Novela Río

Capítulo XIII

La vio de espaldas contra el marco de la ventana, moteada de luces la graciosa silueta, por los prismas de colores que filtraba el vitral en el crepúsculo. El conjunto musical la acunaba en la bohardilla y ella no pareció darse cuenta de su presencia, hasta que lo sintió a su lado soplándole suavemente el rostro.

Elvira tenía los ojos entornados y con una semisonrisa recibió el roce furtivo de los labios de Gastón. Era el comienzo de un ritual conocido por los dos, de una ceremonia siempre inconclusa que tentaba de vez en cuando el apoteótico final. Se abrazaron estrechamente, dando vueltas por el ático en un tirabuzón cada vez más apretado y más íntimo, bajo un aluvión de besos y caricias apasionadas. Ambos sentían que liberaban las ansias reprimidas más allá del deseo y del vértigo, que sus cuerpos estaban inventando la enamorada danza, que se estrenaba allí, en ese preciso instante, a través del frenesí del cortejo erótico, tanto tiempo deseado y postergado, hasta que se fueron deslizando, poco a poco, hamacándose, muy lentamente, armónicamente enlazados y definitivamente anudados sobre la alfombra persa, imbricándose sutilmente con los hilos de la trama en cada movimiento, entretejiéndose entre las hebras tornasoladas de las guirnaldas de flores y las líneas exóticas de los colibríes, dibujados como ellos, sobre la textura viva del claro tapiz que les servía de nido.

—¿Estás segura, Elvira, quieres que te conozca del todo?

—Claro que quiero, Gastón, ya perdimos demasiado tiempo...

Eran más de las diez cuando bajaron la escalera. Todo julio fue una cálida fiesta de galopes, arrullos y cascabeles.


Y volaban sobre la alfombra mágica junto a los pájaros que los convocaban en la bohardilla al atardecer, apenas Elvira regresaba de la empresa y Gastón guardaba apresuradamente sus libros, al oír los delicados pasos en la escalera. Cabalgaban cuesta arriba, sin prisa, hacia la cima de la pasión que se había despertado de golpe, descubriéndose, otra vez, maravillados y desbordados por las emociones recién estrenadas. La vida parecía risueña en esos días pletóricos y se contemplaban embelesados.

Pero Nuria no estaba cómoda con esa relación tan tempestuosa e informal, pertenecía a una generación que sentía rechazo por el amor libre, pese a que su matrimonio bonitamente empapelado y lacrado, había sido archivado y empolvado muchos años atrás, sin embargo hubiera deseado cantar el Aleluya y salir de madrina de su único hijo en una boda fastuosa con damas de honor y niños arrojando florecillas al paso de los novios. Por eso había reclamado inmediatamente el traje a Alicante y ahora abría entusiasmada la caja envuelta en crujiente papel de seda que le habían remitido desde "La bella prometida"—Ajuares exclusivos—. Pero, qué primor era la redecilla de perlas para enrejar la larga melena oscura de su nuera y no pudo reprimir el gesto de admiración ante el frufrú del blanco cisne de organza de seda natural que se desplegó sobre la mesa. Todo alforzado de arriba abajo con randas caladas y filigranas de puntillas al mejor estilo de las agujas de Valencia.


Oyó la campanilla, observando por las aberturas de la derecha, tras los rombos de las ventanas ojivales que dibujaban un codo multicolor hasta la esquina de la notaría. Era su futura nuera, que llegaba en el momento justo: ni que hubiera adivinado lo que la estaba aguardando —pensó Nuria, mientras apretaba, contenta, el botón del portero eléctrico, pensando en la grata sorpresa que le iba a brindar a la joven.

—Voy a hacer de hada madrina —le dijo al verla entrar— no sabes la maravilla que acabo de rescatar para ti.

Elvira la besó, estaba seria y la miró con extrañeza, tratando inútilmente de sonreír, pues parecía preocupada.

—Mira con calma —invitó Nuria, acentuando el tono misterioso— pero no te vayas a desmayar...

La joven descubrió, entonces, el lujoso vestido de novia que adornaba la mesa del comedor, sintió que se le arrebolaban las mejillas y la voz le tembló un poco al preguntar:

—¿Lo ha elegido usted, Nuria?

