Póquer literario con
Lucian Freud


 

Presentación
 

Una nueva propuesta de nuestro póquer literario a través de los personajes de Lucian Freud, considerado uno de los retratistas contemporáneos más originales e intensos. La visión de su obra es siempre una experiencia impactante e inolvidable.

 

Lucian Freud, nació en Berlín en 1922, emigró a Londres con toda su familia de origen judío en 1933 y se hizo ciudadano británico en 1939, a los 17 años. Su trabajo está inexorablemente ligado a su abuelo Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, al que sin embargo Lucien apenas conoció y las conexiones entonces parecen quedarse allí, en el ilustre apellido, más allá de que muchos estudiosos insisten en ver algún patrón genético en la particular manera de retratar de Lucien.

 

Lucian Freud comienza con una paleta clásica y suave. A medida que avanza, las obras cambian de ritmo y de contenido, la expresividad sufre un crescendo de realismo explícito e impúdico, nunca obsceno, pero sí se entierra en la búsqueda introspectiva que es la marca de su arte.

 

Los cuerpos, especialmente los femeninos, aparecen deformes, enfáticos, flácidos, tamizados por cierta crueldad. Sus cuerpos son cuerpos deshechos, de carnes trémulas como si no tuviesen huesos, cuerpos sin felicidad y permanentemente sumergidos en el ansia.

 

A veces los rostros, ya sean de personas comunes o de personajes famosos,  son representados sin indulgencia o atenuaciones. Todos están expuestos en la superficie a mostrar sus tormentos o las angustias escondidas que unen a todas las personas, vengan del sector social del que vengan.

 

Lúcido y activo a pesar de sus 83 años, Lucian Freud, siempre fiel a lo figurativo, continúa pintando sin pausa. «La única cosa que me importa ha declarado es pintar». En cuanto al origen de sus retratos fabulosos: «Todo es autobiográfico y cualquier cosa puede convertirse en un retrato». El poder de atracción de su arte proviene no sólo de ser brutalmente directo sino de la capacidad de conmover.

     Esperamos que de esta capacidad de conmover surjan conmovedoras historias en la pluma de nuestros colaboradores.

   Febrero 2006

 


 


AUTORES PUBLICADOS

Carmen López León l Pedro Pleite l Mary Carmen l Alejandro Salvador Sahoud l Mario Santiago l Nieves Jurado Martínez l José Mañoso l Mefisto
 


 

 

 

Madre, ¿qué haces aquí?, ¡no entres, no mires!, cierro y nos vamos juntos tú y yo, papá nos estará esperando en casa, ¿verdad?; papá sentado como siempre en su sillón rojo, dispuesto a preguntarme cómo me ha ido en el Hospital, si ya me han hecho el contrato, si el Profesor Goyanes ha tenido en cuenta el trabajo que le presenté. 

Y tendría que decirle una vez más, que no ha leído los más de dos mil folios que he estado redactando este último año. Que no se ha parado a considerar ninguna de mis hipótesis de investigación para proporcionarme los medios de llevar a cabo alguna de ellas. 

Ya no soporto que papá adopte esa actitud expectante cuando regreso a casa y  me mire después con esa pesadumbre que le nubla los ojos cada vez que ve frustrada su esperanza de que su hijo sea conocido en el panorama científico.

No te asustes, madre, ¡no te dije que no miraras, que tú no entiendes de estas cosas!

Ahora iremos a casa y papá se vendrá conmigo, y desde aquí llamaremos al Dr. Canellas, el neurólogo, y quizás también al Dr. Rovira, el patólogo.

Quiero que papá esté presente cuando ellos comprueben que al menos esta hipótesis es cierta, que la privación de oxígeno en el cortex conduce irreversiblemente a la destrucción de las neuronas, incluso de los cerebros más brillantes, como el del ilustre profesor Goyanes Espín, Catedrático de Neurocirugía.

