¿Quiénes luchan contra la barbarie?

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por Jorge Majfud

Aunque los discursos oficiales digan lo contrario, podemos ver, de alguna forma, una lucha contra los bárbaros —pero ¿contra la «barbarie»? ¿No será que debemos volver a los valores originales de Jesús, quien pregonó amor universal para vencer la muerte y el odio, y nunca la guerra y la violencia que hoy promueven con orgullo sus propios seguidores?

Los discursos oficiales son monotemáticos y simplistas, como la publicidad: «la lucha de los gobiernos, desde Atenas hasta Esparta, es la lucha contra la barbarie». Aclaremos por las dudas: nada se puede objetar sobre la persecución de criminales concretos, ya que no es con flores que desistirán de sus enfermos propósitos. Un violador pude haber sido una víctima en su infancia, pero la verdadera causa de su delito no lo exime de responsabilidad: un violador es, antes que nada, un criminal, y como tal debe ser juzgado. Pero con la muerte del violador, del individuo deforme, no se elimina un fenómeno que no es metafísico sino social. Tal vez el resto de la población se sienta aliviada —y confirmada en su buena moral— matando al monstruo; pero este alivio es una trampa que impide la autocrítica como sociedad que produce sistemáticamente miles de monstruos por alguna causa interior y no como si fueran fenómenos climáticos.

La misma simplificación se repite a escala internacional. Todos los líderes políticos insisten en resolver «cómo» combatir a los bárbaros, pero a nadie parece interesar «por qué» existe el problema. Las mayores energías del mundo («civilizado») están invertidas en combatir a los «bárbaros», al tiempo que los discursos y los medios de comunicación pretenden convencernos que la lucha es contra la «barbarie» —no por la fuerza de los hechos sino por la arrasadora fuerza del lenguaje colonizado. ¿Pero qué se ha hecho para atacar las «causas» de esta desgracia, de esa enfermedad de nuestros tiempos? Nada. O casi nada.

Nada o casi nada —en proporción— se ha hecho contra la miseria de los «pueblos» periféricos (muchas veces en situación de servilismo del centro, real o psicológico); nada se ha hecho por respetar sus culturas; nada se ha hecho para levantar puentes entre ellos y nosotros; nada se ha hecho para comprenderlos y nada por buscar que ellos nos comprendan mejor. Nada se ha hecho para construir una asociación económica y cultural que beneficie a todos. Nada se ha hecho por un «Diálogo de Civilizaciones» y todo por vencer en ese estúpido «Choque de Civilizaciones», tan conveniente a tan pocos. Nada se ha hecho por conquistarlos —en la antigua acepción cristiana de la palabra; no en la acepción histórica del cristianismo—, y todo se ha hecho por imponerles la Salvación, empezando por la fuerza.

Mucho se ha hecho de un lado y del otro, como desarrollamos en otro ensayo, por alimentar la misma «Cultura del Odio» que asfixia nuestra humanidad en beneficio de unos pocos intereses. Como si el verdadero miedo fuese que se descubra finalmente la verdad: los pueblos se entienden fácilmente si tienen la oportunidad, si se borran tantas fronteras ficticias que se obstinan en conservar y fortalecer los más radicales reaccionarios de la historia.

No se ha construido un solo puente. Sólo se han levantado espesas murallas. Sólo se han arrojado misiles y bombas. Sólo se han impuesto modelos políticos, que si nos sirven a nosotros no necesariamente deben sentir los pueblos con historias y culturas diferentes —modelos ya obsoletos que así luchan por sobrevivir en el mismo centro de la civilización. Como si la solución a todas las diferencias fuese que los otros se conviertan en nosotros o nosotros en ellos.

¿No será que la famosa defensa de «nuestros valores» tiene por objetivo principal conservar unos valores que ya no son los nuestros? ¿No será que «nuestros valores» comienzan a no ser la famosa «democracia representativa» (cuyos «representantes» suelen ser millonarios o poderosos, y de las clases medias o bajas sólo representan vanos sueños)? ¿No será que nuestro occidente inevitablemente se dirige a una «democracia directa», es decir, a la Sociedad Desobediente? ¿No será que los antiguos estamentos sociales que no quieren perder el control de los pueblos «democráticos» han encontrado en lejanos enemigos de la Edad Media una forma de insospechados aliados? Si no, ¿cómo se explica las dramáticas variaciones en las encuestas de opinión cada vez que amenaza el miedo?

Con el costo de un solo misil arrojado sobre una aldea se podría levantar una escuela. Mientras esa bomba suprime treinta niños y crea otros treinta futuros fanáticos, una humilde escuela podría ser el inicio de la reconciliación ente pueblos agotados por el odio, la violencia y la muerte —aparte de conservar la vida de aquellos treinta, si es que a alguien le interesa. Pero no: la millonaria muerte llueve por aquí y por allá, al mismo tiempo que desde allá se reclutan en la misma proporción jóvenes enfurecidos, humillados por la impotencia, de una cantera deshumanizada y prácticamente inagotable. ¿O alguien piensa que los bárbaros nacen de un repollo?

