relato por
Cristián Óscar Koch
T
ras un año de existencia, el vínculo sentimental formalizado entre Matilde y Ernesto se afianzaba. Dos personas maduras que transitaban con holgura cinco décadas, arrastraban más de un fracaso matrimonial e intentos posteriores de variada duración, intensidad y final. Pese a las huellas que cada ruptura dejaba en sus almas, podría decirse que compartían una visión optimista del amor y se consideraban empedernidos reincidentes. Si bien perseguían el mismo anhelo, existían marcadas diferencias entre ellos en cuanto al grado de compromiso que estaban dispuestos a asumir. Ernesto era muy básico, enamoradizo y se sentía más atraído por las bondades de un cuerpo que de una mente. Matilde, sin duda, era más cautelosa y escéptica. Durante el transcurso de su vida, había sufrido más que Ernesto y aquellos amargos recuerdos la mantenían en constante alerta. Una imaginaria línea trazada en su mente, la prevenía antes de asumir riesgos que pudieran dañar su estabilidad emocional, que enseguida repercutía en su delicada salud. Sin embargo, desde que salía con el último candidato, su bonhomía contribuyó a relajarla y con cierta timidez, se animaba a pensar que tenía grandes chances de ser el definitivo. Disfrutaban muchos puntos en común, necesidades e intereses. Ernesto era un experto asador y se especializaba en el cordero patagónico, lo apasionaban autos, aviones, la música clásica y el arte. Disfrutaba de una pequeña colección de buenas pinturas que vestían con equilibrio las paredes de su casa. Matilde, en tiempos de juventud se había dedicado a la escultura. Conservaba aún algunas obras de su creación ubicadas en lugares estratégicos de su vivienda. Procedía de una familia tradicional de la provincia de Salta. Era la mayor y única mujer de cinco hermanos y sus padres habían fallecido hace pocos años. La familia de Ernesto era de origen europeo anglosajón. Con la suya, llevaban cinco generaciones de argentinos sobre este suelo, aunque por nostalgia, mantenía aún la doble ciudadanía. Desde su arribo, se habían establecido en el Sur y en la actualidad, gracias a trabajar con ahínco, eran dueños de grandes extensiones de tierra. Era el menor de tres hermanos varones, con la particularidad que durante el mismo año y por distintos motivos, todos se habían divorciado. Sus padres aún vivían en Zapala y en oposición al infortunio de sus hijos llevaban felices cincuenta y cinco años de matrimonio.
Cada uno tenía su casa y alternaban las estadías casi de manera matemática con el único afán de no alterar sus rutinas. Matilde trabajaba en la producción de una revista dedicada a la mujer, era una experta bordadora y muchos de sus trabajos salían fotografiados en el ejemplar de tirada anual. Mantenía una activa vida social y disfrutaba de asiduas escapadas de fines de semana; viajes que compartía con él.
Ernesto tenía su economía resuelta y empleaba su tiempo con buen criterio. Jugaba al golf, mínimo una vez por semana y a las cartas con un grupo de amigos. Consumía abundante lectura, buen cine y los fines de semana un popurrí de deportes, sentado frente a su imponente tevé.
Cierto día, en la casa de Matilde, Ernesto observó oculto, tras una cómoda, un paquete embalado, que por sus dimensiones le hacían imaginar que se trataba de un cuadro. Intrigado le preguntó:
—¿Matilde, qué tenés ahí escondido?
—Ah, es el retrato de Belén, a mi anterior pareja nunca le gustó y tuve que descolgarla. Últimamente estoy tan ocupada que no me ocupé de ella.
—¿Qué te hace suponer que pueda compartir su opinión? Dijiste que éramos muy diferentes. Pobre Belén, la tenés ahí castigada, me encantaría conocerla.
—¡Genial, una de las paredes de mi cuarto quedó desnuda sin su presencia!
—¿No me digas que la tenías ubicada sobre la cabecera de tu cama?
