relato por
Felisa Moreno
A
lquilé el piso por Internet; pleno centro, noventa metros, con ascensor, a un precio irrisorio. Las llaves las tenía el portero, un hombre de aspecto sucio y desastrado, que no mostró demasiado interés en el asunto, ni siquiera me acompañó a verlo. Me dijo que podía revisar el piso por mí mismo, sin prisas, que cuando terminara ya me cobraría la fianza y el mes por adelantado. ¿Y si no me quedo con él?, le pregunté, asombrado por su actitud. Todos se quedan, contestó y, con gesto siniestro, desapareció tras la puerta.
Aquello me daba mala espina, así que me dispuse a examinar la vivienda con calma, buscando hasta el más mínimo defecto. Tras inspeccionar varias habitaciones, todas en impecable estado, entré en la sala de estar y algo llamó poderosamente mi atención. Una butaca reinaba en la estancia; todos los muebles y objetos parecían estar dispuestos para que ella destacara, incluso la lámpara iluminaba con más fuerza el espacio donde se ubicaba. Una pieza de diseño clásico, tapizada en blanco, con brazos cilíndricos y respaldo con orejeras. Las patas delanteras formaban sendos arcos, mientras que las traseras eran rectas y más resistentes. Desde el instante que la vi, ejerció sobre mí una atracción irresistible. Su piel blanca brillaba como los ojos de un felino al acecho. Pura provocación. Me acerqué con recelo y me senté, dejándome acariciar por sus manos de gata invisible. Entonces descubrí el placer, un placer oscuro que subía en oleadas negras y calientes, como un chocolate dulce y espeso que se iba derramando por mi cuerpo, que enredaba mi entendimiento.
Esa misma noche me instalé en la casa. El portero, que me recibió con una sonrisa sarcástica bailándole en los labios, no mostró inconveniente en que me quedara. Contó los billetes y los guardó en un bolsillo interior de su chaqueta. No me dio ningún recibo, ni yo me atreví a pedírselo. Un mal presentimiento pasó fugazmente por mi cabeza; lo alejé de un manotazo, ¿qué podía salir mal? Disponía de un piso magnífico a un precio irrisorio y, además, estaba lo de aquel sillón, jamás había experimentado una sensación tan irreal y a la vez tan intensa.
Los primeros días sólo pasaba allí los ratos libres. Nada más sentarme, caía inmerso en una felicidad absoluta, un goce indescriptible que me dejaba más agotado que el sexo. Luego, buscaba con ansia esos momentos de ocio, y llegué a renunciar al resto de mis aficiones. Ya no quedaba con mis amigos, ni me iba los sábados a la discoteca. No necesitaba buscar chicas para noches de pasión. La butaca de piel blanca me proporcionaba el placer más inmenso que nunca hubiera podido imaginar.
En pocos días empecé a faltar al trabajo, perdí peso, los amigos y las ganas de moverme. Sentarme en aquel sillón se había convertido en mi única prioridad, un vicio que me dominaba, no conseguía permanecer ni unas horas alejado de él. En un intento de conservar mi trabajo, pues ya se me habían acabado las excusas para ausentarme, adelanté las vacaciones. Treinta días que pasaron en un sueño. No fui consciente del tiempo transcurrido hasta que me llamaron de la empresa. Debería haberme incorporado el lunes de esa semana, y ya era jueves. Mi jefe, furioso, amenazó con despedirme. No me importó. Ya no necesitaba el trabajo, ni a los amigos, que se habían cansado de llamarme; ni a mi familia, que vivía mi encierro voluntario con inquietud. Lo tenía todo. Un placer extraordinario que, cada día, conforme me sentía más débil, vivía con mayor intensidad, al límite de la extenuación.
Una semana después, me faltaban fuerzas para realizar las tareas más básicas. Llevaba cinco días sin comer nada sólido. Apenas me levantaba del sillón, ni siquiera para ir a la cocina a prepararme algún alimento; a lo sumo, cogía lo primero que encontraba en la nevera. No salía a la calle, pronto los víveres empezaron a escasear. La última jornada sólo bebí agua del grifo. Al ir al baño y mirarme en el espejo, al ver mi rostro cadavérico, las cuencas de mis ojos hundidas, la piel transparente que mostraba sin pudor el contorno de mis huesos, comprendí que se acercaba el final.
En un intento desesperado por recuperar al hombre, aseado y pulcro, que hasta hace poco fui, busqué la maquinilla de afeitar. En el baño, como en toda la casa, reinaba el caos. Por fin, la encontré debajo de unos calzoncillos sucios. Las manos me temblaban demasiado, tras varios cortes en ambas mejillas, desistí. Vi correr la sangre por mi rostro, arrastrándose como una serpiente venenosa. Por su color granate oscuro y su aspecto reseco parecía que se hubiera derramado mucho tiempo atrás. Parecía la sangre de un muerto.
No había ninguna salida, sólo deseaba sentarme sobre ella y esperar, pero antes tenía un encargo que cumplir. Me fui hacia el salón, sin molestarme en limpiar mi cara, debía ahorrar la poca energía que aún atesoraba. Encendí el ordenador, tecleé con dedos torpes un par de frases. Mi instinto de supervivencia me gritaba que pidiera ayuda, que enviara correos a los amigos, que entrara en el Messenger por si había alguien conectado. Yo sabía que era inútil. No me dejaría, me vigilaba de cerca.
Unos minutos más tarde, cumplida mi última misión, me dejé caer sobre la butaca de sedosa piel blanca. Sabía lo que me esperaba, pero no me quedaban fuerzas para luchar. Devoraría mi cuerpo, como una amantis deliciosa y cruel. Antes de morir, de desaparecer engullido en la voracidad de sus abrazos, había puesto el anuncio en Internet.
«Un auténtico chollo: Piso en pleno centro, noventa metros, con ascensor…».
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Felisa Moreno. Nacida en Noguerone, Alcaudete (Jaén), España, en 1969. Licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales. Su primera novela La asesina de ojos bondadosos fue publicada en el año 2009 por la Diputación de Jaén, al obtener el primer premio del Certamen de Escritores Noveles. Ha recibido numerosos premios y menciones en diversos certámenes literarios nacionales e internacionales y tiene más de una treintena de publicaciones en antologías de relatos editadas en España y México. En septiembre de 2010 publicó el libro de relatos Trece Cuentos inquietantes, Editorial Hipálage. En el año 2012 verá la luz su primera novela juvenil El club de las palabras prohibidas con la editorial Edimáter. Recientemente, ha publicado en formato ebook el libro de relatos Cuentos Caníbales, que está disponible en Amazon.
🖥️ Web de la autora: El sueño de las palabras (http://felisamorenoortega.blogspot.com.es/)
Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 65 / septiembre-octubre de 2012 – MARGEN CERO™
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