El Tío de la Mina
por Víctor Montoya
Querido Tio:
En esta fotografía, captada en el interior de la mina, se destaca tu estatuilla
de greda en medio de las ofrendas que te dejaron los mineros, quienes, sentados
en los callapos de la galería, pijcharon en tu presencia,
suplicándote que les concedas el filón más rico de estaño y les protejas de las
enfermedades y los peligros. Las botellas de aguardiente son para aplacar tu sed
y rendirte culto, pero también para ch’allar en honor a la Pachamama,
la divinidad andina que no se ve pero que guarda las riquezas en sus entrañas.
Si
te miro de cerca, escrutando los detalles de tu imagen, veo que tienes la nariz
y la boca ennegrecidas por el humo de los k’uyunas, los ojos redondos como
canicas de cristal, los brazos ligeramente flexionados y el cuerpo cubierto con
mixturas y serpentinas. En realidad, si hablamos con propiedad, diríamos que
tienes el rostro más desfigurado que el Fantasma de la Ópera y el cuerpo más
contrahecho que un monstruo con cola y cuernos. Quizás por eso vives desterrado
en la zona más sombría y profunda de la mina, cuyas galerías no son el reino de
Hades ni el infierno de Dante, sino un recinto tenebroso sólo conocido por los
trabajadores del subsuelo, donde los devotos te temen más que a Dios y los
supersticiosos te veneran más que a la Virgen del Socavón.
Por otro lado, según la versión católica, eres el ángel celestial que, por
haberte rebelado contra la voluntad suprema de tu Creador, fuiste condenado a
sufrir un castigo eterno entre las llamas del infierno. Pero tú, generador de
beneficios y maleficios, no llegaste ni siquiera hasta las puertas del
purgatorio; preferiste amalgamarte con el Huari y el Supay de la mitología
andina, hacerte llamar Thiula y meterte en los socavones de la mina, en cuyas
tinieblas instalaste tu trono y tu reino. Desde entonces eres el dueño de los
minerales y el amo de los mineros, quienes, en actitud de sumisa veneración, te
rinden pleitesía al entrar y al salir de la mina, tributándote hojas de coca,
k’uyunas y botellas de aguardiente, sin más intención que manifestarte su fe y
cariño, y pactar contigo en una suerte de ritual milagroso. Aunque eres un ser
ambivalente, mezcla del Bien y del Mal, ejerces una influencia decisiva sobre la
vida de los habitantes del altiplano, donde te atreviste a medir tus fuerzas
satánicas con las fuerzas divinas de Dios.
En vísperas del Carnaval, los mineros ch’allan tu cueva, adornan tu cuello con
serpentinas y arrojan puñados de colación y mixturas alrededor de tu trono,
donde tú estás sentado, viendo cómo te miran el pene largo, grueso y erecto.
Después te disfrazas de Lucifer y sales de la mina, con la alegría de bailar en
la fraternidad de los diablos, bebiendo los tragos que te ofrece la gente y
enamorándote de las doncellas más hermosas que, en honor a tu esposa perversa
(la Chinasupay), se disfrazan de diablesas; botines de tacos altos, polleras
cortas, blusas vaporosas y chaquetas drapeadas con saurios, arácnidos y
batracios. Las diablesas tienen la máscara con ojos saltones y pestañas largas,
pómulos de granate y labios sensuales, tan sensuales que, además de esbozar una
sonrisa tentadora, dejan entrever una hilera de dientes engarzados en piedras
preciosas.
Tú bailas al compás de la música de tamboreros y soplalatas, arrastrando el aire
con tu capa de terciopelo y tu cetro de mando, mientras las diablesas, acosadas
por los jukumaris y mallkus, coquetean alrededor del arcángel San Miguel,
enseñándole el contorno de las piernas y cubriéndose las tetas con sus
cabelleras recogidas en trenzas.
Tu traje de Lucifer, que parece hecho de luces y de sueños, es uno de los
indumentos más envidiables del Carnaval orureño, donde todos te miran y admiran
desde el fondo del espanto. Tu capa de terciopelo, lujosamente bordada con hilos
de oro y plata, está adornada con víboras, lagartos y dragones; en cambio tu
faldellín y tu pechera, salpicados de botones, lentejuelas y cristales, tienen
figuras ornamentadas con relumbrante pedrería; tus botas y tus guantes lucen
relieves de sapos, arañas y alacranes; mientras los pañolones que llevas al
cuello, confundiéndose con tu larga cabellera, son adornos que flotan al aire
como ramilletes de flores; tu máscara, deformada hasta el límite del horror,
tiene la nariz estallada, las orejas puntiagudas y los dientes feroces; tus
ojos, grandes y rotativos como los de un camaleón, desprenden colores vivos en
el día y luces fosforescentes en la noche. Y para infundir miedo y respeto entre
tus súbditos, llevas una serpiente de tres cabezas entre los cuernos alambicados
de tu frente.
Pasado el Carnaval, en cuyo ámbito maravilloso te entregas por completo al
baile, al amor y al alcohol, vuelves a entrar en las tinieblas de la mina, donde
no eres más el Lucifer sino el Tío protector de los mineros. Ellos te consideran
el sincretismo cultural entre la religión católica y el paganismo ancestral, no
sólo porque formas parte de una leyenda que gira en torno a la mina y sus
asuntos, sino también porque eres un ser mítico capaz de esclavizar y liberar a
los hombres con tus poderes mágicos.
Por lo demás, ahora que vuelvo a mirar tu imagen, tengo la horrible sensación de
que me persigues como si fueras mi propia sombra; a veces estás más cerca de mí
que Mefistófeles de Fausto y siento que quieres hacerme caer en la tentación,
induciéndome a cometer pecados horrorosos de los que no me salvaría ni la
muerte. Asimismo, en el misterioso laberinto de los sueños, asumo tu imagen para
hablar con voz de diablo, como si de veras existieras en la realidad y no sólo
en la fantasía de quienes, acosados por el miedo y la superstición, te imaginan
más peligroso que el dragón y más feroz que el Minotauro, mitad bestia y mitad
humano.
montoya [at] tyreso.mail.telia.com
Glosario
Callapos: troncos de árbol. Escalón de mina.
Ch’allan: celebran un acontecimiento rociando al suelo con alcohol, chicha o
cerveza. Ofrenda o sacrificio en honor al Tío.
Chinasupay: diablesa. Deidad y esposa del Tío.
Huari: deidad mitológica de los urus, protector de los auquénidos y personaje
simbolizado por el Tío de la mina.
Jukumaris: osos. Simbolizan la fuerza del pueblo andino, pero también la
penetración europea en el territorio de los urus.
K’uyunas: cigarrillos.
Mallkus. cóndores.
Pachamama: Madre Tierra. Divinidad de los Andes.
Pijcaharon: mascaron coca.
Supay: diablo, Satanás. Personaje que representa la simbiosis entre la región
andina y de la religión católica.
Thiula: Tío.
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Ilustración:
Fotografía del tio de la mina (Wari, Tiw) en
Oruro (Bolivia) By Erios30 (Own work) [GFDL (http://www.gnu.org/copyleft/ fdl.html)
or CC-BY-SA-3.0-2.5-2.0-1.0 (http://creativecommons.org/ licenses/by-sa/3.0)],
vía
Wikimedia Commons.
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BENIGNO DELMIRO
SOBRE LA LITERATURA MINERA DE VÍCTOR MONTOYA.
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▫ Artículo publicado en Revista Almiar (2004). Reeditado por PmmC en septiembre de 2019. Para visualizar los vídeos rogamos aceptar la política de cookies.