poemas por
Ignacio Gago
Un vals
Como en un bodegón cosmopolita,
Londres y Nueva York decoran nuestra suite,
delimitan el mundo
en un lugar repleto de banderas.
La vela que he encendido para verme en tus ojos
alcanza su final,
y enero huele a parafina.
Su tenue resplandor, al apagarse,
esboza en la pared con nuestras sombras
lo que a ti te parece un mito griego.
—Apolo y Afrodita—, me susurras.
Entonces me pregunto qué vida habré llevado
en ese otro universo de siluetas
que surge ante nosotros:
si seré más paciente, amor, y menos impulsivo,
si escribiré mejor, o si logré captar
al menos un instante tu atención
alguna de las veces que estuvimos tan cerca
que no supimos vernos.
Y no sé qué decir, pero te abrazo.
Te abrazo porque sé que tienes frío,
te abrazo porque entiendo
que tú sientes también
el peso de la noche, igual que yo lo siento;
que escuchas los violines dibujando
los acordes de un vals para nosotros.
No importan las preguntas que no tienen respuesta.
Te acercas otra vez, y acaricias mi cara
con esas manos tuyas tan pequeñas;
llenas mi corazón de risas verdes.
La vela se ha extinguido. Nos ha dejado a oscuras…
…Y seguimos bailando.
Macedonia
Tenías risa de uvas:
muchas risas verdes y redondas.
Yehuda Amijai
Abúlica la luna de diciembre,
su látigo de plata.
He cerrado los ojos al besarte.
Mide mi boca
esa dulce angostura
que te queda entreabierta labio a labio.
Libaré de tu pecho todo el fruto.
Mis manos, por su parte,
demoran la caricia,
y el tacto de tu piel se va anegando
de agujas despuntadas.
Frescos melocotones he mordido con saña.
Luego, cuando despiertes,
con el torso desnudo
mezclado entre las sábanas del lecho,
recuérdame, mi amor,
que fue posible
apagar con saliva un cuerpo en llamas.
Cuarto creciente
Entre el fuego y la bruma se engendró este poema:
su tacto familiar, sus sílabas de sangre.
Será extranjero siempre, pues nació en la frontera.
Su patria está en la brisa de una noche de junio;
su hogar, un incendio lejano.
Tú gobiernas en él. Dentro de sus palabras
festejaste las sombras a mi lado,
en un rito ancestral
con la luna también sobre nosotros.
Y nos volvimos tierra,
arroyo,
profundidad abisal,
pasto seco en un prado.
Fuimos la primavera que allí se terminaba.
Siervos ya del solsticio, danzando en las afueras.
Entonces eras tú como el musgo en la roca,
la mies ya cosechada aguardando en las eras.
Yo quise ser volcán para bailar contigo,
quise ser manantial y mezclarme en tus aguas.
Nos amamos a ciegas,
como dos animales con la sangre caliente
movidos por la magia o el instinto.
Mamíferos, al fin, que sólo sienten
al desasir sus cuerpos enlazados
otra vez el invierno.
Big Bang
Al fin lo he comprendido:
cabe el mundo en tus ojos.
Ignacio Gago Durán. Nació en Córdoba (España) en 1981. Licenciado en Filología Hispánica, trabaja como profesor de Lengua castellana y Literatura en el IES Santa Rosa de Lima (Córdoba).
Ha publicado los libros de poemas Peligro de ignominia (La Bella Varsovia, 2004) y Naranjas y canela (Ediciones Depapel, 2019), donde se incluyen los poemas publicados en esta página. Sus textos han aparecido en diversas antologías como Radio Varsovia (La Bella Varsovia, 2004), Poesía por venir (Renacimiento, 2004), Terreno fértil (Cangrejo pistolero, 2010), Sais (La Bella Varsovia, 2010), La vida por delante (Ediciones En Huida, 2012), y 12 poemas,12 miradas (Dinamo Poética, 2016). Poemas pequeños de animales con sueños (Editorial Gunis, 2020) es su primer libro infantil.
Twitter: @ignaciogago · Instagram: ignaciogago81 · Email: ignaciogagoduran [at] gmail.com
Ilustración: Fotografía por Pedro M. Martínez ©
Revista Almiar – n.º 108 / enero-febrero de 2020 – MARGEN CERO™ ✔
Qúe bonito es el poema «Big bang». Breve pero muy intenso.