relatos breves por
Claudine Servián
¿Nos fiamos de nuestras entrañas?
No paran de repetirme que huir no es bueno. Irse corriendo es de cobardes, desaparecer no alivia el problema. En cierto sentido, lo entiendo, los asuntos no se resuelven por mucho que desconectes y te cambies de casa.
Y entonces tu cuerpo te habla. Nervios, emoción, dudas, principios de historias, finales de tragedia. Nuestro cuerpo no puede diferenciar los motivos de nuestra aprensión hacia el resto. Normalmente, lo ignoramos. Sabemos que podemos controlarlo, así que coges aire, cuentas hasta diez y sigues con tu vida. Puedes agobiarte, dando vueltas al porqué has acabado en esa cita o discutiendo con tu amigo, y otras ya reniegas porque no quieres pensar en lo absurdo que es verte llorar por pequeñas tonterías. Pero llega un día en que decides escuchar tu cuerpo, las palpitaciones, los nervios en el estómago, la taquicardia y las manos temblorosas. Al fin y al cabo tienes que poder fiarte de tus entrañas, ¿no? Así que cuando tu cuerpo te dice corre… corre.
¿Por qué no podemos salvar a nadie?
Veo a gente que me importa elegir una aparente felicidad con la palabra «cianuro» en la etiqueta trasera. Veo amor muy grande en corazones pequeños que acaban estallando por no poder darlo y corazones grandes desolados. Veo sonrisas que acaban perdiéndose en el aire porque las miradas no quieren ver más allá de la talla de pantalones.
Veo síes desterrados por miedo y noes nacidos por cinismo. Veo a gente buena en habitaciones de hospitales y veo a gente mala que puede dormir por las noches. Veo que el karma no existe y me pregunto: ¿por qué no podemos salvar a nadie?
¿Es tan malo?
Estamos acostumbrados a decir «hoy es un día de mierda» o «esto es terrible». Nos sentimos mal porque tenemos pesadillas y a veces al levantarnos sentimos que el mundo nos pesa demasiado. El café se derrama y perdemos el metro.
Cometemos errores en nuestro trabajo y tenemos la boca demasiado grande en las relaciones personales. Nuestro jefe nos echa la bronca, al salir de la oficina llueve y dejamos el paraguas en casa. Nos hacen y hacemos daño a los demás y creemos que el mundo se nos hunde por no poder ir a un concierto o a la fiesta de cumpleaños de nuestro mejor amigo.
Nuestro corazón no es correspondido y el agua de la ducha sale fría, no quedan esas toallas blancas que tanto nos gustan y de pronto se va la luz. Nos perdemos en una ciudad y se nos estropea el teléfono móvil. Suspendemos el curso y vemos cómo nuestras metas se desvanecen.
Es un día terrible.
Lo gracioso es que cuando realmente ocurre algo duro, algo que verdaderamente duele, cuándo la vida se lleva a un ser querido de cualquier forma posible, rezas a un dios en el que no crees para que te devuelva esos errores insignificantes y se lleve éste.
¿Y las pérdidas?
Estamos diseñados para sobrevivir con lo justo. El cuerpo humano ha sido creado para soportar las pérdidas.
El problema es cuando la pérdida es demasiado grande, en ese momento nos metemos en un hospital y dejamos hacer.
¿Pero y si la pérdida no es tangible? ¿Y si se nota el dolor pero no existe herida visible? Entonces nos volvemos locos. Porque somos muy optimistas en los comienzos. Creemos que podremos soportar todo lo que se nos viene encima, que venceremos; que las pérdidas serán mínimas. Pero si no podemos enfrentarnos a lo que perdemos, si nos sentimos impotentes ante esa situación, entonces ya no actúan los antibióticos, ni un buen libro, ni siquiera el helado de chocolate. Actúa la locura. Porque podéis negarlo, pero estar loco a veces es la única forma de estar vivos.
¿Nadamos?
