El mundo que nos separa

Antonio J. Sierra

Ha amanecido. ¡Ha amanecido! Rayos. Puñales. Cajas. Zapatos. Ropa. Perfumes. Todo eso y cien millones de cosas más se amalgaman en la habitación de Nuria. ¿Nuria? ¡Nuria! Y Nuria duerme aún plácidamente a mi lado, supongo que también vestida sobre las mantas de su cama de matrimonio. No acierto a verla ni quiero. Su espalda probablemente ha permanecido pegada a la mía desde la madrugada, cuando el sueño me trajo el sueño de dormir junto a ella. Dicen que los sueños sueños son y lo que es del sueño el sueño se lo trae y el sueño se lo lleva.

Llegamos demasiado tarde. Clap, clap... Esta cerradura tiene tres vueltas... Clap. Pues bien, esta es mi casa. Detrás de la puerta nace un pasillo que lleva al visitante hasta el salón. Esta noche, de madrugada, se muestra oscuro, sombrío y salpicado de rotaflexs y sacos de cemento. Tienes el cuadro de luces a la derecha. A ver. Clap. Y la casa se llena de luces. Nuria viene sonriendo detrás de una torre hecha con cajas de cartón y bolsas del Carrefour. La ilusión y los nervios son proyectiles que se le escapan de los ojos. Me desarma verle chisporrotear las pupilas. Sus ilusiones son las mías porque todos mis anhelos pasan por verla reír. Por eso hace tiempo que llevo en el maletín esta careta de bufón que saco en los momentos más melancólicos.

Clap. Todo en esta casa hace clap. Este es el aseo y esta, la cocina. ¿Sabes encender un microondas? ¿Tienes hora? ¿Tienes hambre? ¿Pesa mucho esa tabla de planchar? ¿Puedes dejarme aquí esta caja? ¿Puedes responderme?

... ¿Puedo quedarme aquí esta noche?

Bien, gato no comer lengua, menos mal. Y tráeme el cubo de la fregona. ¡Está guay este servilletero!... Claro, quédate si quieres, el sofá está muy blandito, je, je, je ¿Tienes hora?

Está nerviosa. Se le nota demasiado. El inmueble que ahora pisamos, cuatro menos cinco de la madrugada, está llamado a ser la casa de Nuria, ese reducto de tranquilidad con el que siempre soñó. Es normal que la gente esté nerviosa e ilusionada el día de su emancipación, me digo. Pero Nuria es Nuria. Esta casa está labrada en horas extra, préstamos, amores que se fueron, padres benevolentes, sudores y veletazos en contra del viento.

¿Cuatro menos cinco? ¿Qué tarde, no?, me pregunta. ¿Qué?, respondo desde el piso de arriba. ¡¡¡Muy tarde!!! ¡¡¡Un poco!!!... ¿Donde tienes el cubo de la fregona? Pss. Deja de gritar que vas a despertar a los vecinos.

...Perdón.

Llegamos un poco tarde, la verdad. La mudanza se retrasó bastante. Todavía estaba el sol fuera cuando corríamos por las calles en busca de un supermercado abierto. Nos escapamos del trabajo un cuarto de hora antes. Mala suerte. Tocaba claustro. Hay que comprar cervezas, muchas cervezas. Nuria, Nuria, deja las cervezas y vamos al grano. Lo básico, tía. Tenemos todo el fin de semana para organizarte la casa. No te agobies. Si no me agobio, pero corre, pánfilo.

No hay mejor palabra para definirme esta mañana y ella lo ha sabido siempre. Pánfilo lo recoge todo. Pánfilo connota mi pusilanimidad, mi trote cochinero, mi querer estar pero no poder, mi poder estar pero no querer, mi querer pero no atreverme, mi querer pero no querer, mi poder pero no poder, mis cero grados, ni frío ni calor.

Nuria se ha movido en la cama. No sé si he dicho que yace de lado, dándome la espalda, con las manos bajo la cara en postura de rezo. No sé si he dicho que su pelo forma una tela de araña sobre la almohada y que su jersey sube y baja al ritmo de su pecho. En su sueño, de vez en cuando, gesticula como queriendo escapar de una camisa de fuerza.

Nuria sobresaltada.

Nuria soñando.

