relato por
Noelia Emmi
L
a tormenta de dos noches atrás había generado un estado de pánico como pocas veces en la historia de la comarca. Su comienzo, con relámpagos y rayos, no había asombrado a nadie: era normal que diluviara en aquella época del año.
No obstante, nadie estaba preparado para lo que se precipitó esa noche desde las alturas: miles de orejas. Orejas grandes y chicas, perforadas con uno, dos, tres y hasta nueve aros. Algunas con ramilletes de pelos, otras con tapones de cera. Llovieron chaparrones de orejas, ni más ni menos.
Había cundido el pánico entre los lugareños, aunque también se dieron algunos casos, no muchos, en los que salieron con carretillas y bolsas de arpillera a recolectar ejemplares.
Los chismosos propagaron la noticia, y ya llegaban los esperables curiosos de los pueblos lindantes para estudiar el fenómeno… y acaso llevarse algún recuerdito.
Lucas ojeaba la edición vespertina del diario: leía notas y más notas sobre la invasión de las orejas, cuando sonó el timbre. Dejó entrar a su primo Lisandro, que fue resueltamente a la cocina y desplegó sobre la mesa su propio ejemplar del periódico, en una página a la que Lucas aún no había llegado.
—¡Mirá esto, Lucas, qué horrendo!
Él se acercó y leyó lo más rápido posible aquella nota sobre los «coleccionistas», tal el mote de quienes habían salido a juntar orejas y cosechar algún dinero con su usufructo. En la nota aparecía una foto a todo color de la cuadrilla exploradora, y Lucas vio que en uno de sus ángulos resplandecía la sonrisa de su tía Lucrecia.
—No puede ser. La tía siempre fue tan… normal.
—Sí, bueno, andá a verla ahora. ¡Yo tampoco podía creerlo! De un día para el otro, toda su sensatez sacudida así, por este fenómeno.
—¿Hay algo que podamos hacer?
—¿Vos crees en Dios?
—A veces, pero no sé qué tendrá Él que ver en este asunto.
—Vamos a ver a la tía Lucrecia ya mismo. Es ridícula esta situación de las orejas.
Lucas agarró las llaves de la F-100, y en menos de veinte minutos subieron a la cima de la colina que la casa de la tía coronaba con sus tejados y gabletes. Sacudieron la puerta a golpes —la vieja estaba prácticamente sorda—, hasta que oyeron pasos acercándose. Se miraron el uno al otro brevemente antes de que la puerta se abriera de par en par y apareciera Lucrecia. Tenía una sonrisa enorme, idéntica a la de la foto, y cargaba en brazos… ¡una oreja gigante!
Lisandro retrocedió, y Lucas debió agarrarse del marco de la puerta.
—¿Qué es…? —susurró, sin aliento—. ¿Qué es… eso?
La tía frunció las cejas y estiró los brazos, acercando la oreja gigante al rostro de Lucas.
—¡Hablale más fuerte —dijo—, que no te escucho!
—Por el amor de Dios… —murmuró Lisandro, y se agachó y apoyó las manos en las rodillas, como quien intenta recuperar el aire—. Esto es más grave de lo que pensé. Necesitamos un doctor. ¡Un especialista!
—Un exorcista… —agregó Lucas, antes de constatar que la oreja gigante estaba hecha de cartulina y papel maché.
—¿Dónde pusiste las orejas de verdad, tía? —preguntó Lisandro a voz en grito.
La tía Lucrecia se rió: una niña feliz y bastante traviesa revelando un secreto.
—Las planté en el jardín trasero. Espero que den buenos frutos el próximo verano.
Horas después, sentados al borde de los sillones de la biblioteca de Lucas, los dos primos compartían el silencio. Entonces Lucas se atrevió a decir:
—¿Vos creés que florecerá algo?
—Quién sabe.
—Vamos a tener que ir a vigilar esa plantación de orejas… por las dudas que crezca algo.
Lisandro se quedó unos minutos pensativo, antes de responder.
—¿Te parece que deberíamos…? —le hizo un gesto a su primo, incapaz de pronunciar más palabras.
—¿No sería una locura?
—Nadie tiene por qué enterarse.
Los dos se miraron cara a cara, hasta que asintieron.
—Está bien —dijeron al unísono—. ¡Vamos a comprar abono!
Se levantaron impetuosos: tenían entre manos un proyecto.
—Hay una plantación de orejas que nos espera.
Dos semanas después, Lucas se encontraba regando el jardín de su tía Lucrecia cuando apareció el primo, resollando.
—Se viene una tormenta… —le informó Lisandro entre jadeos.
Lucas alzó la vista: unas nubes negras y espesas amenazaban desde el sur, y a su paso oscurecían el campo. Con un estremecimiento, pensó que tenían toda la apariencia de venir directo desde Mordor.
—Si es una tormenta enorme, ¿vos creés que afectarán a… —Lisandro se tapó la boca y susurró el resto de la oración—, a las orejas?
Lucas miró para todos lados y le respondió a su primo:
—¿Por qué me hablás bajito?
—¡Es que estamos haciendo una estupidez al querer cultivarlas! Una estupidez. ¡Me siento un imbécil!
—Si ni siquiera salieron brotes, para qué te preocupás tanto.
—¿Y si salen?
—Qué sé yo, Lisan, los vendemos. Siempre hay algún idiota que quiere comprar cosas raras.
Un relámpago, y las nubes ya caían sobre ellos. El trueno no tardó en llegar.
—Vamos para adentro…
Ni bien traspasaron el umbral, se largó un torrente. Guardaron las bolsas de abono y el rastrillo con el alivio de haberse salvado de empaparse, pero de todos modos algo no sonaba del todo bien.
—¿Estás seguro de que llueve? —preguntó Lucas.
No escuchaban ruido alguno que evidenciara la terrible precipitación que estaba cayendo… o que debería estar cayendo.
—Yo no oigo un soto —respondió su primo.
Como una sola persona, se asomaron por la ventana más cercana.
Al ver lo que vieron, Lucas se cubrió la boca, y Lisandro se llevó una mano al corazón.
Entonces, proveniente de las habitaciones superiores, los sobresaltó un alarido.
—La tía Lucrecia…
Corrieron escaleras arriba, pero a medio camino se toparon con la anciana. Sonreía radiante, y entre las manos llevaba una canasta, como quien ofrenda una primicia.
—Justo lo que necesitábamos —dijo—: ¡lluvia de hisopos!
Noelia Emmi. Nació en Buenos Aires hace treinta años. Su pasión por los libros le ha generado una sobredosis literaria y hace unos cinco años, casi sin proponérselo, comenzó a escribir. Su primer intento creativo dio como resultado una novela: Ciudad Oscura. Y a partir de allí ya no pudo parar de escribir. Cursó el Taller de Escritura Fantástica de la Universidad del Salvador y actualmente forma parte del Taller de Corte y Corrección de Marcelo di Marco. Publicó el cuento Ofrenda a las bestias en la revista digital Axxón, y participó de la antología Magia Registrada con el cuento Desquite. Está preparando una segunda novela y escribiendo cuentos, siempre con algún toque fantástico o de ciencia ficción para realzar un poco sus colores.
Contactar con la autora: noelia_emmi[at]yahoo.com.ar
Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 72 | enero-febrero 2014 – MARGEN CERO™
Comentarios recientes