Almas resucitadas y polvo de estrellas

Francisca Martín-Cano Abreu

Quizás muchos sepáis las razones del porqué los diferentes pueblos han dado culto a los muertos y les han dado sepultura en cuidadosos enterramientos. Pero de todas formas hoy reflexionaré con los conocimientos que tengo al respecto y con una hipótesis personal.

Desde el Paleolítico, en las civilizaciones agrícolas del Neolítico del Viejo Continente y en prehistóricas del Nuevo Continente y en muchas regiones primitivas, han enterrado a los muertos:

- En el suelo de la misma casa donde se habitaba.

- O en el suelo del huerto cercano a la casa.

- O en el suelo cercano a fuentes de agua de ríos, del mar o lagos, donde eran cubiertos con amontonamiento de formas cónicas y formas que evolucionaron a lo largo de los siglos.

- O en cuevas y grutas.

- Posteriormente en algunas culturas surgió la costumbre de incinerar a los muertos y guardar las cenizas y los huesos triturados como polvo, en urnas / vasos cinerarios antropomorfos femeninos (recordad la escultura de la Dama de Elche: es una urna cineraria).

En algunas regiones los cadáveres estaban dispuestos boca arriba y con rodillas recogidas; mientras en otras estaban en cuclillas, acurrucados con brazos cruzados (fetal). Esta postura se considera que imita la del feto en el vientre materno, manifestando que se relaciona el nacimiento con la resurrección: se devuelve la persona sin vida a la Tierra en la misma postura en cuclillas en que se encontraba en el seno materno al nacer.

¿Qué acompañaba al difunto en su tumba?

A los difuntos, cuando eran enterrados en sus tumbas, se les acompañaba de diversos elementos y ofrendas, que se creía les serían útiles para proveerlos de los objetos necesarios cuando volviesen a la vida, cuando resucitasen.

Estas ofrendas funerarias / ajuares estaban realizadas en los materiales más importantes o raros que caracterizaban cada región y época. Y comprendían:

- Las pertenencias más valiosas que la persona había tenido en vida: utensilios y ornamentos, joyas, vasos, peines, instrumentos de trabajo, de defensa...

- Y sobre todo acompañaba al difunto en su tumba, una estatuilla femenina. Era representativa de la Diosa Madre, la única Diosa que adoró la humanidad durante toda la Prehistoria, síntoma de que se creía era la única responsable de su resurrección, para que se la propiciara mágicamente.

- Además, tanto los difuntos o sus huesos como las obras de arte simbólicas que los acompañaban, se embadurnaban o se envolvían en una capa de ocre rojo / púrpura o de cinabrio rojo. Y que se explica porque el rojo es el color del Fuego sagrado conectado con el Sol, símbolo que servía para propiciar mágicamente la función Divina de iluminar y dar potencia al difunto, para vencer el frío y aumentar su potencia vital; para que lo encendiera como si de un fuego se tratara. Y con su carácter Vivificante (mágico) terminase por dar vida al muerto: por resucitarlo. (Y con la misma simbología finalmente terminaron por incinerarlo).


Enterramiento del difunto en la tierra igual que la semilla vegetal

Posiblemente en todos los casos, se colocaban los difuntos o sus huesos (tras primero dejar que fuesen descarnados por animales de rapiña o por un enterramiento preliminar), en el interior de la tierra, donde se pensaba estaba el Útero de la Divina Madre Tierra, basados en analogías metafóricas del DIFUNTO CON LA SEMILLA.

Y se consideraba las profundidades de la Tierra fértil y húmeda el Seno / Útero / Vientre / Matriz de la Diosa Madre, el lugar donde germina la semilla y donde se enterraba a los muertos, porque se pensaba que la Diosa, al igual que hacía germinar la semilla de cereal o el hueso de aceituna que se convertían en frutos: los hijos de la Diosa, darían la resurrección a los huesos de los difuntos como «semillas de vida humana», esperando que la Diosa Promotora de la Fertilidad, Diosa de las Cosechas propiciara a los difuntos la misma resurrección y abundancia de estirpe.

Resurrección del alma y su conversión en estrella / polvo estelar

Se creía que tras resucitar el alma, ascendía al cielo, donde se convertiría en estrellas y a partir de entonces empezaba una peregrinación por el Gran Río de la bóveda celeste / por la Vía Láctea, hasta que por fin terminaba de nuevo cayendo a Tierra, donde las almas resucitadas se reencarnaban en sus descendientes, tras fecundar a las mujeres (ya que se creía que el varón no era el causante de la fecundación femenina). En palabras de Frazer: «Todos los vivientes están animados por las almas de los muertos».

Creencia de que las almas resucitadas ascendían al cielo / a la Vía Láctea, que ha permanecido vigente incluso en la religión cristiana. Al respecto leemos el comentario de Fernando Alonso Romero (1997, 31) que dice: «El poeta cristiano Prudencio, coetáneo de Prisciliano, expuso en uno de sus himnos la creencia de que Dios enseña a los mortales el camino de resurrección para que al morir, el cuerpo y el alma asciendan a las estrellas...».



