Novela Río

Capítulo XVII

"Muchacha, ojos de papel,/ ¿adónde vas?/ quédate hasta el alba...".

Bajó del taxi y entró en el hall del aeropuerto. Después de muchas vacilaciones y retrocesos, había tomado al fin la decisión. Se iría a América. Silvia se había quedado acompañando a Elena, que ya estaba bien, aunque debería volver a la cárcel en pocas semanas. Corrió por los pasillos y buscó con la vista la oficina de Iberia. Gastón y su madre no estaban entre la gente que presentaba las visas. Miró, confundida, el incesante hormiguero humano, que iba y venía por los corredores. En las esquinas había familias, jóvenes parejas y hombres de negocios despachando el equipaje. Elvira hacía rodar la maleta escocesa, que había comprado en Suiza, como si fuera un carrusel de ilusiones y se sobresaltó al escuchar el altavoz anunciando los vuelos o solicitando el ingreso de los pasajeros.

..."Muchacha, voz de gorrión, / no corras más / tu tiempo es hoy...".

Apuró el paso, pero al doblar frente a un kiosco de revistas, se detuvo de golpe: Gastón estaba allí, buscándola entre la multitud. Se adelantó, feliz, y ya iba a correr a su encuentro, cuando él se dio vuelta, súbitamente sorprendido: una esbelta mujer de traje verde seco, al estilo chino, lo había tomado de los brazos por detrás. Elvira vio que él se quedaba un momento en suspenso, pero luego pareció reconocerla y la saludó con afecto. Lo vio mirar el reloj y luego tomar a la desconocida por el codo para conducirla hasta un bar. Se sentaron en altas banquetas. Elvira alcanzó a ver los vasos y la botella de whisky en las manos del camarero. Podía observarlos de espaldas: ambos parecían muy a gusto y la conversación debía ser interesante, porque menudeaban las sonrisas y los gestos amables. Miraba el perfil de la mujer: bien rubia y peinada a la moda, que anticipaba para el verano, un renacimiento de los años 40 con un efecto gracioso de cepillado, bucles verticales y un flequillo como signo de interrogación. La observó detenidamente: parecía una modelo de la revista "Burda". Desde atrás, cualquiera hubiera podido confundirla con Elena y la obsesiva imagen que había rechazado en los últimos días irrumpió en sus pensamientos, avasalladora, como si un telón se corriese, de pronto, frente a ella, única espectadora de una función prohibida:

Elena y Gastón, su historia, su romance, una escena al rojo vivo sobre su piel, repentinamente pálida y aterida, aunque el viento de los pasillos soplara primaveras.

..."Y no hables más, muchacha,/ corazón de tiza / cuando todo duerma,/ te robaré un color".

Se puso el chaleco y se vio a sí misma frente a un escaparate de recuerdos madrileños, tan ingenua y candorosa, que sus ojos se humedecieron de rabia y dio media vuelta. Siempre sería así: también habría mujeres en América o en la China. Él era un ángel bello y seductor, irresistible, pero ella no sería ser la dolida testigo de sus conquistas. Era mejor que se fuera, que se marchara pronto, lo antes posible —se dijo— al salir, casi ausente, del aeropuerto, y caminó unas cuadras, sin rumbo fijo, con la mente en blanco.

Unas sillas de hierro y unas mesas laqueadas asomaron repentinas, frente a un merendero, al cruzar por una zona de parques y se sentó a la vera del camino. Distraída, pidió un café con leche y un emparedado de jamón y queso: sentía un apetito inesperado o tal vez su cuerpo se prevenía o no sintonizaba con el desencanto del alma, hecha jirones. Comió lentamente, saboreando los bocados. Al terminar, miró el avión que pasaba rasante por encima de los hangares y luego lo vio elevarse como un pájaro de plata hasta perderse entre nubes rizadas que semejaban blancos corderillos.

..."Duerme un poco y yo entretanto construiré/ un castillo con tu vientre hasta que el sol, muchacha/ te haga reír hasta llorar...".

Se quedó un rato absorta, mirando el cielo increíblemente azul y escuchando el rugido de los motores cada vez más lejanos. Automáticamente, buscó en el bolso de mano el sobre que había retirado del laboratorio. Ni siquiera se había atrevido a abrirlo delante de Rafael y de Delfina que la habían traído desde Granada.

