relato por
Andrés Varela Miranda
E
n la habitación con literas de un albergue. Hay mochilas y varias cosas esparcidas por el suelo, incluyendo cepillos de dientes, una tarjeta de transporte urbano y un dibujo de un hombre encadenado a un mando a distancia. Pero esto sólo lo sabríamos si en este momento tuviésemos visión nocturna. Los cuatro ocupantes están ya acostados. Dos de ellos duermen, a juzgar por los ronquidos intercalados.
—¿Estás durmiendo?
—No. No consigo dormirme. Estoy pensando cosas.
—¿Cómo qué?
—Cosas como si los pájaros estornudan. O si una lagartija se pregunta el sentido de su existencia. O si Adán tenía ombligo o no. O si fue antes la gallina que el huevo. Yo creo que lo que primero que apareció fue la gallina, pero no sabría explicarte muy bien por qué.
—Vaya, nunca me he planteado eso que dices. A mí me interesa más cómo los gobiernos nos manipulan, sobre el imperialismo, el consumismo, el anarquismo y demás ismos. De verdad, ¿pretenden hacernos creer que cuatro gilipollas en unas cuevas son la verdadera amenaza? Ahí hay mucha mierda que aclarar. No es ningún secreto que hay que crear mitos y enemigos para unir a las sociedades. He oído una historia hace poco de cómo unos soldados británicos se disfrazaron con chilaba y empezaron a causar desórdenes en una ciudad. Cuando las autoridades locales los detuvieron y se los llevaron a prisión, el gobierno de su país protestó y exigió que les liberasen. Al no conseguirlo mandaron unos tanques a por ellos. Y después…
—Ya vale, ya. ¿Y si es mentira? Ese rollito progre que te pegas a veces está muy bien pero alguien tiene que hacer el trabajo sucio para que vivas como vives. ¿No te planteas eso tampoco?
—Claro que soy culpable, lo asumo. Pero la diferencia entre cierto tipo de personas y yo es que soy consciente y quiero cambiarlo. Otros se recrean con drogas pensando que son libres cuando no son más que esclavos de un sistema demente en que el entretenimiento enmascara el sufrimiento. Se nos restriega por la cara que somos libres porque podemos elegir entre tres o cuatro colores y yo creo que nunca hemos estado más subyugados. Nos parece que el feudalismo y toda la movida ya pasó hace siglos y no.
—Calla, anda. Deja de dar por culo. Tengo una idea, ¿por qué no contamos cada uno una historia?
—Me parece bien. ¿Quién empieza? Oye, perdona por el rollo. Es que últimamente me he estado viendo unos documentales muy esclarecedores…
—Nada, hombre, cada uno con sus cosas. Empieza con la historia, venga.
—Vale. No es muy buena y es corta pero vamos allá. Tú sabes que cuando estornudamos decimos salud o jesús o cosas por el estilo. Con razón. Quizás aún no lo sabes pero tu vida son tal número de estornudos. Porque cada vez que estornudas es tu alma que está intentando escapar. Cuando llegas al estornudo número x, palmas, el alma consigue escapar. Y ahora tal vez te preguntas cómo sabemos el número. Nadie lo sabe, nadie. Está escrito junto a tu nombre en un papelito a la deriva en algún rincón del universo. Y no me preguntes quién escribió el número con tu nombre porque te meto una hostia. Así que la próxima vez que estornudes piensa que estás más cerca de criar malvas y aprovecha el tiempo. Porque mira lo que dura una cerilla encendida, y así es tu vida, como un guiño en el ojo de dios, como una hoja que cae al suelo, como un ratón que se come el gato que se come el perro que se comen las lombrices que…
—Espera, espera. Vaya coincidencia que te dijese que estaba pensando en si los pájaros estornudaban y que ahora cuentes esto, ¿no?
—Sí… sí, ya te digo. ¡Ahora tu cuento!
