Il cavaliere

A

Romina, la compañera de trabajo de Pilar, le gustan las orgías. Eso me dice Germán una noche mientras ella pide las bebidas en la barra del Rowland. Pilar es la novia de Germán, yo salgo con él desde que éramos chavales y Pilar sale a veces con Romina con quien no me importaría salir algún día.

Romina es medio francesa y me creo lo que escucho. También es verdad que vamos por el cuarto gin tonic, que suena Tusk, de Fleetwood Mac, y que el último mes me ha dejado el regalo de un par de mordiscos en el alma; es suficiente todo ello para que la confidencia de Germán me parezca un sortilegio que hará cambiar el mundo en breve.

Observo a Romina mientras deja los vasos ante nosotros. Ancha de caderas, senos grandes y una larga melena. Es la espléndida imagen de una mujer de treinta y pocos en cuyo cuerpo sobrevive la juventud entre suaves planicies doradas que, quiero suponer, atesoran sabidurías en ocultos albergues del placer. No es lo mismo, me imagino, tener treinta y pocos que llegar a los treinta y tantos; no puede ser igual la lozanía de lo joven a la espera resignada ante la tierra de la madurez, un lugar en donde —dicen— el vino sabe agrio y los caminos de la noche son cada vez más empinados.

Romina se sienta a mi lado. Pilar bebe a sorbitos del empañado vaso: ¿está también en el ajo?, seguro que sí. Germán fuma y las volutas de humo de su cigarrillo acarician los negros cabellos de ella. Me levanto y le pido a Paco que ponga a Thin Lizzy, él rebusca entre los L.P. que le rodean en la cabina y espero a que suenen los primeros compases de la guitarra antes de regresar a la mesa.

Le cuento a Romina la historia que relata Whiskey in the jar, cómo aquel hombre de la canción se encuentra con el Capitán Farrell cuando andaba por las montañas de Cork y Kerry. Al ver al Capitán contando su dinero sacó primero la pistola y luego el estoque y le dijo: «Si ofreces resistencia, el diablo te llevará»; luego le robó todo el dinero y se fue a casa, con Molly, en donde el Capitán le encontrará al amanecer.

Me extiendo en los detalles de cómo podría haber sido la llegada de él a casa, borracho y cansado, para acostarse con Molly. Le describo a Romina los cabellos bermejos de la irlandesa, el dinero sobre la mesa, el brillo del cañón de la pistola junto a las monedas, el whiskey en la jarra y la pelirroja que ríe, sensual. Voy acercándome al oído de Romina. Le cuento la traición de la mujer cuando le humedece la pólvora y el Capitán Farrell prende al hombre, al amanecer, y le encadenan pues a algunos les gusta pescar, a otros la caza, a algunos más oír el estruendo de los cañones, pero a él solo le gusta dormir con Molly, quien le engaña a pesar de haberle jurado que le amaba y que nunca lo dejaría. Después del tercer solo de guitarra, le susurro cómo él se arrepiente de haber ido a la alcoba de Molly y, encadenado a una bola de hierro, recuerda a la mujer y la manda al diablo. El pelo de Romina me acaricia los labios y siento la suavidad de la piel de su cuello…

 

Algunas veces, cuando la noche se acaba en el Rowland, vamos a ver amanecer en la sierra. Allí hay un viejo búnker desde donde vemos las luces que agonizan en Madrid conforme el cielo se tiñe de azul y amarillo, fumamos hachís y escuchamos a los pájaros despertándose entre la jara. Entonces Pilar hace fotos —algún día conseguirá captar el tono exacto de las nubes que se desperezan flotando entre las últimas estrellas— y Germán cuenta algún chiste que tiene carisma de resumen:

—¿Sabéis…? Un cavalieri va cavalando camino del Reino de Valencia… Mas, di pronti, un forti dolori de ventri. Para suo cavalo, apease, quitase la sua armadura, bajase los calzones y ¡zas! un terrible pete… —recuerdo los pechos de Romina, apoyados en el mostrador del Rowland esperando los gin tonic.

—Se sube los calzones —prosigue Germán—, ponese la sua armadura, monta en el suo cavalo y retorna al suo galope. Unas leguas más p’allá siente otro forti dolori de ventri. Para su cavalo, apease, quitase la sua armadura, bajase los calzones y ¡zas! otro terrible pete —whiskey en la jarra, ginebra en los vasos. La voz rasposa de Phil Lynott cantando cómo robaron al Capitán Farrell a punta de estoque y pistola.

—¡Ah…! —suspira Germán; creo que Pilar aguanta la risa—. Vuelve a subirse los suos calzones ponese la sua armadura, monta en el suo cavalo y retorna a la sua marcha camino de Godella, que está en Valencia. Unas leguas adelante siente otro forti dolori de ventri, pero espolea al suo cavalo, apreta el suo ventri y la gran cagata est.

 

Ha amanecido ya sobre las montañas, pero éstas no son las de Cork y Kerry. Hace frío. Ella tenía la piel muy fina y la melena larga, de color muy negro. Germán se calla y Pilar ríe. La jarra está vacía y dentro del viejo búnker suena una voz acariciada por el punteo de una guitarra: Musha ring dum a do dum a da…[1]

 

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[1] Leí en Wikipedia que esta frase tiene un sonido similar a varias palabras irlandesas (gaélicas) y que significaría: ‘El whiskey me hizo un necio’.
Locución del relato por voz electrónica.

 

Pedro M. Martínez Corada (Madrid, 1951) · Relato escrito en 2008, corregido por el autor, en mayo de 2022, para el Taller de literatura de El Comercial. · Este relato se publicó en calidoscopio.net [panfleto cultural] el mismo año en que se escribió. En abril de 2022 lo emitió Radio Ariete F.M. · Web del autor: https://martinez.corada.es

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