Sentada en un café de los alrededores del Aeropuerto de Barajas, las letras impresas le revelaron, de golpe, su destino con más realismo y prontitud que los naipes de tarot que le leyera, Noelia dos días atrás:
Paciente: Ayala Fleyer, Elvira
Orthotest: positivo.

Se sintió absolutamente feliz y brindó a solas con su pocillo casi vacío.

Alguien que pasaba le dijo una fineza y le acarició el cabello. Enrojeció, un poco indignada, pero muy risueña: ya no se sentía tan sola y era libre.


Gastón se tendió a lo largo, mirando el espaldar, en el asiento doble del avión, que había reservado para viajar junto a Elvira. Le había dicho a su madre que quería dormir, que prefería que se sentara adelante durante el trayecto, en los mismos lugares que les habían asignado. Evocó, con cansancio, los últimos momentos en Madrid: la aparición inesperada de Nadia, cuando buscaba a Elvira entre el gentío.

La vida tenía esas contradicciones: lo que se espera no llega nunca y aparece lo insólito en el momento más imprevisto. Nadia había terminado su misión y se iba de España, la secta se había desbaratado, pero había que seguirle la pista, porque tenía redes extendidas por todo el mundo occidental.

Pero... ¿Por qué Elvira le había hecho esto, por qué había vacilado hasta el final, si quería dejarlo definitivamente? ¿Acaso lo sabía todo y era una revancha? No, ella era incapaz de una actitud así, era tan noble, tan perfecta..., pero él había jugado con lazos muy sagrados y estaba recibiendo su castigo. ¿Creería ella alguna vez, que no había sentido culpa, que no había podido dominar aquel impulso irracional, que su voluntad había estado ausente sin darle aviso, cuando sucedió lo de Elena? Ni él mismo se lo había podido explicar, aunque lo había meditado un sinfín de veces y era mejor que se olvidase de aquella equivocación lo antes posible, ya que todo había terminado. Pero...,¿acaso le era dado olvidar?, si le parecía que Elvira estaba allí, a su lado, con su risa de campanillas, con su perfume de fruta nueva, de flor salvaje. ¿Para qué lamentarse, ahora, ante lo inexorable? Le parecía que estaba condenado a pagar el error como los héroes de una tragedia griega. Miró por la ventanilla e imaginó que sus ilusiones se disolvían entre las guedejas de la maraña de nubes que envolvían el ala del avión.

No había sido el casamiento de su tío la verdadera razón que lo llevara a proyectar la partida. Era el temor de perder a Elvira, la necesidad de proteger ese tesoro que había venido a buscar a España, sin saberlo, y que se le había mostrado claramente en los últimos meses. Su crianza en Madrid, lejos de su padre, lejos de su patria, tenía una explicación, más allá de la circunstancia casual y temporal. Había una razón más profunda que los avatares o las contingencias de la vida, porque cada hombre persigue, a sabiendas o no, un derrotero conocido o arcano, que en definitiva, no es otra cosa que la felicidad y esa meta, inasequible para muchos, se le había ofrecido a él, espontáneamente, como si fuera un elegido, a través de una revelación palpable y evidente, en la compañía de Elvira, en su rostro expresivo y en su cuerpo tan amado. Simplemente su presencia personificaba la dicha para él y el resto de los deseos se proyectaba a partir de ella. Sus viejos anhelos insatisfechos parecían carecer de significación, cómo si los recitara de memoria: volver a ver a su padre, cuidar el bienestar de la madre, encontrar, a Lua, su niñera perdida en la infancia. Los antiguos sueños se habían dormido sin candelas, porque el más luminoso estaba a oscuras. Habría otro clima, otro paisaje, otra música, pero iba a estar solo con su madre, como cuando había llegado a España y, atrás, muy lejos, quedarían su adolescencia y el amor.


Noelia mezcló las tarot otra vez y leyó sus notas. Las ubicó sobre la mesa en la misma posición de la lectura que le había hecho a su cuñada, antes de que regresara a Madrid. Recordó que, en un descuido de Elvira, había retirado la Parca, que estaba cerca del arcano que la representaba. ¿Para qué preocuparla, era mejor que la diese vuelta y trabajara con las otras, a ella misma ese naipe la ponía nerviosa. El amante estaba lejos, perdido a la izquierda de la consultante, ¡qué raro..., si le había dicho que tenía novio!