—No, Gastón lo traía de Alicante, pero como se enteró por teléfono de que te habían secuestrado, en el apuro por volver, se olvidó de retirarlo. Es una obra de arte, fíjate en el canesú, todo labrado en nido de abeja y punto smok y los pliegues verticales que recorren todo el largo con filtiré en las uniones y pasacintas, si parece el traje de una emperatriz, con este panel de puntillas que se va abriendo de a poco en el faldón en ángulo que proyecta la cola, ¡qué magnífico! y todo bordado en mostacillas, estrás y canutillos, es principesco..., Elvira, ni en el guardarropa de los mejores teatros he visto algo tan suntuoso y mira que he visto mucho en aquellas giras..., y esa red nacarada para sujetar esa cabellera tan bonita que tienes, y tú que te empeñas en arruinártela con esos horribles aros de goma, ay, ya te veo con los hilos de perlas cruzando esa selva castaña..., ¿te imaginas?

—Es muy pomposo, muy barroco, no sé si va a andar bien con mi tipo...

Nuria la odió por un segundo, no quería Cenicientas, a falta de una hija mujer, hubiera deseado una nuera que amara la moda y los figurines como ella, esta chica no era amante de las lentejuelas, qué desgracia...

—Por supuesto que te irá bien, tienes que quitarte esos vaqueros desteñidos y esas minifaldas que serán muy económicas y harán lucir las piernas, pero te hacen vulgar, no sé, para mí el vestir de la mujer es importante, en mi época cuidábamos mucho los detalles, ¡ ni te imaginas!, las enaguas almidonadas, los miriñaques, todo el protocolo de las fiestas...

—Claro, Nuria, pero tal vez porque usted era artista y asistía a muchos agasajos, pero en mi caso...

—No seas modesta y pruébatelo de una vez, con tu juventud y tu cara de estampita moderna, me iba a quedar yo arrinconada, tienes que lucir esa silueta de gacela, eres alta, delgada y erguida como un junco, todo te sienta bien ¿o es que no deseas probártelo?

—Sí, Nuria, enseguida lo haré, así le doy gusto, pero es que no estoy bien, a Elena la han detenido...

—¿A Elena y por qué?

—Sí, por un asunto viejo de la política, a ella y también a Claudine, acabo de volver de su casa y la madre me dijo que se la habían llevado y esto me tiene mal, la última vez que vi a mi hermana fue hace dos meses y discutimos...

—Pero, esos problemas de familia después se arreglan, no te amargues..., tú has vivido una situación muy brava.

Elvira se sentó bajando la cabeza.

—No sé, mi madre me culpa, indirectamente, dice que cuando revisaron la casa buscando huellas de los secuestradores, tal vez encontraron algo en el dormitorio que la comprometiera y yo creo que fue eso..., antes Elena participaba en recitales y ferias artesanales, estaba en un grupo de la facultad y había un Director de Estudios que siempre llamaba y la citaba para reuniones extraclase. Iba con Claudine y con Mauricio, el chico italiano, no sé si se acuerda, a veces venían por aquí...

—Vienen tantos amigos, que ya no sé, sobre todo en verano por la piscina... Bueno, después hablaré con mi hermano y con Gastón, ellos conocen a muchos penalistas importantes que pueden ayudar y a tu novio le faltan sólo seis materias, a ver si lo apuras para que se reciba: un abogado siempre es necesario en la familia en los tiempos que corren, ponte el vestido que estoy ansiosa por verte, anda Elvira, que Gastón está por regresar, fue a llevar a Andreíña a la casa.

Se miró en el espejo y no le gustó: su figura se perdía en la esplendente nube de encaje y seda, porque el vestido le quedaba muy holgado, le sobraba por todas partes y se sentía enfundada.

—No es mi talle, Nuria, debe ser un 44 y yo tengo apenas el 42, se ve que Gastón soñaba con una Venus, no conmigo cuando lo compró —dijo sonriendo, algo desilusionada.

—No digas eso, es que los hombres no saben comprar ropa de mujer y mucho menos un traje de novia, discúlpalo, tendrías que haberlo visto cuando no podía encontrarte, parecía un loco con una mirada perdida y desesperada que daba pena y hasta miedo..., te quiere, Elvira, estoy segura, nunca lo había visto antes así. Es que tú todavía tienes el cuerpo de adolescente, ya engrosarás cuando tengas un crío, pero no te apures, aunque me temo que, como sigan así las cosas, rellenarás este vestido antes de tiempo, os veo muy apurados a los dos, ay, estos jóvenes modernos... Ahora mismo llamaré a Gabriela que cose divinamente y te lo dejará como un guante, ya verás...

