Enredada,
reseña del poemario Enrededando,

por Inmaculada Calderón

portada poemario enredando

Ovillos, lanas, agujas, madejas… evocación de la infancia, recuerdos de la niñez: mi madre, mi tía, dos hermanas que aliviaron las miserias de la posguerra gracias a su habilidad tejedora. Y un gato. Siempre había un gato acechando la madeja, jugando con una bola hecha de restos de hebras. Dos mujeres que devanaban lana y tricotaban a la velocidad del talgo, que no paraba en la estación de mi pueblo. Por eso no me es difícil imaginar así a estas/este hilandero/as de versos que se han unido en el Grupo «La Madeja»: tejiendo la urdimbre de su poesía, mezclando colores, imágenes, para dar forma a sus poemas, composiciones vivas con vocación de ir más allá del folio y entrar por los cinco sentidos.

Conocí a «La Madeja» gracias a un buen amigo. Enseguida nos «enredamos» en una sintonía que, como sus geniales puestas en escenas, iba más allá de las palabras. Yo, tal vez porque a diferencia de otras mujeres de mi familia nunca había demostrado una especial habilidad con las agujas, también quise ser un día con mis palabras tejedora de anhelos por lo que no era difícil que me dejara liar.

Y hete aquí que me embarqué con ellos en este apasionante proyecto que hace apenas unas jornadas vio la luz en carne de libro: una criatura recién nacida que aún huele a tinta y a imprenta, que, aunque es muy osada y ya se atreve a dar sus primeros pasos, todavía en gran manera duerme en cuna de cartón a la espera de esa cita mágica, siete de mayo, nueve de la noche en Plaza Nueva, para hacer su aparición en una explosión de vida en el universo de la palabra escrita.

Ahora que ellos no me oyen, voy a reconocer que he disfrutado mucho durante la gestación de este proyecto, amadrinando a este niño. «La Madeja» me ha contagiado su entusiasmo y su ilusión. Contábamos los días mientras estaba en prensa, nos comunicábamos noticias: «¡Ya falta menos, ya falta menos!», y nos precipitamos a recibirle la calurosa tarde en que, ¡por fin!, pudimos tocarle, abrirle, hacer bailar sus páginas. La palabra se había hecho libro y acampaba entre nosotros. Difícil, por no decir imposible, describir ese primer encuentro, el goce de tener entre las manos lo que tanto tiempo se llevaba acariciando con la imaginación.

Quienes hayan tenido la dicha de participar en un recital de «La Madeja» puede que se pregunten si es posible que su poética, nacida con vocación de escenario para meterse por los vericuetos de los sentidos, pueda encerrarse en un recipiente de papel, si acaso no va a sufrir claustrofobia y va a perder su impronta de frescura y su expresividad. Y es cierto que ahí estaba el riesgo, pero también el reto, que este grupo ha sabido superar con creces. Desde el poema visual de la portada, a la mismísima página de créditos (¿Habrá algo más anodino y forma que una página de créditos?) han ido dejando su sello. El libro rezuma la personalidad de «La Madeja» por todas sus páginas: es, como ellos, dinámico, envolvente, expresivo, irónico, rompedor… pero también profundo, reflexivo, penetrante y muy sincero. Y lo más importante: contiene poesía de la buena.

Os auguro que con Enredando todos vamos a convertirnos en gatos corriendo detrás de la madeja para acabar liados entre las hebras de este ovillo disfrutando de tan placentero enredo. Si no, al tiempo.


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Las arañas del siglo XXI

por Gracia Iglesias Lodares

Confieso que me encanta hacer ganchillo. Desde hace algunos años mis manos se entretienen jugando a tejer tramas de colores en esquemas sencillos: gorros, ponchos y flores sobre todo. Nada muy complicado, no tengo la paciencia suficiente para atreverme a más. La lana guarda un mundo de secretos ocultos bajo un disfraz humilde. A veces, si la labor se enreda, hay que cortar la hebra y devanar de nuevo la madeja, pero a mí me fascina el laberinto que componen sus átomos, me apasionan las formas arbitrarias, los lazos y los nudos imposibles, porque son la metáfora más pura de lo que es ser persona; de alguna forma todos somos el hilo que se urde en el telar de la vida. Y, si se piensa bien, no es extraño que alguien que ha elegido dedicarse a escribir se aficione también al arte de la araña; Aracne tejedora de palabras.

Nacer al alfabeto y habitarlo, como decía Umbral, es haber encontrado la manera de abrirse paso en la manigua, en el bosque de los nombres y las letras, encontrar la salida al laberinto. Entonces quien escribe —sobre todo si escribe poesía— es también una Ariadna que sujeta el extremo del ovillo, para que los demás encuentren un camino en el dédalo de sus sentimientos. Al fin y al cabo, poeta es el que halla la palabra precisa que otro estaba buscando, el que alumbra una senda con la luz de sus versos. Escribir (ser Aracne-Ariadna) cobra un nuevo sentido en este mundo del siglo XXI en el que, como nunca antes en la historia, todo está predispuesto a enmadejarse, a dejarse enredar en una malla infinita de personas, de palabras y objetos.