Carmen López León

 

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Noto como Alison reprocha mis silencios cuando soy consciente que los suyos son más amargos e intensos. Lamenta mi contención, mi inmadurez frente al cariño, en tanto que soy pasivo a sus caricias, a su afectividad y a todo lo que ofrece con su mirada. A estas alturas de nuestra relación, sólo soy capaz de responder con el mutismo.

Desde hace cinco años, sé que no acepta mi realidad, o tal vez sea yo quien la niegue. Vivo de manera incompleta, sin autonomía para sentir fuera de mi cuerpo, reclamando la necesidad de ser querido, rodeado por una nube de insatisfacción. Alison actúa como una autómata. Compartimos la rutina y agotamos el tiempo en actitudes propias de vidas plastificadas por la monotonía.

He llegado a hacer ostentación de una desinhibición corporal, mostrando mi desnudez de forma primaria, incluso animal y procaz, como un intento de reflejar la que en mi interior se consume. Pero Alison sigue ausente frente a esta lascivia provocadora. Busco su reacción, a ser posible violenta, capaz de generar en mí la vitalidad que duerme en este cuerpo inerte. Todo inútil. No existo. Me rebelo y grito.

Doctor, soy la enfermera Alison Müller. Tengo a mi cargo al paciente de la 413, Ernest Kramp. Tiene un cuadro de esquizofrenia catatónica desde hace cinco años, a raíz de la perdida de su familia en accidente de tráfico. Nunca ha sido capaz de comunicarse de forma alguna en todo este tiempo, pero hoy, y eso es la razón de llamarle, ha pronunciado dos palabras: «Te quiero».

Pedro Pleite

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La certeza

Esta soledad de no estar sola, aviva la imaginación y el deseo de pensar, de recordar cada uno de esos momentos que estallan en sus ojos, de verle hasta cuando no está, de sentir sus caricias cuando no las tiene, saborearlas y revivirlas en silencio… Lo que dicen, lo que entregan tras una puerta convertida en hogar, henchida de secreto….

Y piensa en cómo la mira cuando sube una escalera, o en la mano traviesa buscando su piel bajo la ropa, clandestina, breve, intensa... Se queda quieta, sentada en la cama, pensando, y es como si no existiera más que en la imaginación de ese hombre tan querido, en su sueño imposible y en su deseo de ella. Se siente flotar, vestida de luz, de su luz...Y le daría la vida si se la pidiera, le daría sus ojos y su boca, su cuerpo y su sonrisa, con la certeza de que ése sería su sitio, su mejor sitio... él.

 

Se haría pequeña, más pequeña, para colarse en su bolsillo y viajar con él a donde fuera, formar parte de su cuello, de su voz, de su estatura, del susurro que regala en su oído y que suena insistente cada segundo de ausencia, como si nunca se marchara, como si nunca saliera de ese rincón que les contempla cada día, con la certeza de que así debiera ser, de que merecerían abrazarse en plena calle y hacer estallar el grito de este amor... No será así, lo saben, pero siguen soñando, acurrucados el uno en el otro, encogidos ante un miedo que les frena y osados ante la posibilidad de desnudarse en medio de la noche y soñar con los minutos tras la puerta, caminando peligrosamente sobre la línea que separa, en la acera, el sol de la sombra. Con la certeza de tenerse, al menos así, con la certeza de no estar solos en su soledad, con la certeza del recuerdo sólido y feliz, instalado, acomodado, con la certeza de volver… de renovar el susurro, el beso, las palabras, la caricia, tesoros del pensamiento que iluminan sus miradas.

Mary Carmen

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Imaginaria

Las de la casa de piedra, según contaban los que vivían cerca de la construcción, eran más de las que siempre se veían desparramadas por los senderos pedregosos de la sierra, cumpliendo menesteres rituales y minúsculos.

