Nueva carne, cuerpo sin órganos y
escatología de la enfermedad
artículo por
Adolfo Vásquez Rocca
Introducción
Se indagará en el pensamiento de Jean-Luc Nancy, seguramente el filósofo francés vivo de mayor importancia, aún oculto y secreto, auténtico sucesor de Jacques Derrida. Nuestro interés girará en torno a su obra Corpus, en particular a su tesis de que no tenemos un cuerpo, sino que —más bien— lo somos, esto es, que nuestra condición es la de una exposición infinita, la de un ser volcado hacia su exterioridad. A partir de esto se propone una discusión en torno al estatuto ontológico y epistémico del cuerpo y las prácticas médicas asociadas a las experiencias traumáticas y límites del mismo, con particular atención al trasplante, donde se ausculta el debate entre quienes pretenden ver en él una aventura metafísica y quienes lo conciben como una proeza técnica, donde no sólo conforman nuevas formas de subjetividad, sino también una «nueva carne». Así en las fronteras entre lo natural y lo artificial surge la posibilidad de pensar en un cuerpo fragmentado, en un cuerpo cuyos órganos se hayan emancipado, en lo que Deleuze y Guattari llamaron el Cuerpo Sin Órganos.
1.- Corpus; La Filosofía del cuerpo de Jean-Luc Nancy
En su obra Corpus [2] publicado en Francia en 1992, Jean Luc Nancy [3] desarrolla su Filosofía del cuerpo. Aquí ensaya eliminar toda distancia entre la escritura y el sujeto —que se inscribe en ella—, desarrollando para estos fines los necesarios neologismos propios de toda nueva ontología, en este caso una ontología del cuerpo.
«El cuerpo ya no es el obstáculo que separa al pensamiento de sí mismo» [4]. Esta afirmación de Deleuze reinstala al cuerpo en el dominio del pensamiento. Su capacidad de metamorfosis y de vértigos nos fuerza a interrogar su régimen de signos y valores tanto en el terreno estético-artístico como en el médico-antropológico. La Danza-Teatro [5] y el psicodrama analítico —como estrategias de puesta en escena del cuerpo— pondrán en cuestión los automatismos psíquicos y sociales más comunes. Siendo de este modo las pulsiones del cuerpo, sus vibraciones, su anatomía como destino y su morfo-fisiología las condiciones de posibilidad de los gestos, los que nos imprimen y dotan no sólo de una posición ética, sino también —y fundamentalmente— estética en la constitución de nuestra subjetividad. El vigor, la elegancia, el heroísmo o el júbilo no sólo responden a un talante ético, sino que originariamente son imágenes estéticas que proveen los cuerpos. El cuerpo así pensado se afirma como comportamiento y gesto, como ethos y pathos.
El cuerpo es para Jean-Luc Nancy una certidumbre confundida, hecha astillas. El cuerpo es un producto tardío, una decantación de Occidente en la que aparece lo desastroso como nuestra angustia puesta al desnudo.
En las representaciones del cuerpo del siglo XX es particularmente interesante la visión siniestra de lo orgánico que transmiten algunos autores en sus obras. Sin duda fueron de gran influencia en este sentido George Bataille, Artaud, Hans Bellmer y sus inquietantes muñecas [6], junto a manifestaciones más recientes como los sacrificios animales de Wols, o las automutilaciones de Günter Brus, etc. Estas representaciones extremas de la corporalidad quieren contradecir el arquetipo generado por los medios de comunicación del ideal excluyente del cuerpo sano y joven, el cuerpo narcisista, y reivindicar esa parte maldita sometida a la temporalidad, al dolor, y en último extremo a la muerte.
En nuestra cultura se privilegia el sentido de la vista, mientras que la aproximación olfativa, táctil y acústica —los olores, las texturas y los sonidos— están totalmente proscritos. Lo que ha ocurrido es que la sociedad occidental ha privilegiado la distancia física y la mirada por encima de cualquier otro sentido, hasta tal punto que nuestras experiencias corporales están reducidas, en la mayoría de los casos al sentido de la vista [7].
