relato por
Jorge Humberto Ruiz
E
l hombrecillo se encontraba frente a un reloj flotante que media tres veces su estatura. En el reloj se leía 8:00 a. m. El pequeño personaje miraba preocupado aquel ocho gigante que palpitaba cada vez que un segundo se iba. Después de permanecer así por cinco minutos nuestro pequeño héroe corrió en dirección opuesta de aquel reloj flotante hasta que desapareció. Dos minutos después se volvió a ver su pequeña silueta, regresó con prisa y una caja de madera de la que sobresalía una escalera de metal. El hombrecillo se detuvo frente al reloj digital gigante que ahora marcaba las 8:07 a. m., sacó la escalera para recargarla sobre el cero y se agachó frente a la caja de madera donde sacó lijadora, martillo, cincel y un cinturón de construcción.
Nuestro hombrecillo se apretó el cinturón ya con martillo y cincel en él, se subió con cuidado a la escalera y entonces se dio cuenta de que no había movido la escalera, se encontraba sobre el cero que estaba a punto de cambiar a uno. El pequeño se bajó de la escalera entre quejidos y rechiflidos que salían de su boca para hacer presente su molestia. Tomó la escalera y la posó sobre el ocho, volvió a subirse no sin antes observar de nuevo el reloj. Señalaba las 8:25 a. m. Pensaba en qué momento se había tardado tanto en prepararse para su misión que estaba a punto iniciar. Si le hubieran dicho el día anterior que iba a tener que trabajar de relojero, se hubiera preparado temprano y no hubiera dormido tan noche, pero así no eran las cosas, sabía que, en su profesión, pocas personillas están dispuestas a aprender, no se puede estar seguro de la hora en que surgirá el trabajo.
Por fin, 8:32 a. m. El pequeño héroe comenzó a trabajar, sacó el cincel y el martillo para golpear el círculo inferior de aquel 8 descompuesto, clap, clap, clap… se escuchaba por toda la habitación donde se encontraba aquel reloj gigante, no paró hasta ver desaparecer la esquina inferior izquierda de aquel 8. Se bajó de la escalera para ver de lejos el trabajo que había hecho, se dio cuenta que no estaba del todo terminado, eso era un circulo mutilado sobre otro circulo, así que volvió a subir a la escalera para lijar la unión derecha de esos dos círculos que antes solían ser un 8 y ahora no parecían un número. Volvió a maldecir, recordó que la lijadora la había dejado en el suelo.
El reloj decía algo como g:51 a. m. El hombrecillo se apuró a terminar su trabajo, tomó la lijadora, acomodó la escalera en un lugar conveniente, se subió y comenzó a trabajar con rapidez, el reloj siguió su curso sin importarle que el hombrecillo estuviera haciendo un duro esfuerzo, los minutos del reloj marcaron 59 y el hombrecillo justo alcanzó a darle la ultima lijada, ahora se leía 9:00 a.m., su trabajo con el ocho había terminado, por un momento se tranquilizó, bajó de la escalera y se quedó un largo rato anonadado por aquel perfecto 9. Diez minutos después se dio cuenta de que estaba frente a otro problema: ¿cómo convertir un 9 en 10?
Jorge Humberto Ruiz Reynaga. Estudiante de la licenciatura en Historia, Universidad Autónoma de San Luis (Potosí), que se jacta de saber escribir incluso habiendo estado en escuelas públicas. Entusiasta del cuento corto y la puntualidad.
📩 Contactar con el autor: jokutra [at] gmail[.]com
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🖼️ Ilustración relato: Djim Loic [Unsplash]
Revista Almiar – n.º 89 / noviembre-diciembre de 2016 – MARGEN CERO™
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