Situación estelar de determinado día del calendario en donde se observa a las estrellas-almas que peregrinan por la Vía Láctea y que deben trasladarse por el Océano Celeste en barcas para alcanzar la isla del Paraíso / Virgo

Rituales orgiásticos de embarazo esperando impregnarse con el polvo estelar

No siempre se ha creído que el varón fuese el causante del embarazo de una mujer tras mantener relaciones sexuales. Lo acredita lo que sabemos de las creencias de pueblos primitivos, que tenían una cultura cercana a la Edad de Piedra al contactar con la civilización occidental.

Por ejemplo, los bellonais de las islas Salomón: «...ignoraban, hasta la llegada de los misioneros en 1838, la relación entre copulación y procreación. Si una mujer casada quedaba embarazada, ello no se debía a que hubiera mantenido relaciones sexuales con su marido, sino a que los dioses y los antepasados del patrilinaje de su esposo estaban satisfechos con dicha alianza y le daban descendencia...» (Zonabend 1988: 70).

Y esta ausencia de capacidad fecundante tras el acto sexual, está en el origen de muchos rituales realizados por nuestros ancestros desde inicios de la cultura humana, de la que queda constancia por las representaciones artísticas arcaicas y heredadas hasta principios de época histórica.

Y ello enlaza con las ceremonias femeninas en las que se solicitaba el embarazo. Y así mujeres en diferentes regiones solicitaban a la Diosa les concediera el embarazo con ritos en los que bailaban con cálatos / calatisco / calathiskos (canastilla de mimbre donde guardaban falos) en la cabeza alrededor del árbol o el pilar / columna / betilos / cipo, en Santuarios de los bosques sagrados de Diosas; o realizaban orgías sagradas con falos o con esculturas hermafroditas; o se bañaban en aguas de ríos o mares.

Se creía que la Diosa les concedería el embarazo con estos ritos, porque pensaban que tras los falos ser expuestos en las copas de los árboles con los que después practicaban las orgías, o bañarse en las aguas de los ríos o mares, se impregnarían con las «semillas de Vida» que se depositaban o quedaban flotando en los mismos en determinados momentos del año. Y así entrarían en su seno.

Uno de esos días era precisamente tras la constelación Virgo irse al ocaso, coincidente con la caída a la Tierra de la lluvia de estrellas / polvo estelar / meteoritos de las Perseidas (por lo que se creería que dejarían en esos lugares su carga de almas inmortales) correspondientes a la situación estelar del 1 de junio de hace 5.300 años cuando surgió el rito, hoy 15 de agosto. (Además había otros días en los que se celebraban fiestas similares, y también existen otros días en los que existen lluvias de meteoritos / polvo de estrellas, como las Leónidas, las Gemínidas, etc).



Situación estelar del atardecer del 1 de junio de hace 5.300 años, hoy 15 de agosto, en que se que se esperaba de madrugada la lluvia de estrellas, de las llamadas hoy día Perseidas

Y yo me pregunto ¿de ahí viene la expresión «te voy a echar un polvo» cuando se conoció que realmente el fecundador era el varón y no el polvo de las estrellas / el polvo de las Perseidas / el polvo de las estrellas como almas inmortales de difuntos resucitados que caían a Tierra y penetraban a las mujeres?


Bibliografía citada:
- ALONSO Romero, Fernando. (1997): Sobre la pervivencia de los cultos y creencias astrales en el folklore del peregrinaje jacobeo. Actas del IV Congreso de la SEAC «Astronomía en la cultura». Edited by C. Jaschek and F. Atrio Barandela, Salamanca.
- ZONABEND, F. (1988): Una visión etnológica del parentesco y la familia. (Bajo la dirección de André Burguière). Historia de la Familia. Tomo I. Alianza, Madrid.


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FRANCISCA MARTIN-CANO ABREU, nació en Lepe (Huelva, Andalucía, España. En 1974 termina Ingeniería Técnica Industrial en el Politécnico de La Rábida (Huelva), en 1978 se traslada a Zaragoza y empieza estudios de diferentes técnicas de Escultura en la Escuela de Artes y de 1978 a 1984 estudió Psicología Clínica en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED, Calatayud (Zaragoza).
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▫ Su amplia bibliografía se puede consultar en la web: http://es.geocities.com/ contraandrocentrismo/biblio.htm

ILUSTRACIONES ARTÍCULO: (Cabecera) Space free, I, Jongos [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/fdl.html), CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/) or CC-BY-SA-2.5-2.0-1.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/2.5-2.0-1.0)], via Wikimedia Commons | (En el cuerpo del artículo) Diagramas remitidos por la autora.


Monográfico publicado en Revista Almiar con motivo de su V aniversario (2006)

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