Por eso no te lo pude pedir

Antonio Blázquez

Querida mía:

¿Pensaste, tal vez, que el vello de mi cuerpo se debería de erizar cuando tus pechos turgentes rozaban ardientemente los míos? ¿Acaso creíste, que el sabor dulzón de tu piel tendría que ser como un opiáceo que me elevase hasta el clímax? ¿Esperaste, quizá, que mi razón se transformase en sinrazón cuando tus manos y tu boca excitaban con desenfreno mi más íntimo secreto?

¡No! Jamás debiste pensarlo, ni creerlo, ni esperarlo, porque deberías saber que nunca permitiré que mis sentidos se obnubilen por el deseo, ni dejaré que el placer anule mi voluntad, ni consentiré que mi mente se confunda entre los vapores de la ansiedad.

Por eso, siempre te pedí que no me amases.

¿Imaginaste, por un momento, que tu compañía podría ablandar mi alma encallecida? ¿O, que tu piel cálida habría de convertir en tranquilidad mi desasosiego? ¿Y, por qué no, que con tu sola presencia conseguirías hacerme olvidar mis atormentados sueños?

Si imaginaste así, poco me conoces: a mí, que tengo a la libertad como el fin supremo; a mí, que no deseo que mis pensamientos erráticos sean interrumpidos; a mí, que añoro los espacios vacíos que forman parte esencial de mi vida.

Por eso, no dudé en pedirte que no me quisieras.

¿Consideraste, en algún instante, la posibilidad de que unos labios, sonrosados y húmedos como los tuyos, pudieran hacer que los míos temblasen al sentirlos próximos? ¿Hubo algo que te hiciera pensar que tu cuerpo, ese cuerpo esbelto y sinuoso, pudiera contagiar de pasión al mío? ¿Acaso pasó por tu mente, aunque fuera un solo segundo, la creencia de que tus manos, ligeras blancas y suaves, pudieran enseñar el arte de las caricias a mis dedos?

Si fue así, poco de razonamiento hubo en ti, pues deberías saber que huyo de los besos que luego me puedan atormentar, y del calor de otros cuerpos que después puedan dejar frío en mi alma, y de las caricias ajenas que siempre terminan antes del amanecer.

Por eso, no quise tus besos, ni tus caricias, ni el ardor de tu cuerpo, y así te lo pedí.


¿Existió alguna vez en ti la falsa certeza de que una palabra tuya daría alivio a mi alma? ¿O, que un papel escrito con frases de amor serviría para solaz de mis pensamientos? ¿Qué te hizo creer que un simple silencio entre miradas podría dar sosiego a mi cuerpo? ¿Tan poco sabes de mí…?

De haberme conocido un poco más, hubieras entendido que el silencio lo tengo dentro de mis pensamientos; y que las palabras, aquellas que son mías, son las únicas que dan paz a mi espíritu; y que lo escrito lo escribo para mí, sólo para mí, sin pretender que vaya más allá del papel que lo sostiene.

Por eso, siempre huí de tus palabras, y de tus escritos, y de tus silencios, y me alejé de ti.


Mas, de pronto he comprendido, después de que hayan pasado los años, por qué nunca fui capaz de sentir tu húmedo cuerpo sobre el mío, y por qué no me fue posible probar la suavidad de tus rojos labios, y por qué no permití que el susurro de tus palabras atravesara mis oídos. Ahora sé, cuando ya la vida comienza a terminar, que tú nunca has existido, a pesar de haber estado siempre a mi lado, y de ningún modo te pude pedir que me quisieras, aunque, sin duda, he de confesarte, que siempre lo he deseado.

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ANTONIO BLÁZQUEZ es un autor madrileño.
sin @ para impedir el spam ablazquezmadrid (at) yahoo.es

ILUSTRACIÓN RELATO: Fotografía por Pedro M. Martínez ©



Monográfico publicado en Revista Almiar con motivo de su V aniversario (2006)

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    Revista Almiar (2006-2019)
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