—No, estaba en la pared lateral. La mirada de Belén lo ponía tan nervioso que su rendimiento era pobrísimo —dijo Matilde guiñándole un ojo.
—En mi caso, no creo ocurra.
—Veremos, espero no volver a tenerla en penitencia.
—¿Conocés su historia?, por el tono de tu voz, parece rodearla un halo de misterio.
—No mucho, solo sé que sus padres arreglaron su matrimonio cuando era una adolescente y, obligada, se fue a vivir a Buenos Aires. No fue feliz y murió joven. Primero te la presento, más tarde tendrás tiempo de emitir tu propio juicio.
Con mucho cuidado —Matilde era muy prolija—, apoyaron la pesada obra sobre una alfombra y desembalaron varias capas de cartón y cintas de papel engomado que la protegían.
Mientras retirábamos el envoltorio mi ansiedad crecía sin límites, no recordaba haberme sentido así. Quería arrancarlo de un tirón, pero Matilde con su habitual templanza me lo impidió. ¿Qué extraña atracción ejercía ese lienzo sobre mí?
Tras varios minutos que para Ernesto fueron interminables, tuvieron frente a ellos la imagen nítida de Belén. Era una figura de pie, retratada al óleo a mediados del siglo diecinueve. El artista la había ubicado delante de un cortinado marrón que cubría una pared con ornamentos. Al momento de ser plasmada no superaría los veinticinco años. Lucía un escotado vestido largo de organza rosa, muy ceñido en la cintura por un cinto de raso (las mujeres de esa época usaban corsé y miriñaque). Era una dama de alcurnia. Un tocado hecho con plumas de avestruz teñidas de verde sujetaba su cabello castaño. Aros de perlas, un prendedor en el pecho y dos pulseras de oro realzaban aún más su brillo propio. En una de sus manos sujetaba un abanico cerrado. Nada parecía faltarle, sin embargo su expresión reflejaba cierta tristeza. El cuadro era de gran dimensión mediría un metro por uno veinte y tenía un marco dorado a la hoja.
Recién cuando Belén recuperó su lugar —que nunca debería haber perdido—, tomé conciencia de su belleza. Su mirada me impactaba, sin embargo aquella tarde sus ojos aún irritados, no se adaptaban a la luz. Era lógico, pobre mujer, injustamente relegada a la oscuridad vaya a saber por cuanto tiempo, por sugerencia de un ignorante que seguro no conocía la diferencia entre un cuadro y un poster… (De paso, en silencio, aproveché para despotricar contra mi predecesor).
Como era de esperar, cierta intriga se instauró sobre Matilde, transcurría el día sábado y si Ernesto se tomaba el trabajo de seducirla, a la noche harían el amor. Sin embargo no hizo falta que se esmerera, ella estaba más excitada que de costumbre. Mientras él intentaba ver un partido de la liga española, se paseó en prendas íntimas más de una vez tratando de llamar su atención. Ni los goles de Messi lograron retenerlo, de pronto la tomó de la mano y comenzó a besarla…
…Ernesto alcanzó a observar a Belén gracias a la luz de la luna que ingresaba a través de una claraboya.
Esa noche mi virilidad desbordaba, confieso; nunca había sentido algo igual. Matilde se contagió de mi locura, experimentó un orgasmo tras otro, gemía, gritaba, rasguñó mi espalda, con sus palmas golpeaba mis glúteos, no había forma de contenerla. Se comportó como la amante perfecta que siempre deseé.
Entonces vi que la piel de Belén había recuperado color y lucía mejor semblante, pero el cambio más notable radicaba en su mirada. Sus ojos habían recuperado vida y se clavaron en mí. No pude comprender si había aprobado o no nuestra osadía.