En la negación de los otros sentidos parece latir el deseo de olvidar el cuerpo como algo perecedero y precario, que sólo aparece en momentos límite de dolor, placer, sexualidad, fatiga, heridas, como las performances de Beuys, etc. Desde que Rodin iniciara un modo de representación «tortuosa» del cuerpo con su obra El hombre de la nariz rota, de 1864, donde por primera vez desaparece la experiencia de la representación del cuerpo como unidad, la complejización de la representación del cuerpo no ha hecho más que acentuarse. A partir de esta obra comienzan a aparecer representaciones parciales, órganos separados, sobre todo sexuales, que posteriormente Deleuze y Guattari llamarán máquinas deseantes [8]. Este proceso de descomposición y fragmentación del cuerpo se hará más radical en autores como Nauman, Sherman y Gober que en los años ‘80 y ‘90 se verán afectados por la realidad del SIDA que incidirá en la idea del cuerpo precario, fragmentario, sometido a la temporalidad [9] y la decrepitud.
En su obra, Nancy recorre precisamente este cuerpo, en su morfología y organización, esto es, como una suma, como un corpus. Ahora bien, esta descripción del conjunto de manifestaciones del cuerpo se sustrae de las imágenes y el discurso del organismo desde los cuales ha sido explicado siempre —constituyéndose así en un contra-discurso, esto es, en una crítica literaria-epistemológica. Este modo de hacer hablar al cuerpo lo sustrae del horizonte bio–teleológico del organismo para entregarlo al horizonte del acontecimiento, lo cual implica dejar de pensar en un cuerpo organizado sobre la base de una finalidad separada de sí mismo, ya sea que le trascienda o le anteceda. Ya no se podrá hablar de finalidades en función de un cuerpo post-orgánico o in-orgánico que se encuentra direccionado a un fin trascendente, sino que lo que acontece, sucede como evento determinado en sí mismo. El cuerpo es un objeto dado a un pensamiento finito. De allí la afirmación fundamental de Nancy: «no tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo» [10].
La eclosión de las nuevas tecnologías no sólo está conformando nuevas formas de subjetividad, sino también, y esto es lo más provocador, una «nueva carne». El cuerpo ha dejado de ser algo natural. Proliferan los implantes y los injertos en un rediseño paroxista del cuerpo humano, sometido ya no sólo a la auscultación, sino a su hibridación, fragmentación e incluso a su vaciamiento.
El cuerpo ha dejado de ser natural, ingiere alimentos elaborados agrotecnológicamente; se somete a trasplantes, recibe prótesis diseñadas para servirle de extensión.
La morfología y la anatomía se encuentran en la mesa de disección de la biotecnología, que trabaja a partir de la fatiga del material humano, de la deriva identitaria de los cuerpos. El hombre que ha dejado de ser humano, para adentrarse en una condición poshumana, el trasplantado, el cyborg, el androide —con referencias a la cópula animal-máquina. O tal vez se trate de máquinas célibes. De injertos, prótesis e implantes en las fronteras entre lo natural y lo artificial.
Operando desde las imágenes la desestabilización del cuerpo como un híbrido difícil de precisar, estas operaciones teóricas —por momentos turbadoras— develan al sujeto contemporáneo en su radical alteridad, en el límite de no ser ya él mismo, de estar ya desposeído de sí, sin intimidad posible, totalmente expuesto en la sociedad del espectáculo, volcado hacia las formas de la exterioridad.
