artículo por
Mario Rodríguez Guerras
1.º – El dilema del tranvía plantea si es lícito desviar un tranvía que va a atropellar a cinco personas hacia una vía en la que atropellará a una. El sentido común dice que esa conducta es aceptable (y parece que también el derecho aunque desconocemos las sentencias). Surge la cuestión de si tirar a un hombre gordo a la vía, en un supuesto diferente en el que, en lugar de desviar el tren, se podría detener el vehículo de esa forma, también sería aceptable. En este caso, el hombre corriente rechaza la propuesta y el derecho, hasta donde sabemos, no ha tenido, afortunadamente, ocasión de pronunciarse, pero creemos dudoso que lo admitiera.
El hecho que se juzga es si es aceptable matar a una persona para salvar a cinco y se plantean estas dos situaciones (en realidad, se plantean varias pero no entraremos a analizar las demás) algo diferentes. Esa diferencia hace que se valoren de forma muy distinta. Y, mientras que se acepta desviar un tren sabiendo que matará a alguien, no se acepta empujar a una persona para que muera aunque el resultado, en ambos, casos sea el mismo.
2.º – La diferencia de la valoración estriba en la forma en la que se analizan las situaciones, cada una de una forma diferente.
Esa diferencia se debe a la relación distinta del hecho con el efecto pues, en un caso, es directa y en el otro, indirecta. Quien sitúa a un hombre gordo sobre las vías actúa directamente contra la voluntad de ese hombre, aunque estuviera dormido y no opusiera resistencia (si lo hace voluntariamente no habría caso) y quien mueve las agujas para desviar el tranvía actúa contra su voluntad de forma mediada.
Pero entender diferentes esas situaciones podría significar que matar a un hombre a puñetazos o con un cuchillo es un hecho menos justificable que matarlo con una pistola, ya que quien efectúa un disparo no produce el hecho que provoca la muerte, es la fuerza de la bala la que le mata y no la presión de su dedo sobre el gatillo del arma.
3.º – Podríamos pensar que lo que ocurre es que, en el caso del hombre gordo, se ve que el hecho implica prescindir de su voluntad, mientras que en el supuesto de desviar el tranvía la voluntad de ese hombre nos queda oculta y resultaría más sencillo actuar en su contra.
En el supuesto de causar la muerte del hombre gordo somos conscientes de que ese acto implica segar una vida, mientras que, en el supuesto de desviar el tranvía, lo que se nos hace consciente es el hecho de que, el mismo suceso, puede provocar una muerte o cinco, y modificamos la forma en la que ese suceso ha de tener lugar para que produzca el menor número de daños sin pensar en los derechos de un solo hombre.
4.º – Pero, en realidad, existe una diferencia entre estos supuestos que se debe a que, en un caso, es mi acción la que produce la muerte del hombre gordo y, en el otro, es una acción ajena o un suceso previo el que va a producir un daño, el cual se procura minimizar. Entiéndase que se desvía el tranvía porque no se puede detener, y alteramos un suceso que ya tiene lugar, por lo que las consecuencias de ese suceso son responsabilidad ética de quien le desencadena ya que la velocidad del tranvía y la muerte de una o cinco personas es un solo hecho, mientras que la velocidad del tranvía y poner una persona en su paso son dos hechos distintos por lo que de las consecuencias de éste último es responsable quien le origine. Quien desvía el tranvía no ha disparado una pistola, lo que hace es desviar la trayectoria de la bala para que cause el menor número posible de muertes.
5.º – Se podrían plantear otras muchas variantes pero no es el caso trasformar este análisis en un estudio jurídico. Ni siquiera conocemos los efectos legales que producirían estos supuestos que pudieran ser distintos de los aquí presentados. El objeto de este estudio era analizar si existían razones que confirmaran las respuestas que ofrecía el hombre corriente a las situaciones que se le planteaban en el dilema propuesto desde un punto de vista ético, no desde el punto de vista legal.
En este sentido, podemos decir que la intuición del hombre corriente le ha permitido valorar adecuadamente las alternativas mientras que los sabios no parecen haber sido capaces de explicarlo de forma convincente, esto es, racionalmente, aun cuando presuman de dominar esa forma de conocimiento.
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Ilustración del artículo: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 71 | noviembre-diciembre de 2013 – MARGEN CERO™
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