Nuria acelerando la respiración.

Y yo la miro dudando si abrazarla y con cara de pánfilo.

¡Corre, pánfilo! había dicho mientras surcábamos la ciudad en busca de huevos, leche y pan de molde. Que menos que un desayuno en condiciones en mi primer día, ¿no?. Y una cervecita, digo yo. No te asustes cuando veas la casa, aún no está terminada. Me ahogo. Pues deja de fumar, chaval. Perdona pero ya la conozco, ¿recuerdas?

Nunca olvidaré el día que conocí, al unísono y sin querer, su futuro y su pasado.

La casa de Nuria es un chalecito exactamente igual que los otros doscientos noventa y nueve chalecitos de la urbanización La Gaviota. La Gaviota es una urbanización exactamente igual que el resto de urbanizaciones que salpican la zona. La Gaviota tiene perros de raza y pedigrí, niños con polos de Lacôste, señoras en chandal haciendo footing y una señorita joven, independiente, moderna, preciosa, responsable, con trabajo, sin novio, con perro, sin chandal y con muchas ganas de vivir.

Aquella tarde de enero llegamos embutidos en chaquetones verdes. La casa de Nuria era aún un proyecto de escaleras sin solería. Pegado a una hormigonera vi a un orondo albañil de veintitantos que decía ja-ja-ja. Buenas tardes ja-ja-ja. ¿Cómo va todo? Ja-ja-ja el patio está casi listo y el jefe anda dentro ja-ja-ja.

Y, entre carcajadas, conocí la historia de dos chicas que paseaban de la mano. Dos amigas ja-ja-ja. Dos amigas no compran una casa.

Digo yo. Yo que sé. ¿Tú que dices? Psss. Ja-ja-ja.

Sólo digo que mis esperanzas y mis ilusiones y mis desvelos y sus pupilas se fueron derrumbando al mismo tiempo que el solar 17 de la calle Las Acacias de la urbanización La Gaviota fue convirtiéndose en la casa de Nuria.

—¡Eh, pánfilo!, ¿es que no vas a entrar? —...menos mal que el corazón no se me ve, embutido como está en este chubasquero verde.

—¡Eh, hola! ¿Hay alguien? —gritaba Nuria desde la puerta de su casa.

—Ja-ja-ja —sentenció el albañil.

—Sí, claro, voy, dije obnubilado y apesadumbrado.

Este es mi pasillo, este es mi aseo, este es mi salón, esta es mi cocina, este es mi dormitorio... En fin, esta es mi casa.

La misma frase o casi, ahora que pienso, que empleó anoche cuando entró, con todos los indicios confirmados, detrás de una torre hecha con cajas de cartón y bolsas del Carrefour. ¡Eh, pánfilo! Qué calladito. ¿Comer lengua gato? ¿Tienes hambre? ¿Tienes sueño? ¿Tienes hora? Creo que me he dejado el tabaco en el coche.

Momentos antes había conducido borracho de madrugada por la ciudad. ¿Qué te ha parecido María? Tengo sueño. Ya. Y la radio ocupó ese espacio de ángeles que pasan. Y fluyó la historia de un hombre que había decidido pasar la noche entera en un bar y emborracharse con historias que le puedan contar. Y el mundo entero dirá que me ha podido ver el pelo. Toda la rabia concentrada en el pie derecho. Y las rotondas nacían, crecían y morían a toda velocidad. Ahora tengo que escapar lejos de toda ciudad, allá en el campo ningún tipo me reconocerá por el dinero..., jugando me encontré con el acero. ¿Quién es? Ruido pegajoso. Nuria mirándome. Nuria comprendiendo. Nuria bajando el volumen de la radio. ¿Se puede saber que te pasa? ¿No estarás llorando?... Pánfilo. Y me sonrío entre las lágrimas.

Un pájaro gris, decía la radio, me otea al pasar, se posa en mi mano, comparte mis sentimientos. ¡Oooh! ¿Se puede saber por qué lloras? ¿Yo? No lloro. Ya. Lo que tú digas. Buscando un lugar donde respirar. He visto en un charco que vivo en una gran soledad. ¿Es María, verdad? ¡Tengo tantas cosas que contarte! Y me sonrío otra vez.

