Jirón de prado,
nube pura, sol perfecto, casa y universo y clarinada. Jungla de sueños,
jaspes arrojados. Jaula de cristal, hembra jadeante. Juego de garza, junco
en la alborada. Jovial esencia. Jubiloso asombro. Hurganza sintiendo el
chasquido de los pasos. Insomne noche rebelada. Magma imaginario. Alarido.
Angustia, crispación y grito. Vacío pleno de inminencias, intersticios.
Filos y fisuras del mundo y del lenguaje, hendiduras. Configuración del
inacabamiento, ruptura momentánea, pasajera pregunta, ligereza de sílabas
girando. Conjuro de la selva, compromiso, riesgo, desafío, soplo de aire,
poder de creación. Agua clara, rayo, ciego asombro, sol, susurro de semilla,
fluir inagotable del murmullo. Génesis, memoria vegetal, larga sombra
de cópula y prodigio, fraternas potestades del insomnio. Apoyada sobre
el puente, sola y de pie, en la larga noche insomne. Forma de vida, asombro
deshojado, algún día oficio de los hombres. Bandera del milagro, borde
de la luz, torre de paz, lágrima del mar, espuma de la noche, temblor
de espuma, piel de sol enfurecido, piedra de los dioses, sueño de la piedra,
piedra de los sueños, fecunda entraña de la luz. Vasto rumor de plumas,
adentro en la espesura. Andadura, pasturanza, festín de sombra y llama.
Plato de aromada miel. Idilio, diosa aparejada, milagro del insomnio,
azul tormenta desatada, en la nochumbre, a vista del rocío amanecido.
Blanca palomica en soledad herida, en uno de los ojos de pronto reclinada.
Flujo y reflujo en comunión altiva. Relámpagos de sombra, adelantándose
a los designios. Crepúsculos desangrados al borde del ocio.
Hondas navegaciones.
Larga quemadura, pávida voz, diadema planetaria, hecha toda de cólera
y ternura. Gira, sube, baja, se detiene; estremece, vuela y vuelve. Viene
de la nada. Viene del sueño. Toca tierra. Lleva sonidos de metales, de
sangre, amor, huesos, nervios; de hambre, guerra, horror, pavura. Conoce
el canto de las aves, el silencio del paraguas. La melancolía del guanábano.
El sitio del silencio. Las alas de la noche y de la lluvia. El gemido
de las nieves. Las voces de la sangre. El paso de los días. El regreso
del sueño. El rastro del celaje. Sabe el tamaño exacto de la pena. Conoce
el lado oscuro de la rosa y la terrible majestad del pan. Su grito de
cigarra navega en la muerte y se cuida de lo vivo. Ronda en soledad por
muchas albas. Sale de su envoltura para asombrarnos. Un querer apoderarse
de los sueños de las cosas, de las luces de los pájaros. Rebelarse contra
la muerte bochornosa. Poner las cosas en su lugar, los signos en su lugar,
las pausas en el suyo. Asombrarse de tanto ayuntamiento cósmico entre
los seres, objetos y conceptos. Ir tras la polvareda del aire, las voces
de la luna o de la lluvia, la flora del variado enigma. Llegar al interior
del hombre, a la mejilla curtida de la tarde. Cambiar la historia. Amar
la tierra y amar al hombre. Alumbrar los montes por las noches, alumbrar
los montones de hambre a la intemperie. Preguntar por la alegría. Seguir
preguntando. Rescatar todas las preguntas de los otros. Preguntar por
la rosa sin subvertir la rosa. Preguntar por los juegos, por los niños,
por sus risas.
Salvar las
preguntas de los niños para que el hombre no pierda jamás su asombro.
Nombrar la libertad. Inventar la vida en lo alto de los árboles para salvar
los pájaros de la tierra. Encender el fuego. Morir cantando. Vencer la
muerte. Sacudir asombros. Esparcir los altos sueños, la fuerza de los
ríos, el color de los pájaros, las canciones, las hierbas de las tardes.
Devolverle vida a la tierra, color al arco iris, alegría bullanguera a
la lluvia. Andar rompiendo cercas y levantar en su lugar enredaderas de
jazmines que convoquen el aliento del hombre hacia su destino cósmico
y vegetal. Dar con nuevos alumbrajes. Participar en la fiesta de la vida.
