Una cicatriz empolvada es una mueca,
un espejismo, es una nada...
Es una esquina encubierta.
Es una herida
para un aire que se oxida y sólo quiere
flores en su ojal.
Es una mella,
es la muesca
del oprobio en cada frente,
es lánguida muñeca
rota o deshojada...
Es la mentira en cada rostro,
es vergüenza
del volumen o del frunce de tu cuerpo,
de tu verbo,
que navega timorato gesto avanti...
o el rubor disparatado,
inclemente de tus manos.
Es abominada identidad,
o cetrino descolor
en los rasos de tu alcoba,
desproporción
en los bajíos de tu fuente,
tu venero, tu raíz.
Es un grito perenne que
pellizca el sin sentido,
es plagio patético del alma,
es un tizne, es un tizón
candente en el espíritu
al que bastaría
ser él mismo
tan solo
y tan entero como es,
en su misma mismidad
sin disimulos,
y es el mismo que quisiera
ser naturaleza amante
con su piedra
y con sus charcos,
con su brezo de secano o de humedal,
con su árbol, con su arbusto
de todos los tamaños,
con su ardilla y su ratón,
con su enjambre y con su fiera,
con su cielo
sangriento o de cemento
con sus bancos de algodón o de cobalto,
tan sólo y simplemente con su ser
y con su vida en movimiento.
A ellos y a cualquiera nos debería bastar
con la riqueza inmensa
de tan sólo y tanto ser
precisamente lo que somos
nada más y todo eso.
Ser sin maquillaje,
sea clavo o gozo,
piedra o cielo.
Enjambre o lodazal.
Cueva subterránea,
casa o cumbre,
paraíso,
herrumbre o corazón.
Arena del desierto
destella
«El mirlo en la incandescencia
de tus labios se extingue».
Antonio Gamoneda
Es tu
recuerdo en mi piel
algodón y fuego blanco
que se desmaya incandescente.
Perfume de esencia
o sal entre mis dedos.
Tu licuaste la pared
que me tenía sujeta.
Triunfaste en el asedio
de mis fuentes.
Concebiste la onda tenue
que inesperada
hizo temblar la piedra de mi espíritu.
Creaste nueva huella,
mella indeleble,
mirlo abrasador
de amarillo vórtice
vertiéndose en mis labios.
Tanto y tanto te añora el aire,
aunque que no lo pensó,
aunque no lo quiso,
y aún así ahora
desmenuza tu eco
en sonidos de oquedad.
Lames dulce las heridas
donde te desnudas impúdico.
Tu con-pasión me gana.
Es esencia fría e indeleble,
llameante miel de hielo derretido
o fragua constante de mi oro
a escanciarse en copa íntima
detrás de tanta capa
y tan celado.
Ahora lo entiendo casi todo.
Ahora casi todo lo sé. Aquí,
en esta ribera líquida y amarilla,
alma acuosa de los mundos
en que me sumerge tu azúcar esencial.
Flor de Alhabia irradiándose en mis labios,
plata húmeda en la suma de mi carne,
cópula o abrazo de luna y geranio,
polvo argento de ceniza
en tránsito por noche maga.
Dime ahora alma diosa,
¿qué haremos?
en este pleno desierto
lleno al fin de siemprevivas...
Al fin hermoso,
que nos deslumbra
bajo luz de esta nueva Selene,
junto al áureo oleaje
de intensa arena
que destella ya sin freno…
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Ángeles Yagüe Suárez: «Escribo
desde siempre y acudo a diversas tertulias-taller literarias, principalmente
poéticas, desde hace mas de 20 años.
Siempre me interesó la literatura y el humanismo. Soy también terapeuta
gestáltica y también trabajé en Banca.
Nací en Orense y vine con mi familia a Madrid desde los 11, por lo que
me considero gallega y madrileña, encantándome ambos sitios. Cada cual,
como cada persona y como cada lugar, guarda su tesoro».
Contactar con la autora: angyague[at]auna.com
ILUSTRACIÓN
POEMAS: Fotografía por
Pedro M. Martínez ©
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