—No creo que se pueda, Nuria, no hay costuras laterales y está unido desde los hombros, puntilla por puntilla, parece que no hubiera sido comprado para mí.

—Pero ¡qué disparates dices, hija!, ¿para quién iba a comprarlo entonces? No le conozco otra novia, ni amiga ni nada..., tiene que haber alguna forma de solucionarlo, llamaré a la tienda a ver si te lo cambian, pero tendrías que viajar el fin de semana.

—Es que le he prometido a la gente del campo que iría a verlos, no quiero que piensen que soy una ingrata, si no fuera por ellos, qué hubiera sido de mí... Bueno, Nuria, guárdelo para que no se manche y, por favor, ayúdeme a quitármelo que están tocando el timbre, ¿me deja pasar a su habitación así él no me ve?

—Por supuesto, ya te alcanzo la ropa, entra, Elvira, tal vez Gastón se haya olvidado de llevar su llave.— contestó Nuria presionando otra vez el botón del portero eléctrico.

Al abrir, se encontró frente a frente con Carlos y Esteban que venían de visita, los hizo pasar y se dirigió a la cocina a buscar unas bebidas.

Carlos caminaba por la sala, contento, mirando los cuadros y los tapices de las paredes.

—Bueno, a ver si le damos una sorpresa al brasileño, pues desde que encontraron a Elvira se ha olvidado de los amigos.

—Y..., sabes cómo es él con las mujeres, acuérdate en Alicante cómo estaba con la rubia.

—Con tal de que no se enteren ellas, todo sigue su curso, viento en popa, pero mira ese traje sobre la mesa, ¿será alguno de los disfraces de Nuria?

—No se hubiera conservado tan blanco... ¿No será el traje de Alicante?

Carlos se rió con ganas y ambos se acercaron a la mesa para mirar de cerca el vestido nupcial.

—Pero claro, es el mismo, si acompañamos a Gastón a comprarlo con las chicas de allá, ¿te acuerdas de Mariana y de Soledad, las de la falla? Ellas ayudaron a elegir, porque el quería un traje típico, regional, aunque después se decidió por éste, pues aquélla no le quería decir cuál le gustaba más y nada la convencía, que tal vez quisiera algo ceremonioso, formal y por supuesto pagó el más caro, fíjate en el sello de la tienda en la caja, si no se puede creer...

—¡Este tío sí que es un fresco, traer aquí el traje que compró para la otra, ahora que anda otra vez acaramelado con Elvira!

La joven que estaba avanzando por el pasillo sintió un súbito estremecimiento, se detuvo de golpe, dio media vuelta dirigiéndose a la cocina y tropezó con Nuria que salía con las copas.

—¿Te vas, Elvira, no esperas a Gastón?

—Es que recordé, de pronto, que mi madre me encargó que hiciera unas compras, después lo llamo, Nuria, no tenga cuidado, además han llegado sus amigos y quiero que converse libremente con ellos, hasta luego, Nuria, salgo por la notaría.

Deseó no haber estado allí, no haber escuchado, era otra vez la pesadilla, la vida que jugaba con ella como si fuera un títere, no era cierto..., no debía ser así... ¿Pero parecía posible..., ¿era verdad lo que había oído? ¿Gastón compraba un vestido de novia, nada menos, para otra mujer casi desconocida de las vacaciones? Pero..., ¿quién era esa rubia de la que hablaban sus amigos? ¿Qué valor le daba él a los sentimientos? ¿Pero. claro, cómo le iba a traer a ella un traje de esa naturaleza, si ni siquiera se habían despedido, si ni siquiera había nada formal... ¿Cómo había estado tan ciega? Él tampoco le había dicho nada al respecto. No le bastaba con la pueril idea de una sorpresa, el traje había sido comprado antes, no ahora que tal vez podía haber encajado..., y además las palabras de los amigos lo habían aclarado todo. ¿Y ese amor que parecía profesarle también era fingido? Si había llorado, mientras la abrazaba... "Por fin, Elvira, por fin mitigas mi sed..." —le había dicho tantas veces— cuántas.