A pesar del aislamiento en que vivían, allá arriba, detrás de todos los recodos, su presencia había motivado muchas fantasías en los lugareños, que se acercaban a espiarlas con esa curiosidad que tiene la gente de los pueblos pequeños.

Luego, había que escucharlos hablando de «las de la casa de piedra» como una leyenda cuya tradición oral iba impregnando las vidas de todos. Inclusive la mía.

Ellas, entonces, en la boca de todos, iban perdiendo realidad. Iban haciéndose seres de la sierra, alejados de la relación humana por algún motivo que cada quien que hablaba podía inventar, falsificar o callar.

Yo oía las historias, con la incredulidad que esas voces entre paganas y chismosas ameritan. Pero luego, en la soledad vibrante de la siesta, cuando el calor se vuelve un áspero hervidero de cigarras, sobre la cama y en el silencio, fabricaba las mías, encima de las historias de ellos.

Me gustaba especialmente imaginar a la «muchacha de la rosa».

Según contaban las gentes, era una de aquellas que nunca se veía. Estaba, pero como un ánima, que de vez en vez era una forma tenue, una sombra sobre una piedra, una voz que cantaba en algún lado, imprecisa, lejana, casi inexistente. La «muchacha de la rosa» andaba con pies leves por los senderos de arenisca. Tan leves, que solamente quedaba de ella el perfume y un dibujo de su huella en la arena.

La seguí muchas veces.

Fui detrás de su rastro con la nariz alzada a su mixtura de rosa e hierbabuena, perplejo y deslumbrado detrás del huyente fulgor de su cabello, apenas, una luminosidad entre los árboles, un reflejo bruñido de un sol rojo con cadencia de ala.

La seguí muchas veces, hasta los límites de piedra de la casa, por entre el zarzal y los helechos, con el cuerpo lacerado de espinas y de filos, mientras el aroma era una cuerda de aire que me llevaba a ella.

Seguía un resplandor, un contorno de la forma de nada, una reverberancia, un espejismo.

Aún ahora, después de tantos años, la persigo por los mismos caminos y me detengo siempre en el mismo lugar, sin asomarme al interior de piedra.

No quiero imaginar que «la muchacha de la rosa» sea de carne.

Alejandro Salvador Sahoud

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Hoy, y como siempre lo es en los días de mucho calor, es día de desnudarse. Todas las mujeres de la casa, aprovechando que los hombres se han ido a trabajar, nos quitamos la ropa, nos ponemos en cueros y nos tumbamos en el sitio que mejor nos acomode. Aunque ese sitio nos haya costado pequeñas batallas ganarlo (arañazos y jalones de pelo entre mi hermana y yo, indirectas y frases veladas entre mamá y la abuela). Yo, por ser la mas pequeña, siempre soy la gran perdedora. Como sea al final cada una ocupa un punto cardinal de la casa, o más bien de la sala, que es la habitación mas ventilada. Siempre soy la última en desnudarme, porque prefiero acalorarme primero hasta mas no poder, hago flexiones, corro —de propósito— por entre los cuerpos horizontales y desnudos y brinco por encima de ellos, cosa que provoca la mar de insultos y amenazas mientras yo me río, pues es tanto el calor y la flojera que nadie es capaz de mover un dedo para castigarme. Por fin, todas desnudas nos hundimos en un semisueño que nos permite aún ciertos actos reflejos, como el masticar chicle por parte de mi hermana o el eterno rezar por parte de la abuela (¿Dije que la abuela es la mamá de mi mamá?). Antes de caer en el sueño total contemplo uno a uno los cuerpos, las piernas largas (muy largas) de mi hermana, los senos redondos y perfectos de mi madre, la baba asquerosa escurriendo de la boca sin dientes de la abuela, y otra vez los dulces pechos de mamá, quiero estar junto a ellos, sentir de nuevo el sabor del amor en su leche, sí el sabor del amor inundando mis venas y ser de nuevo una cría feliz, muy feliz. Quiero levantarme, pero el sueño es invencible (ser una cría de nuevo), el calor es demasiado (los pechos de leche), el sueño es (piernas largas), el sueño (el amor escurriendo), mucho sueño (la baba como leche), mucho... sueño... mucho... sue...

