poemas por
Roberto Garcés Marrero

Mi corazón es un cementerio.
Está lleno de tumbas derruidas,
de epitafios ilegibles,
de susurros fantasmales,
de soplos fríos.

Siempre hay una bruma espesa,
un hálito de lágrimas.
Tantos suspiros en el aire enrarecido.
El sol pinta con sangre la silueta de sepulturas
más muertas que sus ocupantes.
Una luna espectral
difumina mudas lechuzas.

Mi corazón es un cementerio:
ven,
tengo preparado
un espacio para ti.

Mujer de sal

Solo me recuerdan por haber mirado atrás. 
Nadie sabe de la comida que quité de mi boca 
para ponerla en la mesa de nuestros huéspedes.
Nadie piensa en el horror cuando los vecinos quisieron romper nuestras puertas,
cuando Lot les ofreció los frutos de mi vientre,
cuando los peregrinos se revelaron terribles ángeles de afiladas alas
y miles de ojos. 
 
Claro que miré atrás.
Era mi casa, 
mi ciudad,
mi memoria. 
Nunca había viajado antes. 
Nunca había tenido otros horizontes. 
Dicen que desobedecí, 
¿a cuáles leyes?
Aún Moisés no había subido al Sinaí…
 
Sí, también quise conocer a los ángeles:
algo en ellos hacía presentir el cielo
y quién no aspira al éxtasis definitivo. 
Sí, odié y temí a mis vecinos, 
pero detesté aún más a Lot cuando quiso sacrificar a mis hijas. 
 
Amaba a Sodoma, 
pero adoré el glorioso espectáculo de su destrucción. 
En mis enrojecidos ojos se reflejaron todos los fuegos 
que cayeron del cielo 
vehículos de mis propios odios,
relampagueando con el color de mis locas emociones en torbellino, 
haciéndome por un segundo sentir el privilegiado placer 
que goza el ángel de la muerte. 
 
De pronto, un profundo sabor salobre me apretó la garganta 
y la piel, como una lengua inmensa, me supo a océano. 
Rígida, fría, anónima, 
una con el desierto, 
quedé
sin ciudad, sin familia, 
sin divinidad, sin ángeles, sin demonios. 
Sin alma. 
Olvidada 
                 a medias,
muerta 
                 a medias,
cristalizada en mi nostalgia,
condenada por mirar
a quedar mirando 
cómo los fuegos consumían mis recuerdos
y eran borrados por la arena. 
 
Pero era mía la salvaje sensación 
que me provocó contemplar un espectáculo destinado a los dioses:
quedó impresa en mis cloruros. 
Nadie podrá quitarme nunca 
que fui la primera que se atrevió a mirar. 
 
La esporádica lluvia me fue disolviendo, lenta: 
mi sal mató al Mar Muerto. 

Tarde, viento, viernes, Cuaresma

Famélico, 
la frente cubierta de cenizas,
                                     cenizas que fueron sueños
                                                                        sueños que murieron de tantísimos ayunos… 
El viento me flagela
               me rasga. 
Aprieto los dientes. 
Llevo mi cilicio bajo las costillas. 

El viento de cuaresma barre la hojarasca 
y las flores secas.
Arranca hojas verdes.
Hace flotar como sucias medusas a las bolsas de plástico. 

Escuecen los ojos…

Algún día seré este polvo 
arremolinado por un viento de cuaresma 
                                      que arrastra flores moradas
                                      que aturde a las palomas
que obliga a cerrar las puertas,
las ventanas, 
los párpados,
la boca, 
el alma. 

Aislado/aislante

Nací en la isla más isla del mundo.
Nací secuestrado, 
entre rehenes mudos.
Se habían robado el país
y nuestras lenguas.
 
Nací cercado por miles de mares 
y nonatos aún fuimos sacrificados a un Moloch insaciable. 
Quizás no nacimos nunca. 
Quizás deba decir:
fui abortado en una isla, 
entre fetos mudos,
semivivos.
 
Los Reyes Magos tuvieron prohibida la entrada a mi infancia. 
Los juguetes estaban racionados,
como el pan, como la vida, como el aire. 
Aprendí a leer consignas y vítores, 
mientras almorzaba chícharos con gorgojos.
Creo que todavía tengo gorgojos dentro:
por eso estoy hueco.
 
Caminé por la isla, 
aislado,
tropezando siempre con rejas no visibles, aislantes,
con mis zapatos y mis sueños rotos, 
mientras me gritaban maricón,
que para eso y dar vivas a los ladrones 
sí había lengua. 
 
Los fetos no respiran, 
los abortados menos. 
De ahí mi asfixia constante, 
esa sensación de que el oxígeno nunca me llega.
 
Me sofocaba en el útero cárcel
de la isla feto
que flota en un gelatinoso líquido amniótico. 
 
Estar cubierto de agua solo es posible 
si no estás vivo. 
Yo quería vivir, nacer, respirar.
Por eso caminé sobre las aguas, 
ahogado, 
pero quemaron mis naves 
y esparcieron sus cenizas. 
 
Aislado sigo. 
 
No se puede nacer en una isla 
y no aislarse para siempre. 
No se puede salir de una isla-Circe sin condena. 
 
Soy un feto abortado maricón 
al que le siguen robando,
que todavía no respira,
que sigue siendo isla. 
 
Dicen que mi isla es bella,
histórica. 
Y yo, sin país, sin lengua, 
sin lugar al cual volver, 
sin Reyes Magos, 
sin regalos, 
sin infancia,
sin sueños,
con gorgojos dentro, 
ni siquiera puedo decir 
que nací en la isla más isla del mundo.

 

poemas Cecilia Padilla

✉️ Contactar con el autor: lordruthven33 {at} gmail [dot] com 

🖼️️ Ilustración poemas: Imagen realizada mediante técnicas IA.

 * N. del E: En los poemas aquí publicados se ha procurado que las líneas guarden la extensión tal y como las escribió el autor. Para su lectura en un dispositivo móvil aconsejamos que el aparato se sitúe en posición horizontal.

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