Noelia enarcó las cejas, asombrada, al ver el sol a los pies, pero la luna a la derecha le hizo fruncir el entrecejo: la fecundidad tan cerca del peligro la preocupaban. ¿Sería la tirada de Elvira o se habría confundido? Volvió a mirar su libreta, para ver si se había cruzado la información con la de Elena, pero, no. Primero había escrito en borrador, en hoja aparte la consulta de cada una de las hermanas y luego lo había pasado todo en limpio. Lo que veía no le gustaba en absoluto: todas espadas y especialmente ese caballo navajero a la salida...

Le preguntaría a la Encarna, ella tenía más experiencia que ninguna en el oráculo. Si Elvira parecía una moza sin problemas y le había caído tan bien..., era la más sincera, la más sencilla de las cuñadas... Tal vez las cartas se equivocaban, porque ella le había contado que estaba pensando en casarse, el enamorado no podía estar afuera y para colmo, ese ermitaño, que recomendaba prudencia sobre la cabeza...

—¿A quién le estás leyendo el destino, Gitana? —le preguntó Ramiro al ver a su mujer tan concentrada. ¿Tienes otro novio, mira que me pongo celoso y te devuelvo a tu familia.¿ qué escondes ahí, le dijo al ver la carta dada vuelta sobre la mesa?

—Una carta mala, no la destapes.

Ramiro se rió a carcajadas.

—Pero si sólo es un pedazo de cartulina, todos somos así de feos por dentro, excepto tú que eres demasiado guapa, pero deja esas supercherías y vamos a cenar que Silvia ha preparado una paella como la que hacía mi madre.


Elvira sonrió gratamente sorprendida, después del llamado telefónico. Desde hacía varios meses meditaba en la posibilidad de renunciar a su empleo y, aunque sabía que tantas atenciones de sus jefes no merecían un alejamiento repentino, tampoco quería dar explicaciones detalladas sobre su vida personal.

La casa de su familia se remataba, ya habían colocado el cartel en el frente y, aunque muchas veces dormía, por temor, en el atelier de Claudine, no tenía otro domicilio real que "La Moraleja".

Esa semana había visitado una pensión y varios departamentos en alquiler. Su estado de gravidez avanzaba, hasta ahora no se había notado, porque era alta y no había engordado mucho, pero llevaba cinco meses de gestación y su futura maternidad estaba a punto de manifestarse abiertamente.

Pero si renunciaba a su trabajo, ¿quién le daría otro en ese estado? Y además, ¿cómo iba a subsistir?

La propuesta de Noelia era una solución providencial. ¿Quién le había dicho que estaba esperando un hijo? "Ramiro tiene un empleo para ti en el canal, había buscado algo para tu hermana, pero como ella volvió a la cárcel, yo le dije que te lo ofreciera, puedes venir a vivir con nosotros hasta que se solucione tu situación, perdóname, Elvira, por haber sido indiscreta, pero no vas a quedar en la calle embarazada".


Faltaban pocas horas para que Elena dejara Yeserías, tal vez, definitivamente. Parecía ayer cuando escoltada por los dos hermanos, Rafael y Ramiro, desandara los pasos que la llevaran de nuevo a la prisión; pues la causa se había abierto otra vez, aunque existía cierta seguridad de lograr la excarcelación.

El régimen iba profiriendo los últimos estertores y los recursos presentados por los hábiles abogados parecían bien encaminados.

El caso estaba casi esclarecido; se había comprobado que Elena, no obstante tener en el pasado algún activismo universitario, empujada por la inexperiencia y la ingenuidad de la juventud, no mantenía ningún lazo que la vinculara en la actualidad con alguna maniobra política.

Entretanto volverían los días de encierro; pero no estaba tan desesperada. Era evidente que estaba pasando por un duro trance después de la pérdida de su embarazo; sin embargo, el amargo dolor había dejado asomar un leve consuelo que poco a poco le anestesiaba el alma. El miedo a la muerte que la asaltara semanas atrás había sido muy fuerte y se aferraba a la vida con vehemencia.

Ahora la esperanza la tenía puesta en Elvira y en el niño que vendría. Deseaba que su hermana pudiera tener el hijo que a ella se le negara, la pobre ya había sufrido demasiado. No la envidiaba, no. ¿Acaso no la había visto tan desolada cuando le hablara de Gastón?

Elena reflexionaba en los vaivenes del destino; encontraba paradójico que las dos quedaran embarazadas del mismo hombre y que ninguna pudiera poseerlo. A veces los remordimientos la asaltaban, pero al fin y al cabo, Gastón le había propuesto a Elvira irse con él y lo había rechazado...