Lluvia de abril, luces de colores, campos de flores quiero compartir. Ver que has regresado me haría más daño si son esperanzas que no has de cumplir. Bueno, ya estás quitando esta música deprimente.

Realmente tengo que tener cara de tonto mientras la siento dormir con su espalda pegada a la mía. Inspiración. Expiración. Uno y uno, dos. Así de fácil. La vida será fácil con escamas. Un ángel regordete y enorme está pasando esta mañana por la casa de Nuria. Un ángel que duerme la mona de güisquis y licores de manzana. Un ángel embadurnado del olor de Nuria.

¿Puedo quedarme aquí esta noche? Claro, quédate si quieres, el sofá está muy blandito, je, je, je. Pero, si tú no tienes sofá. Pues entonces dormirás conmigo. Siempre que me cuentes por qué llorabas.

Mañana.

Trato hecho.

Creí que nunca llegaría este momento. En mi casa. ¡Contigo! ¿Quién me lo iba a decir a mí? Tendré que apuntar esta fecha en la agenda. ¿Hola? ¿Te has dormido ya? ¿Te ha sentado mal el alcohol? No, no, que va.

Es curioso lo bien que te puedes entender con el alcohol que te lleva, que te distrae, que te transporta, que te hace olvidar a albañiles y abogadas en paro, que te trae melodías, que te acuna, que te duerme. He visto un pez en el mar, me ha sonreído al pasar, va meneando la colita con su gracia informal, no piensa en nada, la vida será fácil con escamas.


Ha amanecido. Rayos. Puñales. Cajas. Zapatos. Ropa. Perfumes. Todo eso y cien millones de cosas más se amalgaman en el número 17 de la calle Las Acacias de la urbanización La Gaviota. Dicen que los sueños sueños son y lo que es del sueño el sueño se lo trae y el sueño se lo lleva. La luz del día no sabe de sueños. La luz del día trae nuevas perspectivas. Cajas de cartón, trajes de chaqueta incrustados en bolsas de plástico, un paquete de tabaco durmiendo en el suelo y una foto de una chica detrás de una barra, alegre, con una uve en sus dedos y rodeada de viejos.

Ernesto, María. María, Ernesto. Muac. Muac. Encantado. ¿Así que tú eres el famoso Ernesto, el profesor de Geografía que trae locas a las alumnas? El mismo que viste y calza, creo que dije ruborizándome y escudriñando a esta mujer con cara de niña, desgarbada, callejera y poco dada a concesiones de feminidad-tal-como-un-hombre-la-entiende.

Nuria habla mucho de ti. Pájaros negros me volaron por las sienes cuando esta abogada titulada pero camarera en un centro de día, abrió la puerta del pub.

Nos sentamos, creo, en la última mesa de esta cafetería nocturna. Voy a la barra. ¿Qué queréis? La conversación fluyó por los cauces de los nervios de Nuria y fue perdiendo, al tiempo, barreras y consistencia conforme el alcohol empezó a colapsar las venas. Licor de manzana. Güisqui. Ahora vengo. Pánfilo como soy, en un rato conocí lo cabrona que es la asistenta social que María tiene por jefa, la falta de papel higiénico en la casa de Nuria, el tiempo que hace que Noelia no sale, el césped que llevará el patio de atrás, lo mal que se encuentra el viejo de Rodrigo y el mal rollo que se traen Mary y la cordobesa.

Nos reímos y recordamos, entre chistes rompe-hielos, que mi coche se encontraba, en la puerta, cargado, como si de un camión de la mudanza se tratase. Me encantaba la Geografía de pequeña. Eso de imaginarme como serían otros países, cambiar de continente cuando quisiera, la bola del mundo, los mapas físicos. Fíjate, que no me gustaban los mapas políticos, tan planos, lleno de colorines imbéciles. Debes saber cual es la capital de Sudán. ¿Y no te lías con tanto cambio de países? Ahora le ha dado a todo el mundo por independizarse.

Como a Nuria.

