poema por
Pablo Dialén

 

En el cenicero se esconden (se ahogan)
visiones de ancianos, de mármol tratado;
el tintero mantiene su luto pactado
con las penas de los lobos
                                                            (y de grises palomas).

El futuro espera a que se consuma el carbón
para enseñar a nuestras manos desarmadas
un fino hilo que se esconde en el vestidor
de las griegas Moiras, de las romanas Parcas.

Dioses y reyes temían a las tres hermanas:
a Cloto con su rueca, a Láquesis que medía
con la más humilde vara la longitud de la vida
y a Átropos, en cuyas tijeras, el trámite finalizaba.

Normal era el temor de las poderosas gentes
a las obreras de la vida, estas tres asalariadas
de sueldo fijo, burócratas, funcionarias,
que deshilaban trayendo muerte.

Pero, ¡ay, los que no estuvieron vivos!
¡Ay, los que nacieron con la muerte
tapada por el ombliguito, en el vientre!
¡Ay, los que no estuvieron vivos!

Nunca sobornaron a las funcionarias,
vivieron tal y como se mandaba
estas pobres gentes que ya andaban
con una fina daga en la garganta.

Y así la muerte fue hecha Diosa,
Virgen y hasta Profeta
por los pobres de la Tierra
llenando a las hermanas de rosas.

Expertos (burgueses) insisten en que los pobres
no son más que ignorantes insalvables,
pero un amigo mexicano me dijo con rostro afable
que a todo aquello él lo llamaba «solidaridad de clase».

 

separador Obreras de la vida

Contactar con el autor: pmedinasanz [at] gmail [dot] com | Web: Conato de mí mismo (https://pablomedina013.wordpress.com/)

🖼️ Ilustración poema: The Night of Enitharmon’s Joy, by William Blake [Public domain or Public domain], via Wikimedia Commons.

 

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