A ella sólo le restaba dejar pasar el tiempo, presentir el ritmo de la vida y el cambio de las estaciones por el canto de algún pájaro, del otro lado de los muros, como el prisionero del romance que recitara siendo niña : ”Sino yo, triste, cuitado/ que vivo en esta prisión...”.

Ensimismada en su mundo, no advirtió que los minutos corrían hasta que una voz la sacó de su evasión:

—Ayala, la vinieron a buscar...

—Relájate y respira profundo.

En una emisora local alguien canta flamenco. Se oyen explosiones y, a través de los vidrios opacos, se encienden relámpagos intermitentes de fuegos artificiales. La voz entusiasta del locutor acompaña la pausa:

—En unos minutos, amigos, le diremos adiós a la noche vieja. Que este año sea mejor que ninguno. ¡Salud y prosperidad para todos!

"El cinturón aprieta mucho, atrás, en las lumbares, tendría que aflojarlo, el vientre es un peñón, una roca, ahora es una montaña. Alguien está bajando desde la cumbre en un teleférico. ¿O es el globo de Papá Noel? No, ya pasó la Navidad hace una semana".

—¡Levanten sus copas que está llegando el nuevo año!

"Es una piñata, la piñata de cumpleaños. ¿Qué sorpresa llevará adentro?".

—Ya viene, ya viene, ¡empuja, Elvira!

"Hay que escalar la cumbre, el cinto ciñe hondo, duele mucho...".

—Tranquila.

—Estetoscopio... Latidos normales.

"Mi hermana está pegando el volado a la cesta, sus manos van y vienen afanosas con las puntillas y sus ojos están empañados, me ha dado su anillo".

—Te corresponde a ti, era de Nuria.

"¿Querrá ser la madrina?".

—Son las doce, granadinos. Feliz año nuevo, les desea, quien les habla: Ramiro Ayala Fleyer.

Sirenas. Estallidos. Bocinazos.

—Ya nace, serénate.

"Grito, chasquidos, un alud...".

—Es una niña. ¡Mira qué hermosa princesita! ¿Cómo la llamarás?

Llanto infantil.

—Elena.

Repican las campanas.


—Pero..., ¿qué haces aquí, Noelia? —le preguntó la mujer al verla en la entrada de la casa rodante.

—Tengo que hablar contigo, Ruspí.

—Tú familia ha roto con los calé y no te queremos más, vete con tu marido.

—Pero mis padres estuvieron de acuerdo con el casamiento.

—A ellos les gusta el lují del payo, porque tiene mucho parné.

—Déjame pasar, Encarna, por favor, quiero consultarte. Te acuerdas cuánto nos divertíamos en el cine con las amigas, tú siempre nos acompañabas y después íbamos todas a la confitería "La Perla" a tomar helados en copas altas de alpaca. Mira, te traje unas ajorcas modernas, son de fantasía, pero te van a gustar.

—Déjame ver, ¿se las has comprado a los pelilargos de la plaza?

—En la feria hippie, me las cambiaron por una de mis faldas.

—Has hecho mal negocio, pero son bonitas, no le digas a ninguno de los parientes que te he dejado entrar.

La vieja gitana le cedió el paso. El cabello canoso asomaba en su frente, entre las medallitas del pañuelo de dibujos geométricos. Tenía los brazos muy oscuros, adornados con gruesos brazaletes y monedas de oro. Debajo de un chal de lana, asomaban las mangas anchas de la blusa labrada con motivos húngaros y varios mantelines estampados se anudaban en la cintura, sesgando las largas enaguas.

Noelia la siguió hasta un interior con cortinas de colores y luz baja. En las paredes se veían calderos de bronce o viejos anuncios de artistas del cante jondo y sobre un estante, se agrupaban estampas de santos entre velas encendidas y relicarios.

—¿Qué dice tu hombre, está contento contigo?

—Ni te imaginas cuánto, Encarna, y yo cada día le quiero más.

—¿Y su hermana, la gachí rubia que tenía problemas con la poli?

—Ese asunto sigue, pero vine por otra cosa, quería que vieras esto —dijo Noelia— presentando sobre la mesa la suerte que le había tocado a Elvira en el Tarot.

La mujer observó durante un largo rato las barajas:

—Esto es de una cambrí, ¿o ya tuvo?

—Sí, hace poco, en el Año Nuevo.

