, muy apretados, entre otras razones porque los nuevos no paraban de llegar, así que ansiaba ampliar mi territorio, respirar, abrirme un poco, sacudirme el polvo. Era evidente que yo ocupaba doble espacio que los demás, puesto que era el más gordo, pero mi angustia no la provocaba tanto la falta de sitio o mi corpulencia como los celos. Tenía que reconocerlo: envidiaba a mis compañeros.

Y es que, día tras día, aquel hombre entraba en la habitación se acercaba a nosotros y elegía a uno de mis colegas, pero nunca me escogía a mí lo que me causaba gran frustración. Recuerdo que una vez, me dejé caer para llamar su atención, pero fue inútil, no obtuve ningún éxito pues él, sin apenas mirarme, me obligó a volver a mi lugar.

Fue el odio que él me inspiraba lo que me hizo maquinar la venganza. Cada noche escogía lo mejor de mí mismo y haciendo alardes de erudición soliviantaba a mis compañeros incitándolos a la sedición. No fue difícil conseguirlo porque a fin de cuentas yo, mejor que nadie, conocía el significado de la palabra ‘sedición’: alzamiento colectivo y violento contra un poder establecido.

Muy pronto no tardé en tener a todos de mi parte y entonces elaboramos el plan de ataque; nos dividimos por secciones de acuerdo con nuestras capacidades y decidimos también repartirnos el terreno, de esa forma cada sección atacaría una parcela de la casa.

Los especialistas en medicina fueron los encargados de molestarlo en el cuarto de baño y pronto consiguieron que empezara su obsesión. Cada mañana, el hombre se preguntaba ante el espejo si aquellas repentinas manchitas en su cara serían producto de alguna enfermedad rara o, tal vez, si aquel dolor de tripa que lo atacaba siempre a primera hora, lo causaría alguna incipiente alergia a la cena de la noche anterior. El juego pronto fue divertido, pues provocándole estas aprensiones conseguimos entre todos que saliera, cada día, un poco más demacrado de aquella habitación.

Durante la noche, los que sabían de historia o de política poblaban su dormitorio con escenas del pasado alterando su sueño con cruentas batallas, ejecuciones sin fin y discursos exacerbados que revolvían sus sábanas y su espíritu impidiéndolo descansar.

Los expertos en filosofía tergiversaban las ideas en su mente volviéndolas ininteligibles o confusas por lo que, al oírlo hablar, resultaba imposible averiguar si era partidario de Descartes o de Leibniz o es que sencillamente había perdido la razón.

Otros compañeros, profundos conocedores de las pasiones humanas, llevaban sus competencias al pasillo llenándolo de terroríficas escenas apenas entrevistas que se deslizaban por las paredes, susurraban en cada puerta o se arrastraban por las alfombras. Por eso, cuando el hombre regresaba a casa, permanecía trémulo en la puerta de entrada incapaz de avanzar, temiendo ver el muerto en el suelo, un ahorcado en la viga o a alguna supuesta envenenadora saliendo del comedor con una humeante sopera.

La cocina estaba reservada a los expertos en situaciones paranormales y, por eso, los armarios se abrían de golpe y los platos y cacerolas caían al suelo o volaban por los aires, provocando en nuestro hombre sobresaltos a cada instante. Los diferentes objetos intercambiaban sus posiciones y hasta su naturaleza y los alimentos de la nevera volvían a la vida una y otra vez, removiendo así los cimientos de su ateísmo y sus dudas sobre la resurrección.

Yo era, como experto en lenguas, el jefe de todos, el que orquestaba la fiesta, el que dirigía, con la salvaje fruición que suscita la venganza, aquel divertido cotarro. A fin de cuentas, formaba parte de todos y cada uno de ellos, por lo que era justo que fuera el jefe y que mi influencia y radio de acción se extendiera también a toda la casa. ¿Quién dijo: la palabra es el poder que mueve el mundo? A lo mejor no lo dijo nadie, pero yo sí lo pensaba.

Al fin, una mañana, la asistenta lo encontró sepultado bajo la enorme librería repleta de volúmenes hasta rebosar que él mismo había arrancado de la pared.

Hizo mal en despreciarme. Sé que soy tan sólo un diccionario y él, convencido de conocer a fondo todo mi contenido, pensó que ya no me necesitaba; pero se le olvidó consultar de nuevo el verdadero significado de la palabra fin.

 

separador relato Amalia Álvarez San Pedro

Amalia HoyaAMALIA ÁLVAREZ SAN PEDRO es el seudónimo utilizado, en su faceta de escritora, por la fotógrafa AMALIA HOYA, nacida en Béjar (Salamanca) y residente en Madrid desde 1975. Cursó estudios de Filología Española en la UNED. Es titulada en fotografía analógica por el CEI de Madrid (1978), y ha realizado numerosos cursos de fotografía digital patrocinados por NIKON.
Ha participado en diversos talleres literarios durante varios años: talleres de la poeta M.ª Ángeles Maeso; Fuentetaja, La Piscifactoría y La Central (todos en Madrid), especializándose en relato corto y literatura infantil y juvenil.
Como escritora:
En 2015 ha publicado un libro de relatos titulado La Sombra y otros relatos. En este mismo año fue seleccionado uno de sus micro relatos en el concurso Diversidad Literaria, incluido en un antología titulada Inspiraciones nocturnas II. Ha realizado también lecturas de sus escritos en un café de Madrid.
Como fotógrafa:
Trabajó para una multinacional alemana 1980-2007, realizando fotografía industrial. Anteriormente, trabajó en fotografía de reportaje y eventos sociales.
Ganadora de dos primeros premios en dos concursos fotográficos: Años 2002 (Asturias) y 2011 (Madrid). Desde este último año, expone sus fotografías en diversas salas de Madrid; ha realizado doce exposiciones hasta la fecha. En 2012 formó parte del jurado de un prestigioso concurso nacional de fotografía. Es guía voluntaria de la Biblioteca Nacional de España desde hace ocho años.
Otros escritos y proyectos:
– Segundo volumen de relatos titulado: Inquietudes (en fase de publicación)
– Cuento juvenil: El País de Mor (en proceso de corrección)
– Cuento infantil: ¿Quién ha robado el sol? (en proceso de corrección)
– Novela: Ámbarim (en proceso)
– Libro de fotografías de reportaje y texto.

Contactar con la autora: amaliahoya[at]yahoo.es
FB: analia.gade.7

🖼️ Ilustración relato: Fotografía por 422737 / Pixabay [CCO dominio público]

 

archivo relatos El verdadero significado de la palabra fin

Más relatos en Margen Cero


Revista Almiarn.º 85 / marzo-abril de 2016MARGEN CERO™

 

Siguiente publicación
Exposición de pinturas de la autora argentina Silvana Appella