relato por
Nicolás Contreras Castillo

Y

o soy de talla pequeña, de ojos negros y tez oscura. Vengo de la altura, del frío que hace doler los brazos cayendo la tarde y me dicen en otras tierras que eso no es nada del otro mundo. La valentía les queda pequeña y la guardan en los guantes porque aguantan heladas inmaculadas. Ellos no saben, en absoluto, que la montaña y yo tenemos la misma alma porque soy capaz de llevarla en mi espalda paso a paso por todo camino insondable que alguna vez llegue a recorrer; y ella es capaz de hacer lo mismo conmigo, con mis deseos y esperanzas y secretos. Además, es ambigua su valentía porque andar con los Andes como consejero, compañero, es para hombres pequeños, de piel indígena y fresca. Ya no ando buscando nuevas opciones que contribuyen, en mi vida, a escuchar historias. Esta tarde tan doble me aconseja sentarme al lado de mi hermano a escuchar una buena batería. Estamos en medio de un parque desolado, en una cancha de fútbol pelada, pisoteada, bien usada. A nuestra derecha están las montañas sofocando solemnemente el horizonte alzándose como un llamado de aves fortísimo. A nuestra izquierda hay un cielo sobrio, digno de lienzo, de tres colores y quién sabe cuántos sabores. Estamos en la mitad hablando, paradójicamente de Beijín y su cielo sucio, y su aire sucio, y que solo conocen el gris cuando levantan la mirada. Él levantó la mirada hacia el cielo azul y me dijo con aire fresco:

—Cómo sería vivir al lado de la playa. Yo, en cambio, no puedo dejar de ver las montañas con sus nubes gigantes, grises, azules, frías, húmedas; no tienen formas porque esta vez están bailando y el panorama, en ese lado del cielo, se torna gris oscuro con azul.

—Qué miedo los Andes. Hoy no veo sus lindes, hoy se alzan en el cielo reclamando todo lo que es suyo —concluyo.

Bajo los árboles, a no menos de veinte metros, hay un borracho recostado en el tronco con las piernas cruzadas y una botella de aguardiente. Noto que se le ha terminado y sin pensarlo la lanza contra el suelo haciendo un ruido sordo por la magnitud de la soledad. —Los placeres de la vida son emborracharse y bailar, bailar encima del cielo, en donde mi corazón canta. Un dos tres, un dos tres, pum.

Pasa una motocicleta color verde y dos uniformados y se detienen frente al borrachito que baila y se cae, y se levanta y vuelve a bailar y se vuelve a caer. Mi hermano y yo no quitamos la mirada porque sabemos que algo gracioso pasará. No alcanzamos a oír lo que dice el agente de policía.

—Estoy triste, señor cerdo. Disculpe usted, Señor agente. Estoy triste por los hombres como ustedes dos y esos dos jóvenes allá sentados como pendejos, por esa señora de la televisión y por todos. Una vez me paré en medio de la avenida a bailar feliz de la vida; estaba en Cúcuta y casi me matan a madrazos porque los hice detener. Y yo les gritaba, rimbombante de alegría, ¡bájense a bailar que esto es Colombia! Usted no es colombiano, señor agente, ni usted tampoco, porque no baila cuando está triste, ni cuando hay un atardecer tan lindo como el de hoy. Estoy triste y por eso me emborracho, para dejar volar mis pies que bailan en el cielo.

—Mira, se están riendo del borrachito —me dice mi hermano con las manos puestas en la cabeza, como si no lo pudiese creer y yo me burlo de él.

—¡Que risa tan hijueputa! —grita un oficial sacando de su cadera el revólver. Me cuesta contar cómo le pegó un cachazo en toda la sien dejando inconsciente al borrachito y huyendo mientras cantaban La pollera colorá.

—Se fueron las nubes de los Andes, mira, se inundó el cielo de rojo y azul —dijo mi hermano. Y yo, en silencio miré el cielo.

No era necesario seguir sentados, y pensé, como todos los días, qué maravilla es vivir acá, que fantasía.

Nos levantamos y nos vamos con paso aligerado porque comenzó el frío y el viento nos quema los pómulos.

 

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Nicolás Contreras Castillo. Es un joven autor colombiano, estudiante de cuarto semestre de Comunicación Social, en Bogotá. Trabaja en una librería para pagar sus estudios.

📩 Contactar con el autor: nicolas.c89[at]hotmail.com

 

📸 Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

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