La reflexión sobre el cuerpo es así una clave hermenéutica para leer el momento poshumano [11]. El tema del cuerpo nos conduce a posiciones filosóficas, artísticas [12], científicas y tecnológicas encontradas, donde intentan prevalecer intereses económicos asociados a la nueva industria de la ingeniería genética y las prácticas biotecnológicas a ella asociadas. El uso y abuso de la imagen del cuerpo en la publicidad, el arte, la prensa y el cine de anticipación aumenta nuestro desasosiego ante un cuerpo humano que sabemos en constante reestructuración y re-diseño, escindido entre lo natural y lo artificial.
El cuerpo pierde así sus dimensiones, su capacidad representativa para acoplarse indiferenciadamente con nuevas máquinas y nuevas sustancias (psicotrópicas) transformándose en un híbrido biológico-químico. Dando paso a la posibilidad de pensar en un cuerpo fragmentado, en un cuerpo cuyos órganos se hayan emancipado, en lo que Deleuze y Guattari llamaron un Cuerpo Sin Órganos [13].
Para Deleuze y Guattari no es posible acceder al cuerpo sin Órganos, él es un límite. Sin embargo él ya se avizora —ya nos asomamos— y, de algún modo, ya estamos en él.
El cuerpo sin Órganos está en marcha: los órganos destruidos en el cuerpo hipocondríaco; los órganos atacados por influjos, pero también reconstituidos por energías exteriores en el cuerpo paranoico; la lucha interior activa librada contra los órganos, y que acaba en la catatonia, en el cuerpo esquizofrénico; podemos así visualizarlo proyectivamente arrastrándose todavía amorfo, «tanteando como un ciego o corriendo como un loco, viajero del desierto y nómada de la estepa. En él dormimos, velamos, combatimos, vencemos y somos vencidos, buscamos nuestro sitio, conocemos nuestras dichas más inauditas y nuestras más fabulosas caídas, penetramos y somos penetrados, amamos» [14].
El cuerpo sin órganos es así un conjunto de prácticas para lograr desprenderse del cuerpo. El cuerpo sin órganos sólo puede estar poblado por intensidades de dolor. Sólo las intensidades pasan y circulan [15].
La verdad del sujeto es su exterioridad y su excesividad: su exposición infinita, el cuerpo volcado hacia fuera. De esto se desprende una iatrofilosofía: No hay enfermedades o, si se quiere, no tenemos enfermedades, lo que hay son enfermos. «Soy la enfermedad y la medicina, soy la célula cancerosa y el órgano trasplantado, soy los agentes inmunodepresores y sus paliativos, soy los ganchos de hilo de acero que me sostienen el esternón y soy ese sitio de inyección cosido permanentemente bajo la clavícula, así como ya era, por otra parte, esos clavos en la cadera y esa placa en la ingle» [16].
Aquí se puede advertir que esta idea gravita alrededor del discurso de Derrida sobre la Diferencia: la diferencia entre el pensamiento y el cuerpo, entre forma y contenido. Aquí Corpus expone un concepto de cuerpo que se contrapone a la concepción platónica del cuerpo como cárcel o receptáculo del alma. La idea e imagen de un contenedor da paso a una metáfora de la deconstrucción orgánica —en este caso del texto—, a través de la cual Nancy no quiere escribir del o sobre el cuerpo, sino quiere escribir e inscribir el cuerpo. Escribir el cuerpo significa hacer inscripciones sobre él, tocarlo y esculpirlo con el pensamiento, desarrollar una somato-grafía, para hacer que el cuerpo mismo sea leído. «Hay, en conclusión, casi una promesa de callar. Y no tanto de callar a propósito del cuerpo, sino más bien de callar al cuerpo, sustrayéndolo materialmente a las improntas significantes, aquí, directamente, en la pagina escrita y leída» [17]. Es una tentativa de comunicar el cuerpo sin significarlo, de plasmar el texto siguiendo las formas de la carne. La escritura apropiada del cuerpo se posiciona sobre el límite que separa el pensamiento desde el cuerpo, del cual el lenguaje toca su indecible alteridad. Más que en la escritura, en su límite: «La escritura tiene su lugar en el limite (…). A la escritura le corresponde sólo tocar al cuerpo con lo incorpóreo del sentido y de convertir, entonces, lo incorpóreo en tocante y el sentido en un toque (…). La escritura llega a los cuerpos según el límite absoluto que separa el sentido de ella, de la piel y los nervios de ellos. Nada pasa, y es exactamente allí que se toca» [18].