Preparar un manjar que alcance para todos. Ver morir a la gacela bajo
los tamarindos. Vaticinar, profetizar, bucear en las tinieblas de los
tiempos. Clamar contra la impiedad, la opresión, la codicia, la crueldad.
Arrullar, despertar, mecer, golpear, gritar, empujar. Medir, valorar.
Saber bien dónde hay barro, en qué lugar hay sangre, dónde queda la razón
y dónde la justicia o la injusticia. Invitar al sol. Encender la luz.
Profetizar contra los explotadores, los embaucadores. Interpretar los
remolinos. Expresar al pueblo. Avivar el fuego. Sumar la voz al coro.
Fundir los versos en acero. Amarrar el viento viejo. Construir la nueva
levadura, el nuevo pan: la paz, el lauro, la memoria. Con la primavera,
caminar al mercado entre panaderías y palomas. Dar socorro a nuestros
sueños, más allá de cruces, lenguas, misterios, milagros o lejuras.
Despertar
la nueva madrugada. Entre dioses, manglares, árboles y piedras,
con las enredaderas, los torrentes, las cerbatanas y todos los azules
y caminos, agregarle estrellas a los cielos, despiertos con el despertar
del viento, a libertad por todos los caminos. Enterrar la muerte. Inventar
la sombra. Abrirle los postigos a la noche. Cerrar los ojos a la luna.
Dar con el árbol del primer camino. Con la vereda que nos vio salir. Tomarle
el pulso al hambre. Saber del diapasón del pobre. De las creencias de
Dios y sus costumbres. De los rituales del viento y sus cofrades. De la
imagen horrenda del futuro. De la luciérnaga y su antiguo enigma. Saber
de la escritura de las piedras. De la alta transparencia de los mudos.
Del colosal silencio de los grillos. Tantearle a los sueños sus luceros.
Conocer las entrañas de las hojas. El corazón del bosque y sus vitrales.
El páramo, sus cuitas y plegarias. Desenterrar el misterio de la rosa.
Ahuyentar la sombra y sus reveses. Escapar del ladrido de la calle. Del
hosco muñón del peregrino. Del puñal que en la acera nos espera. O del
barco que acecha nuestras costas. Dar con el ámbar del primer arroyo.
Traspapelar la terquedad del lunes. Aullar juntos delante de los cielos.
Escucharle al pobre su alarido. Compartir esperanzas con el árbol. Expulsar
el despojo mutilado. Ser libres así el fuego nos cercene. Quitar algunas
comas al crepúsculo. Ver la noche sin que nadie contradiga. Eludir la
risa ensangrentada. Dar con una migaja de soledad marina. Atravesar, siempre
a la intemperie, incertidumbres, agonías, interrogantes y tragedias.
Dar forma
al vacío de modo que éste sea posible; ojos al poema para que pueda
cruzar la calle; alas a Dios para que pueda llegar al hombre. Robarle
sin que sepa una sonrisa al sol en la arboleda. Cruzar, no la aurora,
sino el alma en que ampara su soñar. Ventilar, aupar, asolear la eternidad
cada día. Verse en el cielo gris, en la trémula víspera del júbilo. Escuchar
a la soledad y dirigirle la palabra. Llegar con los ojos abiertos a la
mirada final. Contar con la vigilia para el día. Con porvenir para fraguar
enigmas. Pedirle a la luz que nos espere. Reprocharle al alba su tardanza.
Correr el peligro de la vida. Abrazar el asombro de la muerte. Cantar,
arder, huir, como un campanario en las manos de un loco. Sentir el golpe
de agua dura y recogerlo en una taza eterna. Hablar consigo sin saber
con quién, deshojando el silencio de la altura. De alguna manera decidir
dónde plantar los árboles, de nuevo. Recibir en el alma las manos temblorosas
de la lluvia a plena luz, camino de la sombra. Defender la luz del mundo.
Ver los árboles. Oír los pájaros. Caminar entre la gente y saludar al
sol profundo que brilla en el corazón de los humildes. Mirar el llanto
oscuro que hay al fondo de todos los rincones. Verse en el que tiene más
de mil años de pedir pan y sueño, en el que no tiene camino que seguir,
en ese corazón asomado al espejo de sus enigmas. Detenerse a la orilla
sangrante de una lágrima. Acercarse a los que sueñan o sollozan, o tienen
hambre y sed bajo el cielo. Adentro de las pequeñas casas de cartón, escuchar
el sonido de las lágrimas.