..."Tú eres un manantial, tú eres mi surtidor, mi torrente...". ¡Versero! ¿Cómo se podía mentir así, Dios mío, cómo?

¿Qué era el amor para Gastón? Ella sí que lo adoraba y no había pensado en nada más que en estar con él, mientras la retenían los mafiosos, odiando todo el tiempo perdido en disimular, pensando en que en cualquier momento alguno de esos hombres iba a tomarla por la fuerza y que nunca sería para él ¿Qué otra cosa que ese amor y la necesidad de pertenecerle le habían dado fuerzas para enfrentar a esos criminales y huir... ¿ En quién había pensado cuando la laringitis atroz le estrangulaba la garganta y se abrazaba de aquellas mujeres bondadosas que la habían socorrido? ¿Qué nombre había balbuceado primero cuando recuperó la voz? Gastón, Gastón, Gastón, ¿te has burlado de mí, Gastón? ¿Me tienes lástima, porque soy huérfana y sabes que te amo?... Pero no así, no así con engaños, no.

La sorprendió el rostro simpático de Laura que salió a recibirla, había venido a acompañar a su madre y a buscar un abogado para Elena.

—Hola, Elvirita, he venido unos días por el tema de Elena, para acompañaros un poco en esta situación tan difícil..., tantas desgracias que tiene que sobrellevar nuestra madre...

—Yo también hablé con doña Nuria, me dijo que va a conversar con su hermano para buscar un letrado competente...

—Ah, Elvira, casi me olvido, te han llamado de la empresa en la que trabajas, dicen que te comuniques con Helmut o con Silke Hadenbal..., o algo así... ¿Son alemanes tus jefes?

—Creo que son suizos, la quieren ayudar a Claudine, pagar una fianza, no sé, son algo parientes de ella, ahora me comunico, gracias, Laura, quizá también puedan ayudar a Elena.

—Menciónales el apellido Fleyer, quizá puede hacer fuerza...

Recostó la cabeza contra el respaldo y se ensimismó mientras sentía en el brazo la presión inconfundible del hermano. Habían pasado varios días y Ramiro esta vez la acompañaba, ya que se había levantado la incomunicación, gracias a la impecable intervención de los abogados.

Ahora, nuevamente había sido citada por el juez.

Se había enterado de que Claudine ya había logrado salir y esto la alegraba, pero por qué ella seguía adentro.

Los hechos se habían desencadenado en un abrir y cerrar de ojos, todavía resonaban en sus oídos aquellas palabras..."no puedes viajar sola a Madrid, yo te acompañaré, no toleraría estar aquí sin poder hacer nada; prepara el equipaje, mientras telefoneo a mamá; en dos horas salimos". Ramiro había decidido que él manejaría, porque ella se sentía algo mareada y un raro malestar se le había instalado en el estómago.

¡Qué diferente había sido ese viaje de vuelta! El silencio se había apoderado de los dos hermanos y por primera vez, el paisaje pasaba desapercibido ante sus ojos que miraban para adentro, siguiendo las cavilaciones de su mente.

No era posible que los errores del pasado estuvieran siempre ahí, acechándola y ahora ¿tendría que expiar sus culpas?

"Elena, vienes a tomar un café con nosotros; nos reunimos para preparar el proyecto, integra nuestro grupo; mañana, ¿estás ocupada?, vamos al cine... Elena, te presto este libro, léelo, es interesante, pero no lo muestres... Hay una cena en casa de Manuel, te invito, lo pasarás bien. A propósito, todavía no me has dicho qué opinas del gobierno, ¿ estás de acuerdo...? Ves, piensas como nosotros, sientes lo mismo, siempre me gustó tu aire de rebeldía; no crees que la realidad se puede cambiar... Hoy panfletearemos, te animas. Si te afilias, te sentirás más segura, somos muchos...".

Álvaro había diseñado una estrategia perfecta y sin imaginarlo, ya se encontraba participando en un movimiento sedicioso.

Sí, le subyugaba el peligro, las charlas secretas, los incidentes callejeros, las algaradas estudiantiles; pero más que toda esa locura, le gustaba Álvaro. ¡Qué seguro de sí, qué bien hablaba, y qué guapo era!

El interés por la política y el amor desenfrenado habían llegado juntos. Llenó la ficha de filiación y estampó su firma como si hubiera cerrado un acta matrimonial.