El cuerpo es un límite porque este es aquella zona neutra en la cual lo conocido desemboca en lo otro respecto de sí. La línea de separación es el único lugar desde el cual el lenguaje toca lo indescriptible, y desde el cual el pensamiento puede, en una intuición fugaz, tocar el cuerpo, dejándolo en lo que es, pura alteridad.
Ahora bien, desde otra perspectiva puede —además— señalarse siguiendo a Nancy que el ser de los sentidos, esto es, del cuerpo volcado hacia fuera, no sería otro que el de la noción misma [en sentido puro] de «sentido» en tanto dirección sexual del cuerpo hacia el otro inalcanzable. De ahí que el sentido no pueda quedar jamás concluido o clausurado sobre sí mismo y que la pregunta por el sentido, de la vida o de cualquier ente o ser se inscriba en la dura corporalidad y en la relación sin relación de la diferencia sexual o de la preposición «con» que separa a los que se tocan. La pregunta filosófica por el sentido sería un gesto de aproximación hacia la distancia intransitable, excesiva que evidencia la misma separación que trata de cruzar y homenajear la caricia de otro cuerpo. Por eso escribe quizá Nancy en El olvido de la filosofía [19]: «Nosotros somos el sentido». Explicando allí cómo el reino del significar, con su consustancial síntesis de lo inteligible y lo sensible funcionando en toda la historia de Occidente, ha llegado a su agotamiento; hoy el sentido salta sobre la clausura del significar y sitúa al pensamiento en el límite de un sentido sin significado. En Corpus, la experiencia del sentido y de la libertad se escribe con el cuerpo o, más bien habría que decir, el cuerpo es la libertad desencadenándose, escribiéndose en tanto se entrega a lo que disemina desde fuera su identidad. El «proyecto» de una búsqueda de un nuevo pensamiento de la libertad [20], que respetara la libertad hasta el punto de sustraer su pensamiento o su acción a toda idea, puesto que la idea es el modelo de la identidad inmutable, se reactiva quizá de un modo novedoso en esta filosofía del cuerpo y del ser como comunicación.
La idea de cuerpo que surge es esa de lugar de abertura del ser, lugar de existencia. El lugar es un espacio abierto, indefinido, a-céfalo y a-fálico, a-estructural, que recibe la propia estructura por el pensamiento que cada vez lo piensa. La característica de un cuerpo es el de ser una exterioridad no pensable en sí misma, ni pensante, una alteridad que pesa fuera del pensamiento y que lo fuerza a calibrar alrededor de sí misma el propio movimiento, porque más allá de él no hay nada. Así como la piel que nos recubre es el umbral en el cual sucede nuestra exposición al exterior, sobre el cual se conectan y se cruzan las diferentes «estesias», por medio de las cuales nos tocamos y entramos en contacto. El cuerpo es el ser aquí y ahora, es la exposición de la existencia, la superficie. Cada zona del cuerpo tiene en sí misma el valor de lugar de exposición del ser, sin algún telos extrínseco. El cuerpo es la exposición finita de la existencia que en eso se vuelve evidencia. Si para Descartes la verdad del pensamiento es la única clara y distinta, para Nancy la única verdad es la evidencia sensible aquí y ahora de este cuerpo, de esta materia, sin jerarquías, en cada uno de sus lugares.