Soñamos con vivir libres, sin leyes, sin normas, negando la realidad que tenemos delante. ¿Por qué? No nos gusta ser débiles y les decimos a todos que no tenemos miedo, que estamos bien, que podremos con todo, que mañana será otro día. Nos engañamos creyendo que decirlo en voz alta cambiará la realidad. Negamos lo que tenemos delante de nuestras narices.
El problema de las mentiras es que te las acabas creyendo. Pero no puedes vivir eternamente así, solamente puedes mentirte hasta cierto punto. Porque un día la presa que aguanta todo ese río de mierda hostil que te guardas para creer que eres fuerte estalla, revienta.
Así que un buen día te encuentras en un océano y tienes que nadar, rodeado de toda la parafernalia que quisiste creer y pensaste que funcionó, porque tienes que enfrentarte al mundo tal y como es. Y cuándo estás en ese puto mar ¿cómo consigues no ahogarte en él?
¿Jugamos a ser médicos?
«Cortar por lo sano». ¿Cuántas veces nos habrán dicho esa frase como solución a nuestros problemas?
¿Estresado? Deja de practicar tantas actividades en tu tiempo libre.
¿Resfriado? Deja de ponerte esa blusa que tanto te gusta.
¿Te molesta una persona? Deja de hablar con ella.
Pero ¿y si te duele el corazón? Porque puedes cortar la parte infectada, puedes dividirlo y quitar el trozo que te pudrieron por no quererte lo suficiente o por no haberos entendido. ¿Pero sabéis cuál es el problema de cortar por lo sano? Que cada vez querrás con menos corazón, porque de tanto dividirlo y extraer con bisturí la parte dañada, al final no quedará nada.
¿Dos cifras?
De pequeños si tenías hambre llorabas y si tenías sueño le pedías a tus padres que te llevaran a la habitación. Gritabas si tenías miedo y abrazas cuando necesitabas cariño. Porque la infancia es simple. Claro que luego creces, tienes dos cifras en tu edad y empiezas a tener secretos.
Te aguantas si estás cansado y te callas si quieres a alguien. Te paralizas si tienes miedo pero jamás lloras porque piensas que es de débiles. Si algo te duele, te pones una tirita; vas al hospital o recurres al whisky. Nos convertimos en máscaras, en actores que utilizan los sentimientos como atrezzo.
Pero a veces tienes que abrir la boca y hablar, sincerarte. En algunos momentos nos fuerzan a ello, y otras pensamos que era mejor mantenerse callado y quieto.
Pero si sigues con ese muro, los secretos son tan grandes que se caen sobre ti por su propio peso. Así que aprovecha cuando alguien te ponga una pistola en la sien, llame a tu puerta de madrugada llorando o empiece a evitarte. Porque vas a tener que patear los ladrillos que te has puesto delante y vomitar toda esa verdad que ya te empezaba a enfermar.
Mi nombre es Claudine Servián, tengo 18 años y vivo en Barcelona aunque a veces ando bastante perdida en mi imaginación. Comencé a escribir en 2009, en un momento en el que necesitaba canalizar todo lo que pensaba y las palabras me tendieron la mano proporcionando desahogo y liberación. Al principio escribía canciones y más adelante me adentré en el mundo de la literatura, publicando textos y frases, así como ilustraciones en facebook y twitter, hasta que en 2012 decidí publicar oficialmente mis relatos en la red. Escribo porque pienso que sentirse identificada con un sentimiento que ha retratado otra persona es liberador, esperanzador a veces, que las cosas que tan abstractas creemos que son pueden incluso hacerse tangibles. Escribo para hacer sentir, y aunque no tengo la certeza de saber si lo cumplo, tengo la seguridad de poner toda mi alma en ello.
🖥️ Web de la autora: Quinto invierno (http://claudineservian.blogspot.com.es/)
🖼️ Ilustración relatos: Pintura (detalle), por Agustín García-Espina Martínez ©
(Ver muestra de este autor, en Almiar)
Revista Almiar – n.º 69 / mayo-junio de 2013 – MARGEN CERO™
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