—Siente mucha pena porque cree que le han hecho un camelo chungo, ¿Es soltera? Habría que mirar la línea de la vida, porque veo a la Mule rondando a la moza.

—No puede ser, tuvo buen parto y su niña es un pimpollo. ¿La ha engañado su novio, tú lo ves, Encarna?

—Ése se ha marchado de España, pero no la olvida —dijo la mujer, señalando uno de los arcanos. Avísale que tenga cuidado, ya sabes que la luna tiene trato con el Beng, hay mucho daño oculto en estas cartas, veo muchas armas, que su Dios la ampare... Pero vete ya, Noelia, que no quiero que sepan que has venido a verme —dijo la vieja encendiendo un cigarrillo y aspirando el humo con ganas.


El encuentro con Gustavo Farrán lo había decepcionado. Habían tomado el último café, a los apurones en un bar de Córdoba y Pueyrredón y Gastón sintió que estaba frente a un extraño.

Su padre acababa de vender un departamento en Barrio Norte y se iba en pocos días a la Patagonia a probar suerte. Todavía continuaba con la vida aventurera, pese a que tenía el pelo blanco, aunque mantenía el porte de compadrito y el estilo canyengue de traje a rayas, cruzado y pantalón bombilla.

Lo había llevado a conocer una tanguería de San Telmo, un barrio porteño donde latía el pasado y pensó que en realidad quería impresionarlo, que competía con él o, mejor dicho, con su juventud, porque, apenas llegaron al lugar, sacó a bailar a una mujer y se olvidó de su presencia durante toda la noche hasta que se fueron. Sólo se había interesado en demostrarle su maestría y su destreza en el dos por cuatro y, cuando caminaban por las viejas calles empedradas, continuó hablando todo el tiempo, como si no le interesara para nada el hijo abogado que no había visto durante más de quince años. Sin embargo insistió en que al día siguiente fueran a comer a una pizzería de la calle Corrientes, donde una colección de fotos de color sepia le hizo pensar que su padre era uno de esos personajes que le sonreían desde la pared, que se había descolgado de puro aburrido, ya que siguió hablando sin pausa de su proyectos, de su futura academia en la Patagonia, "porque en las provincias es muy distinto, se preserva el folklore y se da valor a lo tradicional".

Gastón había tenido la sensación de que su padre era el joven entusiasta y él un viejo derrotado, mientras lo oía hablar, hablaba solo y debía estarlo realmente: él era una compañía accidental, cualquier otro hubiera sido lo mismo. En eso, al menos, se parecían.

Cuando desayunaba con su madre en el comedor del hotel, Nuria le alcanzó un folleto de turismo sobre el estado de Santa Catarina.

—Florianópolis es lo más parecido que he visto al paraíso.

"¿Podía existir sin Elvira?".


—Chegou tua filha.

Geraldo, se dio vuelta y le hizo una seña a la mujer para que se callara:

—No le digas eso, Lua.

El joven buscó una herramienta en los cajones de un mueble, salió por la puerta vaivén y se acercó a su hermano que trabajaba afanosamente en la cochera.

—Te traje esta llave, Lua está otra vez con el tema.

—Va a seguir insistiendo.

—Son los años, Georginho.

—Y tantos fantasmas...

—Extraño a la abuela, ¿cuándo vuelve de Curitiba?

—No sé, fue con la socia a un curso de bonsai que dan unos japoneses.

—¿Otro más?

Los jóvenes siguieron aprestando el bote. El día estaba espléndido y querían bucear frente a la Isla del Francés.

Desde el jardín se veía la amplia cocina, donde una anciana preparaba pacientemente el desayuno. La galería de rombos blancos y negros rodeaba toda la casa y, en el ala derecha, dos hamacas rayadas colgaban de las columnas. Caracoleando por el parque tropical, una escalera de lajas descendía, a los saltos hasta la bahía que se asomaba, morro abajo, como el ojo turquesa de un gigante entre cocoteros, hibiscos y cuaresmeiras. La techumbre de tejas a cuatro aguas se abría al exterior a través de graciosas bohardillas y, más abajo, desde los balcones, peinaban las alamandas sus melenas floridas sobre suaves arcadas.

A la izquierda, los barcos ocupaban la atención de los hermanos en la cochera convertida, a la sazón, en astillero. (Continúa...)


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Portada de la Novela - Reseña de participantes


▫ Novela escrita por los lectores de Margen Cero en 2002 y 2003. Página reeditada en julio de 2020.

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