El conocimiento del, y por medio del, cuerpo nunca es total y absoluto, sino modal y fragmentado, y la forma del discurso que mejor lleva tal saber es la de un Corpus, justamente, una cartografía, un elenco de las zonas del cuerpo que ofrece un conjunto de acercamientos ecuos, mostrando todo lo que puede ser para nuestra exploración sin programa ni prejuicio. Lo que importa en Corpus no es el todo orgánico, sino las partes constitutivas y sus posibles, en cuanto múltiples, relaciones. Fragmentación, suspensión e interrupción, devienen en importantes características de dicho texto, porque cada parte tiene el mismo valor, y es un lugar de venida a la presencia del cuerpo, y por consecuencia del ser.
2.- Metáforas y escatología de la enfermedad; autotrasplante
Nada tiene que ver el dolor con el dolor
nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas
No hay nombres en la zona muda
Allí, según una imagen de uso, viciada espera la muerte a sus nuevos amantes/
acicalada hasta la repugnancia, y los médicos
son sus peluqueros, sus manicuros, sus usurarios,
la mezquinan, la dosifican, la domestican, la encarecen
porque esa bestia tufosa es una tremenda devoradora
Nada tiene que ver la muerte con esta imagen de la que me retracto
todas nuestras maneras de referirnos a las cosas están viciadas
y éste no es más que otro modo de viciarlas. [21]
Enrique Lihn,
Diario de Muerte
Muchas de las pestes y enfermedades que diezmaban a grandes porciones de la población mundial han sido controladas, otras tantas comienzan a surgir. Al mutar nuestro entorno, al modificarse nuestros modos de vida y —como resultado— nuestros propios cuerpos, nos enfrentamos a nuevos e inesperados males, los que se ciernen sigilosos desde la zona muda.
No es absurdo suponer que el exterminio del hombre comienza con el exterminio de sus gérmenes [22]. Tal como es, con sus humores, sus pasiones, su sexo, sus fluidos y secreciones, el propio hombre no es más que un sucio y pequeño germen, un virus irracional y aleatorio que altera y pone a su mundo en estado de alerta permanente. La posibilidad de la avería, la latente potencia viral, epidémica y virulenta generan nuestras prótesis protectoras, nuestras fantasías genéticas como sistemas de defensa inmunológicos.
La muerte, tal como la describe Jean-Luc Nancy, es la devoradora que asoma su peor faz en esa bestia tufosa que llamamos cáncer: un linfoma del que nunca habíamos notado más que su eventualidad, señalada en el prospecto de la ciclosporina [23]. Un intruso cuya irrupción obedece a alguna baja inmunitaria o la locura expansiva de alguna célula. El cáncer es el rostro estragado del intruso. Extraño a nosotros mismos en el nos enajenamos y esto con independencia a la naturaleza exógena o endógena de los fenómenos cancerosos. La imaginación resulta inútil para todas las posibilidades que alberga este trance, todas nuestras maneras de referirnos a él están viciadas.
El tratamiento exige una intrusión violenta. Incorpora invasivas quimio y radioterapias. Al mismo tiempo que el linfoma roe el cuerpo y lo agota, los tratamientos lo atacan y lo debilitan. Aun la morfina, que calma los dolores, provoca otro sufrimiento: el embrutecimiento y el extravío.
El tratamiento más elaborado se denomina «autotrasplante» (o «trasplante de células madre»): después de haber vuelto a activar la producción linfocitaria por medio de «factores de crecimiento», durante cinco días seguidos extrae glóbulos blancos (se hace circular toda la sangre fuera del cuerpo y los extraen mientras ésta circula). Los congelan. Luego el paciente es puesto en una cámara estéril durante tres semanas donde le aplican una fuerte quimioterapia, que deprime la producción de la médula antes de reactivarla mediante el reimplante de las células madre congeladas (sobrevuela un extraño olor a ajo durante este procedimiento…). La baja inmunitaria llega a niveles extremos y genera fuertes fiebres, micosis, trastornos en serie, antes de que la producción de linfocitos se recupere [24]. Aquí, en El intruso, este raro ensayo de extracción netamente autobiográfica, Jean-Luc Nancy cuenta y analiza su propio trasplante de corazón. Más allá de las previsibles preguntas sobre la técnica y su relación con el hombre, Nancy no sólo se permite el uso robusto de la primera persona, sino que no evita formas cursis. «Un corazón que late a medias es sólo a medias mi corazón», escribe en un momento.
