poemas por
Miguel Ángel Zamora

A la memoria de Steve Ditko y Stan Lee

La noche en que murió Gwen Stacy
mi madre permanecía
extrañamente quieta junto a la ventana
viendo el cielo de ceniza
y las escaleras gastadas de piedra
por las que accedían los cortejos al cementerio,
silenciosos y cabizbajos.
Un puñado de personas
juntas como un ramillete
de filamentos de carbón,
con alguna figura
apenas sosteniéndose,
apoyada normalmente
en el hombro de alguien
a quien no parecía afectar la muerte.
Solía llover en aquel tramo,
como formando parte de un decorado compuesto
por un escritor con la cabeza
llena de tópicos.
Viento frío desollando la piel blanca,
lápices de madera y un halo de hojas cerradas como puños,
salitre en los muros,
invierno siempre
y una caja de caoba o de nogal
o de roble o de cerezo
o de arce
o álamo
protagonizando la ascensión de un montañista
lentamente,
acompañada por las manos
por aquellas escaleras bajo el cielo quemado.

Mañana, dijo sin moverse,
fusilarán a ese pobre chico.

Yo dejé el libro sobre la mesa con un esfuerzo inmenso
y me preparé para oírle hablar de aquel fusilamiento.
Pero solo hubo silencio.
Silencio
salvo el desgarrarse de una túnica vieja;
silencio
salvo el largo discurrir del propio tiempo al consumirse;
silencio,
salvo por la voz del militar y la tanda de disparos
y la cabeza al reposar finalmente en el suelo
y por el eco
de aquel hombre fusilado
que se deslizaba entre los dedos
y atravesaba la materia,
agua ya
o solo aire.
También yo estaba compungido
por la muerte de Gwen Stacy,
con la espalda quebrada por la brusca interrupción de la vertiginosa caída
desde uno de los puentes de Manhattan,
si no recuerdo mal.
El animal, en las páginas siguientes,
vagaba por las cornisas de los rascacielos
acostumbrándose al vacío que se escanciaba
lentamente por sus venas
para apoderarse por completo
de su antiguo ímpetu.
Nada quedaba ya de su soberbia.

Nadie debería morir así, se atrevió por fin mi madre.
Nadie, respondí,
capaz apenas de contener el llanto.

Jack Kirby abre una ventana

Para Jack Kirby

Jack Kirby tenía
luces en las manos
que corrían por el cauce de un río seco
e igual se derramaban electrificando los contornos de una galaxia muerta
que cabalgaban a la búsqueda de mundos que devorar y nuevos dioses
con los que sustituir a los extintos,
como la cola de una estrella atravesando la atmósfera en llamas,
mientras miles de creyentes contenían la respiración
en su tránsito hasta la próxima viñeta.
Y afuera, mientras tanto,
patrullaban los gigantes furiosos con sus brazos de hierro
confinándonos desde la altura de sus armas y de sus caballos
entre paredes de cal
y alambre y esparto,
en ese universo gris
en que mi madre rezaba constantemente el rosario
y mi padre bajaba la cabeza si se hablaba de política,
incapaces todos de comprender la conmoción que suponía
la irrupción en su mundo de los 4 Fantásticos.

 

 

Miguel Ángel Zamora (Quesada, Jaén, 1965). Reside en Barcelona desde 1969, ciudad en que compagina la abogacía con la creación literaria. Ha publicado las novelas Nego, Noticias del hielo, Matar a Tiziano y El Evangelio según la CIA así como los poemarios Cuaderno del Caos (2001) y No recuerdo la nieve (Premio nacional de poesía Antonio González de Lama, 2022), los poemas aquí publicados han sido extraídos de la última obra citada.

🖼️ Ilustración poemas: Fotografía por Cosplay_Images [licencia Pixabay]

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