—Vale, el mío va de un médico. Tú sabes que antiguamente los médicos iban a caballo porque era la manera más rápida de viajar. Esta es la historia de un médico al que le llaman casi simultáneamente para atender a dos pacientes. Ambos están al filo de la muerte y necesitan ayuda urgente. Lo malo es que vive uno al norte y otro al sur. Uno de los pacientes es un bebé de una familia de labriegos humilde y el otro es un viejo ricachón dueño de una fábrica de ladrillos. Sin pensarlo dos veces coge el sombrero y su maletín y toma las riendas de su caballo hacia el norte.
—¿Quién está en el norte?
—¿Tú a quién salvarías?
—Yo creo que salvaría al bebé porque aún no ha disfrutado de la vida mientras que el otro ya ha tenido suficiente.
—Bueno, nuestro médico se fue al norte a curar al hombre rico porque hay que pagar las facturas. ¿Hizo mal?
—Pues depende. Yo qué sé. Acaba el cuento.
—El caso es que el hombre rico le pagó generosamente y se volvió a curar al niño del sur. Y le dio tiempo. Moraleja: para ayudar a los demás hay primero que ocuparse de uno mismo.
—Vaya, me esperaba que por el camino le asaltasen unos bandoleros comunistas, le quitasen el oro y le apuñalasen. No estoy de acuerdo con tu moraleja. Yo creo que para ayudar a los demás es completamente necesario olvidarse de uno mismo.
—Mmmm… en fin. Pues no estaría mal ese final alternativo. Me gusta. O que fuese a por el niño en primer lugar.
—O que apareciese un OVNI y abdujese al médico por gilipollas.
—O que el caballo fuese en realidad el diablo.
—O que… ¿Ya estás durmiendo?
—Zzz… zzz…
—…
—¡Que no, hombre! Vamos a ponerle pasta de dientes en la cara al de la litera de abajo.
—¡Hecho! ¿Le conoces?
—Ni puta idea.
—¿Mañana qué hacemos?
—Despertarnos antes que este.
—Por cierto, cuéntate algo de China, ¿qué tal por allí?
—Bien, bien, en general. Estoy cansado de repetir la historia pero si quieres te cuento lo que me pasó en un restaurante, ahora que me acuerdo.
—Vale.
—Pues sucedió en Bozhou, en el centro del país. Estaba con una amiga, también española, y vegetariana redomada, de estas que el simple sabor a carne le repateaba, y habíamos estado caminando toda la mañana por ahí hasta que nos entró el hambre. Nos metimos en un restaurante en que preparaban unas grandes potas de comida que te ponían en la mesa. Yo no tenía mucha idea de chino pero reconocía algunos ideogramas como los que significaban carne o pescado. Así que cogimos la carta y buscamos algún plato que no tuviese el símbolo de carne. Señalamos uno, más al azar que otra cosa, y el chinito salió sonriente hacia la cocina. No pasó mucho tiempo hasta que volvió con una gran pota con verduritas y caldo y… un gran pedazo de carne en el centro de la pota que mi amiga miró horrorizada y con una mueca asqueada en la boca. Yo no como eso, yo no como eso, repetía. Para arreglarlo le dije al chino que ella no comía carne. El tipo dijo que sin problema y volvió a desaparecer tras una cortinilla. No había pasado medio minuto cuando vino de nuevo. ¡Era la misma pota pero sin el gran pedazo de carne!
—Muy interesante. No se andan con tonterías. ¿Oye, no escuchas el ruido de teclas?
—¿Aún te crees que no somos personajes? El mundo es un escenario, amigo.
—Bueno, me voy a dormir.
—Venga. Hasta mañana.
Contactar con el autor: a.varela.miranda [at] gmail [dot] com
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📷 Ilustración relato: Fotografía por robert1029 / Pixabay [CCO]
Revista Almiar – n.º 86 / mayo-junio de 2016 – MARGEN CERO™
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