Dar con la
definitiva claridad del hombre. Saber cuándo, con qué fuerza, de
qué modo asumir nuestro destino. Irse noche abajo perdido entre las piedras
y las flores, entre las sombras y las nubes. Limpiar el poder cuando corrompa.
Vigilar mientras todos duermen. Unir lo posible con lo imposible. Mantener
abierta la palabra. Sacar la flor de las cenizas. Llevar el infinito a
cuestas. Salirle al paso a la mirada. Alentar todas las formas. Alumbrar
la maravilla. Encender relámpagos. Asombrar al tiempo. Descubrir el secreto.
Sentir las sombras. Fundar los sueños. Salvar al hombre. Amar al viento.
Decir verdad. Seguir puntualmente al sol. Sentarse en el lugar del hambre.
Acordarse del viaje hacia la sombra. Despertar a latigazos el silencio.
Mantenerse como un latido. Llevar a peso las palabras. Reinar sobre la
muerte. Revivir cada día. Salvarse juntos. Festejar la vida. Cambiar la
vida. Transformar la vida. Hacer más vivo el vivir. Llegar vivos a la
muerte. Dar con la antigua trocha de la paz. Salvaguardar al hombre que
florece, la lumbre lubricante de la piedra, la huella que nos lleve. Sentir
la muerte girando en los talones. Sentirla girando en los Guantánamos.
Sentirla cagando en los hambrones. Hacernos solidarios. Morir de asombros.
Descargar nuestros almácigos. Dar con los sueños que inventamos. Vivir
mientras el alma nos suene. Morir cuando la hora nos llegue. Ver regresar
la primavera. Pasar a tiempo la palabra. Rebelarse contra la muerte. Florecer
sobre la tumba. Querer hacer corpórea la nada —estupor encarnado, relámpago
que te ladra y se apaga, furiosa pasión por lo tangible—. Ser a través
del otro. Partirse y abrirse para el otro. Desgarrarse con y para el otro,
ser. Hundirse, hurgarse, ser, sentirse, serse.
Recoger la
palabra. Reverenciar el silencio. Convocar la palabra del otro.
Una palabra liberada, purificada, primordial, esencial, resolutiva, signo
del ser, una palabra-ser. Indagar, buscar, inventarle explosiones a la
palabra. Darle rienda suelta a la palabra. Que la palabra revele el porvenir.
Palabra por palabra, decir lo que pensamos, con la seguridad del sabio,
la transparencia del niño o el alarido de los locos. Reconocernos al encontrarnos
con la palabra. Sacarla del baúl de nuestras vidas para empezar a compartirla,
adulta, fraternal, con el soldado, la patria y la arboleda. Rasgón, terrazgo,
espada, triza, tajo; cópula, ramazón o ramalazo; las palabras compiten,
competen y complotan. Únicas capaces de recuperar al hombre, aventar la
noche, inventar el sol o convocar al vino. A pesar de la miseria o la
grandeza humanas, cañas pensantes todavía, crédulos o incrédulos, tímidos
o temerarios, ángeles o bestias, antes que confesar nuestra impotencia,
hablar de una vez para mañana. Pronunciar la palabra decisiva que la vida
y la historia nos vayan enseñando. Envueltos en subversiones y versiones,
marchas y contramarchas, dar con la palabra necesaria. Confirmar que la
civilización no es más que una injusticia armada. Que la poesía es una
insurrección. Que el poeta no se ofende porque le llaman subversivo, cuando
le dicen insurgente. Decidirnos por la libertad de la palabra, hasta hacerla
timón en nuestras manos, frente al vendaval, la noche y los dioses que
nos cruzan, confusos y ominosos. Enseñar la palabra al hombre que llora,
hambriento, cabizbajo, en su bravura.
Lugar por
excelencia de lo humano, en la palabra vivimos, nos movemos y somos.
Como la patria, en desdicha, en hechura o en deshonra, en ella gime, vive
o sobrevive. Hacer buena la palabra. Hacerla voz, viveza, arado; lengua,
paz y pueblo; combate, libertad, salario; amor, vida y arte. Arte subversivo.
Violación de límites y paciencia represiva. Rebasar lo permisible. Transgredir
lo decible. Asumir la razón poética, en creación, asombro y maravilla.
Concebir la magia de la estirpe o raza, su visión real, irreductible,
ineludiblemente misteriosa, amarga, mortal o vengativa. Palabra en alto.