Mientras en alguna parte del mundo llueven bombas inteligentes que casi nunca dan en el blanco, los moralistas se oponen furiosamente al uso de células para buscar la cura de terribles enfermedades, bajo la orgullosa bandera de ser los campeones del movimiento «pro-vida». Es paradójico el hecho de que son estos mismos grupos religiosos los que apoyan «incondicionalmente» el bombardeo de niños ajenos en nombre de la vida propia. Y quienes no lo apoyan directamente, se limitan a lamentar estas muertes bajo la eterna excusa de los «efectos colaterales» —es decir, inocentes muertos que no preocupan ni a la liga de defensa de protección animal. Células invisibles valen más que jóvenes y niños con ojos, con bocas, con brazos, intestinos, piernas — y tal vez con alma y espíritu.

Si los bárbaros actúan como bárbaros es comprensible. Pero no lo es tanto cuando en nombre de la civilización se emplean métodos propios de la barbarie. ¿No se parecen cada día más los enemigos que combaten a muerte y de paso arrasan con quienes tienen la suerte de estar entre medio de ambos? Como aquellos dictadores latinoamericanos que violaban todos los derechos humanos, la constitución de sus países y suprimían aquellas incipientes democracias por décadas de barbarie en nombre de la Democracia y la Libertad.

Enfrentamiento, odio y más odio —ése ha sido el único recurso: odio hacia adentro, odio hacia fuera. Discriminación, racismo, desprecio o indiferencia ante la tragedia y el dolor de los pueblos ajenos. Se siembra muerte y odio para cosechar vida y amor. ¿Y cuál ha sido el resultado? ¿Es eso combatir la barbarie o promoverla? ¿Dónde está la única arma de Jesús, el Amor al prójimo? Recurso fundamental de cualquier salvación —de la civilización y del alma humana— que sistemáticamente es despreciado por la soberbia, la ignorancia del pueblo y los intereses de patricios y fariseos. ¿Dónde está el ejemplo, enfurecidos cristianos y musulmanes, de aquel pobre judío de Nazareth que ambos veneran, que pudiendo aniquilar a sus torturadores con el sólo movimiento de una mano, reprendió a un discípulo por cortarle la oreja a un soldado enemigo? ¿Dónde está aquel Jesús que demostró que nadie está lo suficientemente limpio para erigirse como juez absoluto? ¿Dónde está aquel Mesías que se rodeaba de pobres, enfermos y marginados de todos tipo, menos de ricos y poderosos? ¿Dónde está aquel Jesús que recomendaba no presumir en público de su fe? ¿Dónde está el Nazareno que no lo encuentro entre tantos fariseos enfurecidos, entre tantos soldados romanos, entre tantos Césares excitados por el éxito de su imperio? Ante esta escalada imparable de absurdos, ¿no será que debemos volver a los valores originales de Jesús, quien pregonó amor universal para vencer la muerte y nunca la guerra, la violencia ni el odio?

La forma más efectiva de no ver una implicación global, estructural, en cada fenómeno, es poner a Dios y a la religión por delante: «nosotros no somos culpables de cualquier cosa mala que pasa en el mundo; nosotros luchamos del lado de Dios y ellos del lado del Mal». Pero el mundo no es una tira animada de Batman o de Superman, ni es una telenovela latinoamericana donde el mal está todo reducido en un par de villanos, fuente personal de todo el miedo y el dolor de los buenos ciudadanos. Así, tanto en Superman como en las telenovelas, al reducir el Mal del mundo en unos pocos villanos, se ocultan las razones estructurales de un mundo enfermo y cómplice. La propaganda y la política han hecho de la historia una historieta, y en este grado de simplificación y desmemoria es como nos obligan a leer la realidad.

Nuestra cultura, la occidental, la cultura que ha impulsado la última globalización de la historia, está «liderada» por aquellos que ignoran —tal vez deliberadamente— la misma dinámica de la globalización. Porque afirmar que la lucha contra la «barbarie» se reduce a la eliminación de grupos minúsculos de «bárbaros», es una monstruosa ingenuidad —o una nueva estrategia de la ignorancia organizada.

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Jorge Majfud Jorge Majfud. Escritor uruguayo (1969). Graduado arquitecto de la Universidad de la República del Uruguay, fue profesor de diseño y matemáticas en distintas instituciones de su país y en el exterior. En el 2003 abandonó sus profesiones anteriores para dedicarse exclusivamente a la escritura y a la investigación.
En la actualidad enseña Literatura Latinoamericana en The University of Georgia, Estados Unidos. Ha publicado Hacia qué patrias del silencio (novela, 1996), Crítica de la pasión pura (ensayos 1998), La reina de América (novela, 2001), El tiempo que me tocó vivir (ensayos, 2004). Es colaborador de La República, El País, La Vanguardia, Rebelión, Resource Center of The Americas, Revista Iberoamericana, Eco Latino, Jornada, Centre des Médias Alternatifs du Québec, etc. Es miembro del Comité Científico de la revista Araucaria, de España. Ha colaborado en la redacción de Enciclopedia de Pensamiento Alternativo, a editarse en Buenos Aires. Sus ensayos y artículos han sido traducidos al inglés, francés, portugués y alemán. En 2001 recibió mención del Premio Casa de las Américas, Cuba, por la novela La reina de América. Ha obtenido recientemente el Premio Excellence in Research Award in humanities & letters, UGA, Estados Unidos, 2006.

PÁGINA WEB DEL AUTOR: http://majfud.50megs.com/

ILUSTRACIÓN ARTÍCULO: J20 goosestep dc, Picture taken by Jonathan McIntosh [licensed under the Creative Commons Attribution 2.0 Generic], via Wikimedia Commons.



▫ Artículo publicado en Revista Almiar, n.º 30, octubre-noviembre de 2006. Reeditado en junio de 2019.

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