Se sale desorientado de la aventura. Uno ya no se reconoce: pero «reconocer» no tiene ahora sentido. Uno no tarda en ser una mera fluctuación, una suspensión de ajenidad entre estados mal identificados, dolores, impotencias, desfallecimientos. La relación consigo mismo se convierte en un problema, una dificultad o una opacidad: se da a través del mal o del miedo, ya no hay nada inmediato, y las mediaciones cansan.
La identidad vacía de un «yo» ya no puede reposar en su simple adecuación de identidad, cuando se enuncia: «yo sufro» se implican dos yoes extraños uno al otro (pero que sin embargo se tocan). En este «yo sufro» escindido, un yo rechaza al otro [25]. Yo termino/termina por no ser más que un hilo tenue, de dolor en dolor y de ajenidad en ajenidad. Se llega a cierta continuidad en las intrusiones, un régimen permanente de la intrusión: a la ingesta más que cotidiana de medicamentos y a los controles en el hospital se agregan las consecuencias dentales de la radioterapia, así como la pérdida de saliva, el control de los alimentos y el de los contactos contagiosos, el debilitamiento de los músculos y de los riñones, la disminución de la memoria y de la fuerza para trabajar, la lectura de los análisis, las reincidencias insidiosas de la mucositis, la candidiasis o la polineuritis, y esa sensación general de no ser ya disociable de una red de medidas, de observaciones, de conexiones químicas, institucionales, simbólicas, que no se dejan ignorar como las que constituyen la trama de la vida corriente y, por el contrario, mantienen incesante y expresamente advertida a la vida de su presencia y su vigilancia. Soy ahora indisociable de una disociación polimorfa.
Aquí también cabe preguntarse ¿Qué es lo que acontece en la vivencia disociada del trasplantado? Todos los signos pueden oscilar, todos los puntos de referencia invertirse, sin reflexión e incluso sin identificación de ningún acto ni de permutación alguna.
¿Yo (quién), «yo»?; esta es precisamente la pregunta, la vieja pregunta: ¿cuál es ese sujeto de la enunciación, siempre ajeno al sujeto de su enunciado, respecto del cual es forzosamente el intruso, y sin embargo, nuestra fuerza, de ese otro «yo» hemos recibido el corazón, el corazón de otro.
Hace menos de cuarenta años atrás no se hacían trasplantes, y sobre todo, no se recurría a la ciclosporina, que protege contra el rechazo del órgano trasplantado. Dentro de veinte años seguramente se practicarán otros trasplantes, con otros medios. Se produce un cruce entre una contingencia personal y una contingencia en la historia de las técnicas. Antes, ya habríamos muerto; más adelante seríamos, por el contrario, unos sobrevivientes. Pero siempre ese «yo» se encuentra estrechamente aprisionado en un nicho de posibilidades técnicas. Por eso es vano el debate entre quienes pretenden que sea una aventura metafísica y quienes lo conciben como una proeza técnica: se trata por cierto de ambas, una dentro de otra.
Ahora bien, la posibilidad del rechazo nos instala en una doble ajenidad: por una parte, la del corazón trasplantado, que el organismo identifica y ataca en cuanto ajeno; por otra, la del estado en que la medicina instala al trasplantado para protegerlo. Deduce su inmunidad para que soporte al extranjero. Lo convierte, entonces, en extranjero para sí mismo, para esta identidad inmunitaria que es un poco su firma fisiológica.