Más tarde, el desengaño, y al diablo con todo. La política y Álvaro se fueron de la mano, pero ya estaba marcada. ¿Por qué no había quemado esos papeles! Tal vez, porque le recordaban un tiempo de felicidad...


Recordaba los portazos de Álvaro, sus improperios, las burlas lacerantes de Matías cuando estaba borracho. Ese ser cínico y resentido, que había aparecido de golpe como una siniestra marioneta con su mochila a cuestas, colmada de sarcasmo, para instalarse entre ellos y urdir aquélla telaraña de intrigas que acabaron por minar una relación incipiente, exaltada y prometedora de riesgos y reivindicaciones, que la habían deslumbrado. Eso había sido el comienzo del final. El hermano entrometiéndose en todo, criticándolo todo y luego siguieron los abandonos, las fugas. Cuántas veces ella lo esperaba despierta por las noches y volvían los dos, saturados de vapores del alcohol y de perfume femenino, y la ropa que se iba amontonando sucia en el lavadero, porque, ¿qué mujer podía tolerar fregar los rastros de lápiz labial en el cuello, las huellas inequívocas de delineador, los restos de maquillaje. Y salir escapando al filo de la madrugada a marearse y olvidar en algún bar del centro, y sentir mil ojos que la devoraban clavados en la espalda o la voz del camarero: Señorita, su whisky ya está pago ¿por qué no aceptar la invitación y sentir cómo sería estar del otro lado? Y luego Madame Lenoir y el derrumbe.

Estoy más sola que nunca. Hace dos horas que me tienen acá, sentada. Miro el reloj en la pared desnuda de la oficina. Van y vienen, averiguan, revuelven; "está bastante comprometida". Hablan de denuncias, papeles, firmas, vida irregular...

Me hacen pasar a otra dependencia, más pequeña; hay un escribiente que me tomará declaración. No quiero decir nada; Ramiro me lo aconsejó" no digas una palabra hasta que la situación esté más clara".

¡Pobre Ramiro, ahora tiene que viajar más seguido a Madrid y además debe resultarle difícil contener a mamá, la pobre está tan doblegada por los años y los disgustos!

Vuelvo a escuchar la misma voz inquisidora; balbuceo, yo no tengo nada que ver; mencionan una conspiración.

¿Qué? Imposible, ya casi no tengo amigos en esta ciudad; ¿mis compañeros? Está tan lejana esa época de estudiante. Insisten, si no declaro, creerán que soy culpable.

Pero ya ni registro lo que me dicen; hay una palabra dicha al vuelo que zumba en mi cabeza "conspiración".

Recuerdo, hace tiempo la escuché, sí. Llega como un latigazo a mi mente, aquella noche, la puerta pequeña, los hombres misteriosos y una voz, que ahora me parece familiar y que viene distorsionada de allá abajo y que pronuncia la palabra...

No, no puede ser; cómo pueden haberse cruzado los caminos, cómo puedo haber quedado atrapada en esta telaraña perversa de la vida.

Me falta una pieza para completar el rompecabezas, alguien resentido, deseoso de venganza; quién querría mi ruina, ¿el Tigre, Álvaro, el hermano, tan desagradable y mordaz?

Álvaro debe estar metido en esto, ya no tengo dudas, pues qué estaría haciendo días pasados, cuando lo divisé en uno de los pasillos... Él no me vio, estoy segura, pero para mí es inconfundible, quién otro si no.

Me siento cada vez peor, esa molestia que tenía días atrás se ha convertido en una sensación de nausea permanente. Quizás tantos nervios...

Me dicen al pasar que alguien me vio en Granada, estaría con un grupo de activistas.

Mienten, mienten, estaba con mi hermano, era un viaje de placer. ¡Maldito artesano! Ya sabía...

Mi mirada se posa, sin querer, en un calendario que está sobre el escritorio; el escribiente habla, pero ya no escucho nada, me quedo mirando la fecha; no, no es posible; ¡ya pasaron tantos días!

Sería terrible, vuelvo a hacer la cuenta, soy muy regular, siento un vacío total...

"Señorita, ¿se siente mal?...". (Continúa...)


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Portada de la Novela - Reseña de participantes


▫ Novela escrita por los lectores de Margen Cero en 2002 y 2003. Página reeditada en julio de 2020.

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