por
Sergio G. Lizárraga
A Nora Emilia Rodríguez, mi madre;
a Luisa, mi hermana;
a Maxi, a Dayanna, a Yohanna,
a Paola, a Facundo y a Bautista
Y Jonatán hijo de Saúl
tenía un hijo lisiado de los pies.
Tenía cinco años de edad
cuando llegó de Jezreel
la noticia de la muerte de Saúl
y de Jonatán, y su nodriza
le tomó y huyó;
y mientras iba huyendo
apresuradamente,
se le cayó el niño y quedó cojo.
Su nombre era Mefi-boset.
2 Samuel 4:4
Entonces envió el rey David,
y le trajo de la casa de Maquir
hijo de Amiel, de Lodebar.
2 Samuel 9:5
I
Duelos
II
Llorar
hasta que cada lágrima,
de un solo tajo,
se sangre arena.
Y quede en las mejillas
coagulado el desierto,
y se lea en el rostro
la sed que trajo el viento,
y la boca de los hombres
naufragada en tormentos.
Las alas derretidas
de tanta muerte inútil,
de tanto arder
sin que se alumbre
un trazo en el cielo.
IV
Como un anciano
que se arrodilla
para acortar distancias
entre la caída y su muerte.
Como un joven que eleva los brazos
para ahuyentar a las hienas
que muerden los años.
Como un creyente
que se incendia de hambre
para iluminar en sus noches
el camino a las hostias.
Como un sufriente
que muerde sus venas
para humedecer la tierra
donde sepultó sus salmos.
Distancias
Será porque nadie vuelve
de tan lejos
que mi frente
sobre el vidrio
invita a crecer
a tu ausencia.
Yo recorro
el vidrio empañado
con caminos robados
a tu nombre.
Abro tajos en los ojos
para caminar las calles
heridas de lluvia.
Serán las distancias
las que mojan
mi alma abierta,
las que ahogan los
tramos que restan,
para que yo descienda,
sin piloto,
sin el paraguas,
enmohecido
en hombres que te extrañan.
Infiernos
II
47º
y aún no llueve.
Es el alma
la que se entrega en tajos
a la sed.
Son los carbohidratos
de esta acedía
los que arden
en mi piel sin playas.
Son tus manos
las que faltan,
para derretirme
en seguras gotas,
con agua destinada
a tu cántaro.
III
Vino el dolor
con su canto de sirena
y mis raíces se arrojaron sordas
a su tormenta.
Vino con lluvia
para dibujar ahogos en mi tronco.
Vino con viento para dejar sin grito
mis hojas.
Vino con sombra
para que mis ramas sean
siluetas de la noche.
Vino el dolor para secarme
con colmillos voraces
de errores.
Vino a dejarme gris
en medio de una primavera
que susurra en el bosque.
Quietud de tu sabor
Ya no es la misma.
La lluvia dejó su olor
en la casa.
Con su inquietud
cambió los colores
del sol y de la tierra.
Parece distinto todo.
Quizá por eso
quiere el alma abrir su boca al recuerdo,
quedarse con el sabor
que tuvieron el techo,
las paredes, y cada mueble.
Hay cierta angustia
que cae
como si en el corazón
tuviera un cielo.
Me pregunto
si también se lavará tu voz,
si se mojará tu imagen,
si al cerrar la boca el alma
quedará tu sabor
un poco quieto.
Lejos de tu isla
Otra vez
me diviso lejos de tu isla
como esa soledad
que huele a lluvia.
Esa soledad de tierra mojada
de rincones oscuros
y de huecos enredados;
de laberintos
como aquellos
en donde se pierde tu abrazo.
Esa soledad
que transita la palabra
que ha sido oída
sin que se alimente el trigo,
sin que se amase
ninguna huella de tu paso.
II
Desencuentros
Tal vez no exista el encuentro.
Cada noche será un reloj
que aprese el sueño,
agujas que hieran en su vuelo los intentos:
un simple vacío,
una denuncia.
Tal vez mi casa
mantenga sus labios
cerrados,
y la aldaba jamás te anuncie,
y se pierdan los ojos
en la palidez de tus silencios.
Congoja
Me llega el olor de este fracaso
como un buitre
de pico leproso
a desgarrar la carne,
a enfermarla.
Parece que el fracaso,
como un murciélago,
clava cavernas en mi sueño.
No puedo conquistarte:
sos germen de mi congoja,
mendigo que muerde mi vacío.
Llevo años
y aún no poseo
de tu limosna
la moneda más pequeña.
Camino de migajas
Puedo interesarme
por la vida en otros mundos,
por el mundo en cada verso,
por el ave
que sin permiso
entra y sale de mi nube,
por tu palabra
que se embellece en sus distancias
que se engrandece
cuanto más
lejos me quedo.
Puedo rezar el rosario
y visitar a la vez a mis muertos.
Pero
no soporto
no lo tolero
me saca de quicio
aún me altera
que no permanezcan las migajas
que arrojo
cuando salgo a explorar en los días.
Y pienso que al menos
puedo retornar al origen
con la ayuda de esas migajas,
aunque sea sin vos
como una hormiga vencida.
Sergio Gabriel Lizárraga. Tafí Viejo, Tucumán. Profesor en Letras egresado de la Universidad Nacional de Tucumán, gestor cultural en su comunidad, posee, asimismo, un Postgrado en Ciencias Sociales (FLACSO, Buenos Aires). Ha realizado estudios de Filosofía y Teología.
Ejerció la docencia en distintos niveles educativos –universitario, terciario, medio– y se desempeñó como Capacitador Docente del Ministerio de Educación de Tucumán, y de Programas de Formación Docente dependientes de organismos nacionales e internacionales. En el año 2005 realizó estudios de perfeccionamiento en Italia becado por la Società Dante Alighieri di Roma. Ha obtenido numerosas distinciones literarias en cuento y poesía: Premio Internacional de Poesía Inédita Pluma de Plata, Córdoba, 2008; Mención Premio Regional de Poesía Ciudad de San Miguel de Tucumán, Tucumán, 2010; Finalista del Premio Internacional Ángel Ganivet, Finlandia, 2010. Segundo Premio en Certamen Internacional Alejandra Pizarnik, Cañada de Gómez, Sta Fe, en 2012. Segundo Premio de la SADE delegación Subonaerense, Avellaneda, 2012. Mención en el Premio Internacional de Poesía Juan de Zorilla y San Martín, Montevideo, Uruguay, 2012. Cuenta con publicaciones literarias y de investigación lingüística en Argentina, España, Italia, Francia, Cuba, Estados Unidos, Brasil, Colombia, Chile, Canadá y Perú. Su primer libro es Poemas de Lodebar (Alción), al que pertenecen los aquí publicados. Integra además diversas antologías.
Contactar con el autor: lizarragasergiog [at] yahoo.com.ar
Ilustración poemas: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 87 | julio-agosto de 2016 – MARGEN CERO™
Comentarios recientes