De madrugada, Matilde y Ernesto coincidieron en sus despertares. Semidesnudos caminaron hasta la cocina y sin titubeos se abalanzaron sobre la heladera. Ella se ofreció a prepararle un sándwich. No se atrevía a mirarlo a los ojos, se sentía avergonzada. Aún no asimilaba la ferocidad con que se había manejado. Ernesto prefirió evitar hacer comentarios de su desempeño. Hablar de sexo era uno de los tantos temas que la incomodaban. Sin embargo, al poco tiempo fue ella quien comenzó a notar las diferencias que existían entre hacer el amor en su cama y en la de Ernesto. Entonces comenzó a sospechar que Belén algo tenía que ver en ese asunto. Un día, en el medio de una conversación intrascendente, se animó a aportar una frase fuera de contexto.
—Estoy tentada en mudar a Belén al living —sugirió.
—Por favor, dejala donde está, creo que ese es su lugar. ¿No la ves feliz ubicada entre nosotros, haciéndonos compañía?
—Es una pintura, un retrato de una mujer que murió hace cientos de años.
—¿Y entonces por qué le decís Belén? Su espíritu debe haberse instalado aquí para acompañarte. Recién se está recuperando del último trauma, no seas mala, dale un respiro —dijo fastidiado.
Matilde prefirió callar. Intuía que, de insistir se avecinaba una agria discusión. La pareja parecía atravesar un momento difícil y parte de esos desencuentros habían comenzado desde que Belén había salido de su aislamiento. Desconcertada, retomó su bordado que tan bien le hacía para superar momentos de crisis, pero esa noche, pese al cortejo de Ernesto, Matilde no estuvo de ánimo para tener relaciones. De mala gana él se contentó mirando una película de James Bond quien para incrementar su disgusto, no paraba de seducir y acostarse con cuanta escultural espía se enfrentaba.
De pronto, sentí unas manos muy suaves acariciando mi espalda. Me fascinaba la dulzura con que lo hacía. ¿Desde cuándo Matilde era tan sutil? Hacía días que la notaba desanimada, distante y poco dispuesta a satisfacer mis necesidades. Giré lentamente para responderle, inclusive deseaba ir más lejos, pero ella dormía profundamente. ¿Quién me brindaba tan agradable contacto? Fue entonces cuando alcé la vista en dirección al cuadro… Me tranquilizó distinguir que seguía allí colgado, iluminado por las estrellas, pero me estremecí cuando observé que la imagen de Belén se había desvanecido…
A partir de esa revelación, un gran dilema torturaba la mente de Ernesto. ¿Por quién estaba él allí? Creía amar a Matilde, pero era Belén quien acaparaba sus pensamientos. En poco tiempo, su vida sufrió un vuelco inevitable. Se volvió más hogareño, prefería pasar más tiempo en la casa que antes evitaba. Modificó su estrategia para justificar el cambio de estilo. Ayudaba en la cocina (casi no probaba la carne), cedió el control remoto de la tevé, aparecía con flores (las recibía Matilde pero Belén era la destinataria) y a regañadientes aceptaba la esporádica frecuencia sexual que su novia le imponía.
Una noche, de esas para olvidar, nos fuimos a dormir casi ignorándonos. Yo ardía en deseos y siempre me enfrentaba a la muralla china que bloqueaba cualquier intento. Belén, siempre seré tuyo —pensé antes de dormirme…
…Sentí cómo ingresaba a la cama. Su cuerpo tibio y desnudo se pegó al mío. Con sutileza guió mi mano hacia su genitalidad mientras la de ella recorría la mía. Los arrumacos continuaron hasta que nuestros cuerpos se fundieron en uno. Fue una experiencia única, demoledora y real. Jamás podré olvidarla. A partir de esa fecha nos convertimos en amantes insaciables.