Mario Santiago

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La agonía de una pasión

¡Mírame ahora! La palidez de mi piel recubre la habitación donde meses antes tú me castigabas con violencia mientras me penetrabas una y otra vez. Mira mi cuerpo ahora seco y frío, tirado como un saco de huesos. Me buscabas gorda, pero me deseabas así, delgada con el esqueleto caminando lánguido por tus asquerosos sueños.

Pero tu perversidad te hacía hundirte en mis carnes demasiado llenas y flácidas, y después te sentabas desnudo mientras te tocabas desesperadamente, y luego volvías a mí, con la insistencia de un perro en celo. Y siempre en esta misma habitación, refugio de mi agonía y de mi muerte, testigo de tu crimen. Un lugar nimio y deplorable con un hedor rancio y repulsivo que se extiende por todos los rincones como el humo de los numerosos cigarrillos que nos fumábamos. Ni siquiera podía limpiarme las heridas, porque mis fuerzas huían como huyen los pájaros ante el sonido estridente del arma del cazador. Así eran nuestros encuentros, llenos de sexo y palizas. Mis lágrimas caían cálidas sobre aquel viejo sofá, golpeando con la insistencia de la lluvia, y tú sólo bebías y bebías. Y tus ojos miraban lejos detrás de aquellas gafas rotas y sucias, esperando encontrar alivio para tu alma doliente e insegura. No sé por qué te quería de aquella manera tan enfermiza, ni por qué mi corazón daba vueltas cuando oía el sonido de tus zapatos golpeando el suelo del pasillo como la vieja aldaba de un prostíbulo. Pero cuando abrías la puerta me encontraba cara a cara con el miedo. Miedo en estado puro, miedo sentido, olido y tocado. Porque para saber qué es el miedo no basta con haber oído hablar de él, hay que vivirlo.


Nieves Jurado Martínez

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Lucian se detuvo. Miró de forma altiva a la joven que, junto a la entrada del metro, estaba inerte con su perro, como dormida. Lucian pensó que soñaba con otros tiempos mejores, quizás cuando era una dama acompañada por su fiel mastín, cuando la mesa tenía mantel y no un periódico con desperdicios de la basura, cuando los inviernos eran cálidos y en los veranos la brisa mecía las sedosas cortinas de la estancia. Si Lucian le hubiera apartado el brazo habría visto en su rostro que aquél sueño no tendría amanecer.


José Mañoso

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Vaga mi memoria por el camino del tiempo, recorriendo estrechas calles llenas de mi suciedad y perdiéndome entre los arrabales del olvido. Poseído por la enfermedad llamada juventud creía que todo estaba al alcance de mi mano para ser saboreado, disfrutado, explorado... Pero Cronos acabó posando su mano sobre mí y marcó mi cara con las huellas del fracaso, de los sueños rotos y de los equivocados pasos. Hoy ya no me importa nada, soy nativo de la tierra de la locura y son pocos los instantes en los que la abandono. Loco, loco, loco, ¿Qué es la locura?, no me importa nada ya no habito entre vuestros deseos, hipocresía, juicios y metas. No quiero nada de vosotros, no quiero nada que me pueda ofrecer la vida sólo vuestro olvido y el mío. Desnudo ante el mundo, ante la vida, ante el dolor y la amargura.

Mefisto

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ESTA ENTREGA ESTUVO ABIERTA A LA PARTICIPACIÓN
HASTA EL 16.04.2006.

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Póquer literario, es una sección
ideada y coordinada por Carmen López León
 

* Leer relatos de anteriores entregas de Póquer literario: Edward Hopper l Botero l Lucien Freud
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