poemas por
Ingrid Chicote

 

29 de julio de 2020

Anoche soñé con San Agustín. Él estaba dentro de una cueva de piedra
ubicada en un bosque cercano a una antigua ciudad.

En la entrada al lugar había unas enormes plantas colgantes como cortinas que protegían el interior donde se hallaba el santo. Su interior estaba resguardado por un guardián, casi un monstruo: una especie de Quasimodo, Cronos, Polifemo. Era muy fornido. En su mano izquierda sostenía una antorcha que iluminaba la parte interna del lugar oculto donde San Agustín escribía.

El celoso guardián pretendía alejar de la cueva a una inmensa multitud que estaba en las afueras, como esperando recibir una respuesta. Parecían esperar aliento, esperanza, una palabra… El monstruo no era un monstruo. En todo caso era un buen hombre. Estaba temeroso de una posible violencia. Era mucha la gente reunida en espera devota.

San Agustín terminó de escribir y se dirigió a la puerta. Su paso era firme, seguro y silencioso. Paciente. Al salir de allí su cuerpo se transformó y se convirtió en un gigante. Su cuerpo era como un edificio de cien pisos en relación a la multitud de gente pequeña como hormigas. Caminó por sobre ellos sin hacerles daño.

Entonces parecía una nube con hábito marrón que caminaba en sentido contrario a la gente y cuando llegó al final del lugar donde había construcciones portuarias, desapareció como un hálito. Se convirtió en una nube de polvo marrón, como el hábito que vestía.

Unos guardias vestidos de pretores que estaban listos para capturarlo,
mandaron a hacer hábitos para disfrazarse.
Recuerdo solamente sus miradas de maldad y desconcierto.

Esto no es un epígrafe.
Es una revelación.
Volví a escribir.

Ich.

S

oplo la arena
y surge una botella

transparente                  se para delante de mí
me hace entrar en su vacío

me lanza al agua
en grito de desespero

quiero llegar en ella
a una orilla
donde mi voz y mi canto
sean salvación de vida.

 

H

oy desando los pasos
busco un lugar
para sentarme
a olvidar lo que ya
no viene a la memoria

hago el esfuerzo
por recordar los olores
el color de las paredes
los nombres de las cosas
pero no recuerdo ni el nombre
de mis padres

voy silenciosa montaña adentro
con ese río crecido que la surca
en infinitas veces

allí el recuerdo queda impregnado
de hojas de cariaquito
guayabita dulce
el tronco seco de una rama de samán antiguo

vienen los rincones de la casa
los bloques rojos tramados
las puertas de cartón piedra con una tranca de madera
las ventanas hechas de vigas
protegidas por malla fina contra los mosquitos

entonces era suficiente para el respeto

cualquier ruido detrás de la puerta
era una alarma:
el ladrido de los perros
el alboroto de los pavos
o el aleteo de las gallinas
todo por un rabipelado o un erizo

la montaña se venía abajo con todo y río
era invierno
y las nubes bajaban a beber agua del manantial

en verano subíamos al pozo

si nos agarraba la noche
podía bajar la bola de fuego
y teníamos que correr por los caminitos

ya no recuerdo más
el olor de las piñas
o los mangos caídos
y el frío bosque
donde bautizamos a Marco José

ya no recuerdo el agua clara
ni las vacas alejadas de los ojos de agua
ni los ojos de la dos en boca
haciendo guardia para proteger el manantial

todo es olvido
porque esos recuerdos
ya no tienen lugar
en el espacio

todo es memoria
y por eso nos llaman locos.

 

Nunca tocó mi puerta
pero era un fantasma
merodeaba entre las matas
hacía ladrar al perro
abría el chorrito de agua
y jugaba
intentando agarrarla con las manos

era un fantasma ¿sin manos?
                                         el agua se las lavaba
y entonces las manos desaparecían

todo desaparecía en él
y yo viajaba sola
hasta mí misma

pude verlo de cuerpo entero

me di cuenta
que ya no era ni siquiera un fantasma
solo era un hombre triste
                                         muy triste.

 


 

Ingrid Chicote (Caracas, 1965). Ha sido facilitadora de charlas y talleres sobre literatura, filosofía y formación sociocultural en diversas instituciones de Aragua y Guárico. Dirigió el Círculo de Lectura Alejandra Pisarnik, en Los Colorados, localidad villacurana. Ha recibido reconocimientos por su labor como facilitadora, comunicadora, cultora y trabajadora comunitaria de instituciones como Universidad de Carabobo y Maestría de Cultura Popular, Fundación Santa Teresa, FUNDEC-Ribas, Senderos Literarios, CRAM-Aragua, Fundación Zamoranos 94.7 FM, Asociación Mundial de Radios Comunitarias, Red Venezolana de Medios Comunitarios, Zona Educativa del Estado Aragua, Galería de Arte Itinerante Armando Reverón e instituciones educativas del Estado Aragua, así como también del Instituto de Diversidad Cultural, entre muchas otras instituciones. Tiene un libro publicado por el Fondo Editorial Senderos Literarios y publicó además de los medios impresos de su país en diversas páginas webs.

Contactar con la autora: ingridchicote123 [at] gmail [dot] com

Los poemas aquí publicados están incluidos en el poemario inédito Soplo la arena ©

🖼️ Ilustración poemas: Fotografía por DreamyArt, en Pixabay [dominio público]

 

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