Me sorprenden todas esas nuevas naciones que nacen y que nunca había conocido antes. Es como las personas, ¿verdad? De repente parece que conoces Yugoslavia y, de la noche a la mañana, se matan entre ellos y surgen repúblicas que no sabrías situar en el mapa. Pones tu mano en el fuego asegurando conocer a Fulanita y, en realidad, no sabes de ella más que por su irrupción en los mapas políticos de trabajos y conversaciones y bares y roces superfluos. La conversación comienza a discurrir por el peligroso derrotero que Nuria propone. Y yo, tan pánfilo como siempre. Los mapas físicos nunca cambian. El Veleta siempre será el Veleta, lo ves venir, no te preocupa, sólo el fin del mundo puede acabar con él. Pero, ¿alguien preveía a Kosovo, alguien sabe por qué Colón hizo cuatro rutas para llegar al mismo sitio, ...alguien quiere otra copa?

Y María se sonríe.

El fin del mundo llega cuando te levantas borracho de la mesa y el mundo se tambalea. Voy a la barra. Venga, no des la nota. Disimula, pánfilo, que tú puedes. Parece como si un terremoto removiera este pub a cada paso dubitativo que doy. Uno más y ¡zas! me apoyo sobre la barra. El mundo da vueltas y más vueltas. Y ando como los astronautas sin gravedad, intentando apoyar bien mi escafandra de venda-en-los-ojos en este paisaje lunar.

Sólo queda uno. Un pequeño paso para mí pero un gran paso para la humanidad. Zas. Ya estamos en la barra. Dos güisquis. Un licor de manzana. ¡Camarero! ¿Sabes que soy un astronauta? ¿Sabes que llevo años viviendo en la luna? Desde el satélite se ve todo. Soy como el Meteosat que nunca se moja cuando llueve. Y, allí abajo, a miles de kilómetros, en el mundo, con los pies en la tierra, dos mujeres que hablan, que sonríen, que se miran.

Que se cogen de la mano.

Que se hablan al oído.

Que se besan en los labios.

¡Zas! El Meteosat anuncia fuertes precipitaciones que me inundan los lagrimales, que me lamen el rostro, que se me cuelan en la boca semiabierta, grandes tormentas que me salen de la garganta y gritan a pecho abierto. ¡No! ¡Eso no, por favor! Aquí tiene. Mil quinientas. ¡Dios! Estallo en erupciones volcánicas y me tiro de los pelos. Me maldigo y me avergüenzo y me derrumbo y me ahogan el tabaco y las lágrimas.

Creo que es el momento de sacar la careta de bufón.

Y, allí abajo, a miles de kilómetros, se me dibuja un mapamundi, un planeta que gira en movimiento de traslación alrededor de mí. Y, en sus vueltas, me entretengo en mirar parejitas, grupos vociferantes, máquinas de tabaco, botellines, almas solitarias y un orondo veinteañero con cara de albañil que, a grito pelado, desde al esquina de la barra, me mira y sentencia: ja-ja-ja.

Esta mañana soy un emperador guillotinado, un rey encasillado que todavía no asimila la revolución que ha quemado sus campos y separado sus condados. Parece que conoces Yugoslavia y ¡zas! surge Bosnia Herzegovina. Inspiración. Expiración. Así de fácil. Lo básico, tía. La línea recta que une los puntos por el camino más corto. Clap, clap, clap, las cerraduras tienen tres vueltas.

¿Alguien sabe por qué Colón hizo cuatro rutas para llegar al mismo sitio? ¿Por qué todos los caminos conducen a Roma? ¿Por qué las cimas más bajas son, en realidad, las más difíciles de conquistar? ¿Por qué tengo el convencimiento de que, a pesar de tener su espalda pegada a la mía, necesitaría rodear el planeta entero para llegar a sus ojos?

¡Eh, pánfilo!, dijo aquella tarde de invierno en que conocí, al unísono y sin querer, su futuro y su pasado. Pánfilo lo recoge todo. Pánfilo es el lobo que aúlla a la luna en el desierto helado de Groenlandia, pánfilo es el tripulante del satélite Meteosat que mira las tormentas desde el espacio, pánfilo es el que corre de la mano y confundido, pánfilo soy yo derramando lágrimas en mitad de una borrachera.

¿De qué me sirve, esta mañana, mi careta de bufón si sé que jamás podré recorrer a tiempo el mundo que nos separa?


FOTOGRAFÍA: Juan José Barinaga ©

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▫ Relato publicado en Revista Almiar (2002). Reeditado en agosto de 2020.

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