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Los amigos que
se perdieron

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Carlos Ramírez

Lima, viernes 28 de noviembre. «Aquí es tan densa la oscuridad que ni siquiera me deja notar la palma de mi mano. Parece medianoche, está muy tenebroso. Estoy parado en un largo túnel sin luz y sin salida que por momentos es iluminado por una centella que hace que no nos topemos uno con el otro… No sé exactamente dónde estoy, ni a donde iré… ¿Me gustaría saber qué hora es? Lo único que sé es que aún no deciden a dónde mandarme, eso me tiene un poco nervioso, y como nunca, me siento más paranoico alrededor de tanta gente desconocida. Espero que esto termine pronto y logren decidir mi destino. Yo aquí estoy preparado para lo peor que pueda venir, pero a veces la espera se vuelve más cruel que el propio dictamen final.

Cuando la centella hace su aparición por espacio de algunos segundos logro ver a gente que nunca vi en mi vida, personas de todas las razas que parecen ser sacados de esas películas antiguas y modernas, supongo, esperando su turno al igual que yo. Lo que me causa mucha angustia es que no me quieren hacer conversación, todos son muy huraños, hay mucha tristeza y rehuyen a estar en armonía, creo que hasta me hablan en otro idioma.

Ahora pasan por mi lado, casi por mi encima y no mencionan palabra, apenas hacen algunos gestos y murmullos que me hacen desesperar… Pero si en la vida todo es llorar y sufrir, creer en la felicidad es sólo un sueño loco…

Todo esto me hizo recordar la primera vez que fui a ese quinceañero por Comas, fue la fiesta más aburrida que viví en mi vida, esa vez no logré conversar con nadie en toda la noche, estuve peor que velorio, pero llegué a entender que el mal humor que llevaba encima fue el motivo por el que nadie se acercó a mí, es que el camino resultó tan largo, oscuro y feo para que al final termine en un local mal pintado de color rosado con verde; no podía creer estar metido en ese lugar, todo por hacerle la patería al pobre de Aldo; la pasé recontra mal, fue un asco, las chiquillas estaban en nada y los patas andaban más entusiasmados por emborracharse hasta el amanecer que en otra cosa.

También se me vino a la mente la horrenda fiesta de Año Nuevo que pasé con Penacho en la casa de su amiga en La Victoria. Esa velada la pasamos en compañía de unas cuantas amistades del barrio y su gordinflona anfitriona, ella era la más entusiasmada por la compañía, pero el entusiasmo resultó sólo para ella. Ese día también fue un desastre, de ese lugar logré escapar antes que se iniciaran los apapachos, risas fingidas y felicidades, eso fue lo más inteligente que logré hacer…

Si les cuento lo bien que pude pasar las veces que viajé fuera del país se convertirían —sin ninguna objeción— en puntajes sumados en mi contra y colocados en bandeja de plata peruana; no, toda maldad que pasó por mi vida deseo borrarla por un instante de mi mente, quiero que el arrepentimiento en estos momentos sea total y absoluto, aunque sea demasiado tarde…

Desde esta densa oscuridad quiero desearles a todos con quienes alguna vez entablé una conversa, o nos dimos un abrazo, un beso, o a los que simplemente desprendí un saludo alzando mis cejas o una forzada sonrisa, lo mejor en sus vidas. Ruego que nunca vivan los difíciles momentos en las que estoy transitando. Ahora se me viene a la mente una película a mil de velocidad con todos sus rostros: Rina, Marco, Yanina, Mayra, Liz, Efraín, Karen, Gino, Ana, Jessica, Alexis, Gustavo, Paola, Melina, Rafo, Franklin, José Antonio… ¿En dónde están ahora? Estoy seguro que estas líneas llegarán a ustedes y sabrán que fui en realidad un ser de carne y hueso, y que esta careta de chico malo, rudo, huraño y sin pizca de sentimiento fue sólo una mala envoltura de la que ahora empiezo a arrepentirme.

Fue en vano silenciarlo todo, siempre callé mis desgracias y ahora pretendo salvar mi vida. Se quieren llevar mi sonrisa que es la que más defiendo y pretendo protegerla hasta el final. Ahora sólo pido un poco de cariño. Si alguna vez mis palabras, mi verdad o alguna actitud les hizo llorar, quiero pedir perdón y terminar en paz.

Es una sensación muy extraña la que siento ahora, creo que me estoy convirtiendo en fantasma, me siento volar y me dejo llevar por el aire, sé que es parte de lo que tengo que soportar, nunca más tendré libertad, esta realidad me hace llorar, no quiero acostumbrarme a este mundo irreal que me atrapa y que empiezo a vivir.

Recordar lo pasado es todo, una emoción que me reseca el corazón. Ahora en este momento de silencio me salen cosas de verdad… El destino ahora nos aleja, es una prueba clara de aprender a separar lo material de lo espiritual. Es una lección de la vida. Hoy la vida se rompe. Hoy el destino nos separa. ¿Acaso no andamos preparados?

Desde aquí no veo a mis amigos. Hubiera hecho caso a Susana cuando decía que tenía amigos sólo de fiestas, que son los que nunca faltan; ahora puedo comprobar que esta chiquilla tenía razón, cuánto tiempo perdí con esos malagradecidos, cuántas veces los hice pasar grandes momentos hasta el amanecer, y ahora ustedes ni se acuerdan de mí, a pesar de eso los seguiré recordando hasta en tinieblas y locuras, e incluso hasta el espacio…

Sería un pecado en estos momentos no recordar a la Pelly, mi amiga. En cada escapada nocturna que dábamos sabía ponerme al tanto de todo lo acontecido en el sosegado vecindario, ese era su negocio, por lo tanto lo más bonito que logré encontrar en ella no sólo eran sus pronunciados labios, ni siquiera sus ojotes, ni su cabello palillo amarillo, sino su sincera y bondadosa amistad. Sé que te sorprendió el goce que sentía por el tema Mi primera elegía en la voz de Jesús Vásquez, pero Pelly, ¿era un pecado convertirme en un fan tardíamente de la criolla?, si es todo un confite oír interpretar en cualquier momento sus temas…

También me acuerdo de esos tres chiquillos con quienes pudimos compartir esos asfixiantes cuartos sin ventana y asientos de cinco de la Aduni. Lo último que supe de ustedes fue sólo de ti, hace unos días fuiste a visitarme… Me dedicaste algunas cortas palabras y hasta creo soltaste lágrimas, ese detalle quedó registrado instantáneamente en mi entristecido corazón. Lo valoro mucho…

Ahora me están llamando, es una pena cortar estas líneas, estoy nervioso por lo que pueda pasar, es el momento, es hora del final… Me han vuelvo a llamar, esta vez en tono más fuerte, tengo que ser valiente por última vez e ir al encuentro.

Esta carta va para todos los amigos que se perdieron en el camino… Estoy seguro que nos encontraremos...».


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CARLOS ALBERTO RAMÍREZ MAGÁN (Lima, 1977), es Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Diseñador Gráfico Publicitario; ha trabajado como redactor periodístico en diarios y revistas.

Web del autor: http://www.carlosramirezm.com/

Lee otro relato de este autor en Margen Cero: La novia de nadie.
* ILUSTRACIÓN RELATO:
La carta, fotografía por Pedro M. Martínez ©