Matilde acusó el cimbronazo. Ernesto ya no la buscaba como antes. Por momentos era tan evidente que hasta comenzó a dudar de su lealtad. Él la desorientaba aún más, jurándole que no hacía el amor con otro ser viviente que no fuera ella. Esa respuesta y otras similares la enloquecían. Sus sospechas también recayeron sobre Belén, pero se consolaba reconociendo que era imposible tener relaciones con una pintura. Ernesto se vio forzado a replantear su táctica. Le cedió toda la iniciativa a Matilde y se convirtió en un hombre sumiso, dispuesto a satisfacer cualquier exigencia de su pareja. No era tonto, la dueña de casa y de Belén, era Matilde. Terminar con ella significaba separarse de su verdadero amor. Sin embargo, Ernesto era un hombre sensato, su situación personal era muy extraña y no contemplaba vivir una eternidad atado a una mujer, por amor a otra, que en definitiva no sabía si existía. Barajó unas cuantas variantes, la mayoría sin lógica, pero de tanto insistir, llegó a una que gozaba de un alto grado de factibilidad, inclusive por fundamentarse en una religión: la reencarnación. A partir de esa hipótesis leyó mucho sobre el tema, tanto lo atrajo ese culto que lo adoptó y previo a consultarlo con Belén, partió a la India, con Matilde. Ser buena compañera de viaje era uno de los puntos destacables de la mujer. Esa virtud, más el hecho que Matilde fuera humana, comenzó a inclinar la balanza a su favor. Quizás en ese breve peregrinaje por Oriente, Ernesto abrigaba la esperanza de encontrar a la finada Belén, ya reencarnada. Sin embargo el resultado fue frustrante, pues varias veces encontraron durmiendo sobre la cama del hotel, a una gata negra. Mal presagio, como Matilde odiaba a los gatos y en realidad él también, consideró que la mejor opción era aferrarse a una mujer de carne y hueso…, y no confiar tanto en sus sueños.
A nuestro regreso de inmediato percibí el fastidio de Belén. Su mirada, como su comportamiento, fue distante. Más indiferencia tomó a partir de que Matilde, por decisión unilateral la trasladó de cuarto. Pensé que nuestro romance se había terminado. Por las noches, antes de dormirme le suplicaba perdón; le hice saber de mis nobles intenciones y juré que en breve todo cambiaría.
Una tarde invernal, Matilde llegó a su casa desencajada. Lloraba sin consuelo y Ernesto no encontró manera de calmarla.
—¡Hablá, mujer, qué te pasa!
—¡La editorial quebró, nos despidieron a todos y no nos van a compensar! ¿A mi edad, dónde voy a conseguir trabajo? ¡No tengo ahorros, qué va a ser de mí!
Solo bien entrada la noche pudo calmarse y tomar un caldo caliente que Ernesto le preparó.
Escuchar tanta tragedia me había agotado. Dudaba entre acostarme y seguir escuchando sollozos o ir a ver televisión. Finalmente me decidí por la segunda opción, pero antes me serví una copa de vino. Al pasar por el living, no pude resistir observar a Belén. Su expresión me sorprendió. Me perforaba con su mirada, enseguida comprendí su ultimátum. —Mañana hablo con ella, te lo prometo. Con inocencia pensé que mis palabras servirían para atemperar su ánimo y se decidiera a hacerme una visita, pero no. Estaba castigado y ella tenía la facultad de mantenerse indiferente a mis deseos con mucha más frialdad que Matilde.
Por la mañana, nada había cambiado en el estado de ánimo de Matilde. Por piedad, Ernesto estuvo a punto de postergar su propuesta, pero Belén le envió otro furibundo ultimátum y no tuvo más remedio que hablar.
—Anoche estuve pensando en tu problema y creo tener una solución.
—¿Me vas a proponer matrimonio? —preguntó, intrigada.
—Me encantaría, pero los dos sabemos que por ahora no va a funcionar. En cambio te ofrezco un trato muy conveniente para tu economía. Quiero comprar a Belén.
—¡Estás loco, ese cuadro estuvo en mi familia por generaciones, es de una firma muy cotizada!…
—Lo sé, y con el dinero que vas a recibir podrás vivir como una reina durante tres años. Además, antes de que se te termine, seguro que algún trabajo vas a conseguir.
