relato por
Alejandro Pérez

 

L

os sentimientos, como todo, tienen un curso natural. Son, éstos, pequeñas alimañas que crecen despacio dentro de nuestra pequeña y cerrada mente —algunas más pequeñas y cerradas que otras— y empiezan a hacer estragos.

Pero el más dañino y devastador de todos es, sin duda, el amor. Lo explicaré.

Primero empieza siendo algo inofensivo, unos pequeños bebés que están jugando con sus pelotas de goma y arcilla para moldear… Hay que ponerle un poco de cuidado, pero no mucho, aunque siempre exageramos y lo hacemos todo mal, como muchas otras cosas. Está comprobado que nos gusta equivocarnos.

Pero de equivocarnos aprendemos y los que no lo hacen es porque se van a tener que equivocar mucho. Pobres imbéciles. —No digo que yo no lo sea: lo soy y lo acepto, pero sí hay individuos mucho más imbéciles que yo—.

Luego ese bebé monstruoso que se está gestando en nuestro interior empieza a crecer y hay que alimentarlo. Este pequeño cabrón se alimenta de miradas, de sonrisas, de caricias. De las primeras palabras bonitas de quien incitó a parirlo. A veces se alimenta de nada, de nosotros mismos, y en esos casos se complica la situación. No entraré en detalles. Sé que puedes imaginarlo o que te ha pasado; a todos nos ha pasado.

En el primer momento en que este infante devastador es gestado, no es un hijo deseado. Alguien lo motivó pero solo nosotros lo creamos. Somos los padres solteros de un Hitler en potencia que, a diferencia de su homólogo alemán, no tratará de acabar con los judíos a su paso sino con nosotros mismos, con nuestra razón. Llevará a la locura a aquellos que ya no estén allí. Y cuando lleguen, los saludaré.

El pequeño bastardo está empezando a crecer y hay en este momento dos caminos a seguir: 1) Tienes una conversación muy seria con su madre/padre y deciden entre los dos seguir con la «maravillosa» idea de engordar a ese cabrón y ver qué pasa, ó 2) Asesinar a Hitler y vivir feliz el resto de tu vida.

Explicare las dos, creo que puedo hacerlo.

1) Engordar el cabrón. Esta opción es muy válida si las dos partes saben en el lío que se están metiendo y están comprometidos a hacerlo. El pequeño retoño crecerá y sacará muchas sonrisas en el rostro de sus padres. Vivirán momentos felices al lado de un Hitler menos genocida. Habrá momentos amargos como en todas las situaciones de la vida, pero si los padres son inteligentes —al menos un poco— sabrán entender que esos momentos son los que le dan el color a la vida. Algunos estúpidos no entenderán que la vida no tiene que estar a full color y se amargarán la totalidad de la ahora agonizante vida de un cabrón mal alimentado. Pero ese es otro cuento que recitaré después. Hoy no.

Como todo en la vida podrían ahora estos padres comprometidos llegar a viejos de la mano de un Hitler convaleciente y feliz, que aunque a punto de morir al lado de sus progenitores lo hace con una sonrisa en su rostro porque tuvo una vida completa. Aunque no nos engañemos… Esta situación en nuestros tiempos de libertinaje y Facebook ya casi no se ve. Tampoco puedo negar que algún día me gustaría vivir esta cuasi utópica realidad… algún día.

Otro posible panorama para nuestro engendro «feliz» sería que sus padres lo dividieran a la mitad, se separaran y ahora este tuviese que vivir solo en la cabeza de cada uno de sus padres, esperando constantemente volver a encontrarse con su otra fracción pero sabiendo que eso nunca va a pasar. Cuando una relación se acaba ya nunca será igual y si se vuelve a intentar sería como tapar las grietas en los cimientos de un edificio: solo se ven bonitas por fuera pero la estructura continuará defectuosa.

2) Dar muerte. Este panorama es un poco menos complicado que el anterior. Al darnos cuenta que terminaremos solos en las sendas de la locura procedemos a lo siguiente. Se trata de asesinar ese maléfico cabrón antes de que sea demasiado tarde; solo por el bien de la humanidad y del propio. Como sea lo puedes hacer. Una cápsula de cianuro y un disparo —como hizo su homólogo real— que solucione el problema. Tortura: puedes dejarlo morir de hambre, de soledad. Quémalo, ahógalo, fúmalo. Sé un poco más creativo que yo. Vendrá entonces un típico duelo que también deberás enfrentar y, una vez salgas del maravilloso mundo de la depresión, todo estará bien. Solo quedarán historias de un asesino en potencia que fue asesinado. Algo típico de autores como Poe.

De este se desprende un tercer panorama donde el sujeto no es capaz de dar muerte al pequeño cabrón y Hitler crecerá solo, alimentándose de gestos invisibles cuasi esquizofrénicos. Mentirá y sentirá rabia y temor, de esto se nutrirá ahora. Engordará hasta pegarse con tu cráneo, generándote más de un dolor de cabeza. Querrá salir y con el tiempo entenderá que es imposible. Cuando esto pase se conformará con su existencia y se sentará a leer, a filosofar. Con suerte, y si eres inteligente, podrás aprovecharte de él. Se marchitará con el tiempo o se transformará. Al final de cuentas morirá y lo hará solo. Como un anciano que no quieren en su casa y termina sus días en un geriátrico rodeado de enfermeras que a sus ojos son manjares, y él se deleita con lo que ve, y se le hace agua la boca, y sabe que es lo único que puede hacer… esperar a que la parca llegue por él mientras vive de pajazos mentales. En esta tercera realidad el final no es divertido, ni es feliz… pero es una conclusión al fin y al cabo. De hecho la muerte no es feliz para muchos, solo lo es para el agonizante, para aquel que ha terminado el juego.

Mi deseo de terminar en una realidad utópica ya fue expresado, aunque me gustaría que ese cabrón que engendraré algún día no se lleve mis letras. Que se siente a filosofar conmigo, pero sobre todo: poder aprovecharme de él.

 

línea El ciclo de un sentir

Alejandro Pérez: Autodefinirse, o tan solo hablar de uno mismo es difícil cuando se lo piden. Podría decir que estudio, que hago y que intento escribir, pero nada de eso seria completamente verdad… Solo puedo resumir diciendo que soy alguien que se dedica a existir, a vivir y sacar lo mejor de cada día, a vivir me decido. Soy un poeta maldito de esos que no saben escribir pero lo intentan, de esos que no saben escribir pero lo hacen. Una persona que trata de coser letras cuando ellas se encuentran a su disposición.

Contactar con el autor: perez14_ [at] hotmail [dot] com

 Ilustración relato: Fotografía por Pedro M. Martínez ©

 

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