NOTAS
[1] Versión ampliada y revisada para Almiar (Margen Cero) de la publicación original: VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, Las metáforas del cuerpo en la Filosofía de Jean-Luc Nancy: Nueva carne, cuerpo sin órganos y escatología de la enfermedad, En NÓMADAS, Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas ISSN 1578-6730 – Universidad Complutense de Madrid, | N.º 18 – 2008 (1) | Enero-Junio 2008 -1.º | pp. 323-333. http://www.ucm.es/info/nomadas/18/avrocca2.pdf
[2] NANCY, Jean-Luc, Corpus, Ed. A.M. Métaillié, París, 1992 / versión italiana: NANCY, Jean-Luc, Corpus. Ed. Cronopio, Napoli, 2001; en español: NANCY, Jean-Luc; Corpus. Ed. Arena Libros, Madrid, 2003.
[3] JEAN-LUC NANCY (Burdeos, 1940) es profesor de Filosofía de la Universidad de Estrasburgo desde 1968. Ha sido profesor invitado en las Universidades de Berkeley y de Berlín. Colaborador cercano de Ph. Lacoue-Labarte con quien ha escrito, entre otros, el libro El mito nazi; y de J. Derrida (el cual ha publicado un texto sobre él, Le toucher, Jean-Luc Nancy, 2000); dirige con ambos la colección La Philosophie en Effet, de la Ed. Galilée. Ha editado más de treinta libros cuyos temas más importantes se refieren a la comunidad, la libertad, el sentido y la pluralidad de las artes; entre sus obras más destacadas se cuentan Corpus (1992) y El Intruso; además han sido traducidos al castellano La experiencia de la libertad y La comunidad desobrada. Colabora en las revistas españolas Archipiélago y Sileno.
Nancy forma parte de lo más visible de una segunda línea de pensadores franceses, semifamosos fuera de su país, referentes locales en París y en otras universidades del mundo. Continuando una tradición ecléctica pero delimitable del ensayo erudito, más fácil de reconocer por sus tics y su estilo antes que por sus objetos de estudio, Nancy viene acumulando prestigio y una extensa obra cuyos giros hacia la literatura, el arte o la política —sobre la que teoriza con relativo éxito desde principios de la década del ‘80— no logran sacarlo de la nomenclatura, siempre vaporosa, de «filósofo».
[4] DELEUZE, Gilles, La imagen-tiempo, Estudios sobre cine 2, Ed. Paidós, Barcelona , l987.
[5] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, Pina Bausch; Danza Abstracta y Psicodrama Analítico, En Almiar (Margen Cero), Madrid, 2006, https://margencero.es/articulos/articulos3/bausch.htm
[6] AKSENCHUK, Rosa, La Muñeca (‘La Poupée’); simulacro y anatomía del deseo en Hans Bellmer, en Revista Observaciones Filosóficas, N.º 4, 2007, www.observacionesfilosoficas.net/lamuneca.html
[7] BERNÁRDEZ RODAL, Asun, Espacio expresivo y cuerpo extremo: una experiencia del límite, Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense de Madrid, 2007.
[8] La producción de deseos es inconsciente, como bien vio Freud. Pero en lugar de la producción de deseos Freud instauró un teatro burgués, porque instauró en el inconsciente la mera representación. En cambio, el deseo tiene poder para engendrar su objeto. Las necesidades derivan del deseo, y no al revés. Desear es producir, y producir realidad. El deseo como potencia productiva de la vida. La máquina deseante es un sistema de producir deseos; la máquina social es un sistema económico-político de producción. En la máquina deseante ven Deleuze y Guattari ante todo flujos. Toman la idea de Lawrence: la sexualidad es flujo. Todo deseo es flujo y corte. Flujo de esperma, de orines, de leche, etc.
[9] Ibid.
[10] NANCY, Jean Luc; Corpus. Ed. Arena Libros, Madrid, 2003.