—¡Ni loca, provéeme cinco años de bienestar! —los merezco.
—Cuatro, ni un día más.
Al día siguiente Ernesto le transfirió el dinero en su cuenta, firmaron los papeles y Belén pasó a ser de su propiedad. A la noche, le comunicó a Matilde su decisión:
—Me mudo a Salta, solo.
Compró una finca en San Lorenzo, un barrio distinguido ubicado en las afueras de la ciudad. Allí se instaló junto a Belén, con quien ya había reiniciado su relación sentimental. A partir de ese momento comenzó la intensa búsqueda de quien fuese la reaparición de Belén. Incansable, recorrió toda la provincia, no le quedó rincón por conocer, inclusive extendió su travesía por Jujuy y Tucumán, pero no obtuvo éxito. Desilusionado un día le dijo:
Belén, no sé qué más hacer por nuestra relación, te ruego que me des un indicio.
Y su amada, con su dulce mirada se lo ofreció.
Esa misma tarde, Ernesto llamó a Matilde, la última reencarnación de Belén.
EPÍLOGO
Matilde falleció en la ciudad de Salta a los ochenta y cuatro años. Ernesto, de tristeza, una semana más tarde. Antes de morir dejó a sus hijos precisas instrucciones que se comprometerían a cumplir.
Por ningún motivo deberían separar los cuadros con los retratos de ellos tres.
Cristián Óscar Koch. Reside en Pablo Nogués, partido de Malvinas Argentinas, Buenos Aires, Argentina. Concurre desde julio de 2011 al taller literario Silvina Ocampo, que se dicta en el área de Cultura Pilar, coordinado por la escritora Julia García Mansilla. En dicho año publica su primer libro de cuentos, La Venganza de los Animales y otras Desgracias Humanas. La Editorial Dunken, en diversas antologías, publicó sus cuentos Cómo se sufre, Échale la culpa a Río, Al Acecho, El Desafío y recientemente Acto Reflejo, Fuga y una poesía. La revista cultural mexicana Río Hondo publicó trece de sus cuentos.
El cuento Cartas de Amor fue publicado por la revista literaria española Palabras diversas y da el título a su segundo libro.
A partir de septiembre de 2014 publica en Amazon (a través de Kindle) sus libros Favor por Favor, Desde el Alma y La Venganza de los Animales y otras Desgracias Humanas.
Varios de sus cuentos obtuvieron premios y menciones. En 2016, La posta de San Fernando, obtuvo el segundo premio en el concurso «Autores de la cuenca del Río Luján» y publica Vampiros en Pilar.
En los años 2015 y 2016 participó en la Feria Internacional del Libro, de Buenos Aires. En 2016 participa en la Feria del Libro Pilar, sus libros integran el stand de autores Pilarenses, y presenta Vampiros…
Es autor de los títulos inéditos, Reuter Boys, Los Crímenes del Reconquista, Lolitta’s Country Club, Fragilidad, y Diez Mandatos. En 2017 Cartas de Amor fue adaptada al teatro por el director Atahualpa Pintos, bajo el título No me Mates y presentada en el Auditórium de Mar del Plata (esta obra fue seleccionada, también, junto a otras quince de teatro independiente, para participar de las Fiestas Regionales de Teatro Independiente, a realizarse en Pinamar). En febrero 2018, la obra No me mates fue ternada para los premios «Estrella de Mar», resultando ganadora en la categoría «unipersonal». La fundación César E. Serrano, Museo de la Palabra, de Madrid lo nombró Embajador del Idioma Español.
Contactar con el autor: cristianflap [at] hotmail.com
🎨 Ilustración: Retrato al óleo, autor desconocido, siglo XIX (remitido por el autor del relato). Esta pintura ha servido de inspiración para la redacción del texto aquí publicado. Se puede apreciar en tamaño más grande en nuestra página de Instagram.
Revista Almiar – n.º 97 / marzo-abril de 2018 – MARGEN CERO™
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