· Índice Cuentalia (4)

· Página principal

· Música en Margen Cero

· Poesía

· Pintura y arte digital

· Fotografía

· Artículos y reportajes

· Almiar, en Facebook

· Twitteando

· ¿Cómo publicar en Margen Cero?





Historias para
no dormir (la siesta)

__________
Domingo López


Me despertó tapándome el oído con el cañón frío —lo supe enseguida— de una pistola. No oía el rumor del mar, lástima, y también supe inmediatamente quién estaba por manejar el gatillo. Vi, con la cabeza aún sobre el escritorio, cómo nos miraba impávido Sir Arthur Conan Doyle, mi gato y cerré los ojos, inmóvil e insoportablemente triste. Aunque mi vida nunca había valido nada en ese momento valía aún menos. Bostecé, entonces, sin querer, resignado.

—No seas maleducado con las visitas, aunque sean inoportunas o imprevistas y, sobre todo, no te muevas y no te hagas el imbécil, no me infles las tetas. Estoy decidiendo si destaparte los sesos ahora o mejor, cuando me des, si la has cambiado, la contraseña y la llave de la cajita fuerte que está detrás del mamarracho de aquel cuadro, el que pintaste en tus tiempos de artista patético.

Intenté sonreír y no pude. Me imaginé entonces sentado en el infierno, cariacontecido, mientras sus amigotas, las putas golosas, me sorbían el poco cerebro que tengo, por el agujero de la bala, con pajitas de colores. De pronto me apetecía volver a dormir, olvidar, rebobinarme para apagar mi vida, previsor. La muerte, pensé, tal vez, quién sabe, podía no estar del todo mal y arreglar algunas cosas, algunas, no había que ser demasiado optimista o avaricioso.

—Dispara, lo mismo hasta me haces un favor, fíjate.

Había leído recientemente esa frase en una novela y la dije casi como un personaje. Eso me gustó. Un personaje. Ella se rió como una burra demente, odiándome. Noté cómo le temblaba la mano. Un tirito bien tirado no es nada, pensé, casi dándome ánimos.

Sobre mi cara estaban los folios que había garabateado esa tarde, antes de dormirme sin darme cuenta. Imaginé los poemas manchados de sangre, mi cabeza despachurrada encima de ellos, guarreándolos. Aposté, casi desesperado, que la pistola debía ser una Veretta, no había mucho que perder y era la única clase de arma que recordaba.

—Es una Veretta, nena.

Incrustó el cañón aún más. Casi se podía oler la pólvora. La gente, efectivamente, por aquel tiempo se mataba por dinero, por un coño de categoría o por fastidio o aburrimiento. Y yo ya sabía cual de los cuatro motivos había elegido para encadaverarme o difuntearme sin más.

—Creo que entonces, como le iba diciendo, esta incómoda situación quizás sea producto de un malentendido, ...¿perdón, señora o señorita?

—Señorita, por supuesto. Lo sabes bien y por experiencia: lo mío es juntarme. No sentaré nunca la cabeza. Me lo decía siempre mi querida y ya muy podrida mamá.


No le veía la cara pero sabía perfectamente que la sonrisa de aligator debía de estar acomodándose, arrellanándose en su boca excesiva de rouge chillón. Al gato, con un ojo, si seguía viéndolo. No se había movido, seguía mirándonos como aburrido, pareciéndose cada vez más a un forense. Me dolía el cuello, la espalda, el corazón, la cabeza, los huevos y el alma.

—Si no te importa me gustaría mucho enderezarme un poco, cariño.

No dijo nada así que me fui incorporando lentamente, hasta tocar con la nuca el espaldar del sillón. Con la pistola dentro de la oreja. Atenta, por supuesto.

—Eres una pobre mierda —dijo con su habitual mononimia—. Y me hace falta tu pasta, querido. Sabes, creía que a estas horas ya estabas empinando el codo. Pensaba esperarte a que volvieras. Acuérdate de que aún conservo mi llave de la casa. Has tenido suerte de encontrarte aquí, así no he tenido tiempo extra de pensar en modalidades de ensañamiento...

Era verdad, aquélla tarde no bajé a beber a la borrachería de la esquina. Se me fue la olla escribiendo, o mejor dicho, cavilando sesudamente plagios, maquillando con suma destreza versos y estupideces de otros.

—Al carajo, —dije—. ¿Se puede saber a qué coño has venido en realidad?

—Ya te lo he dicho. Tengo deudas y vicios que pagar. Y me dejaste tirada ¿No te acuerdas, cabrón?


Me dieron ganas de estropearle un poco la nariz, de un solo golpe, certero, pero lo único que hice fue mirar de reojo por la ventana.

Nada. En el aire del cielo de Mayo no había donde agarrarse, ni a una nube, ni a un pájaro siquiera.

—Me cansé de tus borracheras, me cansé de que fueras por ahí libando cojones.

—Fue mi carácter samaritano, pobrecitos los hombres solos en los bares. Y para salvarles la puerca vida había que hacer algo. «Semen retentum venenum est» ¿no?

Qué disparate vivir, pensé, harto de su voz y de mí y del día y del mundo y el gato.

—La primera vez —prosiguió—, te puse los cuernos, emocionantemente, por gusto. Luego todo fue ocasión de aceptar copas gratuitas e ir rellenándote la cabeza poco a poco ¿no? La carcajada se debió oír en toda la ciudad y parte del extrarradio. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba ebria o drogada. Y lo que pasó a continuación prefiero no contarlo. Para qué. Todo sucedió muy rápido y fue, inevitablemente, demasiado violento. Sigo teniendo buenos reflejos y ella simplemente se despistó un poco, se le cayó el arma y resulta que la recogí yo. Y bueno para abreviar diré que al final, ciertamente, los poemas se mancharon de sangre. Pobrecitos. Pero no fue la mía. Ah, y que de paso, aprovechando la herramienta, decidí quedarme sin gato.


__________
CONTACTAR CON EL AUTOR
dlhumanes(a)navegalia.com