Y la victoria crecerá despacio como siempre han crecido las victorias.
Videntes, alucinados, intermediar la fuerza oculta. Jugar a la paz con
el soldado o con el niño que nos reta, vagabundo. Recobrar, antes que
la pólvora, la palabra, su encanto germinal, su magma, su hermosura, su
historia, su legendaria esquina, donde espera, acurrucada, el hambre,
en miseria cobijada. Asistir al combatiente, en cárcel, en rincón, enfurecido.
Hacerle conciencia conflictiva, desgarrada. Empuñarla, fulgurante, solar
y duradera. A favor de la apuesta, la batalla y la final victoria. Palabra
en mano, volear la pródiga semilla sobre el campo, el hermano y la pradera,
en sincera alianza, tras un despuntar de claras madrugadas, de gracia,
paz y vida nueva. Palabras y más palabras, cataratas de palabras. En la
distancia del futuro, el vuelo de las palabras, rebeldes en el tiempo
y al olvido refractarias. Cuesta arriba, cuesta abajo, las cosechas de
palabras, buidas y aceradas, por las sendas urticantes. ¿Hasta cuándo
la calificación de las palabras?
Alma arriba,
alma abajo, meridiano esclarecido de nuestras ansias refulgentes.
Lejos de tantas patochadas; lejos de perlas, monjes, molinos o castillos;
de confundir caballo y hombre, pueblo y pólvora; lejos de diferenciar
fusil de patria, vino, oficio, trago y trigo; vida, misterio, alma y poesía;
dar palabra, corazón y mano; empeñarlos, cruzarlos con el hombre, sus
asuntos y sus sueños, manteniéndolos en pie de guerra por la paz o el
pan que hagan falta. Frente a una palabra enmascarada, fantasiosa, una
clave, articulada, lujuriosa, pertinente; una palabra activa, digna, apasionada,
certera, cruda, furente, fehaciente, empuñada, insomne, verdadera. Una
palabra que golpee al mundo y acompañe al hombre. Urgida, llameante, inextinguible.
Adecuada al enigma universal y al majestuoso corazón del hombre. ¡A pulso
de vinagre, vino y júbilo! La palabra sólo es. Tenemos que fluir con ella.
Entregarnos al momento. Dejar que como el vino ocurra. Escuchemos los
relinchos de la noche, conozcamos las lluvias subterráneas y sepamos para
lo que sirve una flor, una hamaca, una colina. Atisbemos un poco la rendija
para ver cómo se asoma el hombre. Abramos la trocha que nos lleve al hombre,
al mundo, a la muerte o a la vida. A proteger al pueblo con palabras.
A presenciar todas las agonías. A ser labriegos de nuestra propia voz.
Somos la palabra que está naciendo, la misma que se detiene y volcará
como campana su acero y su sonido hacia todas las mañanas. Basta un lucero
para que haya noche. Basta un quejido para que haya día. Construyamos
el porvenir y el amor telúrico desenfadado y sin banderas. Demos forma
a lo invisible. Palabra sola, labra nuestra paz. Ordena el espesor de
la tardanza. Amartilla tú sola nuestra espera. Sacando cuentas y después
de todo, tú sola y para siempre la palabra.
(Día de la Poesía, 2010).
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Pablo Mora
nació en Santa Ana del Táchira (Venezuela),
en 1942. Licenciado en Letras en la Universidad Católica Andrés Bello
(1966) de San Cristóbal, Estado Táchira, Venezuela. Obtuvo doctorados
en Psicopedagogía y en Periodismo en la Università degli Studi di Torino
y La Università Cattolica del Sacro Cuore de Milán, Italia, respectivamente.
Ejerció el magisterio desde 1969 y la docencia universitaria desde 1973
a 1994. Profesor Titular Jubilado de la Universidad Nacional Experimental
del Táchira (UNET), de la que fue Director de Cultura. Asesor del Despacho
Rectoral de la UNET en el área comunicacional durante los años 1992 –
1999. Autor de la Letra del Himno de la UNET. Espéculo, Revista Electrónica
de Estudios Literarios de la Facultad de Ciencias de la Información de
la Universidad Complutense de Madrid (España), en los Nos. 9 a 31 de los
años 1998 a 2005, ha publicado veinte ensayos de este autor.
Web del autor: http://www.poiesologia.com/
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