[11] VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, Peter Sloterdijk y Nietzsche; De las antropotecnias al discurso del posthumanismo y el advenimiento del super-hombre, Psikeba Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales, N.º 3, 2006, Buenos Aires, http://www.psikeba.com.ar/articulos/AVRsloterdijk-nietzsche.htm
[12] Fragmentación, hibridación, desgarro e incluso morbosidad, son algunos de los adjetivos que podemos otorgar a la obra de ciertos artistas que —como Francis Bacon— han tratado el cuerpo humano de una manera violenta para hacernos despertar de ese sueño de la razón de poseer un cuerpo que ignore la muerte y el sufrimiento. Esta reivindicación de la corporalidad desde su vertiente más trágica y perecedera podría ser también la base de manifestaciones aparentemente más banales como las nuevas tendencias en la body-moda, estrategias adolescentes de escenificar y decorar (intervenir) su cuerpo, como el tatuaje y el piercing.
[13] DELEUZE Y GUATTARI, Gilles y Felix, El Cuerpo sin Órganos, 2000; El Anti Edipo: Capitalismo y Esquizofrenia, Barcelona, Paidós, 1995.
[14] DELEUZE Y GUATTARI, El Cuerpo sin Órganos, 2000: 156.
[15] DELEUZE Y GUATTARI, El Cuerpo sin Órganos, 2000: 158.
[16] NANCY, Jean-Luc, El Intruso, Éditions Galilée, París, 2000 Traducción: Margarita Martínez, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, Colección Nómadas.
[17] NANCY, Jean-Luc; Corpus. Ed. Arena Libros, Madrid, 2003.
[18] NANCY, Jean-Luc; Corpus. Ed. Arena Libros, Madrid, 2003.
[19] NANCY, Jean-Luc, El olvido de la filosofía, Arena, 2003.
[20] NANCY, Jean-Luc, La Experiencia de libertad, Editorial Paidós, Barcelona, 1996.
[21] LIHN, Enrique, Diario de Muerte, Editorial Universitaria, Santiago, 1990.
[22] BAUDRILLARD, Jean, La Transparencia del Mal, Editorial Anagrama, Barcelona, 2001, p. 70.
[23] NANCY, Jean-Luc, El Intruso, Éditions Galilée, París, 2000 Traducción: Margarita Martínez, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, Colección Nómadas.
[24] NANCY, Jean-Luc, El Intruso, Éditions Galilée, París, 2000 Traducción: Margarita Martínez, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, Colección Nómadas.
[25] NANCY, Jean-Luc, El Intruso, Éditions Galilée, París, 2000 Traducción: Margarita Martínez, Buenos Aires, Amorrortu, 2006, Colección Nómadas.
IMÁGENES
– Portada: Jean-Luc Nancy 20100328 Salon du livre de Paris 4, By Georges Seguin (Okki) (Own work) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html) or CC-BY-SA-3.0-2.5-2.0-1.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], vía Wikimedia Commons.
– En el cuerpo del artículo: LA TÉCHNE DE LOS CUERPOS Y LA APOSTASÍA DE LOS ÓRGANOS, por Adolfo Vásquez Rocca, 2012; técnica Mixta: óleo, collage, sobre madera 2012 (Colección: La Condición Posthumana); en Artelista; © Todos los derechos reservados.
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Adolfo Vásquez Rocca. Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de Antropología y Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello UNAB. – En octubre de 2006 y 2007 es invitado por la ‘Fundación Hombre y Mundo’ y la UNAM a dictar un Ciclo de Conferencias en México. – Miembro del Consejo Editorial Internacional de la ‘Fundación Ética Mundial’ de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de Konvergencias, Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina. Director de Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Profesor Asociado al Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello. Artista conceptual. Ha publicado recientemente el libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización (Colección Novatores, N.º 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim -IAM-/ Valencia, España, 2008).
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Artículo publicado en Revista Almiar – n.º 54 – septiembre-octubre de 2010 – Margen Cero™ (2010)