En este devenir que toma el pulso al minotauro de la literatura, un día conocí al torbellino creativo que es Carmen Herrera y, algo después, en una noche de libros encerrados, escuché la encantadora voz de Lola Crespo dirigiéndose a mí. Ambas a su manera me ofrecieron —aunque entonces yo aún no lo sabía— el extremo de toda una Madeja de Palabras; un conjunto de voces que desde hace tres años, sin renunciar cada una a su propia textura, componen un tapiz de poesía en la Casa de las Sirenas de Sevilla, al margen de etiquetas y de moldes. Esa trama hecha de encuentros en cafés, de tertulias y de recitales, de momentos privados de lectura y de públicas puestas en escena, se concreta ahora en este libro que tienes en las manos y en el que, amigo lector, yo te invito a enredarte. Pues en esta madeja generosa de letras encontrarás versos-faro que quizá un día sirvan para alumbrar tus noches; versos-espejo en los que a lo mejor vislumbras tu reflejo o el reflejo del mundo; versos-refugio en los que, a buen seguro, encontrarás cobijo; y algún que otro verso-dardo capaz de quedarse clavado para siempre en el corazón de tu memoria.

A la entrada del libro, Lola Crespo, con dedos delicados, nos desnuda y también desnuda al mundo, nos arranca la venda y nos deja sin armas frente a la soledad, la hipocresía y la injusticia, al tiempo que se ofrece a desvelarnos la forma de salir adelante, siguiendo «el vuelo de las aves abandonadas» y nos abre la puerta; nos invita a pasar y dejar rastro: «Por favor,/ deje su mensaje después de oír la señal».

Dentro ya del espejo, Carmen Herrera navega entre la letra y la retina ampliando el concepto de lo que es poesía. El ser humano es un poema en sí mismo que comienza en el preciso instante en el que abre los ojos. Atrapada en su propia red de imagen y palabra, Carmen devana ahora sus versos en un doble ejercicio de autorretrato y búsqueda, como una alquimista que quiere hallar la fórmula secreta de ese concepto único que lo contenga todo.

Al otro extremo de la curiosidad, mirando hacia sí misma como primer misterio, encontramos a Violeta Martínez, en cuya poesía cobra forma la gran perplejidad adolescente en su sentido más puro y ecuménico, con lo que tiene de fiebre, de vergüenza, de eterno interrogante sobre el arcano de la sexualidad; con todo lo que tiene de herida y crecimiento interior. «Tiemblo, sueño. Rompo ataduras». Poesía de emergencia ante la asfixia que le produce el mundo.

Idéntica búsqueda de la libertad inspiran los poemas de Irene Nárdiz, quien en este caso escruta el porqué de su esencia creadora, consciente de que todo deja huella y es una cicatriz en su piel de palabras. «Ahora entiendo/ por qué y para qué/ tengo esta marca en la parte izquierda de mi pecho».

Lorenzo Ortega, en cambio, se dibuja en contraste con el otro y construye su «yo» en la poesía como una silueta recortada con cuchillas de luz sobre un fondo de sombras. Por eso sus poemas interpelan, al lector o a sí mismo, desdoblando una voz que es a la vez sujeto y objeto de deseo, mientras el renacer depende de otras manos.

Para Miriam Palma la memoria toma cuerpo en los versos, es la única forma de aprehender la insoportable fragilidad del tiempo. En la melancolía de sus letras se adivina una urgencia por vivir. Los sentidos se abren: «Miradas debatiéndose …/ Huele bien este día» y quizá Shostakovich.

«¿Quién me dirá si existo?». Es Mª Luisa Víu la que pregunta ahora. Y esa interrogación al mismo tiempo es su grito de auxilio ante una soledad que tiene forma —«En mi cama hay sábanas de alacranes dormidos»— y que deja un sabor a despedida, a pérdida y nostalgia.

No es ese, sin embargo, el tono con que cierra este volumen tejido a siete manos. Haciendo honor al título del libro, la Madeja se enreda en dos interferencias que juegan al sonido colectivo y, como colofón, nos siembran una duda: ¿es acaso posible la comunicación en la era de la tecnología?


(Prólogo del poemario Enredando)


 

Enredando ha sido editado por Los Libros de Umsaloua
(loslibrosdeumsaloua.galeon.com/). El poemario será presentado en la Feria del Libro de Sevilla (2010).

Página del Grupo La Madeja:

http://enredosymadejas.wordpress.com/

Artículo publicado en el n.º 52 (mayo-junio de 2010) de la Revista Almiar.



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